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ORDIZIA

La iglesia parroquial de Santa María sustituiría a la antigua iglesia de San Bartolomé a finales del siglo XIV, si bien la actual fábrica es fundamentalmente una realización del siglo XVI. Del anterior edificio se conservan algunos elementos, tales como la portada y el arco de entrada de la capilla de los Torretagle. De todos modos, los incendios sufridos, fundamentalmente el ocurrido en 1511, provocarían mayores alteraciones en la realización original. De hecho, las obras se desarrollarían en dos fases. La primera se iniciaría a fines del siglo XV, mientras que las obras deberían iniciarse nuevamente a partir de la fecha anteriormente señalada. En 1554 el obispo dispensó a los vecinos de los derechos de enterramiento, circunstancia que prueba la práctica finalización del desarrollo constructivo. En ese año se pusieron en la cabecera y en el tramo contiguo catorce filaterías pintadas y doradas por Cristóbal de Olazarán, pintor y dorador avecindado en Oñati. Lógicamente, esas realizaciones no han llegado hasta nuestros días, pero sí que nos demuestran la práctica finalización del proceso constructivo, que encontraría efectivo término en 1579, momento en el cual Juan de Zunzunegui, vecino de la localidad de Legorreta, y Pedro de Nafarrasagasti, avecindado en la de Idiazabal, examinaron la obra de cantería efectuada por el maestro Gregorio de Mendiola en la torre del campanario, labor tasada por los anteriores en 102 ducados. De todos modos, la torre volvería a efectuarse en el siglo XVIII. Así, en 1777, y por mediación del Marqués de Valmediano, Manuel Martín de Carrera prepararía una traza y condicionado para esa nueva intervención. En febrero se obtendría la necesaria licencia para llevar a cabo la obra, si bien no se aceptó el proyecto del arquitecto señalado, solicitándose a Pamplona que Francisco de Ibero arreglara el diseño, tasase y dictase las cláusulas del contrato. De esta forma, Francisco de Ibero otorgó un nuevo diseño en julio de 1779. La obra se remató en pública almoneda en Manuel Francisco de Zabala el día once de octubre de 1779. La entrega de las obras la efectuaría el propio Ibero, puesto que para ello fue nombrado tanto por el artífice como por los patronos, en abril de 1782.

El edificio es de planta de salón, si bien ha sufrido una modificación que altera nuestra percepción final sobre su figura. Provisto de ábside ochavado, posee dos capillas laterales, una a cada lado del tramo anterior a la cabecera, que, en consecuencia, se presentan como brazos de un crucero, si bien, en origen, no desempeñarían tal función. La nave posee cuatro tramos, con el coro situado en alto sobre el último de ellos, haciéndose uso para la cubrición de bóvedas de crucería, cuya disposición sobre los diferentes tramos de esa nave es muy sencilla. En el caso de la capilla mayor, sin embargo, y puesto que sería el último ámbito modificado, sin olvidar además su mayor importancia, la bóveda empleada es de crucería más complicada, formando su dibujo una estrella o corona que la singulariza, como hemos señalado, del resto de la construcción. En cuanto a los soportes, se hace uso de columnas desprovistas de basa, dado que se disponen embebidas en los muros, decorándose, además, con sencillas molduras sus capiteles. Además, resulta conveniente destacar la presencia de dos capillas de patronato en el lado de la epístola, mientras que en el del evangelio se dispone otra más.

La torre ideada por Francisco de Ibero se sitúa en el segundo tramo del lado del evangelio. Posee dos cuerpos, con disposición cuadrada para el inferior, que se eleva hasta coincidir con la altura del tejado, para finalmente disponer el de campanas, lógicamente el más señalado. Emparentada con otras realizaciones del tracista, conviene reseñar, antes de nada, que la imagen con la que se corona es una realización muy posterior en el tiempo. Carente el primer cuerpo de ornamentación, circunstancia plenamente acorde a la llegada de los principios neoclásicos, en el de campanas las pilastras y el friso empleados son también lisos, destacando la presencia de jarrones situados en las boquillas y cornisa. Por otro lado, tal y como se ha señalado, la carencia de una sotabasa para el campanario y la presencia del porche, provoca cierta falta de esbeltez, restando, por así decirlo, parte de su importancia a esta torre y, por supuesto, al arco de entrada al templo.

En su interior, destaca el retablo mayor, realización en origen, al igual que los retablos colaterales, de Bernabé Cordero, maestro de procedencia madrileña y oficial en principio del destacado maestro Pedro de la Torre. Pese a las variaciones sufridas por estos muebles, tal y como a continuación señalaremos, su ejecución fue contratada en un inicio por el maestro señalado en el año 1656. Concretamente, Cordero se obligaba a ejecutar el retablo mayor, custodia y dos colaterales en un plazo de dos años, debiendo finalizar con anterioridad a esa fecha la custodia y los colaterales, concretamente para el día de Pascua de Resurrección del siguiente año. La cantidad estipulada fue de 1.400 ducados, que le serían abonados en diferentes plazos. Lo cierto es que la muerte del maestro contratante en 1658 provocaría que, tres años más tarde, Antonio de Alloitiz y Aguirre, veedor de arte en el obispado de Calahorra, examinara y tasara lo realizado, echando en falta el pedestal del segundo cuerpo del "relicario" y dos jarrones de azucenas en el mismo, de forma que evalúo lo efectuado en 15.376 reales de vellón. Con posterioridad, en 1665, habría un pleito formulado por los tutores del hijo del artista fallecido, accediendo finalmente la fábrica a abonar lo solicitado.

Con posterioridad a las fechas anteriormente señaladas, estos muebles sufrirían importantes modificaciones que alteran su aspecto final, adecuándolo, en buena lógica, a la fecha de variación. Así, hacia 1720 Pedro de Quintana plantea la abundante labor de talla que sobre todo los retablos laterales habían de sufrir, pero variando igualmente al mismo tiempo la disposición del retablo mayor. Este último cuenta con banco, cuerpo único dividido en tres calles y ático semicircular con un medallón coronado que cierra el conjunto. En realidad, poco queda de la labor desarrollada por Bernabé Cordero, únicamente las dobles columnas corintias en los extremos, situándose entre las mismas las imágenes de San Juan Bautista en el lado del evangelio y San Ignacio de Loyola en el de la epístola, realizaciones ambas que no poseen excesiva calidad. El resto obedece a la modificación mencionada, también las ménsulas sobre las cuales se sitúan las imágenes señaladas, En el puerta del sagrario se representa el Calvario, estereotipada composición de correcta formulación, disponiéndose encima un nicho en el cual hallamos una cruz, realización neogótica que adopta la disposición de un tríptico abierto provisto de pequeñas columnas salomónicas y vanos de carácter gótico, todo ello escoltado por abundante decoración. Preside el conjunto la efigie de Nuestra Señora de la Asunción, imagen que debemos a Domingo de Zumalde, maestro escultor avecindado en Oñati y que recibió 1.270 reales por su trabajo, desarrollado también hacia 1720. Concretamente, la imagen que preside el mueble posee un mayor dinamismo que los situados en las calles laterales, circunstancia lógica dadas las fechas señaladas, con una disposición compositiva abierta y una actitud declamatoria que no oculta, sin embargo, la modesta capacitación de su autor. El dorado, por su parte, se debió a Agustín Conde, tarea desarrollada en 1722, quien por la misma, incluyendo la misma labor en el colateral de Santa Ana, recibió 420 reales. Los oficiales que le ayudaron fueron José Pérez, vecino de Donostia, y Felipe de Caraia, oficial montañés este último. Además, en el remate se dispone un lienzo que nos presenta a la Inmaculada Concepción, que aparece escoltada por dos ángeles, realizaciones escultóricas debidas igualmente a Zumalde.

Los retablos colaterales de la Virgen y San José, de Santa Ana y Nuestra Señora del Rosario, en origen, muestran en menor medida las modificaciones producidas en el siglo XVIII, dada su concepción. Así, en el del lado del evangelio hay una imagen gótica de la Virgen con el Niño en un nicho escoltado por columnas corintias. En el banco encontramos una serie de pinturas de rango menor que nos presentan diferentes santos y en el ático de nuevo un medallón en el cual se sitúa una nueva pintura que probablemente represente a Santiago el Menor. En el mueble del lado de la epístola, la efigie que lo preside, San José, es realización reciente. Ambos organismos, de idéntico modo a como ocurre con el mayor, se encuentran bordeados por decoración de talla propia del siglo XVIII, circunstancia que les otorga un acusado carácter barroco. Obviamente, y dada la crónica señalada, el conjunto resulta un tanto ecléctico, si bien ello le otorga un valor añadido, pues, pese a ser la composición un tanto extraña, sobre todo por lo que al mueble principal se refiere, ello tiene como consecuencia igualmente la supresión de cualquier obstáculo en su concepción expresiva.

Existe, además, un retablo de carácter rococó en una de las capillas situadas en la nave de la epístola. Provisto de planta mixtilínea y dividido en banco, cuerpo único y remate, puede tratarse de una realización del maestro Juan de Aguirre. El cuerpo único se halla dividido en tres calles por medio de dos columnas de capitel compuesto y placas de rocalla en sus fustes, disponiéndose en los extremos de sus laterales pilastras también compuestas. La única imagen existente es la del titular, San Miguel Arcángel, obra que anuncia ya los principios neoclásicos, si bien es obra de cierta calidad. El veinticinco de febrero de 1579 doña María de Guevara y Martín de Múxica contrataron con Pedro de Goicoechea un retablo para la capilla de Santiago de la Vera Cruz. Conviene destacar, además, el retablo existente en la capilla de Isasaga, con varias tablas pintadas y el relieve de San Gregorio, realización que corresponde al siglo XVI.

Junto a la parroquia se sitúa el edificio de Correos, casa solar de la familia Múgica en realidad y que en origen sería una casa torre. Albisu, Isasaga, Barrena Txiki y el palacio Barrena son también construcciones de interés. Por lo que al último edificio se refiere, es una construcción de amplias dimensiones provista de planta rectangular. Erigido entre fines del siglo XVI y principios del XVII, se cubre a cuatro aguas. Destaca la fachada que da al lado del mediodía, ubicándose en su primer y segundo piso un gran arco central, mientras que a sus lados hallamos otros de menores dimensiones. El palacio Zabala es otra construcción sumamente destacable. Provisto también de planta rectangular y cubierta a cuatro aguas, sobresale su fachada principal, provista de un doble arco coronado por un ostentoso escudo. Por otro lado, conviene destacar también la existencia de algunas piedras talladas en este templo, realizaciones de modesta factura y probablemente pertenecientes al siglo XV.

En la plaza de la localidad también encontramos una serie de edificios de incuestionable interés. Así, la casa consistorial es una construcción neoclásica, debiéndose su diseño a Alexo de Miranda. Erigida en 1798, supone la actualización, por así decirlo, del modelo unánimemente aceptado para el tipo edificativo. Se halla provisto de un pórtico en la planta baja, destacando en esta ocasión su profundidad y el uso de los soportes. De esta forma, la fachada principal tiene en su planta baja tres arcos a los cuales se superponen las dos plantas superiores. El piso noble presenta el habitual balcón corrido, al cual se superponen en el centro el escudo de la localidad y un reloj. Fiel a los principios del periodo, la depuración de líneas y la sobriedad de formas se imponen en su desarrollo, constituyéndose en un acertado exponente de este tipo de construcciones en el periodo señalado. El Mercado es una construcción de planta irregular y abierta, fabricada en hormigón armado y provisto de columnas gigantes provistas de capiteles corintios, situándose la cubierta a doce metros de altura y provista de ornamentación y floreros de piedra. Realizado entre los años 1924 y 1925, el autor del diseño fue José Gurruchaga. Pese a su evidente carácter funcional, es, por tanto, una realización de marcado carácter clasicista, aunando el pragmatismo y la solemnidad. La casa Abaria es, por su parte, una realización del siglo XVII. Preside su fachada principal el escudo de la familia, con una disposición ciertamente severa en su concepción, de acuerdo a los principios clasicistas que durante el periodo en cuestión regían. La casa Sujeto, identificada igualmente como del Duque del Infantado, fue reconstruida tras un incendio acaecido en 1738. Destacan sobremanera las pinturas de carácter neoclásico situadas en su fachada. En una calle cercana encontramos la casa de Ibarbia, construcción palaciega en origen, si bien convertida en vivienda vecinal, y donde apreciamos un soberbio balcón en esquina de fines del siglo XVI. El casco histórico de Ordizia fue declarado Bien Cultural con categoría de Conjunto Monumental (BOPV de 27 de marzo de 1996).

Por lo que a la escultura pública se refiere, en la residencia de ancianos hallamos el Homenaje al Dr. Fleming, 1881-1955, realización anónima de 1982. A Félix Alangüe se debe la obra sin título situada en el polideportivo, desarrollo de robre efectuado entre 1989 y 1990 que presenta, sobre una superficie plana, elementos con diferentes direcciones. Aitor Mendizábal es el autor del desarrollo existente en el palacio Barrena, parte de una figura humana en cuclillas colgada de una estructura metálica que el autor efectuaría para la blasonada en 1991.

Fuera del núcleo urbano se sitúa la ermita de San Bartolomé, considerada primitiva parroquia de la localidad. Se trata de una modesta realización, que sufrió una importante renovación en el siglo XVIII. En su interior se sitúa el retablo de San Bartolomé, erigido entre 1735 y 1736 por Martín Antonio de Alliri y Juan de Ugartemendía, encargándose de la imagen titular Juan Asensio de Ceberio. El puente de Akarte se realizó en el siglo XVIII. El caserío Zabale posee una torre en uno de sus lados, recia realización que junto con el escudo que mantiene la construcción otorga su particular fisonomía a esta realización. Por último, también se han destacado los caseríos Bustuntza, La Granja y Mariaratz.

Ignacio CENDOYA ECHÁNIZ
Profesor de la U.P.V.-Euskal Herriko Unibertsitatea