Lexikoa

MISIÓN

El eco de Trento. La historia del Concilio de Trento quedará infinitamente ligada a la historia de predicadores reformistas vascos. Destaca Juan Bernardo Díaz de Luco (1495-1556). Hijo ilegítimo y sacrílego -«de subdiacono et soluta genitus»- tenía que ser dispensado de esta tacha para ingresar en la carrera eclesiástica. El probable nombre de su madre fue María de Lequeitio, natural de Luco (Álava), cerca de Vitoria, y el de su padre, Cristóbal Díaz, racionero de la catedral de Sevilla. Destaca la seriedad de Díaz de Luco en afrontar la misión episcopal, liberándola de una imagen exclusivamente administrativa. Para ello escribe el libro, insustituible y significativo, «Instrucción de perlados», publicado en Alcalá de Henares (1530), cuando tan sólo contaba 30 años de edad. En sus treinta folios de pequeño formato, distribuidos en 37 capítulos, aparece el eje imantador de toda su vida: la franqueza y seriedad al afrontar los problemas. Su experiencia misional, sin otorgar la primacía a la predicación que concederán autores posteriores, la considerará desde el punto de vista más práctico de los males que se siguen de la ignorancia, sobre todo, en pequeños lugares o villorrios de montaña. Desde 1545, ya obispo de Calahorra, su preocupación inmediata consistía en celebrar sínodos primero en Logroño y después en Vitoria (24-II-1546). Sus declaraciones cuajaron en la colección de «Capítulos de reforma y buen gobierno», en la «Escritura de capitulación y concordia con el señorío de Vizcaya» sobre la visita de sus iglesias y su solidaridad vascongada al establecer la capital alavesa como su lugar de residencia, seguida de Logroño y mucho más lejos Calahorra o La Calzada. Convocaba a misiones populares en 1554 para todo el País Vasco y La Rioja, encomendándolas a los jesuitas, sin dejar de visitar las iglesias de Vizcaya, Alava y Oñate. San Ignacio ratificaba su celo con precisión notarial, denominándole: «ángel de los vascongados».
Hay que recordar a los capuchinos Gaspar de Viana (+Viana 1676) y Jaime Corella (+Los Arcos 1699). Este último por su elocuencia y profundidad fue designado por Carlos II predicador real, amén de sagrado orador en las Universidades de Alcalá, Valladolid, Salamanca, Huesca y Zaragoza) y las misiones populares de Madrid y otras grandes ciudades de la península.

Del mismo siglo otros dos magníficos de distintas Ordenes. El trinitario José de la Santísima Trinidad (+Caparroso 1622). Llamado antes García de Aragón, de sangre real, pasaba a ser el brazo derecho del fundador de la Orden, introduciéndola él mismo en Pamplona, Madrid, Alcalá y Zaragoza, a través de apocalíticos sermones, muy al uso en la época, refrendados con milagros y públicas mortificaciones. Juan de Palacios (+Argel 1616), mercedario, que esperaba sus signos, cuajados de heraldos, muy propios de su Institución, al servicio misional aquí y en Argel, logrando realizar dos redenciones. Por la primera (1591-2) daba libertad a 228 cautivos y por la segunda (1595) a 209, quedando naturalmente él como rehén. Moriría mártir.