Partidos Políticos

Partido Socialista Obrero Español

Durante la II República el socialismo vasco fue afianzándose en las características que venimos señalando, hasta el punto de ganar un puesto específico en el conjunto del socialismo español. Las constantes políticas del PSOE en el País Vasco fueron imponiéndose en épocas de crisis y fractura en el interior del movimiento socialista español. A lo largo de esos años decisivos de la historia, Prieto se convirtió en el líder indiscutido de los vascos, pese a no vivir ya en Bilbao. Los rasgos de un proyecto socialista moderado, republicano, reformista y no revolucionario, que defendió en todo momento Indalecio Prieto, fueron identificándose con los mantenidos por la organización socialista vasca.

En ese período se produjo una fractura interna del PSOE en la que el socialismo local opta, tanto por razones de táctica política como de postulados ideológicos, por el prietismo, enlazando con el moderantismo laboral y el pactismo político que implantara el dirigente bilbaíno desde 1914. Durante el largo proceso histórico que media entre la proclamación de la II República y la revolución de octubre de 1934, el socialismo vasco prolonga esos mismos planteamientos políticos de democracia y reforma.

Durante la primera etapa republicana (1931-1933), los principales planteamientos de los vascos son: la prioridad concedida al afianzamiento del nuevo régimen sobre las reivindicaciones específicamente obreras; la creencia en las posibilidades reformistas de la República; la confianza depositada en la Constitución y en la legislación social para cambiar las cosas; la defensa de la presencia de los ministros socialistas en el Gobierno para asegurar la proyección progresista de la República, y, por último, el sostenimiento de una estrategia de transición al socialismo por agotamiento del ciclo republicano, que justificaba plenamente la colaboración momentánea con un régimen burgués y acreditaba ante la clase obrera la validez de su política de pacto con los partidos republicanos de izquierda.

A lo largo del primer bienio republicano hay una sintonía total en los planteamientos políticos socialistas, tanto en Navarra y Alava, como de Guipúzcoa y Vizcaya. Tanto si se sigue el semanario "La lucha de clases", que editan los socialistas vizcaínos, como "La Voz del Trabajo", de los guipuzcoanos, como "¡¡Trabajadores!!", de los navarros, se podrán observar las mismas esperanzas depositadas en la colaboración con la República para la reforma social (en cuestiones relacionadas con la clase obrera -en Alava, Guipúzcoa y Vizcaya-; en temas agrarios, en Navarra). El nuevo panorama político nacional e internacional (acoso de las derechas contra la presencia de los socialistas en el poder; victoria de aquéllas en las elecciones de noviembre de 1933; ascenso del autoritarismo y de los fascismos en Europa central), lleva al PSOE a un cambio político transitorio, de carácter defensivo -se dice-, ante la acometida de las derechas contra las posiciones que había alcanzado el movimiento socialista español, que le lleva finalmente a cuestionar la validez de la democracia, a propugnar objetivos exclusivamente obreros, y, al final, a preparar una revolución violenta para ocupar el poder y evitar que la República derivara hacia posiciones ultrarreaccionarias o se fuera a un intento de dictadura fascista.

El proceso de radicalización política e ideológica se da en el conjunto del socialismo español, incluido el vasco, por lo que el abandono del reformismo, la ruptura con los partidos republicanos, la alianza con otros sectores obreros y la perspectiva de hacer una revolución, no son objetivos ajenos a los vascos, aunque fueran contradictorios con lo que hasta entonces habían defendido. Dirigentes socialistas moderados, como Julián Zugazagoitia, Toribio Echevarría, -en Vizcaya y Guipúzcoa-, o Tiburcio Osácar -en Navarra-, pasan a defender postulados marxistas de toma del poder por la clase obrera, apelando a la revolución violenta, y de dictadura del proletariado.

La entrada de la derecha no republicana en el poder, representada por la CEDA, fue la gota que colmó el vaso del desencanto por la deriva derechista de la República, a partir de las elecciones generales de noviembre de 1933. El Partido Socialista se lanzó, entonces -octubre de 1934-, a una revolución obrera, escasamente preparada, que estaba en contradicción con toda la historia pasada de moderación del PSOE. A la postre, aquel movimiento revolucionario dividió al socialismo español, obligando a los vascos a pronunciarse por uno de los sectores en pugna.