Santutegiak

VIRGEN DE LA ENCINA

El santuario de la Virgen de la Encina está situado en las afueras de la villa de Artziniega, en la provincia de Álava-Araba, distante unos 55 km. de Vitoria y unos 30 de Bilbao. Es de un efecto sorprendente por su posición a unos 600 ó 700 m. de la villa, en la cumbre de una colina deliciosa y poblada de robustos árboles, entre los cuales descuella notablemente una encina de varios siglos de existencia, que se levanta cerca del santuario, en la parte norte, rodeada de una verja, cuya circunferencia mide más de cuatro metros y cuyas ramas alcanzan una altura colosal. La iglesia es un grandioso edificio cuya construcción se compone de sillares labrados de piedra caliza, correspondiendo a diferentes épocas su arquitectura. Tiene dos bonitas puertas ojivales, una al Norte y otra al Sur: la del Norte no se sabe por qué extrañas circunstancias fue tapiada interiormente, aunque se cree, a no tardar, será otra vez abierta, ya que por la misma se sale a una hermosa campa y al ejemplar de encina anteriormente citado. Sobre la puerta Sur está un espacioso pórtico, con cuatro grandes arcos, en donde bien esculpidos aparecen los escudos con las armas reales y las de la villa de Artziniega; la casa-hospedería, amplio edificio, se oculta tras de los muros del pórtico e iglesia. Contribuye a realzar la belleza artística de este conjunto un bonito jardín, trazado con arte y con mucho esmero cuidado, defendido por verja de hierro, que cierra un extenso circuito en derredor. Dentro del jardín, frente al pórtico próximo a la puerta Sur, se levanta una columna de piedra de una sola pieza, sobre la que se sienta una imagen de la Virgen sentada, con el Niño de pie sobre su regazo y apoyado sobre el brazo izquierdo de la Madre; al pie de la imagen se lee esta inscripción: "La imagen de Nuestra Señora se apareció aquí". Subsisten allí mismo las cadenas colgantes de un pedestal de piedra, coronado de una cruz de hierro, que acusan la estancia del emperador Carlos V, a la cual deben referirse sin duda el escudo real con águilas imperiales y otro con esta inscripción: "Reinando Carlos", que se ven pintados sobre uno de los arcos que da frente a la puerta del Sur. El interior del templo se compone de tres grandes naves, sostenidas por ocho pilares con esbeltos arcos góticos de piedra caliza y de otros tres muy notables por lo rebajados; sobre los avales se asienta el coro. Los altares laterales ascienden a ocho, dedicados respectivamente al Santísimo Cristo, San Roque, Santiago, Santa Ana, Virgen del Carmen, San José, Nuestra Señora del Rosario y Nuestra Señora de Guadalupe, con otras muchas esculturas de diferentes Santos. Estos altares pertenecen al estilo churrigueresco, con algunas tallas y lienzos, si no de un mérito superior, por lo menos aceptables. La bóveda de la nave central está toda decorada. Asimismo sobre los arcos laterales, en los intercolumnios, van pintados algunos escudos e inscripciones. Sobre el arco triunfal está pintado un pelícano que alimenta a sus hijuelos. En el centro, a quien entra por la puerta Sur, se ofrece a la vista un grande escudo con las armas del emperador Carlos V; otro en el que se lee Rey D. Carlos y la inscripción siguiente: Esta obra se hizo en el año de mil e C. C. C. C. L. X. X. X. X. VIII. Seyendo mayordomos Diego Martínez de Larrea e Diego de S. Pelayo. En el ábside, en una de las claves de la bóveda se lee también la inscripción de D. Carlos. El coro es de estilo del renacimiento. Sobre la puerta del Norte aparece una pintura mural incompleta con inscripción gótica al pie. Representa el juicio final con el cielo y el infierno, a donde caminan las almas cabalgando en monstruos representativos de los vicios capitales; está incompleta y su inscripción ilegible. La más valiosa joya de este santuario es el retablo del altar mayor. Es una finísima labor de talla afiligranada de arte gótico de principios del siglo XVI, que cubre toda la altura del ábside. En él están representados, en varios relieves, misterios de la vida de N. S. Jesucristo y de la Virgen Santísima. En el relieve del centro está representado una encina sobre la cual aparece la Santísima Virgen con el Divino Niño a quien hacen coro multitud de angelitos posados sobre las ramas, con instrumentos músicos. Al pie del árbol, a la derecha del que mira, se representan las justicias de Arceniega y Ayala, dos guerreros armados de picas, que significan la lucha que existió entre estos dos pueblos por razón del lugar en que había de edificarse la iglesia y un escribano en actitud de levantar acta. Todos dirigen su vista a lo alto, pues sorprende su atención, súbitamente, un ave misteriosa, que llevando en su pico una grande viga, de las que estaban preparadas para la construcción de la iglesia, se posa en una de las ramas del árbol, el escribano queda ciego. En el mismo ábside en la parte del Evangelio, existe un templete del mismo arte y época que el retablo. Algunos fijándose sin duda en el sagrario que este templete lleva, han creído que debió ocupar en otro tiempo el centro del retablo, mas no es así; todavía a principios del siglo XVI era común reservarse la sagrada eucaristía en algún nicho abierto en el muro del ábside o en relicarios colocados fuera del altar; este templete no es otra cosa que un relicario o sagrario cuyo lugar ha sido siempre el que ocupa hoy. Al lado de éste con un sepulcro abierto en el mismo muro, descansan los restos mortales del Excmo. Señor D. Cristóbal de la Cámara y Murga, obispo que fue de Canarias y de Salamanca. Compónese este sepulcro de una hornacina con arco de medio punto, bajo la cual descansa el sarcófago y sobre éste una estatua orante, muy bien hecha de piedra. En el año 1608 D. Pedro de Orive Salazar fundó en este santuario la capilla dedicada a Cristo Crucificado, donde yace enterrado el fundador, y existe una lápida cuya inscripción merece ser leída por interesar a la historia de la Villa de Arceniega. En lo más alto del retablo, colgada y fuera del conjunto artístico del mismo, existía otra imagen de la Virgen; hoy ha sido bajada y colocada en el centro del templete, pertenece al tipo llamado hierático y es más antigua que la que se venera ahora y que está al lado de la epístola sobre un árbol, pertenece al tipo de vírgenes sentadas designado con el nombre de tipo de transición, entre el hierático y el tipo humano que se atribuyen a los siglos XIII y XIV; la otra colocada ahora en el templete se atribuye a los siglos X, XI y XII. Por lo tanto, no pudiendo dudarse que esta imagen ha tenido siempre culto en la Encina, hemos de deducir la existencia de un templo románico, de construcción anterior al siglo XII y más anterior por consiguiente al templo actual, que corresponde a los fines del siglo XV y principios del XVI. Hablamos de la obra primitiva, porque es de advertir que a pesar de la antigüedad y extensión que alcanzó la devoción a la Virgen de la Encina como lo prueba la grandiosidad del templo, la acción demoledora, las vicisitudes de los tiempos y, lo que suele ser peor, el descuido y abandono de los hombres hubiesen determinado la ruina de este monumento consagrado a María, si la piedad de personas devotas y entusiastas por la conservación del arte cristiano no hubieran costeado la restauración completa de todo el edificio con otras importantes obras que se llevaron a feliz término en 1883. Más tarde, en el año 1942, debido al huracán desencadenado en estas tierras fue derruido bastante parte del santuario, la Santísima Virgen fue bajada para su veneración a la parroquia de Arceniega mientras se restauraba el templo que gracias a la generosidad de los habitantes de la villa culminó con la solemne subida de la Virgen desde la parroquia de Arceniega a su santuario restaurado el 8 de setiembre de 1942.