Lexikoa

LOS HEREJES DE DURANGO

Relato II. "Por esto cesó aquella herejía" (Cuarta Crónica), pero no completamente pues, "durarán aquellos errores hasta el tiempo del Rey Don Enrique IV" (Zurita), "e aun hasta oy (1480-1490?) se cree que dura la herejía en algunos de Durango" (Valera). "Los que este error siguieron fueron llamados Terceras, aunque no tuvo principio en Durango, como algunos han escrito, sino que este mal fraile procuró de sembrarlo allí" (Garibay). Esto es lo que nos dicen las fuentes, analizadas en el capítulo anterior, sobre el suceso de los herejes de Durango. Ya que recogida la opinión tradicional sobre la suerte de las piezas del proceso que el presbítero Aguirre consigna en su nota. Labayru dice que "con los nombres y penas de los sentenciados que colgaban de carteles y listas se conservaron los protocolos jurídicos canónicos en el coro de Santa María". Los franceses destruyeron parte de ellos en su estancia en Durango, y después, en 1828, un alcalde "diz que mandó quemar los restos para que no sirviesen de oprobio a los vecinos" (Labayru. Señorío de Vizcaya, t. III, p. 1 10, nota). Esta noticia se encuentra en D. Vicente de la Fuente, quien dice que el tal alcalde tomó su resolución "para evitar las burletas que hacían a los de Durango preguntándoles por los Autos de Fray Alfonso" (V. De la Fuente. Historia Eclesiástica de España, t. IV, p. 458, nota). Labayru publica una curiosa lista de penitenciados de hacia el año 1500, tomada de un papel sin encabezamiento incluido en la colección manuscrita Antigüedades de Vizcaya que el señor de Magutegui conservaba en su casa de Marquina. Dice que la letra parece del siglo XV o principios del XVI, y que se trata de la copia de un documento desconocido adicionada por el copista con la noticia de que eran luteranos, lo cual para 1500 es un anacronismo. La lista comprende diez y siete herejes relajados, esto es, entregados a la justicia ordinaria, y seis reconciliados, casi todos vecinos de Durango. Entre los primeros no hay más que un solo varón, Juan de Unamuno, cuchillero, "relaxado apostata", los demás son mujeres, casadas o solteras. Dos figuran como señoras, D.ª María de Muncharaz y D.ª María Pérez de Mondragón, "relaxadas en estatua y exumados sus huesos por herejes apostatas". Dos más son esposas de un cinturero y de un pañero respectivamente; de otras dos se menciona el oficio y las dos son tejedoras (Labayru, obra citada, t. III, p. 102). Estos detalles merecen ser tenidos en cuenta para el análisis de la herejía de Durango que más adelante intentaremos. Labayru termina su referencia de los herejes de Durango con otra cita curiosa, "La región duranguesa -dice-, bien sea por ligereza o demasiada credulidad, adoleció en distintas ocasiones y épocas de flaqueza ante la fe. Además de esto y de las prácticas de la hechicería de las llamadas "sorguiñas", todavía en 1696 un dominico apóstata, fugitivo y embustero, fingiéndose médico, conmoró en Durango y visitó ciento veinte personas" sin que se le muriera ninguno de sus enfermos. Con esto, el supuesto médico adquirió arraigo y se casó con una doncella de buena familia, llamada D.ª Ana, y perseveró en la Villa hasta que su superchería y enredos se descubrieron. En 26 de enero de 1700 se vieron sus hazañas en audiencia pública del Tribunal de la Inquisición de Toledo. Se le condenó a reclusión perpetua, a cuatro años a pan y agua los viernes, y a comer la vigilia todos los días, más una disciplina circular delante de todos los religiosos. Llamábase fray Fuster (lugar citado, p. 113). No menciona Labayru la fuente de información. De todo lo que va expuesto y recopilado en punto al suceso de los herejes de Durango, junto a partes y detalles suficientemente establecidos, quedan otros dudosos, contradictorios, conjeturables, que es preciso aquilatar hasta donde sea posible. Para ellos importa definir el valor y autoridad de cada una de las fuentes utilizadas, para resolver, en cada caso, cuál merece más crédito. Desde este punto de vista, las fuentes se clasifican, aproximadamente en el mismo orden cronológico en que fueron enumeradas. El primer lugar corresponde indiscutiblemente a los documentos. Colocamos después, la Crónica de D. Juan II, por su autoridad de fuente a todas luces contemporánea, e inmediatamente la Cuarta Crónica General que por su lenguaje no ha de ser muy posterior a la muerte del rey, con que termina. Estas tres fuentes constituyen un grupo primero bien definido. En el segundo grupo forma con valor poco diferente, el pseudo-Bernáldez, Zurita, Garibay y Mariana. El tercer grupo lo integran las dos notas repetidamente citadas, entre las cuales encontramos digna de preferencia la del presbítero Aguirre, por las razones que se expusieron a su tiempo y por tener autor conocido. En lo que todas estas fuentes coinciden, que no es poco, podemos creer que tenemos la verdad histórica o algo que lo está muy cerca. En aquello en que difieren, que es bastante, precisa que nos conduzcamos con toda cautela y circunspección. Difieren las fuentes, como hemos visto, en la ortografía del apellido de fray Alfonso; pero quedan expuestas las razones por las cuales la forma Mella ha de ser aceptada como verdadera. Unas fuentes, las más (no las mejores), atribuyen a este solo fray Alfonso el origen de la herejía, pero la Cuarta Crónica General, dice, "unos frailes" y los documentos nos citan a un fray Guillén; esta coincidencia de dos fuentes de primer orden, que precisan, sin contradecir fundamentalmente, la información de todas las demás debe ser tomada también como definitiva. La patria de Fray Alfonso es detalle que resulta mucho más dudoso. La opinión de los informadores del P. Cuervo de que nació en Italia uno de los hijos del embajador, ni es precisa ni merece gran fe. Cuando Valera dice que nació en Zamora, pudo ser "lapsus" explicable pensando en autoridad que allí ejercieron sus hermanos. La noticia de Aguirre tal vez no pruebe más sino la tradición de que radicaba allí, en Durango, el solar y mayorazgo del heresiarca. Quede este punto por incierto. Ya no es tan recusable, aunque proceda de las fuentes menos fidedignas, la noticia de que Fray Alfonso profesó en la provincia de Santander y cerca de Laredo. El medio millar de prosélitos que le asigna la nota del P. Cuervo, ha de ser recogida como simple conjetura. En cambio merecen bastante fe las circunstancias de la casa en que vivió nuestro hereje y del uso de las trompas para comunicarse; dos detalles que reúnen todas las características de una bien definida tradición. Los proyectos políticos de fray Alfonso y la delación que los malogró merecen proceder de los documentos del proceso; su verdad se impone con bastante verosimilitud, de un lado en el ambiente de revuelta en que aquellos sucesos se engendraron, y de otro, en vista de la dura presión con que fueron castigados. Pero lo que más impresionó fue el aspecto deshonesto de la herejía. Sobre este punto, la Cuarta Crónica tiene toda la autoridad de que es capaz un documento anónimo. En cambio el doble amancebamiento de fray Alfonso, de que nos dice Aguirre, sabe a detalle más pintoresco que verdadero. Un detalle interesante y digno de aclaración es el que se refiere a la intervención de los inquisidores eclesiásticos. Es anacronismo la indicación de Aguirre de que aquellos inquisidores eclesiásticos eran los del Tribunal establecido en la ciudad de Logroño, pues que éste nació mucho después, con la organización de los Reyes Católicos. Esta inquisición no puede ser otra que la episcopal. Durango pertenecía al Obispado de Calahorra, y hemos visto que la Cuarta Crónica General hace intervenir a este obispo en la reconciliación de los herejes. Llorente menciona los procedimientos de D. Diego de Zúñiga, obispo de Calahorra, en 1442, contra fray Alfonso de Mella (Memoria histórica sobre cuál ha sido la opinión de España acerca del Tribunal de la Inquisición. Madrid 1812, p. 18). No dice la fuente de esta noticia, y cabe suponer que no hizo sino buscar en un episcopologio la fecha de 1442 que hallará en la Crónica de Juan II. Indica Labayru que en el 1444 aparece por obispo sucesor de D. Diego López de Estuñiga, D. Pedro de Castro, oidor también del Consejo Real, que murió en 1453. Decidirse por la intervención del uno o del otro, sin prueba fehaciente, es abordar la cuestión cronológica, que dejamos para después. Los cuatro mil hombres que escoltan a los inquisidores de Logroño es una fantasía de Aguirre, o de la tradición popular que él recoge. La cosa en sí misma no parece verosímil, a menos que concedamos a los planes políticos de fray Alfonso una importancia exagerada. Este ejército no será otra cosa que la "asaz gente" que con los poderes que era menester llevaran los dos alguaciles del rey, como se precisa en la Crónica particular. Esta nos merece fe completa en lo que nos dice de los pesquisidores y en todo lo que afecta a la intervención real, siendo bien lamentable que no consigne más detalles del proceso, ideas y ejecución de los herejes. En la suerte de fray Alfonso hay completamente unanimidad. Todos nos dicen que pasó al reino de Granada. Las dos notas modernas añaden que de paso tocó en Africa y residió allí algún tiempo. Además precisan el número de las mozas que le acompañaban, la nota del P. Cuervo en siete y la de Aguirre en dos; en la Crónica Real son "asaz mozas", "algunas" en Garibay y "muchas mozuelas" en Mariana. Parece que no responde bien a estas últimas indicaciones la simple bigamia de Fray Alfonso que dice Aguirre. Desde luego cuando éste afirmó que llegó a Sevilla debe entenderse a Granada, si su dicho no es un lapsus de redacción. La Crónica de Juan II dice que fray Alfonso murió jugando a las cañas. Garibay indica que los moros acabaron con él "cañabereándole" y Mariana afirma que murió "acañaberado". Juan Martínez de la Puente, en su epítome a la Crónica de Juan II (Madrid 1678, p. 234), explicaba que llamaban los moros "acañaberear, jugar con los pacientes a las cañas, esto es tirarle muchas, hasta que a golpes de ellas moría" y H. Ch. Lea, copia la explicación. "Acañaberear: herir con cañas cortadas con punta a modo de saetas; género de suplicio usado antiguamente", dice el diccionario de la Academia (1914). Que los herejes llevados a Valladolid y a Santo Domingo de la Calzada fueron atormentados, hemos de creerlos pues que nos dice Mariana; y lo mismo hay que admitir que las víctimas pasaron de cien porque lo afirma la Cuarta Crónica General. La referencia a los trece herejes quemados en Durango que se remite en las notas modernas parece respetable, ya procede de los documentos, ya se conservara en la tradición popular. Queda el problema más difícil, reservado para último lugar, a saber la ordenación o encadenamiento de los hechos y su cronología. La dificultad de esta cuestión estriba en que las distintas fuentes nos revelan siempre aspectos diversos de la herejía. La Crónica Real ignora la gestión de las autoridades de Durango; los documentos y referencias locales no saben nada de la intervención real. Así, la ordenación de los hechos que puede establecerse no pasa de ser una conjura más o menos verosímil. Desde luego, la base más cierta de la cronología son dos documentos. La circunstancia de que la relación de los sucesos la dé la Crónica en el año 1442 no prueba nada definitivo. La Cuarta Crónica General sitúa la herejía entre 1445, batalla de Olmedo, y 1452, muerte del Condestable. Las otras fuentes no precisan tiempo o se limitan a copiar la Crónica de Juan II. En cambio, los documentos encierran sobre el particular indicaciones tan breves como preciosas. Cuando en el documento primero el teniente del Prestamero pide ayuda para ejecutar la justicia que corresponde "contra todos los herejes que fuesen fallados de veinte años a esta parte", fija el límite máximo y probablemente excesivo del origen de la herejía. Cuando solicita que se pongan en secreto los bienes de los herejes "fasta en tanto que dicho señor rey entendiese e proveyese de remedio de justicia sobre la dicha razón", demuestra que la intervención cortesana fue posterior a la fecha del documento, 20 de agosto de 1444. En aquel mismo mes habían sido pocos los herejes, y en 2 de setiembre, fecha del segundo documento, hay ya "muchos adjurados e relasos una e dos e tres veces", lo que prueba que la formación del proceso por las autoridades locales, y aun tal vez la condena de los trece herejes había sido en el intervalo. Resulta que los autos de fe de Valladolid y Santo Domingo de la Calzada no pudieron ser hasta después de esta última fecha, y probablemente en 1445. Resumiendo, se deduce de lo expuesto que las predicaciones de Fray Alfonso empezarían por 1425 a 1430. En 1442 se revela el carácter e importancia de la herejía, acaso mediante aquella delación que nos dicen las notas modernas. De 1442 a 1444 sería la vigilancia de las autoridades, burlada con la invención de las trompas. A principios de agosto son cogidos los herejes que el teniente del Prestamero mayor reclama; se les hace rápido proceso y son quemados los contumaces. A primeros de setiembre, si no se ha ejecutado la condena, que es probable, muchos herejes se han ausentado por miedo de la justicia. La pesquisa del rey puede estar ya hecha, pero su justicia no se cumple hasta después. Con ella cesa aparentemente la herejía; pero reaparece bajo Enrique IV y se dice que duraba después de 1482.