Jaialdiak-Ekimenak

Tributo de las tres vacas

Tradicionalmente, los habitantes del valle de Baretous en Bearne, venían pagando a los de Roncal el Tributo. En virtud del pacto solemne hecho en Ansó en 1375, habían jurado cumplir lo que ya estaba establecido anteriormente y se había interrumpido por los sangrientos incidentes a que dió lugar el uso común de los pastos en los términos fronterizos. No parece que hubiese graves diferencias entre ambos valles durante muchos años después de esta concordia, pero en 1612, la ceremonia de la entrega del Tributo, pecha o paria, se suspendió por un serio incidente. Reunidos ante la Piedra de San Martín, en la fecha tradicional -13 de julio- los representantes de uno y otro valle, el alcalde de Isaba pronunció el discurso acostumbrado, recordando sus obligaciones a los baretoneses; éstos, a su vez, manifestaron estar dispuestos a cumplirlas. Se hincaron las lanzas en cruz, "cuanto duraba el yerro", las manos se posaron una vez más en la histórica piedra de San Martín y fueron pronunciadas las palabras rituales: "Paz avant, paz avant, paz avant".

A continuación se nombraron los guardas de los términos y comenzó la ceremonia de la entrega de las vacas. Los roncaleses echaron una soga al cuello de la primera que les presentaron los baretones -previamente reconocida, pasándola a su campo. Pero la segunda y la tercera fueron rechazadas, por tener a juicio de aquéllos más de dos años de edad, contra lo establecido, además de presentar otros defectos. Hecha protesta formal, los roncaleses se retiraron a descansar como a distancia de un tiro de arcabuz de los bearneses, con el consiguiente malhumor. Pero deseosos de avenencia los de Baretous, invitaron al cabo de un rato a los representantes de Roncal a que acudiesen de nuevo a la raya, asintiendo éstos, previa deliberación. La ceremonia fue reanudada y se aceptó la primera vaca presentada, pero no la segunda, por ser, según los roncaleses, una de las que habían rehusado anteriormente.

Los ánimos se excitaron, acusándose unos a otros de mala fe, y después de "muchos dares y tomares", es decir, de fuertes contestaciones, cada cual se fue a su casa sin resolverse nada. Tres días daban de plazo los pactos a los de Bearne para presentar el Tributo en la plaza y mayo de Isaba, en el caso de que volvieran a su acuerdo; pero en vano les esperaron los roncaleses, por lo que, pasado un mes, se decidieron a obrar. No faltaron partidarios de apelar a la violencia para cobrar por la fuerza lo que no habían conseguido de grado, pero al fin se impuso el buen sentido y la Junta de diputados y junteros del Valle decidió agotar los medios legales, antes que exponerse a perder su secular derecho por un acto imprudente. Se hizo un cuestionario y se acudió a los letrados para que diesen su parecer, decidiéndose el Valle por el del licenciado Baiona, quien después de reconocer los derechos de los roncaleses, aconsejaba hacer un requerimiento formal a los de Ansó, para que como fiadores de las partes -según estaba establecido en el pacto de 1375-, saliesen responsables de lo hecho por los de Baretous.

No era éste el mejor momento para hacer demandas o indicaciones de tal género, pues también los ansotanos tenían diferencias con Roncal sobre el cobro de las multas por infracciones en los términos comunes. En la vista anual tenida el 29 de septiembre en la sierra de Puyeta, fueron requeridos por el alcalde de Garde, Gayarre, y sus compañeros, para que cumpliesen sus obligaciones, pero no se mostraron propicios a atenderles, manifestando que no tenían noticia de tal compromiso. Los roncaleses contestaron por su parte, que si no habían sido requeridos hasta entonces, era por no haberse presentado ocasión, pero bien claro estaba el convenio de 1375. Se pensó en una segunda comunicación y en hacer otras diligencias conducentes al logro de su gestión. Los junteros del Valle -Juan Gambra entre ellos-, decidieron enviar a Zaragoza y Ansó a los escribanos Jorge y Ros, pero el recibimiento que se hizo a la representación de Roncal en este lugar no pudo ser más desairado; los jurados "se encerraron y se escondieron", no queriendo saber nada de tal cuestión.

Fracasado este arbitrio, se pensó en otros, como el de acudir a la reina de Francia con un memorial, para que decidiese pacíficamente el asunto, y aun llevar el pleito ante los tribunales de este país, por el aliciente para el Fisco de los 1.000 marcos que le correspondían según los términos del citado convenio, pero nada de esto prosperó. Hubo que decidirse por fin a entrar en tratos directos con los franceses. Grave obstáculo era la exigencia de los baretoneses, de que las vacas del Tributo fuesen examinadas por personas ajenas a las partes, cosa razonable al parecer y causa principal del incidente, pero los roncaleses se opusieron firmemente en nombre de la costumbre establecida de siempre. No menos importante era la presentación del original del pacto, desaparecido en el incendio de Isaba de 1427, que arruinó 270 de las 297 casas que tenía la villa, obligando a emigrar a gran parte de sus habitantes. Se habían hecho copias en 1433, pero los roncaleses no las tenían todas consigo, y efectivamente, los baretoneses se negaron redondamente a aceptarlas.

La contestación fue, que si no estaban conformes, fuesen a Ansó, donde podrían sacar copia del documento allí existente, lo que hizo Juan de Casterat, notario de Oloron. Al fin las cosas se arreglaron en las vistas de junio de 1615 y los baretoneses se pusieron en esta fecha al corriente en el pago del Tributo. En la ceremonia acostumbrada que fue a la vez de reconciliación- estuvieron presentes Lorenzo Ros, como alcalde de Isaba, y Pascual Martín, teniente de alcalde de Urzainki, entre otros. Los baretoneses estaban representados por Amaret de Salinas y Beltrán d'Estornés, jurados de Arette; Peirotón de Lacasta por Issor; Juan Domice de Lanne, Arnaut de Langlada de Aramitz y Gracián d'Arivage de Ance. Levantaron el acta Gaspar de Sataut, notario de Baretous y Hernando Jorge, escribano de Roncal, separándose franceses y españoles en la mejor armonía.