Erlijio ordenak

COMPAÑÍA DE JESÚS

El primer siglo de existencia (1558-1645). Los cien años que siguen a la muerte del fundador constituirán el siglo de oro de la Compañía: época de contagiosa expansión en Europa y en misiones de Ultramar; época de desbordante actividad en todos los frentes apostólicos.

Desde 1557, con la fundación de la residencia en Toledo, gracias al favor de su recién nombrado arzobispo, Carranza de Miranda, hasta 1620 con la del seminario irlandés de Salamanca, se abrían aproximadamente 74 presencias, destacando las siguientes del País Vasco: Pamplona (1584), Bergara (1597), Azkoitia (1600), Bilbao (1604) y San Sebastián (1627).

Muerto el primer general, Laínez, la segunda Congregación General elegía a Francisco de Borja como sucesor, mientras el nombramiento de la Asistencia de España recaía en Antonio Araoz, ya citado, que, entretenido en la corte de Felipe II, o mejor retenido por el príncipe de Evoli, ni con esta ocasión, ni después, pondría los pies en Roma. La amistad de Araoz con este príncipe, Ruy Gómez de Silva, válido del rey, y con otros magnates le engolfaban de tal forma que llegaba a abandonar sus ministerios espirituales y el mismo gobierno de la provincia.

Pese a ello, el genuino espíritu ignaciano seguía informando a sus hombres. Así, los tratados ascéticos de Gaspar Loarte, "Meditaciones sobre la vida y pasión de Nuestro Señor Jesucristo" y "Ejercicios de la vida cristiana" alcanzaban tan grande aceptación que se traducían a varios idiomas. Asimismo Azpilcueta que, después de emular en celo a su pariente Francisco Javier, dejaba compuesto en Brasil el primer catecismo en lengua guaraní. Y el beato José de Anchieta, misionero emprendedor, que además de pacificar los conflictos entre portugueses e indios, lograba escribir con brillantez en castellano, portugués, latín y hasta en lengua tupí.

Pero no basta con contar simplemente el número de colegios para formarse concepto adecuado de la acción pedagógica de la Compañía. Nos referimos a su "Plan y Método de los Estudios" que, fruto de múltiples ensayos y colaboraciones, se promulgaría de forma definitiva en 1599. Su valor consiste en ser el sedimento de largas generaciones de pedagogos, la flor de muchas instituciones de enseñanza y hasta de la pedagogía católica en edades anteriores. Este código pedagógico se presentaba con auténtica originalidad por ser el primer sistema organizado de educación católica, realizando también el ideal erasmiano del Renacimiento de "eruditionem cum pietate copulare".

Su organización se basaba según la triple división corriente entonces de Letras, Filosofía y Teología y "no según patrón fijo para todos, sino como observa el protestante Körner- conforme al carácter y disposiciones de cada individuo". Nada rara, pues, la afluencia de alumnos a sus colegios. Así, el de Pamplona ya en 1586 enseñaba Humanidades a 400 jóvenes y primeras letras a 220 niños. Si el volumen de éste parece más bien de carácter medio, en comparación con los de Sevilla con 1 .000 alumnos en 1590, o el de Monterrey con 1 .200 en 1588, o el de Valladolid con 700 en 1581, etc., sin embargo el de Pamplona adquiría un reconocido prestigio en la región por sus lecciones de moral -"casos de conciencia"- a las que asistían numerosísimos sacerdotes.

Eco de la opinión que el pueblo tenía de los colegios de la Compañía era el magnífico encomio que de ellos hiciera Cervantes en el "Coloquio de los perros", cuando ponderaba "el amor, el término, la solicitud y la industria con que aquellos benditos padres y maestros enseñaban a aquellos niños, enderezando las tiernas varas de su juventud, porque no torciesen ni tomasen mal siniestro en el camino de la virtud, que juntamente con las letras les mostraban". Y en otro lugar: "Para guiadores y adalides del camino del cielo pocos les llegan. Son espejos donde se mira la honestidad, la católica doctrina, la singular prudencia y finalmente la humildad profunda".