Territorios

Navarra

Navarra ocupa aproximadamente la mitad de la extensión del País Vasco, con sus 10400 kilómetros cuadrados. Situada en el extremo occidental de los Pirineos, se extiende esencialmente por la vertiente sur de estos hasta el río Ebro y ocupando parte de su orilla derecha. La variedad de paisajes y paisanajes es, sin embargo, lo que caracteriza a este territorio que tempranamente formó parte del Reino de Navarra.

La geografía y orografía diversa ha dado lugar a una variedad notable en la ocupación del espacio y los usos derivados de él. Así, en los valles más orientales, junto a la explotación maderera, ha tenido gran importancia el fenómeno de transhumancia, tanto hacia los pastos de verano (que obliga a acuerdos con los valles vecinos congozantes y cuya expresión más conocida es el denominado "Tributo de las tres vacas" entre los valles de Roncal y Baretous (Béarn), del que existe documentación desde el siglo XIV), como hacia los de invierno en las Bardenas Reales, a través de las cañadas (que reciben el nombre de los valles (así, de los roncaleses, salacencos...). Este trasiego de ganados también se produce de sur a norte por estas y otras cañadas que unen con los pastos de verano de Urbasa y Andia.

El modo de vida agrícola-ganadero ha sido el más extendido hasta la década de los sesenta del pasado siglo en la que el modelo industrial y de servicios comienza a ser el hegemónico

Igualmente, tanto la actividad económica como la ocupación del medio han dado lugar a ciertas características habitacionales que van a ser diferentes en los distintos hábitats. La construcción de viviendas exentas es una característica de toda la región montañosa, costumbre que se va debilitando conforme avanzamos hacia el sur. Los pueblos de casas agrupadas, que comparten mediana van adueñándose del paisaje meridional. Hasta llegar al espacio troglodita, en el que las cuevas excavadas en los terrenos arcillosos y yesosos de la vertiente más meridional, comparte espacio con las casas. Aquellas llegaron a albergar hasta un treinta por ciento de las poblaciones de estos pueblos. Hoy en día, sirven de alojamiento durante el verano y algunas han sido preparadas como alojamiento turístico.

La gran variedad geográfica de Navarra tiene su reflejo también, en la gran cantidad de géneros de danza tradicional, de danzas diferentes que se dan en su territorio. Pese a la pérdida de valor y retroceso que la danza tradicional sufrió durante gran parte del siglo XX, han llegado hasta nuestros días (y se han recuperado) importantes manifestaciones. En la zona montañosa es donde más variedad y cantidad de danzas se han mantenido. Desde la ezpata-dantza de Lesaka hasta el ttun-ttun de Roncal, una pléyade de danzas ocupa el Pirineo. Los ingurutxos han sido la danza social por excelencia de la mayor parte de esta zona. Quedan excelentes ejemplos de vitalidad de esta modalidad en Leitza, el propio ttun-ttun o la muy conocida y extendida Larrain-dantza o Baile de la Era de Estella. Entreverada con esta tradición encontramos la giza-dantza, la soka-dantza. La danza ritual tiene también importantes ejemplos en las danzas de palos de Otsagi, las makil-dantza de Bera o la ya nombrada ezpata-dantza de Lesaka.

La mutil-dantza es otra modalidad muy extendida y que cobra especial importancia en Baztán. En este valle se han mantenido una veintena de ellas. Las mutil-dantza son danzas de hombres que se bailan en círculo abierto y que guardan relación con los jauziak de la vertiente norte del Pirineo, tanto de Iparralde como del Bearne.

En el sur de la provincia la danza comparte el espacio folklórico del paloteado o función. Nos encontramos en este caso ante una amalgama de teatro popular y danza. En ella se escenifica el enfrentamiento entre el bien y el mal a través de un número variable de personajes. Las danzas insertas en esta función popular van desde los paloteados (que dan nombre al ciclo de danza: función del "paloteau" o, simplemente, "paloteau") a las danzas de arcos, danzas de cintas o castillos humanos. Si bien en el tiempo sólo se mantuvo el de Cortes, muchos otros han sido recuperados en los últimos decenios.

El año festivo se encuentra salpicado de celebraciones de las que, quizá, la más importante desde el punto de vista folklórico sean los carnavales. La importancia etnográfica de algunos de estos carnavales ha hecho que han sido foco de atención de la comunidad científico desde la primera mitad del siglo XX. Entre los más conocidos se encuentran los de Lantz (recuperado en 1964) o Ituren y Zubieta (ambos declarados Bien de Interés Cultural (BIC) de Navarra en 2009). La riqueza en personajes y la fortaleza en la conservación de la tradición los caracteriza. Pero no podemos olvidar otros como los de Arizkun (con el Hartza -oso- y la Sagardantza), los de Lesaka (los zakuzaharrak), los de Tudela (cipoteros) o los de Altsasu (con su corte de personajes en torno a los momotxorroak). Los carnavales han sido y son una fiesta vertebradora del calendario festivo que, en muchos casos, tenía más importancia que las fiestas patronales.

El año transcurre plagado de manifestaciones festivas entreveradas de religiosidad popular. Las romerías y peregrinaciones de diferente tipo abundan durante la primavera. Podríamos destacar entre ellas la de Orreaga-Roncesvalles, que comparten en diferentes fechas tantos valles de la vertiente sur del Pirineo (Arce, Erro, Aezkoa...) como la Merindad de Ultrapuertos (Baja Navarra). Otro tipo de manifestación de religiosidad popular es el culto a reliquias, que promueve romerías como la de San Gregorio Ostiense, en Sorlada. El relicario de plata tiene la forma de la cabeza del santo y a través de la misma se introduce agua que protegerá contra las plagas. Hoy en día las romerías son espacios festivos en los que las comunidades se reencuentran y reconocen.

El solsticio de verano, pese al problema que supone el asfalto, sigue celebrándose con fuera por toda la geografía, aunque la creencia en el poder sanatorio de los rituales ya casi no exista. Un ejemplo de la adhesión al carácter sanatorio de las aguas de la noche de San Juan lo tenemos en la cantidad de personas que siguen acudiendo a la fuente de San Juan Xar, en Igantzi, a beneficiarse del supuesto poder curativo de sus aguas.

Durante el verano, son las fiestas patronales las que toman el relevo festivo. Si alguna puede ser objeto de atención son los Sanfermines de Pamplona, siquiera por la influencia que han tenido en pueblos y ciudades de alrededor, sobre todo en la manera de entender la fiesta en la calle. Por lo demás, la diversidad geográfica y cultural no deja de tener su expresión en las fiestas patronales, con manifestaciones dominantes en unas zonas (como los encierros de vacas bravas, o toros, entre la Ribera y la cuenca de Pamplona).

El otoño tiene su fiesta central en las celebraciones de Todos los Santos. Sucesor del Samhain celta, la víspera de todos los santos se celebraba colocando calabazas vaciadas, con luz dentro, en las casas y por las calles. Esta costumbre, que se pierde a lo largo del siglo XX, renace en los albores del siglo XXI a partir del Halloween norteamericano.

El punto central del invierno es el solsticio. En Navarra se mantuvo viva la costumbre de sacar a un muñeco llamado Olentzero, en Bortziriak, para hacer cuestación la víspera de navidad, si bien la creencia en el personaje mitológico se encuentra más extendida. A partir de ahí, la figura de Olentzero ha ido conquistando nuevos territorios, de modo que hoy es posible encontrarlo en toda la geografía Navarra, trayendo regalos junto a los Reyes Magos y otros personajes de origen foráneo.

El juego tradicional más importante ha sido la pelota. La pelota a mano se juega casi exclusivamente a dos paredes, pero en la pelota con herramientas se mantienen en Navarra modalidades más antiguas y algunos ejemplos de frontones de juego a largo. En concreto en la comarca de Baztán-Malerreka se ha mantenido el juego denominado Laxoa, una modalidad de frontón a largo en la que los dos equipos juegan enfrentados en la misma cancha. Otro frontón a largo que todavía podemos ver se encuentra en Roncal, aunque ya no se puede jugar en él.

Si parte de los juegos tradicionales han tenido su base en las apuestas, sólo algunos de ellos han pasado a la categoría de "deporte" y se encuadran en los llamados Herri kirolak. En el camino han quedado otros como la palanka, los pulsos, las chapas (tireka), el txis o tanganillo, etc. Algunos que tuvieron gran pujanza sólo se mantienen en pueblos concretos, como el de la Kalba, que podemos ver en Navascués-Nabaskoze. Entre los desaparecidos se encuentra uno que Peillen recoge como propio de pastores en Zuberoa y que denomina urdaika. Este mismo juego, o similar se jugaba en Navarra bajo el nombre de Txurra o Churra y Kaliak. Dos equipos juegan enfrentados y portando cada jugador una vara con una extremo algo curvado. Han de golpear una pelota y conseguir atravesar la línea que forma el equipo contrario.

Pecando de reduccionismo, podríamos decir que a nivel instrumental dos son los instrumentos musicales tradicionales por excelencia: el txistu y la gaita. Han tenido ámbitos geográficos predominantes diferentes, pero han coexistido históricamente en amplias zonas. Existen, sin embargo, otros que no han tenido extensión, pero no por ello son menos importantes. La Tobera es uno de ellos. Similar a la txalaparta, la tobera consta de dos barras o palancas de hierro o acero que son golpeadas como en la txalaparta. Se tocaban con ocasión de las bodas. El Xunprinu es otro instrumento ya abandonado, que se elaboraba con corteza de avellano y tenía una forma similar a la gaita o dulzaina. La albota ha sido recuperada por los grupos dedicados a la música folklórica, pero desapareció del repertorio tradicional. Se tocaba en Aralar y Urbasa por los pastores.

A veces junto a los instrumentos tradicionales para el baile y a veces sustituyéndolos está el acordeón.

Los grupos de cuerdas, las rondallas, también han gozado de gran extensión (especialmente las basadas en guitarra) en las fiestas tradicionales.

La canción en Navarra cuenta con varios modelos. Desde la Ribera de Navarra empuja hacia arriba la jota cantada. En los valles donde el Euskara retrocede o ha desaparecido, es la jota la que ha ocupado el lugar que anteriormente ocupaba la canción en Euskara (en cualquiera de sus modalidades). La jota ha contado con el favor institucional y se han implementado escuelas de jota en las que se mantiene, pero a costa de haber perdido la espontaneidad que le caracterizaba.

Por otro lado, en la Navarra que mantiene el Euskara puja de nuevo con fuerza el bertsolarismo, pero la canción tradicional está en retroceso.

  • CARO BAROJA, J. La casa en Navarra. Pamplona: Caja de Ahorros de Navarra, 1982.
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  • OZKOIDI, Joseba; MARTÍNEZ, María. Instrumentos musicales vascos en Navarra. Narria, Estudio de Artes y Costumbres populares, nº 45-46. Madrid: Museo de Artes y Tradiciones populares. Universidad Autónoma de Madrid, 1987.

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