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VACUNO

La importancia económica del ganado vacuno tradicional en Euskal Herria -alimentación, tracción, abono, cuero- ha sido grande, especialmente en el medio oceánico y montañés del mismo. La Revolución industrial del s. XIX supuso un cambio radical en tal explotación que pasó de ser autoabastecedora a orientarse hacia la creciente demanda cárnica y lechera de las ciudades en una sociedad desarrollada (s. XX). Ello ha conducido, a lo largo del siglo XX, hacia el intento de racionalización de la ganadería mediante la selección y los cruces, el control sanitario, la mecanización del ordeñado, la introducción de razas distintas de la pirenaica (Hereford, Garonesa, Charolais para carne, suizas y holandesas para leche) y la mejora de la alimentación y estabulación del vacuno. Para el análisis y detalles sobre este proceso hasta el inicio del último cuarto de siglo Ver GANADERÍA. A partir de mediados de los 70, tanto en Euskal Herria como en el resto de Europa se produce un cambio importante. En Euskal Herria el ganado vacuno es un componente esencial dentro de los diversos sistemas de producción agraria, especialmente en el ámbito de clima oceánico y en las zonas de montaña aunque tampoco falta en las tierras llanas interiores de mayor dedicación agrícola bajo fórmulas de explotación intensiva. Lo ha sido siempre, en realidad, bien integrado en el universo rural. La raza autóctona, un animal rústico, fuerte para el trabajo y bien adaptado a las difíciles condiciones de la montaña era conocida como "la nuestra", la raza "vasca" o "raza del País"; desde el Pirineo navarro debió pasar hacia las provincias occidentales y logró generalizarse por todo el territorio, recibiendo la denominación de raza Pirenaica ("blonde des Pyrénnées" en el PVC) cuando se creó para la misma el libro genealógico. En relación a los sistemas agrarios tradicionales las referencias documentales aluden a dos tipos de ganado, el vacuno montaraz y el de las casas o ganado doméstico de labor; el primero, escasamente regulado, podía pasar una gran parte del año en los montes concejiles o del común, siempre disociado de la explotación agrícola; por el contrario a los bueyes y vacas que componían el ganado de labor se les prestaba mayores cuidados en atención al valor económico reportado como complemento de la actividad agrícola: cuando acababan las faenas de labranza y recolección se empleaban en ocasiones como animales de acarreo -leña, carbón, mercaderías- proporcionando de esta forma un añadido a las rentas nada despreciable dentro de una agricultura siempre insuficiente. Durante el período de inactividad era frecuente en muchas localidades agrupar los animales de los vecinos en un hato -la dula concejil- de cuya vigilancia se hacía cargo un pastor asalariado (el boyero o vaquero -unaina-) y conducirlo a pastizales especialmente asignados para el mantenimiento del ganado de labor: los sotos, terrenos arbolados junto a los ríos y poco alejados de los pueblos o cualquier otro tipo de espacio reservado en los montes del común -seles, vedados boyales o boyerales, trozos, reservas-, incluso en rastrojeras o barbechos sometidos a servidumbre de pastos. El topónimo unamendi utilizado en zonas de altitud parece aludir a dicha función, sobre la base de unos recursos que permitían desarrollar un desplazamiento trasterminante siguiendo el calendario agrícola y/o estacional. La escasa y siempre fragmentaria -cuando no contradictoria- información de que se dispone hace difícil evaluar los efectivos de ganado vacuno para el conjunto del País en el pasado, no obstante y a pesar de las dificultades de orden estadístico es posible calcular una cifra próxima a las 200.000 cabezas para el País Vasco Peninsular al finalizar el siglo XIX (v. GANADERIA). En cada localidad la cuantía de la cabaña obedecía tanto a la capacidad en recursos alimenticios ganaderos como a las necesidades de la explotación agrícola. La primera revolución agraria traerá consigo el cambio de orientación económica del bovino y nuevos sistemas de explotación centrados en aquellos productos que como la leche o la carne empiezan a gozar de especial demanda desde los centros urbanos. El ganado de cría o de cría y labor va a recibir por ello una mayor atención frente al ganado dedicado exclusivamente a funciones agrícolas y su desarrollo irá emparejado a una especialización productiva de carácter geográfico; con todo, las primeras décadas del siglo veinte conocen un incremento relativamente fuerte del ganado que se utiliza en las labores agrícolas ya que resulta todavía indispensable en el proceso de intensificación productiva; y no sólo como animal de tiro, el establo continúa siendo el principal generador de abono orgánico del que dependía la fertilidad de las tierras de arada. La decadencia llegará por efecto de la mecanización, en los años cincuenta, cuando el tractor y la cosechadora sustituyen a los ingenios que hasta entonces han necesitado de la tracción animal. A partir de este momento el ganado bovino se convierte en la principal especulación económica en la mayor parte de las explotaciones agrarias de la vertiente septentrional del País, cediendo el protagonismo al lanar únicamente en las tierras altas de Zuberoa y Baja Navarra. Este cambio de actividad trae consigo la sustitución progresiva de las especies autóctonas por razas de mayor aptitud lechera: la pardo-alpina inicialmente, mediante el cruce con la pirenaica y más recientemente la raza holandesa o frisona y con ello la estabulación y el ensilado de forrajes para cubrir los requisitos exigidos por el ganado foráneo. De este modo la renovación ganadera va a transformar el caserío en explotación pecuaria con la práctica totalidad de la superficie agraria subordinada a la ganadería, esto es, a la producción de forraje tanto en forma de praderas naturales como de cultivos forrajeros.