Lexikoa

MISIÓN

Condensadores de religiosidad popular. Bayona centra nuestra atención. Vaillet nos ha conservado el recuerdo de la misión que Monseñor de Prielé encargó a Bayona en 1682 por el P. Gaune, capuchino. El siglo XVII fue testigo de varias otras misiones que se organizaron en toda la diócesis. La más memorable tuvo lugar en Bayona en 1775. Se plantó una cruz en la plaza Bourgeoise contra el parapeto del Réduit.

Congregation de Missionnaires de Hasparren. Fue fundada en 1821 por Mgr. D'Astros para las misiones en parroquias de habla vasca. Su fundador real fue el abate Jean Pierre Garat, natural de Hasparren, que murió en 1846 en olor de santidad. La casa de estas misioneras se estableció primeramente en Bayona. Fue luego trasladada a Larresoro y finalmente a Hasparren (Lab.). El voto de obediencia y pobreza se hacía por un año. Disuelta la congregación en 1830 reapareció en 1833 adoptando sus reglas Michel de Garicoits. En 1840 Mgr. Lacriox abolió los votos. Hacia fines de siglo el abate Arbelbide, de Çaro (B. Nav.) ensayó de transformar la obra del abate Garat en Congregación autónoma pero fracasó ante la oposición de la autoridad diocesana.

El franciscano Juan José Areso (Bigüezal 1797- +Saint Palais-Bayona 1878), restaurador de la Orden franciscana, antes que franciscano había llegado a sacerdote, a abad de Bigüezal, su pueblo, y a beneficiado de Lumbier. Finalizado en 1825 su noviciado en Olite, desde 1826 al 1836 le dedicaban sus superiores a las misiones populares por los pueblos de Navarra. En 1837 al llegar a Bayona, camino de Génova, adonde debía embarcar para América como misionero, recibía una carta del General de la Orden, Bartolomé Altemir y Paul, desterrado éste en Burdeos, quien le comunicaba desistiese de su viaje pues sus Américas estaban aquí. Su estancia en Bayona se iba a prolongar «temporalmente» once años (1837-1848), con un destierro en Pau, por razones políticas, al trabajar entre españoles desterrados a Francia. 1848, el año de las verdaderas revoluciones, le llevaba a Jerusalén y a Egipto, vía Roma, para recibir de repente nueva orden del General de restaurar la Orden en Francia. En junio de ese año volvía a Bayona, para ejercer con verdadero éxito su cometido. Ganadas para su causa las mejores plumas francesas, organizaba toda una campaña propagandística en favor de la restauración de los colegios misioneros franciscanos en Francia y en España. El país vecino comprendía no sólo las razones religiosas urgidas por Areso, sino las políticas, toda vez que los misioneros franciscanos podrían ser excelente prolongación de la cultura francesa en las misiones extranjeras donde estuvieran. Mientras tanto la torpe política española del momento no llegaba a comprender estas ventajas, dejando en vía muerta las iniciativas de Areso al respecto. A años de desbordante actividad en todos los campos, cuya consideración nos llevaría lejos, siguieron otros difíciles, retirado en el convento de Saint Palais, cerca de Bayona, donde a lo largo de su dilatada vida, también había publicado desde aquí la mayoría de sus obras: Cartas cristianas (1838), Obsequio católico (1839), Grito de religión (1839), Cartas morales (1841).

Otro forjador del temple católico vasco del siglo XIX, tan nombrado como poco estudiado también en este aspecto de misionero popular, lo es el canónigo donostiarra Vicente Manterola. Su fama de orador, además de traspasar las provincias hermanas, llegaba a penetrar en la misma Corte, predicando a Isabel II en el Palacio Real de Madrid y aludiendo sin empacho a sus extravíos. Su fervor sobresalía también no sólo en los sermones dirigidos a las Juntas Generales de la provincia de Guipúzcoa, sino también en las mismas fiestas patronales de San Prudencio en Vitoria en 1865. Allí llama la atención, en particular, sus alabanzas a la independencia de las provincias vascongadas, jamás conquistadas y a la bondad de sus costumbres. Las ideas sobre la lengua vasca, aunque pudieran hacernos sonreír hoy, bien pudieran traerse aquí, como signos -que significan- de toda una época: «No temo ser exagerado, M. N. y M. L. Provincia, cuando aseguró que allí donde se hable el vascuence, es imposible la idea panteísta que, en su horrible desnudez, es la resurrección de la idea pagana (...). Es una lengua en que la blasfemia es imposible, una lengua que jamás se ha visto salpicada por la inmunda baba de Satanás. No, jamás se ha blasfemado en vascuence. La blasfemia es antiforal, porque es antirracional y anticristiana». La manipulación de los fueros, pues, está unida estrechamente a la de catolicismo, como conceptos inseparables, en los escritos y en las prédicas de Manterola, de Rodríguez de Yurre, de Balbuena, de la clerecía vasca, desde y antes de la mitad del siglo XIX.