Pintoreak

JIMÉNEZ ESCUDERO, María Paz

Pintora nacida en Valladolid, el 23 de octubre de 1909. Autodidacta. Madre del también pintor Carlos Bizcarrondo. En 1937 se estableció en la República Argentina, regresando en 1945 y fijando su residencia en Bilbao y San Sebastián. Su primera exposición fue en 1942 (Buenos Aires), calificándose su pintura de «surrealismo esotérico». Ha pintado buen número de motivos vascos que han tenido muy buen éxito de la crítica y de los compradores de cuadros. Concurrió a las exposiciones siguientes: Concurso de Pintura Espontánea e Imaginativa (Buenos Aires, 1942); Salas Municipales de Arte (Buenos Aires, 1943); San Sebastián, 1947; I Bienal Hispanoamericana de Arte (Madrid, 1951); II Bienal Hispanoamericana de Arte (La Habana, Cuba, 1954); San Sebastián, 1955, 1960 y 1961; Exposición en las Galerías Riquelme (Paris, 1961), y Madrid, 1962. Obtuvo los premios: Segundo Premio de la Municipalidad de Buenos Aires (1942); Premio del Ateneo Guipuzcoano (1954); Premio de Honor en el Concurso de Navidad de San Sebastián (1955); Premio de Dibujo en la Embajada de España en La Paz (República Argentina), y Segundo Premio en el Concurso de Navidad de San Sebastián (1960). Obras más destacadas: El trío, Siesta, Figura, Botijo y peces, Masa táctil, Masas espaciales, Punto límite, Composición, La jarra y Bodegón, y abstractos diversos. Expuso obras en el Museo de Arte Moderno de París, en Madrid en el de Arte Contemporáneo, en Bilbao en el de Arte Moderno y en San Telmo de San Sebastián. Su estilo puede dividirse en dos etapas. En la primera pueden verse especies de homúnculos atrapados en chorros de luz. A su regreso a España cambia, como lo relata ella misma: «Mi pintura cambia fundamentalmente de forma y contenido. Poetizada siempre, se vitaliza, surgiendo grandes formatos de violento expresionismo, materia espesa, coloración apagada, composición más cerrada y dibujo más importante. Entre 1962 y 1966 sufro una profunda crisis de creación, abandonando el empleo de pinturas plásticas y de arenas adheridas, regresando al óleo y con composiciones más simplificadas, que vuelven a tener el mismo signo esotérico de mis primeras obras, si bien con los medios plásticos que otorgan 30 años de profesión. En esta etapa de mi pintura, que es la actual, pienso que color, forma, poesía, etc., no son más que medios técnicos para conseguir una finalidad, en mi caso, una salida, un escape, una grieta u orificio en la cárcel espacial, que nos permita trascender. El patético afán con que trato de plasmar mi intuición pasa prácticamente desapercibido en una sociedad que ha impuesto la juventud y el sexo como ideales de vida y en la que es del peor gusto hablar de edad y no digamos de muerte». El poeta Gabriel Celaya decía refiriéndose a la artista en 1949: «No soy quién para juzgar estos cuadros desde un punto de vista técnico. Pero es indudable, aun para un lego, que María Paz Jiménez sabe perfectamente por dónde se anda. Sus infantilismos, sus exageraciones estilísticas y hasta su técnica simplista son perfectamente deliberados. Con su pintura entramos de nuevo en el Paraíso, las cosas sencillas, los colores primarios y los volúmenes patentes se nos ofrecen con una intacta virginidad. Lo elemental parece de pronto maravilloso: lo primitivo, fantástico. Es como si volviéramos a descubrir el mundo en lo que tiene de más directo y, a la vez, de más deslumbrante y milagroso. Por encima o por debajo de la técnica hay aquí una captación poética sin contacto con la realidad sobre-real del mundo inmediato que vemos, tocamos y gustamos sin más. Porque María Paz Jiménez tiene ángel. Tiene encanto, si por encanto entendemos algo verdaderamente mágico, conforme al pristino sentido de la palabra, y tiene ángel, propiamente Angel, si entendemos por tal esa presencia transfiguradora del auténtico creador que es el «quid» inexplicable del verdadero arte. El poder de hacernos ver las cosas paradisíacamente, como si surgieran por primera vez ante nosotros». Las últimas etapas de su vida, que se apagó en marzo de 1975, testimoniaron un quehacer depuradísimo y delicado, una mirada complaciente en detalles nimios como una arruga que llegará a adoptar caracteres cósmicos.

Ainhoa AROZAMENA AYALA.