Concepto

Nacionalismo

No es posible reducir a una única definición el concepto de nacionalismo, ya que a lo largo de la historia ha habido movimientos muy diversos que han utilizado dicho nombre para autodenominarse. Aun así, todo nacionalismo tiene una base fundamental que defiende que si un grupo humano determinado ha desarrollado una personalidad específica a lo largo del tiempo -por haber tenido un pasado común-, forma una comunidad a la que se le llama nación; asimismo, si dicho grupo no dispone de una comunidad política organizada, tiene el derecho a formarla. Todos los nacionalistas reconocen que la nación constituye la base de la estructura política, pero, sin embargo, ha habido diversos enfoques a la hora de definir cuáles son los valores políticos y morales que se deben atribuir a la nación.

La voluntad, la raza, la lengua, la religión, la territorialidad, las costumbres, las instituciones políticas o el pasado común son algunos de los componentes que intervienen en la definición de la identidad nacional, pero no es fácil limitar con qué intensidad y en qué grado determinan esa identidad los componenentes subjetivos y los objetivos. De hecho, el nacionalismo surge cuando un grupo humano manifiesta decididamente su voluntad de formar una nación; y, al mismo tiempo, también se forma la nación. Partiendo de ese enfoque, se pueden diferenciar dos tipos de nacionalismo. En el caso del primer tipo, el nacionalismo ha podido concretar su idea de nación; normalmente se trata de habitantes de un territorio determinado que han podido organizarse como comunidad política, más concretamente como un Estado en la mayoría de los casos. Normalmente el proceso suele ser inverso; es decir, suele ser el Estado el que trata de consolidar la nación. El segundo tipo de nacionalismo, en cambio, lidera en dos direcciones el proceso de formación de la nación. Por un lado, debe concienciar al grupo humano residente en el territorio definido como nación, de su pertenencia a tal entidad; y, por otro lado, debe enfrentarse al Estado que impera sobre ese territorio, por negar la identidad nacional de ese grupo y su derecho a constituir un Estado propio. Por lo tanto, dependiendo del contexto en el que se desarrolle, el movimiento nacionalista puede adquirir carácter liberador u opresor. Liberador, en la medida en que dota de sentido identitario a un grupo humano; y opresor, en cuanto que puede argumentar conductas y represalias para uniformizar las diferentes personas y culturas que conviven dentro o fuera de las fronteras que fija como nacionales. La Revolución Francesa fue un claro reflejo de esa duplicidad: por una parte reivindicó el poder de la nación francesa y supuso la desaparición del regimen opresor del absolutismo. Pero al mismo tiempo trató de hacer desaparecer la diversidad de pueblos, lenguas y culturas que convivían dentro de las fronteras francesas, apelando a la unidad de la nación francesa y a la igualdad dentro de ella. Durante todo el siglo XIX, los dirigentes del estado francés, tanto monárquicos como republicanos, además de proclamar su nación, sometieron a su poder a otros pueblos, sobre todo en Asia y África, y trataron de imponer los valores franceses muy lejos de sus fronteras. Por lo tanto, el nacionalismo liberador puede derivar en nacionalismo opresor, y viceversa.

El término nación surgió en Europa en la Edad Media, y en aquella época se relacionaba con el origen y la lengua de los grupos humanos. La nación abarcaba a los hablantes de la misma lengua. Muchos reinos de aquella época estaban constituidos por diversas naciones; no había uniformidad en la lengua hablada entre los súbditos de un reino, únicamente les unía su lealtad o sometimiento a la misma corona. De todas formas, la idea de que pueblos diferentes debían ser regidos por leyes y gobiernos diferentes es muy anterior a la aparición del concepto de nacionalismo. Como consecuencia de las revueltas políticas del siglo XVIII, el término nación adquirió otro significado. Los estados recién creados ofrecieron a sus ciudadanos igualdad y uniformidad dentro de la nación, a cambio de su lealtad hacia los dirigentes. Es lo que ocurrió en la Francia revolucionaria, la Alemania romántica y en Italia.

Por lo tanto, teniendo en cuenta los procesos descritos, se puede afirmar que el nacionalismo es un movimiento relativamente moderno, que trata de concienciar a los ciudadanos de que forman parte de una nación. En aquel momento se formaron los dos modelos principales de nacionalismo: el político o francés y el alemán o cultural. El primero va más ligado al estado, ya que su función principal es ser legitimador y asegurar la lealtad hacia el Estado. Para conseguir ese objetivo, todos y cada uno de los ciudadanos tienen las mismas obligaciones y los mismos deberes, y no se contempla ninguna diferencia entre ellos, ni política, ni cultural. Para el nacionalismo cultural, en cambio, la nación antecede al estado, y tienen especial relevancia las características comunes que, de forma "natural" reúnen a los ciudadanos (la lengua, las costumbres, la historia, raza, etc.). Pero, a pesar de las matizaciones y puntos de partida diferentes, hay elementos que aparecen en ambos modelos (el modelo francés siempre ha subrayado la importancia de la lengua francesa), y es muy difícil diferenciarlos, ya que algunas veces se encuentran enfrentados, y otras, solapados entre sí. De todas formas, desde su aparición, el nacionalismo ha sido un fenómeno político que ha actuado en primera línea en la historia del mundo, y ha demostrado su gran capacidad para abanderar reivindicaciones plurales.

Durante el siglo XIX se vivieron dos procesos contradictorios. Por un lado, la mayoría de los estados subrayaron su identidad nacional, y utilizaron todos los medios a su alcance para ello: la escuela, el ejército y la alta cultura en la mayoría de los casos; la religión, el arte, las costumbres y el ocio en algunas ocasiones. Pero en esos procesos los agentes no trabajaban siempres al servicio y a las órdenes del estado; en algunos casos, los procesos de nacionalización tenían su origen en las bases y no en las élites. La Primera Guerra Mundial fue la culminación de algunos de esos procesos y el reflejo de su éxito, ya que muchos de los que lucharon se alistaron voluntariamente para servir a sus naciones y gobiernos. Pero, los procesos de nacionalización y asimilación también provocaron recciones de oposición por parte de diversos grupos. En esa época, algunas lenguas y tradiciones culturales desaparecieron completamente; otras, en cambio, encontraron el medio de pervivencia en el nacionalismo. En esos casos, todos sufrieron procesos parecidos: los artistas e investigadores empezaron a analizar y estudiar su lengua, sus costumbres y su historia, y con esos elementos definieron su pasado como nación. Posteriormente, pero no en todos los casos, la conciencia nacionalista se propagó al ámbito político y reivindicativo, y logró la adhesión de los ciudadanos; teniendo como respuesta la reivindicación de la máxima autonomía y/o la creación de un nuevo estado.

Esos procesos tuvieron lugar mayormente en el centro y este de Europa; pero a principios del siglo XX se extendieron al resto de Europa. No tuvo el mismo impacto en todas partes, y los movimientos nacionalistas tuvieron mayor éxito en los estados de identidad nacional no muy definida y con desequilibrios económicos grandes. Durante el año 1918, varias naciones del este europeo tuvieron la oportunidad de erigirse en estado; y, los años posteriores, aunque se pudiera prever lo contrario, el fenómeno nacionalista ganó fuerza con el fascismo y las luchas entre los estados recién constituidos. Asimismo, en muchas de las colonias europeas (primero en América, luego en Asia, y por último en África), las posiciones anticolonialistas favorecieron el desarrollo del nacionalismo, a pesar de que, paradójicamente, en muchos de los casos las fronteras quedaran delimitadas según los criterios de los colonizadores.

Aunque muchos especialistas consideren lo contrario, el nacionalismo ha ganado fuerza y se ha consolidado como fenómeno sociopolítico, en vez de debilitarse y desaparecer. El incremento del número de miembros de la Organización de las Naciones Unidas es un claro ejemplo de lo dicho: cuando se creó la entidad contó con 51 miembros, sin embargo, hoy en día cuenta con 193. Por otro lado, el declive de las ideologías revolucionarias y la desaparición del sistema soviético insuflaron fuerza al nacionalismo, ya que era uno de los pocos medios (casi el único) que dichos estados disponían para legitimarse ante la voluntad popular. Pero, con todo, el nacionalismo ha sufrido grandes transformaciones estos últimos años. Por un lado, se han hecho grandes esfuerzos dirigidos a la supresión de fronteras. El resultado más notable es el caso de la Unión Europea, pero, sin llegar a alcanzar esas dimensiones, se han producido fenómenos parecidos en América, tanto en el sur como en el norte, en algunas zonas de África y en Asia. Por otro lado, como consecuencia de la movilidad de ideas y personas propiciada por la globalización, se ha llegado a cuestionar la identidad, fundamento del nacionalismo. Si la identidad personal es en sí compleja, y aunque reúna bajo su nombre a diversos elementos, estos últimos años se han multiplicado esos componentes, y es posible que exista una relación más estrecha y más nexos de unión entre dos personas a las que les separan miles de kilómetros, que entre dos vecinos de generaciones diferentes que convivan en el mismo edificio. Esta realidad ha derivado en dos direcciones opuestas. Actualmente, muchos ciudadanos defienden una identidad y cultura estancas, para defenderse de las influencias exteriores, y, como consecuencia, optan por una postura nacionalista intransigente. Otros, en cambio, desde posturas más abiertas, tratan de enriquecer la propia identidad dejando permeabilizar influencias de diversas fuentes, aunque dentro de ese caudal sean las fuentes dominantes de la globalización (EEUU) las que mayor flujo aporten. Es demasiado pronto para hacer pronósticos y adelantar qué corriente va a prevalecer.