Lexikoa

UNIFICACION

Nuevas propuestas y dispersión: siglos XVIII y XIX. El hundimiento de la economía labortana, evidente ya desde el s. XVII, tuvo consecuencias inmediatas en la vida cultural de la región. A partir del s. XVIII son muy raros los escritores originarios de la costa labortana. El más conocido de todos ellos, el médico Joanes Etxeberri, es un buen ejemplo de la crisis que atraviesa la región: nacido en Sara se vio obligado a emigrar a Navarra pasando más tarde de allí a Gipuzkoa. Perdida la hegemonía económica, no tardó en debilitarse también la hegemonía de la variedad `kostatar'. Los vehementes esfuerzos de Joanes Etxeberri por mantener la unidad en torno al vascuence de Sara --cuyo producto más genuino era en su opinión la obra de Axular-- no despertaron mayor interés entre sus contemporáneos. Los escritores bajo-navarros y labortanos --la mayoría de los cuales era también de habla bajo-navarra-- buscaron la base de la lengua literaria en el habla de su propia localidad de origen. Se rompió con ello la unidad forjada a lo largo de los dos siglos anteriores al tiempo que la lengua fue haciéndose cada vez más localista y el bajo-navarro acabó por imponerse al labortano. Los suletinos formaron muy pronto grupo aparte. El supuesto carácter particular de su dialecto era el principal argumento esgrimido, pero, entre las causas no confesadas, la fragmentación administrativa instaurada a raíz de la Revolución francesa era seguramente una de las más decisivas. Como consecuencia de la Revolución, Lapurdi y los cantones occidentales de la Baja Navarra pasaron a formar parte del arrondissement de Bayona en tanto que los cantones orientales de la Baja Navarra y Zuberoa integraron el arrondissement de Mauleón. El suletino contaba además con la ventaja de ser una variedad relativamente homogénea y ello permitió que se erigiera en dialecto literario. Podemos señalar como paso decisivo en este proceso la publicación en 1836 de la primera gramática suletina: Etudes grammaticales sur la langue euskarienne, obra de A. Abbadie y J-A. Chaho. Pero la Revolución de 1789, que en definitiva supuso la sentencia de muerte para todas aquellas lenguas habladas en Francia diferentes del francés, tuvo también, y precisamente por su mismo carácter radical, consecuencias positivas en tanto que sirvió para despertar algunas conciencias dormidas y promover ciertas iniciativas. En el caso vasco estas iniciativas se manifestaron en el terreno de la reordenación ortográfica. En efecto, los primeros intentos por elaborar unas normas acordes a las características peculiares de la lengua vasca en sustitución de las vigentes hasta entonces, que en última instancia seguían el modelo francés, son producto de la época inmediatamente posterior a la Revolución. Sirvan como ejemplo las porpuestas presentadas por Martin Duhalde en su obra Meditacioneac (1809), Darrigol en Dissertation critique et apologétique sur la langue basque (1827), Abbadie y Chaho en la gramática arriba citada (1836) y la obra de autor anónimo (¿Jaurretxe?) Andre-dena Mariaren ilhabethea (1838). Merece un lugar destacado J-A. Chaho quien tanto desde las páginas del peródico «Ariel» (1845 y ss.) como, y sobre todo, en su Dictionnaire basque, français, espagnol et latin (1856) se manifestó repetidamente en favor de esta reforma así como de la necesidad de elaborar un sistema ortográfico «applicable à la variété de tous les dialectes euskariens» (Ariel: 1845.02.16). Pero los pasos más firmes de cara a la unificación se dieron sin duda en la parte meridional del país y más concretamente en Gipuzkoa. Creemos que también este hecho guarda estrecha relación con factores de orden extralingüístico, como son la política de claro signo centralista seguida por los Borbones desde su acceso al poder en España así como la reactivación económica de San Sebastián y el puerto de Pasajes. Una buena prueba de lo primero es el «Decreto de Nueva Planta» promulgado por el monarca borbón Felipe V en 1716, mientras que la creación de la «Compañía Guipuzcoana de Caracas» (1728) y de la «Sociedad Bascongada de los Amigos del País» (1764) probarían la veracidad de la segunda de las razones apuntadas. Fue en las proximidades de San Sebastián desde donde arrancó un movimiento que trató de revitalizar el uso del euskara. Si bien los promotores de esta iniciativa no adoptaron un posicionamiento claro en favor de un dialecto en concreto (antes bien, Larramendi --su líder carismático-- abogaba por el empleo de todos ellos y Cardaberaz --otro de sus más destacados representantes-- escribió algunas de sus obras en vizcaino), el caso es que la variedad hablada en la comarca próxima a San Sebastián, el guipuzcoano de Beterri, acabó por convertirse en la hegemónica al menos en las provincias meridionales. El hecho de que Gipuzkoa y su capital Donostia fueran de habla mayoritariamente euskaldun y el hecho también de que este dialecto era desde el punto de vista lingüístico, y dada su posición central, de relativa fácil comprensión para el resto de los vascoparlantes, facilitaron sin duda su éxito. Estas fueron precisamente las razones que impulsaron al sacerdote de Markina J. A. Moguel a servirse del habla de Beterri para componer su primera obra: Confesio ta comunioco sacramentuen gañean eracasteac (1800). Si bien la decisión, al menos desde una perspectiva actual, no parece en absoluto descabellada, el caso es que no fue del agrado de cierto sector del clero vizcaino según confesión del propio Moguel. Las consecuencias fueron a nuestro entender bastante negativas. Por una parte se cerraron las vías para la implantación del guipuzcoano en Bizkaia y, lo que aún es mucho peor, Moguel, seguramente por despecho, se sirvió a partir de aquel momento de la variedad hablada en su propio lugar de residencia: Markina. Tampoco esta segunda decisión de Moguel fue bien vista por aquel sector vascófilo de Bizkaia que lógicamente prefería, con el franciscano P. A. Añibarro al frente, un vizcaino más universal. Observamos, pues, ya desde su constitución dos tendencias bien definidas dentro de quienes cultivan este dialecto. Los partidarios de un vizcaino general por un lado y los partidarios de la variedad particular de Markina por el otro, amparados éstos en el prestigio alcanzado por Moguel con obras como el ya clásico Peru Abarca. Ambas tendencias contaron además con cualificados seguidores incluso hasta bien entrado el s. XX. Así, p. ej., el príncipe L-L. Bonaparte consideró siempre la variedad de Markina como el vizcaino literario por antonomasia. A caballo entre los siglos XIX-XX el cisma volvería a ahondarse debido al carisma de cada uno de los dos líderes en liza: R. M. Azkue, partidario del vizcaino general y S. Arana-Goiri, partidario de la lengua de Moguel.