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Estella - Lizarra

Carlos II propulsa la filatura en Estella, 1365. Como ya indicamos en el ap. económico, Carlos II, con la visión europea que le caracterizaba, quiso relanzar la economía de la ciudad del Ega instalando en ella una de las industrias puntas de la época, las filaturas. Idoate (Rincones..., t. I, pp. 198-199) describe de esta forma la puesta en marcha de la regia iniciativa: "Las graves preocupaciones de índole política y bélica que embargaban el ánimo de Carlos II en aquellos días azarosos de 1365, no fueron óbice para que atendiese también a las nobles tareas de la paz. Por eso, a la vez que mandaba ocupar todas sus rentas de Estella en fortificar el castillo de Belmerche, decidía también el establecimiento de telares para hacer paños de lana. Mucho pesó sin duda en la real decisión, el ser Estella un núcleo importante de población -unas 900 familias o fuegos en esta época-, y disponer de una rica vida artesana, ferias muy concurridas y un buen comercio, como capital de la merindad más importante después de la de Pamplona o las Montañas. No menos, se tuvo en cuenta el informe de los peritos, quienes dictaminaron que las aguas del Ega eran muy buenas para el objeto que se perseguía. En consecuencia, deseando Carlos II "que los tales painnos fuesen fechos en la villa de Esteilla", comisionó a sus consejeros Arnal de Francia y al abad de Falces -muy sonado en esta época-, para que llevasen a la práctica sus proyectos. Pero por estar ocupados en otros negocios no pudieron hacer nada; algunos maestros tejedores que fueron llamados no acudieron y tampoco cumplieron su palabra muchos estelleses, que habían prometido traer lana, o la cumplieron en parte. Por todo ello, el monarca estaba muy contrariado. En esta situación, ordenó al recibidor o recaudador de las rentas de la merindad, Pere de Palmas, que facilitase fondos al rector de la parroquia de San Nicolás y a Pero Sánchiz (de apodo Picacho), para que se trasladasen a Zaragoza "a fin de veer los molinos traperos de hacer pannos y reparar los de Estella según el modelo de aquellos, y veer los tornos de filar la lana para hacer semejantes a aqueillos". Siguiendo las instrucciones reales, los comisionados contrataron un maestro tejedor y otro tintorero (éste, Jaime Ferrer), asignándoles doce y quince cahices de trigo, respectivamente, más seis metros de vino (medida de capacidad). También debían venir ocho mujeres "peinnaderas et filaderas, para hilar y peinar las lanas". En Estella se les proporcionaría alojamiento a costa del rey y para mayor estímulo se declaraba a los técnicos aragoneses exentos de cargas y tributos. Se proyectó la instalación de los nuevos telares en el huerto llamado de La Peña, que lo tenía entonces Martín de Arróniz. Esto no quiere decir que en Estella no se fabricasen paños, aunque fuesen más rudimentariamente, pues en esta época tenían su botica o tienda una decena de burelleros, por lo menos. Igualmente, había una tintorería o molino de tintura con sus "tinas y tinaillas, calderas y calderones" que llevaba en arriendo un judío llamado Samuel Anenayón, hijo de Rabí Galaf. Tan en serio hablaba el rey en su carta al recibidor de la merindad, que amenazó con su real cólera al alcalde y jurados en caso de incumplimiento de sus órdenes y con meter en la cárcel a los que -un poco remisos a su voluntad- no habían llevado todavía las lanas a los almacenes en cumplimiento de su compromiso".