Egunkariak

La Constancia

La Dictadura de Primo de Rivera y «La Constancia». Desde el primer momento la apoyó plenamente, como puede deducirse del artículo Nuestro programa y el del directorio (16 de septiembre de 1923), así como del titulado Revolución sin sangre (20 de septiembre del mismo año). En este último se decía entre otras cosas: «Dictadura sí, dictadura militar necesaria para tener la audacia suficiente para poder derribar todo el viejo sistema político con todos sus vicios y defectos... Y después que los primeros pasos se hayan andado sin dificultad y nuevos hombres no gastados ni corrompidos acudan a la gobernación del Estado, entonces su labor terminó y debe reintegrarse a su puesto al frente del ejército...»

Este apoyo incondicional del primer momento se apagaría a medida que pasaba el tiempo. La Dictadura no cumpliría las esperanzas que en ella habían depositado los elementos integristas. Este proceso se pone de manifiesto en el artículo Inercia y Atonía social, firmado por «Doctor Recio» y publicado el 14 de noviembre de 1929. Aunque la cita sea un poco larga, merece la pena, ya que en ella se refleja la actitud de «La Constancia» ante la Dictadura:

«Al producirse el golpe de Estado en aquellas aciagas circunstancias en que el caos y las tinieblas eran profundos, fue la dictadura sol naciente, alrededor de la cual se agrupó la España católica, viendo en ella la espada exterminadora de todas las infames campañas contra la Iglesia, la familia y la propiedad, y la restauradora de la tesis y fueros cristianos. Muy a luego se vio que perduraban las mismas libertades de perdición convertidas en verdaderas licencias, porque la censura y las restricciones sólo alcanzaban la modesta esfera que pudiéramos llamar política, regida con criterio vario. Que en unos presupuestos donde tantos millones se consignaban para el progreso y resurgimiento material, faltaban los pocos necesarios para nuestra restauración moral, mediante la dotación necesaria al clero que de justicia le correspondía... En sus primeros manifiestos, tuvo el gran acierto el señor Primo de Rivera de distinguir sabiamente el verdadero regionalismo del separatismo. Se sintió y aspiró por unos días el espíritu vivificador del regionalismo tradicional que hizo grande a España, dispuesta a emular glorias antiguas. A poco anunció que aquello había sido una equivocación, y que todo regionalismo era separatismo; y convencido de ello, a ambos los midió con el mismo rasero. Otra gran masa de opinión que se retira como los plebeyos en Roma, al Aventino. Nadie dudó que el afortunado golpe de Estado en los momentos en que el Socialismo y Comunismo por la cobardía de Gobiernos que nos desgobernaban, se lanzaban al asalto de la propiedad con el puñal, la pistola Star y la tea incendiaria, caía muerto a sus pies para no resucitar; cuando de pronto los vemos convertidos en legisladores desde el Ministerio de Trabajo, y logrando desde arriba y con la presión gubernamental, a virtud de RR. DD. y RR. OO. y proyectos en ciernes, llevar a la realidad sus locas aspiraciones, con leyes de inquilinato, tribunales paritarios, sindicaciones impuestas, que forzosamente llevan en sus entrañas las luchas de clases, que va a ser el pie forzado en que se fundamente nuestro futuro Código Civil, y que limitan, cohiben y cercenan derechos ilegislables, a nuestro juicio, por ser muy anteriores al Estado y que han llevado el pavor y espanto a los propietarios, que es la verdadera solera nacional, que están deseando dejar de serlo, y a los acaudalados que en forma alguna quieren afincarse. Y hay que desengañarse: sin esta raigambre sólida, bien cimentada, amparada y defendida, no hay nación, porque ello repercute en la familia que es su primera célula, y no puede subsistir ésta sin aquel respeto venerando. Las consecuencias bien se palpan. Paralización cada día mayor de obras particulares; ausencia de capitales que se retraen de empresas, y se esconden o huyen. Toda esta potente clase propietaria que constituye la verdadera alma nacional se ha petrificado ante el Gobierno... y por ese camino, ni se consolida lo presente, ni se afianza nuestro crédito, ni encontrará la dictadura lo que con celo digno de tanto aplauso busca y se afana. ¿Ha equivocado el camino? A nuestro humilde juicio sí».

Al producirse la caída de la Dictadura (29 de enero de 1930), apenas se encuentran en el diario comentarios sobre el hecho. Simplemente se dan algunas noticias sobre el cambio, si bien se hace alusión al artículo que se acaba de citar.