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Los tiburones en aguas de Euskal Herria. Dentro del primer grupo encontramos los tiburones y las rayas con numerosas especies, así como un grupo singular, los holocéfalos. En aguas de la costa vasca y fondos próximos existen al menos 35 especies diferentes de tiburones y 18 de rayas, torpedos y pastinacas a veces difíciles de diferenciar para quien no es especialista. Pese a la creencia generalizada de que los tiburones son vigorosos nadadores, varias especies reposan la mayor parte de su tiempo sobre el fondo como los katuarrayas. Entre los tiburones contamos con el raro «tiburón lagarto»: Chlamydoselachus anguineus, Garman, 1884, dándose la circunstancia de que un ejemplar de esta especie, capturado frente a la costa de San Sebastián el 15 de diciembre de 1925 y conservado en el Aquarium donostiarra constituye la octava captura de esta especie realizada en todo el Atlántico. El tiburón (y también el pez) de mayor tamaño que habita en nuestras aguas es el Peregrino o Kolayo, también llamado tiburón ballena, Cetorhinus maximus (Gunnerus, 1765), animal inofensivo a pesar de su tamaño que suele superar los diez metros (se han registrado ejemplares de más de 15 m. de longitud). Se alimenta de plancton que captura al nadar con la boca completamente abierta. Otra especie, afortunadamente muy rara en nuestras costas, es el peligroso tiburón blanco, Carcharodon carcharias (L. 1758), el más feroz de los tiburones. El Marrajo Lamna nasus (Bonnaterre, 1788) es objeto de pesquería siendo su carne muy apreciada, con él se captura también el tiburón Zorro Alopias vulpinus (Bonnaterre, 1788) inconfundible por su larga cola, que agita vigorosamente al divisar los cardúmenes de peces, para que éstos, asustados, se agrupen y de esta forma el ataque del tiburón resulte más eficaz. Muy frecuente en nuestras aguas, el Katuarraya Scyliorhinus canicula (L. 1758) de pequeño tamaño, o el Alitán S. ste Ilaris (L. 1758) que vive a menor profundidad y es de mayor tamaño. Estos tiburones presentan actividad nocturna pasando el día quietos sobre el fondo (es curioso por ejemplo, verlos en el Aquarium donostiarra, siempre reposando sobre el fondo; otra muy distinta visión la obtenemos en las horas nocturnas, donde todo el acuario bulle de actividad y cientos de pequeños tiburones se cruzan entre las aguas). Ya en los fondos del talud entre los 200 y los 1.200 metros de profundidad encontramos el Bocanegra Galeus melanostomus, Rafinesque 1810, de carne apreciada previa desecación. El Tiburón azul Prionace glauca (L. 1758) es uno de los seláceos más esbeltos y resulta relativamente frecuente en alta mar frente a nuestras costas, su carne no es apreciada. El Tiburón martillo Sphyrna rygaena (L. 1758) resulta inconfundible por las prolongaciones laterales de la cabeza en cuyos extremos se sitúan los ojos. Entre los tiburones demersales, es decir, aquellos que viven cerca del fondo, encontramos entre otros el Cerdito Oxynotus centrina de carne aceitosa y nulo valor comercial (salvo para la obtención de harinas de pescado), el Carocho Dalatias licha (Bonnaterre, 1788) de color oscuro y ojos con apariencia fluorescente o la inconfundible Sapata, Deania calceus (Lowe, 1839) de rostro muy aplanado y que ocasionalmente se captura con palangre de fondo. En las pesquerías de arrastre del Golfo de Vizcaya no es infrecuente encontrar numerosas especies de pequeños tiburones demersales como el Negrito Etmopterus spinax (L. 1758) o la Mielga y el Galludo Squalus acanthías (L. 1758) y S. blainvillei (Risso, 1826), respectivamente. El Angelote Squatina squatina (L. 1758) es en la actualidad muy raro en nuestras aguas y representa una forma de transición hacia las rayas por su cuerpo aplanado. Los Torpedos constituyen otro interesante grupo de peces cartilaginosos, representados en nuestras aguas por tres especies Torpedo torpedo (L. 1758), T. marmorata, Risso 1810, y T. nobiliana, Bonaparte 1835. Estos animales, mediante células musculares o nerviosas modificadas, denominadas electrocitos, y que actúan como pilas, son capaces de emitir descargas eléctricas de 220 voltios. Estos órganos eléctricos tienen una función principal de electrolocación (algo parecido al mecanismo de acción de los detectores de metales o de minas) permitiendo la detección de presas enterradas en el fondo de arena o fango y que pasarían desapercibidas a los órganos de los sentidos habituales. En casos de peligro, estas descargas tienen una utilidad defensiva.