Egunkariak

La Constancia

«La Constancia» y el Estatuto Vasco de Autonomía. Nada más proclamarse la República Española (14 de abril de 1931), surgió en el País Vasco un movimiento municipalista en pro del Estatuto Vasco de Autonomía. Este movimiento alcanzó pronto unas proporciones insospechadas. La prensa del País no tardó en hacerse eco del mismo, si bien con posturas contrapuestas. Mientras unos periódicos lo defendían con gran entusiasmo, otros, con mayor brío si cabe, llenaban sus páginas con argumentaciones y propaganda en contra. Entre estos últimos se destacó «La Constancia». Organo del viejo integrismo incorporado ya al tradicionalismo, combatió la campaña oponiendo los Fueros al Estatuto y haciendo caso omiso de los acuerdos de las autoridades de su organización.

Después de haber sido taponado en las Cortes Españolas el llamado «Estatuto de Estella» se intentó preparar un nuevo proyecto de Estatuto, que, además, se adaptara a la nueva constitución republicana. Con este motivo el propietario del periódico, Juan de Olazábal, escribía el siguiente artículo: !Alerta, guipuzcoanos! Que por segunda vez se intenta pasaportaros el camelo del Estatuto ateo. Para darse uno cuenta de cómo trataba el asunto, es suficiente el siguiente párrafo:

«Era algo que sin juicio temerario se preveía. Estudiados los antecedentes, las uniones pasadas de nacionalistas, republicanos y socialistas, selladas con la presentación, juntas, de sus respectivas insignias, cerdeando en amigable consorcio desde los balcones de la Casa Consistorial, hecho público y notorio; todo el desarrollo de las elecciones, llenas de eufemismos, hipocresías y confusionismos, para ocultar lo que no se quería trasluciera al exterior, a fin de no perder la influencia católica que tanto valía en aquella lucha, con toda aquella habilidad del Estatuto de última hora y el artefacto preparado de los alcaldes, para sacarlos de su órbita administrativa haciéndolos directores de la política, cuyos mentores vivían agazapados entre bambalinas, fue algo que puede pasar una vez y que no volverá a pasar..., porque el pueblo no está dispuesto a servir de comparsa, en otra repugnante comedia contra Dios...» (5 de noviembre de 1931).

Su sectarismo e intransigencia era notoria. Sus argumentaciones caen, a veces, en el ridículo (v. la contestación de Juan de Olazábal a un artículo que desde el periódico «El Pueblo Vasco» le dirigía «Alcibar», 7 de enero de 1932).

El 18 de mayo de 1932 hacía el siguiente ofrecimiento: «Al que en el Estatuto vasco, ley que pretende ser básica de Euzkadi o Euzkalerría, encuentre una sola vez la palabra Dios, «La Constancia», a pesar de sus modestos medios económicos, le gratificará con 5.000 pesetas». Y cuatro días más tarde (22 de mayo) insistía. El Vicario de la Diócesis de Vitoria, en una carta fechada el 8 de junio de 1932, le ordenó que se abstuviera de tratar el Estatuto bajo el punto de vista religioso y moral. En esta carta se hace referencia a un artículo aparecido en dicho periódico tradicionalista y se dice que la prohibición del obispado no se limita a que se diga que votar el Estatuto es lícito o ilícito, pecado o no, sino que ni siquiera se pueda expresar eso de una manera indirecta, declarando, por ejemplo, que votar el Estatuto es aprobar una constitución atea y hacerse cómplice de su laicismo, ya que es ilícito atribuir tal intención a los que votaron el Estatuto.

El 19 de junio de 1932 tuvo lugar en Pamplona una Asamblea de Ayuntamientos Vascos que condujo a Navarra fuera del Estatuto. No tomaron parte en la misma algunos miembros importantes del tradicionalismo, defensores del Estatuto Vasco. José Antonio Aguirre se preguntará: «¿Por qué no vinieron aquellos hombres a la Asamblea? Por órdenes recibidas y por temor sin duda a la campaña de su propia prensa principalmente de «La Constancia» y de «Diario de Navarra». Pero ¿y los compromisos contraídos? ¿No obligaban más en conciencia ante su propio pueblo que las insidias con que se combatía una causa justa y razonable? Pudo más en ellos la pusilanimidad, perdonable, si no hubiera sido tan sangrienta para los destinos futuros de nuestro pueblo» (Entre la libertad y la revolución, 1930-1935, Bilbao, 1935, p. 297). Con motivo del plebiscito sobre el Estatuto Vasco, que se iba a celebrar el 5 de noviembre de 1933, el Partido Tradicionalista declaró libre a sus afiliados sobre el voto al Estatuto. Dentro del mismo surgió la división. Elorza, Oreja y Pérez Arregui defendieron el Estatuto, mientras en contra se pusieron el diputado alavés Oriol y «La Constancia». Oreja y Elorza escribían al periódico donostiarra en estos términos: «Contrarios o coincidentes con los argumentos que ha ido exponiendo, no considerábamos sin embargo oportuno el hacer pública nuestra conformidad o discrepancia. Pero ha llegado un momento en que la persistencia de su campaña consideramos que entraña notoria importancia e incluso gravedad. Y pues no considera como el más elemental deber de prudencia el que aquélla quede en suspenso hasta que las autoridades de nuestra Comisión emitan su juicio acertado y dicten las normas a seguir, también nosotros estimamos que faltaríamos al nuestro si en estos momentos críticos silenciásemos nuestro pensamiento que es diametralmente opuesto al suyo en el fondo y radicalmente contrario en cuanto a la norma de actuación» (v. Aguirre, J. A.: op. cit., p. 394). Días más tarde (8 de noviembre), pasado ya el plebiscito, el pretendiente Alfonso Carlos escribía al director del periódico:

«Querido don Juan de Olazábal. No sé cómo expresarte lo sumo agradecido que te estoy por lo muchísimo que trabajaste para que no se votase el Estatuto. Si no pudiste alcanzar lo que deseábamos, tienes el mismo mérito delante de Dios y de los hombres. Conozco bien lo indecible de tu labor. Recibe de mi parte un millón de gracias. Sé que tengo en ti uno de mis mejores adictos para sostener nuestros santos principios... Nuevamente infinitas gracias por todo lo que hiciste y con mis más cariñosas y agradecidas memorias, quedo, querido Olazábal, tu afectísimo, Alfonso Carlos». (Aguirre, J. A.: op. cit., p. 397).

Ya en el mismo 1936, a un mes escaso del inicio de la guerra civil, se escribía en el diario:

«Hoy, y en gracia a esos salteadores de nuestros derechos y representación, el carro se halla atollado con las siguientes pérdidas. Primera, que se ha esfumado del ambiente el estado de excepción de nuestro derecho para pasar al modesto plano inferior de igualdad con las demás provincias que piden también como nosotros la autonomía estatal. Segundo, que ipso facto aquel glorioso entorchado de nuestra excepción, por torpeza nacionalista y compromisos ocultos, ha venido a constituirse en la mente parlamentaria con odioso privilegio. Tercero, que dentro de ese modestísimo y vulgar estado de igualdad a que nos hemos reducido, todavía sufrimos la humillación de aparecer tutelados por Cataluña, por aquella Cataluña de quien decía Sabino de Arana que «jamás podrían confundirse nuestros derechos con los derechos de región extranjera alguna; que jamás haríamos de Cataluña, añadía, ciertamente no es la causa de nuestra patria ni hay siquiera semejanza alguna entre ambas» (sic). Cuarta, que dentro de ese régimen de igualdad estatutal provincial federativo por el que se camina, el Concierto económico nacido de un pacto foral tendrá necesariamente la oposición de todas las provincias españolas que, ambicionando Estatuto, no pueden tener concierto, lo que dada la condición humana habrán de considerarlo como privilegio en nuestro favor, ya que su amplitud económica excede con mucho a lo que conceden los Estatutos a las haciendas provinciales; y aquella igualdad será el pretexto para que el Estatuto por su Gobierno y excitado por la envidia de otras provincias degüellen nuestros Conciertos» (La obra anárquica del nacionalismo: Jamás tuvo Euskalerría enemigos tan taimados, 26 de junio de 1936).

Urbano ASARTA EPENZA