Lexikoa

LOS HEREJES DE DURANGO

Las Fuentes II. Cuando Andrés Bernáldez redacta, por la traza de los precedentes, su capítulo sobre el establecimiento de la Inquisición, la referencia de los herejes de Durango desaparece por completo. Medio siglo después, Esteban de Garibay nos ofrece noticias interesantes sobre la herejía en su Compendio Historial (Barcelona 1628, capítulo 31, libro XVI, tomo II). La información de Garibay procede en parte de la Crónica de D. Juan II, a la cual se remite expresamente, y en otra parte mayor es original. Por lo pronto, él es el primero que llamaba "fratricellos" a los herejes de Durango y antes que Mariana, a quien cita Menéndez Pelayo. Además de Garibay se conocen como de ningún otro historiador español las circunstancias en que iba elaborando su obra, contadas por él, menudamente, en sus interesantes Memorias, parte de una obra más extensa, publicadas en el Memorial Histórico Español (tomo III, Madrid 1854). Y por añadidura Garibay es un vasco que trabaja en su tierra, en Mondragón, y que se interesa por los asuntos de la herejía hasta el punto de merecer el nombramiento, un poco "honoris causa", de familiar del Santo Oficio. Si a Mosen Diego de Valera, gran historiador, gran moralista y gran viajero, podemos pedir la definición de la herejía de Durango en relación de los grandes movimientos heterodoxos de la Europa medieval, de Esteban Garibay (p. 43), coterráneo de los herejes y dueño de los secretos de la Inquisición, podríamos esperar, legítimamente, un relato circunstanciado y extenso de aquellas alteraciones. Uno y otro, sin dejar de acudir a nuestras esperanzas, nos defraudan en la misma medida. Ya se han visto hasta qué punto son breves y limitadas, con su gran interés, las aclaraciones de Valera. Garibay toma de la Crónica lo que se refiere a la fecha y promotor de la herejía, la información dispuesta por el rey, castigo de los herejes y fin de Fray Alonso de Mella. Al decir que éste "avía caydo en las herejías y viciosos errores de los Fratricellos" añade la historia, a grandes rasgos, de tales heterodoxos, que más adelante se recogerá, y termina informándonos de que "los que este error" (de Durango) siguieron fueron llamados Terceras, aunque no tuvo principio en Durango, como algunos han escrito, sino que este mal fraile procuró de sembrarlo allí" (Compendio historial, Tomo II, p. 473). Esto es lo que dice Garibay en su Compendio, escrito de 1556 a 1566: desde 1559 era familiar del Santo Oficio en la villa de Mondragón, su patria, donde lo escribía (Garibay, Memorias, pp. 271, 273 y 284). En 1552 publica el P. Mariana la primera versión latina de su historia, De rebus Hispanie, que después tradujo al castellano con diversa fidelidad (Biblioteca de Autores Españoles, Tomo 31, p. 118). La referencia de los herejes de Durango se repite invariablemente en ambas ediciones, como una de las causas principales por que andaban alterados los vizcaínos, "gente valiente e indómita". La pimera causa era que éstos tenían ciertas hermandades, confirmadas por el rey, las cuales acometieron los castillos de los nobles y sus haciendas, situando en su villa de Salvatierra al merino mayor de Guipúzcoa, Pedro de Ayala, al cual vino a socorrer su primo el conde de Haro. "La segunda ocasión de las alteraciones de Vizcaya era -diceque se levantó cierta herejía de los Fratricellos, deshonesta y mala, y se despertó de nuevo en Durango". Como se ve la derivación de Garibay es evidente. Resumiendo la intervención real, dice Mariana que, "se hizo inquisición de los que se hallaron inficionados con aquel error" y añade, noticia importante, "muchos puestos a cuestión de tormento y los más quemados vivos". Lo que sigue, salvo la ortografía del apellido de Fray Alfonso Mella por Mela, es la referencia tradicional de la Crónica de D. Juan II. El valor de estas noticias de Mariana es doble, por el detalle nuevo del tormento a que fueron sometidos los herejes y la confirmación implícita del gran número de los que murieron quemados, por un lado, y del otro por la relación que establece entre los sucesos religiosos y políticos de Vizcaya (pág. 44). Sobre esto último insistiremos en su lugar al discurrir sobre las ideas de los herejes de Durango. Con Mariana estamos ya en las postrimerías del siglo XVI, y por lo tanto muy lejos de 1442. Sus informes merecen incluirse en el catálogo de las fuentes narrativas sobre la herejía de Fray Alonso y sus compañeros, únicamente en razón del número tan reducido de tales fuentes y de las circunstancias que los avaloran. Fuera de lo que queda recogido, ni en los demás cronistas latinos y castellanos de los siglos XVI y XVII, ni en las publicaciones del País Vasco que hemos llegado a conocer se añaden noticias o comentarios valiosos de la herejía que nos ocupa. Labayru, ya citado, merece señalarse por haber tenido en cuenta los documentos del archivo, pero los utiliza según notas seguramente erróneas, y no saca de ellos el partido conveniente, limitada su información a lo poco que Menéndez Pelayo dijo sobre el caso. Todos los que vienen detrás de Mariana se limitan a utilizar parcialmente algunas de las fuentes enumeradas, nunca los documentos, ni la Cuarta Crónica General, ni el pseudo-Bernáldez, naturalmente, ni siquiera los otros juntos, bien analizados y comparados entre sí. De esta manera, lo que se encuentra entre los tratadistas de historia eclesiástica, (por ejemplo, en D. Vicente de la Fuente y en P. B. Gams que le copia la referencia) o en los que más concretamente han tratado las herejías (Geddes, Menéndez Pelayo), sólo puede servir como guía para el análisis, pero no como información sobre el suceso, el cual pasa desconocido en ocasiones en que pudiera esperarse otra cosa. Cuando a principios del siglo XIX, la Real Academia de Historia empezó a publicar su Diccionario Geográfico Histórico de España, del que sólo vieron la luz los tomos consagrados a las provincias vascas, el artículo de Durango, firmado por González Arnau, ignora a los herejes de 1442. Desde el texto de la Crónica Real, todos los que hablan de la herejía indican que Fray Alonso era hermano de D. Juan de Mella, obispo de Zamora, que después fue cardenal; y desde D. Nicolás Antonio, tales autores relatan las empresas literarias de este prelado, cuyos restos yacen en la Capilla de San Ildefonso, situada a lo pies de la nave mayor de la catedral de Zamora, en el centro de la que seria portada principal si aquella iglesia no las tuviera solamente en las naves laterales, lleva también el nombre del cardenal D. Juan de Mella, su fundador. Este había nacido en la misma Zamora en 1397, sirvió en Italia a Eugenio IV y Calixto III y recibió de éste (Alfonso de Borja) el capelo cardenalicio con titulo de Santa Prisca y murió en Roma el 13 de octubre de 1467. En su ausencia gobernó la Diócesis de su hermano Fray Fernando, obispo de Lidda en Palestina. La Capilla con bóveda de crucería y labores nacientes, guarda un precioso retablo de San Ildefonso, el titular, obra de Fernando Gallego y entre las sepulturas que contiene el apellido del fundador, sólo se encuentra en la del regidor Luis de Mella y Vázquez, fallecido en 1523. Esta noticia, que tomamos de Cuadrado (José María Cuadrado.-Valladolid, Palencia y Zamora. Sus monumentos y artes.-Barcelona, 1885, pp. 387 y 388), nos da el nombre de un tercer hermano del heresiarca y fija, con la autoridad de todo documento epigráfico, la ortografía normal de su apellido. Aquí sería ocasión de lamentar con Menéndez Pelayo y los que le siguen, la pérdida de aquellos documentos sobre la herejía que se conservaron cerca de cuatro siglos en la iglesia de Durango, de los que dice D. Vicente de la Fuente que se guardaban en el coro de la parroquia hasta que los quemó el alcalde en 1828 por evitar las burlas que hacían a los de Durango, preguntándoles por "los autos de Fray Alonso" (Historia Eclesiástica. Tomo IV, p. 458, Nota).