Lexikoa

MISIÓN

Misioneros,vascos de las grandes Órdenes II.Los agustinos. La Orden Agustiniana fue la primera que se estableció en Filipinas, iniciando a su vez a los indígenas en los caminos de la civilización. Hay que recordar en primer término a Andrés de Urdaneta (Villafranca de Oria 1508-México 1568). Soldado y capitán en la expedición de Loaisa a Filipinas. Viajero en 1526 por Mindanao, Tidore y Ternate, por Banda, Java y Malaca llega a la India en 1535. Después a Lisboa en 1536 para dar razón de sus empresas a Carlos V en Valladolid. Ausente éste, informa al Consejo de Indias. Con Pedro de Alvarado sale en 1538 para Nueva España. Desde 1539 a 1552 desempeña en México cargos tan importantes como el de corregidor de los pueblos de Avalos. Ya agustino (1553), Felipe II en 1559 le designa para dirigir la expedición mandada por Legazpi, llegando a Cebú (Filipinas) en 1565. El mismo año saldrá para México en busca de la ruta del tornaviaje. Salta a la palestra del protagonismo filipino otro agustino vasco, Andrés de Aguirre (Vizcaya siglo XVI-Manila 1593). Elegido por Urdaneta para Filipinas en la expedición de Legazpi, llegaba a Cebú en 1565. Asediado por la responsabilidad, con cargos de gobierno en la Orden, regresaba a España o viajaba a Roma, siempre en busca de refuerzos. En la primera reclutaría misioneros (nueve en 1578 y 23 en 1593) y de Roma obtendría privilegios excepcionales del papa Gregorio XIII y luego de Sixto V. Y al asa de los dos Martín de Rada (Pamplona 1553-Manila 1578). Pese a haber sido presentado por Felipe II para el obispado de Jalisco, en Guadalajara de México, prefería la simplicidad del misionero en la expedición de Legazpi. En 1575 pasaba a China en calidad de embajador. Entre otros sanjorges agustinos de Filipinas, el marquinés Francisco Ugarte, intrépido visitador de Cebú con sus cuarenta parroquias, tragado por la mar de vuelta a Europa en 1693, para ocupar los cargos de comisario en España y definidor de la Orden en Roma. Vicente Ibarra, durangués austero, que con fructíferos 18 años, desembarcaba en Manila para inseminar virtud y ciencia a lo largo de su vida. Diego de Alday, bilbaíno, predicador y escritor magnífico en lengua tagala. Antolín Arriaga, vizcaíno, dinámico, vivo y experimentador en los montes de Pampanga entre los Italones y Abacaes desde 1699 a 1707. El tesonero, modesto y talentoso Baltasar de Isasinaga, que entre otros libros, a su muerte en 1723 dejaba uno sobre «Dispensaciones necesarias» para la conversión de los indígenas. El vitoriano Blas de Urbina (+1751), el bilbaíno Domingo Orbegozo (+1747) de vida asendereada entre sus mismos frailes tanto en Manila como en México, el mondragonés Juan de Lecea (+ 1618), extremoso en todo, concibiendo su vida como batalla, siempre en liza «contra la carne, el demonio y el mundo» en las misiones Bisayas y en sí mismo. Juan García (+1699), natural de Alava, de corte contrarreformista y de actuaciones espectaculares muy de la época, con usos de indulgencias, reliquias de santos y predicaciones tremendistas a los indios Ilocos. Juan Bernaola (Mañaria 1706-Manila 1779), con sumisa entrega misionó en Batanga, Bulacan, Tambobong, Pasig y Tondo. Valiente, desaprobó con toda energía la expulsión de la Compañía de Jesús de España, por lo que se le formó expediente. El por su parte, la difundiría con todas sus ganas y medios por las Islas Filipinas.

Capuchinos: los Demóstenes del pueblo vasco. Entre estos «Demóstenes del pueblo» en el siglo XVI citemos a Francisco de Pamplona (Pamplona 1597-La Guaira-Venezuela 1651). Su verdadero nombre Tiburcio de Redin y Cruzat escalaba, antes de ser capuchino, los puestos de capitán, maestre de campo y general de galeones. Exagerado en todo, bajo el hábito frailuno siempre afloraba un genio aventurero e inquieto. Los inicios de la misión del Congo para la que había sido destinada una expedición carmelita italiana, tan sólo pudo llevarse a cabo gracias a sus gestiones ante Felipe IV, que le honraba con su amistad personal. Fray Francisco se convertía así no sólo en el verdadero jefe moral de la empresa, sino en uno de los primeros misioneros de la Orden en Africa y en arcabucero del Padroado portugués, al agregar varios capuchinos españoles, designados por «Propaganda Fide» a la expedición. Con esta simple iniciativa Francisco de Pamplona había asomado su oreja de diplomático, hombre de mundo y de mar a su vida ya de religioso. El prefecto de la misión creía conveniente enviarlo a Madrid y Roma, a donde llegaba en 1646, para gestionar otras expediciones. Entre el inteligente secretario de la «Congregación de Propaganda Fide» y el capuchino navarro se planeó todo un despliegue en las costas occidentales de Africa y en las regiones olvidadas por los misioneros de otras Ordenes. Lograría escamotear la política cerrada del Consejo de Indias con los derechos del «Patronato español» y atemperar mil veces los monopolios de las cuatro Ordenes misioneras oficialmente reconocidas, de la mano del mismísimo Felipe IV, contra los estatutos vigentes todavía de Felipe II. Destacan también Matías de Marquina (Marquina 1696-Madrid 1769), abogado antes que capuchino y por nombre Juan de Olave y Miguel de Pamplona (Pamplona 1719-Madrid 1792), coronel de regimiento de Murcia y de nombre Miguel González Bascourt de Grigni. Olave, recién ordenado sacerdote, marchaba a Orán, asistiendo personalmente a los enfermos de los hospitales, quedando su nombre unido íntimamente al P. Isla por la «Historia de fray Gerundio de Campazas». De Grigni, ya capuchino, pasaba en 1776 a las misiones de América como visitador de todas las misiones encomendadas a los capuchinos españoles en Venezuela, recomendado por el mismo Carlos III. El Consejo de Indias recompensaba sus servicios eligiéndole obispo de Arequipa, obispado al que renunció inesperadamente tres años después. Del siglo XIX son dos de las vidas más apasionantes de capuchinos vascos. Esteban de Adoain (Adoain 1808-Sanlúcar 1880) y Jacinto Martínez (Peñacerrada 1812-Roma 1873). Sobre Esteban se cernirían todos los peligros, todas las exclaustraciones, todos los desastres de las carlistadas. Incansable además con los indios del Apure en América, como en Cuba a las órdenes de San Antonio María Claret, en Guatemala, El Salvador... y recalando en momentos de dificultad en los conventos de Ustáriz o de Bayona, desde donde empezó la restauración de la Orden en nuestro país. Por Martínez y Sáez desfilaría toda la vida del siglo XIX y se embarcaba en ella como protagonista. Misionero en Venezuela, México y Cuba, pasaba también como restaurador de su Orden en España. Obispo de La Habana en 1865, participaba en el concilio Vaticano I, después de ser retenido un mes en la cárcel de Cádiz por la policía española. Senador por la provincia de Alava, compaginaba su elección con la publicación de escritos apologéticos.

El Malabar para los carmelitas. ¿Cuándo comenzó la Orden de los carmelitas descalzos a preparar evangelizadores para las misiones exteriores? En el primer capítulo de la Orden, celebrado en Italia en 1605, todos los superiores, incluso el General, se brindaban a ir a las misiones, renunciando a sus cargos. Interesa la trayectoria misionera de los carmelitas en Malabar, en los reinos de Cochin y Travaconsa, en el Extremo Oriente. Destacan Zacarías Salterain y Vizcarra (Abadiano 1887-Alwaye-India 1957), Juan Vicente Zengotita-Bengoa (Bérriz 1862-San Sebastián 1943) y Aureliano del Santísimo Sacramento (Basauri 1887- Alwaye 1963). El primero llegaría a ser una verdadera autoridad de filosofía hindú. Desde el seminario interdiocesano de Puthempaly-Alwaye serviría de catalizador de dicha filosofía con el horizonte católico. Para Salterain desde 1912 a 1957 su principal cielo misionero sería tal seminario, donde ocuparía los cargos de mayor influjo en el espíritu y en la cultura de los seminaristas. Rara, además, sería la asamblea de tipo religioso y científico, donde el P. Zacarías no tomara parte activa. La civilización cristiana nunca estuvo como en él más clara a modo de presencia conciliadora frente al hinduismo. Zengotita-Bengoa, después de una etapa burgalesa, profundamente cualificada, con la fundación del periódico «El Eco Burgalés» (1900), pasaba a fundar también en Malabar en 1904 la revista «Promptuarium Canonico-Liturgicum», que dirigiría hasta su regreso a España en 1917. Cautivado por el surco de la publicidad fundó y dirigió primero en Pamplona y después en San Sebastián «La Obra Máxima» desde 1921, prácticamente hasta su muerte. Fray Aureliano se distinguió, en los dos seminarios de su destino: Puthempaly y Alwaye, como el verdadero forjador del clero indígena, pues durante su permanencia se ordenaron en ellos 1.500 sacerdotes. Además de sus clases de teología dogmática, mística, pastoral y su responsabilidades de gobierno, organizaba los Congresos Eucarísticos Nacionales de Goa (1931) y Madrás (1939), promovía todos los regionales, colaboraba en los internacionales, dirigía la revista «Eucharist and Priest»... El Vaticano le concedía la medalla «Pro Ecclesia et Pontifice» (1937) y el Gobierno español, la de San Raimundo de Peñafort (1954). Nunca estuvo más clara la herencia misionera carmelita que en otros dos vascos del siglo XX. Severino de Santa Teresa (Bérriz 1885-Amorebieta 1962) y Francisco Luís Irizar Salazar (Ormaiztegui 1909-Tumaco-Colombia 1965). El vizcaíno, después de su preparación en Lovaina y Viena, organizó como prefecto apostólico la misión de Urabá en Colombia. Por su parte el guipuzcoano, en Urabá, pasaba a la misión de Tumaco, también en calidad de prefecto apostólico, transformándola totalmente. Nombrado obispo de la misma en 1960, asistía al Vaticano II, cuando un infarto le arrebataba la vida en plena madurez.

Sombra universal claretiana. Si una Congregación moderna ha hecho espaldas al País Vasco ha sido la de Misioneros Hijos del Corazón de María, fundada en 1849 en Vic (Barcelona) por San Antonio María Claret. Alrededor de 1.500 hijos ha dado Euskal Herria a la Congregación Claretiana a lo largo de su historia. De los cuales, su inmensa mayoría han fallecido en el extranjero y muy pocos, casi excepciones, en la tierra que les vio nacer. Ya la necesidad de evangelización y misionerismo trajo a Claret en persona al País Vasco en el siglo XIX. Sin olvidar su reconocida influencia en la creación de la diócesis de Vitoria ( 1861 ), visitaba el país por primera vez en el verano de 1866 acompañando a Isabel II. En Zarauz, San Sebastián, Loyola y Vitoria iba a dejar oir su palabra. El Semanario Católico Vasco-Navarro, subrayaba el hecho de haber predicado en Vitoria diez sermones durante las 66 horas de estancia en la ciudad, empleando aproximadamente en cada sermón una hora. Su segunda venida data del verano de 1868. Claret, unido también esta vez a la familia real, se asentaba en Lequeitio para pasar después a San Sebastián entre las inestabilidades de la revolución «Gloriosa». Y dentro de este espíritu, los claretianos vascos no han dudado en trabajar en sus zonas misionales más significativas que, por orden cronológico, son: Guinea Ecuatorial (1883), Choco-Colombia (1909), Darien-Panamá (1926), Tocatins-Brasil (1926), Tunki-China (1933), Basilan-Filipinas (1951), Japón (1952), Honduras (1967) y Norte de Potosí-Bolivia (1971). En Guinea, el 27 de enero de 1885, en la 2.ª expedición claretiana, llegaba el primer claretiano del País Vasco: el hermano Melitón Huici. Desde entonces, 78 claretianos de Euskal Herria (42 sacerdotes y 36 hermanos: el 21 % de todos los claretianos que misionaron la Isla y Continente), han ido dejando lo mejor de su vida y juventud en la promoción humana y cristiana del pueblo guineano. Hay que recordar a Ignacio Meabe, Vidaurreta, Iturriza, Nieva, Vidart, Artieda, Laplana, Arregui, Legarda, Senosiain y Marcos Ajuria, quien, a sus dotes de superior y expedicionario, añadia su pluma como director de las revistas «La Guinea Española» y «El Misionero». Tampoco conviene olvidar a Olangua, a Reparado Echeverría, que sabía expresarse en la lengua de los kombes, junto a Natalio Barrena, autor de una Gramática Annobonesa, un catecismo, el Diccionario Fa d'ambu y el mapa de la Isla, así como otros escritos lingüísticos y etnográficos muy interesantes. Por otra parte, hablar de Darién en Panamá es recordar a misioneros tan dignos, erguidos, atentos y activos, como Aramendía, Irañeta, Jaurrieta, Ocharan, Ochoa, y, sobre todo, Jesús Erice, con cuarenta años entre los kunas. Natural este último de Múzquiz y gran conocedor del pueblo y lengua kuna nos ha dejado obras como: Catecismo del Vicariato, Epístolas y Evangelios, y la prestigiosa Gramática de lengua kuna. Es sorprendente la presencia vasca en este vicariato, donde todos los obispos han sido y son claretianos vascos: Juan José Maiztegui (1926-1934), José María Preciado (1934-1955), el corellés Jesús Serrano (1956- ), Marcos Zuloaga (1976) y Carlos María Ariz (1981- )

Misioneros vascos en pleno nacionalcatolicismo. El 5 de marzo de 1940 el ministro Beigbeder escribía: «La acción civilizadora que en otras épocas realizaron los misioneros españoles no sólo tiene importancia histórica y valor retrospectivo, sino que perdura y en múltiples países es hoy continuada... Su labor es merecedora por todos conceptos del apoyo del Estado, que debe prestarle la ayuda posible para su mejor encauzamiento y provecho en el aspecto cultural, como siempre lo hizo en los siglos de engrandecimiento y esplendor. A los expresados fines, y con objeto de asesorar debidamente a este Ministerio, se constituye el Consejo Superior de Misiones, en el que estarán representadas todas las Ordenes Misioneras españolas». La Secretaría del Estado Vaticano enviaba una nota a la Embajada de España (25-V-1940) (Pío XII): «El Padre Santo se ha enterado con el más vivo interés de la creación del Consejo Superior de Misiones, y, complaciéndose paternalmente en los nobles motivos que han inspirado esta laudable iniciativa, expresa la firme creencia de que producirá copiosos frutos, no sólo para la Iglesia sino también para la nobilísima nación española». Cuando veinte años más tarde este Consejo haga recuento de sus actividades en grueso volumen de 932 páginas, titulado: «España misionera», lo escribirá como homenaje de reconocimiento al misionero. Veintiséis mil doscientos sesenta y cuatro misioneros habían marchado por los cinco continentes. Euskalherria asomaba por encima de otros lugares y regiones, en rivalidad tan sólo con Burgos, Palencia, Barcelona y León. Así pues, primero Navarra, ofrecía 1.290 religiosos y 2.445 religiosas, es decir, 3.735, ocupando el primer puesto de todas las cabeceras nacionales y congregacionales, seguida de Burgos con un total de 2.253. Después Guipúzcoa con 1.707 religiosos en total, Vizcaya con 1.334 y Alava con 905. 57 Institutos masculinos y 190 femeninos.