Konposatzaileak

Sarasate Navascués, Pablo Martín Melitón

Escribía Ramiro de Maeztu:

"La figura artística de Sarasate es al morir lo que fue en su vida: un enigma insoluble. Unos dicen que su arte era romántico; otros lo califican de clásico y seguro. Las dos escuelas de violín son la de profundidad y comprensión, que encarnó Joachim, el inmortal intérprete de Beethoven; y la de bravura, cuya personificación más alta es Ysaye. Sarasate, atenido a su sonido y a su limpieza (de ejecución) se destacó aisladamente, sólo y único".

Y luego, con un símil de sabor filosófico, el articulista concluye:

"Los críticos pensadores, los que teóricamente ensalzaban las teorías psicológicas de Kant y Descartes, en que se afirmaba que sólo se piensa en conceptos, se desesperaban ante el misterio Sarasate".

Según I. de Fagoaga (1962):

"[...] a tenor de lo trascripto habría que concluir que los críticos contemporáneos del violinista navarro se encontraban ante un enigma, un misterio: el que, con carácter de 'insoluble', representaba su arte. No fue así, sin embargo. La crítica responsable de la época y, como es lógico, también la de nuestros días, ha sido terminante al respecto y de una claridad meridiana. Ha encomiado y exaltado la técnica brillante del artista, la facilidad de su mecanismo y la belleza asombrosa del sonido que sabía arrancar a su Stradivarius. Ha puesto, en cambio, en tela de juicio -aunque no con pareja unanimidad- su gusto artístico, su inspiración como autor y, sobre todo, la calidad, no siempre excelente de su repertorio. Este último achaque -el de su mediocre repertorio- fue el que con más insistencia se le reprochó, en modo particular en los países de la Europa central, donde, como es notorio, existe en materia de música instrumental y de cámara una severa e inteligente tradición."

Confirma este aserto, Julio Altadill, el escritor navarro que, a poco de morir el gran violinista, le consagró una extensa biografía:

"En Alemania más que en ninguna otra nación fue discutido Pablo Sarasate. Se dijo que era un violinista romántico -como más tarde se dijo de Vasa Prihoda-, pero que fallaba en el repertorio clásico".

Y más adelante, como a regañadientes, agrega:

"La crítica fue severa y cayó sobre él censurándolo por la elección del repertorio y dejando trasparentar la duda de que el concertista fuera apto para ejecutar música alemana, procediendo como procedía de país latino".

El profesor Eduardo Hanslick, bien conocido como acérrimo censor de Wagner, escribió:

"En el Concierto de Beethoven, Sarasate confundía grandiosidad con grandor y delicadeza con melindrería. Semejaba una triple ligera en una escena trágica. En la cadencia interpolaba pequeños efectos paganinianos que denunciaban su insensibilidad estilística. Tanta era la futilidad de sus programas que el Concierto de Bruch parecía un bloque de granito rodeado de pequeños juguetes. Excluía a Paganini y a los paganinianos porque, decía, no le agradaba aquel género de virtuosismo o, como parece más cierto, por la escasa extensión de su mano, que le impedía ejecutar las proezas requeridas. Poseía una sarta (sic) de piezas de bravura que comprendían el Allegro appassionato de Giraud, la Rapsodia húngara de Auer, una Mazurka de Zarzigky; y de su propia inspiración la Balada, la Jota aragonesa, la Muñeira, el Zapateado, los Aires gitanos, que se hicieron popularísimos, el Canto del ruiseñor, uno de sus caballos de batalla, y luego la serie innumerable de Fantasías sobre motivos de ópera, como la Carmen, Don Juan, Fausto, Fuerza del Destino, Marta, Mireille, Freischütz, Zampa, etcétera, todas ellas hata tal punto embutidas (sic) de adornos y melismas que se hacía difícil reconocer las melodías originales. No faltaban, entre tanto artículo de bazar las trascripciones; por ejemplo, la del Nocturno en mi bemol sostenido mayor de Chopin, con una larga secuela de trinos que, en dulce arrobamiento, se prolongaban hasta perderse de oído. Estos efectos, repetidos en cada audición y con cualquier género de música, acababan por cansar al más paciente..."

Y como si la diatriba contra el artista no fuera bastante, la emprende luego con el hombre y su pergeño físico:

"Su aspecto exterior es (como su arte) gris e insulso: rostro apacible, mirada graciosa, bigotes lacios, cabellera rizosa, bipartita y discretamente revuelta... Un aspecto de hombre que no trasluce la menor inquietud; un español, en suma, de sangre fría, todo suspiros, ronroneos y melindres."

Dice I. de Fagoaga:

"No resaltaremos, por demasiado evidentes las inexactitudes y exageraciones del profesor Hanslíck. Su mala fe es manifiesta; pero en el fondo de sus observaciones existe una coincidencia, una especie de leitmotiv, con los juicios que, con más cortesía y menos hiel, han formulado otros críticos acerca del gusto artístico de Sarasate."

Por ejemplo, Janiseck, musicólogo de notoria autoridad en su época, quien observa:

"La ejecución del violinista Sarasate, el toque de arco y la digitación de su mano izquierda son sencillamente maravillosos. No podría decirse otro tanto de la calidad de su repertorio, en especial modo del que ejecuta con tanta fruición fuera del programa."

Un musicógrafo de reconocida competencia y probidad, el padre Luis Villalba, resume del siguiente modo el común sentir de la crítica serena e imparcial.

"Sarasate fue un coloso del arte del tañer en el instrumento más artista que se conoce: el violín. En sus giras por Alemania fue discutido con mucha vivacidad, discusión que se refería, más que a ninguna otra cosa, a su interpretación de los clásicos alemanes, de los cuales, sea dicho en honor de la verdad, no ha debido de ser nunca muy devoto Sarasate. Su repertorio está formado con obras de virtuosismo brillante, con mucha nota y enormes dificultades de agilidad y pulso, tan del gusto de la plebe, adornadas con todo género de floreos; pero esto mismo ha sido causa de que otro público, el de los músicos, aun rindiendo todo el tributo de admiración que el incomparable virtuoso se merece, encontrara por ese lado algo que hace desmerecer su figura".

¿A qué obedecía -se preguntaba Fagoaga- el que una naturaleza musical como la suya, tan pródigamente dotada, abordase las expresiones más elevadas del arte musical con tan poco fervor y dedicación? No, desde luego, por defiencias de orden técnico, ya que, como afirma Gilbert Chase:

[...] en los anales del violín, dos nombres sobresalen por encima de todos los demás; Nicoló Paganini y Pablo Sarasate."

La carencia del violinista navarro no estriba, pues, en inmadurez o deficiencia técnica. Quizá la clave de su anticlasicismo, llamémoslo así, radicaba en su naturaleza un tanto hedonista y en su carácter ligero y pueril. Nos lo advierte Francisco Grandmontagne, el insigne periodista hispano-argentino, en una bella semblanza de la que entresacamos los siguientes párrafos:

"Desde que nació hasta que murió Sarasate fue un niño, todo un niño, con las vehemencias y caprichos infantiles, en mayor escala en la edad madura que en su adolescencia y en su juventud. ¡Compensaciones de la vida: no había jugado de niño más que con su violín!"

Y luego añade:

"Poseía juguetes como un hijo de príncipes. Los adquiría a granel y de todas clases: complicados, artísticos, diabólicos... Y como niño mimado de la Fortuna, vivió gozándose con sus juguetes, sus bastones, sus tabaqueras y otras cosas curiosas que le daba por coleccionar."

Estas líneas evidencian, mejor que todas las biografías juntas, la índole singular de Sarasate. "Yo busco al hombre aun en el grande hombre -confiesa Marañón-; le busco porque creo que es, siempre, lo esencial". Exacto: en ese hombre niño o aniñado que describe Grandmontagne nos es fácil rastrear al ser que, desde que entró en la vida, todo se le dio hecho -becas, regalos, protectores regios y de los otros-, que "nunca trabajó en el estudio porque jamás encontró dificultades que le exigieran esfuerzo", que ignoró la lucha, la miseria y el dolor y que, por exceso de felicidad, no pudo penetrar "en ese mundo de angustia cósmica que es la creación beethoveniana. Así se explica su calma seráfica antes de los conciertos, su renuncia a la práctica de los ensayos y sus graves distracciones ante el público -que él las acogía con una sonrisa-, como cuando empezó a ejecutar una sonata de Mozart al tiempo que su pianista acompañador preludiaba otra del mismo autor y que era la que figuraba en el programa. Y así se explica también su campechanía, sus bromas infantiles y su inacabable repertorio de chascarrillos, que él gustaba relatar en rueda de amigos".

AAA