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ZEZENSUZKO

Armazón en forma de toro dotado de fuegos artificiales simulando el antiguo "toro de fuego". De esta antigua costumbre, extremadamente cruel hasta tiempos recientes, dice lo siguiente Premín de Iruña, en "V.V." de 1934: En un número de La Lidia del año 1895, vino publicado un artículo de don Mariano del Todo y Herrero, titulado, El Toro de Fuego. Se ocupaba en él, de una pintoresca costumbre que existía en muchos pueblos, consistente en soltar la última noche de las fiestas patronales, cuando la gaita estridente lanza al aire sus últimas notas que semejan lúbricas carcajadas con que el dios Pan, celebra los encantos de Terpsicore, (olé), un torazo enorme, que con una antorcha embreada sujeta a cada cuerno y arrojando espuma de rabia por la boca, arremete furioso contra cuanto encuentra en su carrera, atravesando las calles como alma que lleva el diablo, hasta perderse a lo lejos en las tinieblas de la campiña. Tal vez tenga esta original costumbre su origen en algún rito de culto pagano, como tantísimas otras en las que se hacen intervenir, toros, vacas y bueyes, en procesiones, entierros, etc. Pero no alarmarsen, que no pienso eruditear. Voy a terminar ya, dando unas cuantas noticias sobre el zezenzusko en Iruña. Se acostumbraba antaño, soltar al final de la última corrida de San Fermín, que terminaba entrada ya la noche, un toro cubierto de una manta llena de cohetes y fuegos de artificio, para ser toreado y desjarretado por los aficionados que gustasen bajar al redondel, que por cierto, entonces era cuadrado. Allá por los años de 1610 y siguientes, Juan de Muno, cerero de la Ciudad, cobraba 100 reales "por la invención de un toro enmantado con muchos cohetes y troneras, y por las lumbreras que la víspera puso en la Casa del Reximiento, así como por los cohetes y troneras que echó". Un escritor del siglo XVII, escribió una curiosísima relación de las fiestas que se celebraron en Pamplona por San Fermín del año 1628. Nos cuenta que, después de la corrida, "apenas empezó a anochecer, cuando salió un toro, que parecía haber sido huésped de Plutón, o traía sobre sí gran parte del infierno, tanto era el ignífero aparato, tanto el horrísono estruendo de innumerables cohetes que de sí arrojaba. Admirable fué el entretenimiento que causó por largo rato. Quedó tan aturdido el medio quemado animal, que disminuída gran parte de su braveza cayó al suelo; al instante llegaron los ministros mulares y súbitamente le pusieron fuera de la plaza dejándole ya por muerto (pues de tan violenta agitación no se podía esperar menos) se levantó con tanta furia, que maltrató mucha gente antes que lo matasen; por cierto, cosa que aun mirada parece que carece de crédito". Muy entrado ya el siglo XVIII, continuaba practicándose la costumbre del toro torrefacto, como puede verse por las cuentas del año 1754, que nos dicen cómo Juan Antonio Andrés, cohetero de la Ciudad, cobró 100 reales "por la manta con que se cubrió un toro enmantado con tres ramas de tronerías, tres bombas, tres docenas de luces y chorros con su guía y cuatro docenas de bombas de moscapiés". Todo cambea en este mundo inconstante, y como es natural, no iba a ser el zezenzusko una excepción de la regla. El toro de carne y hueso que enmantaban los güeteros de la Ciudad, ha sido sustituído por otro de cartón, mimbre u hojalata, que al correr echando chispas y chimistes por la plaza del Castillo, parece exclamar con orgullo:

Ego sum el zezenzusko
que disparando cohetes,
corro tras de los mocetes
y al que cojo, lo chamusco.

Tiene sin embargo un gran inconveniente esta costumbre del zezenzusko; y es, de que los mocés que corren ante él, sufran las consecuencias de jugar con fuego... Ver TORO.