Concepto

Movimiento Obrero

El nacimiento del movimiento obrero, por tanto, viene marcado por la industrialización, y sus características y ritmos vendrán fijados también por las pautas que ésta adopte. Por eso, aunque hablemos del siglo XVIII como fecha de aparición del fenómeno, con el arranque de la industrialización en Inglaterra, refiriéndonos al País Vasco hay que retrasar esta fecha hasta las últimas décadas del siglo XIX. Por eso, las primeras doctrinas que marcaron la vida de las organizaciones obreras europeas apenas tuvieron difusión en el País Vasco. Ni el socialismo utópico, que en Cataluña y Andalucía contó con algunos difusores aislados, ni las primeras ideas internacionalistas -que dieron paso a la formación de la I Internacional en 1864-, tuvieron eco en el País Vasco. La celebración del primer congreso obrero español en Barcelona, en 1870, que dio paso a la creación de la Federación Regional Española de Trabajadores, adscrita a la I Internacional, de carácter anarquista, apenas tuvo representación vasca, aunque sí asistieron algunos pequeños núcleos anarquistas vascos, casi anecdóticos, que funcionaron en Vitoria, San Sebastián y Bilbao, sin ningún protagonismo y escaso o nulo asentamiento. Pocos años después, mientras en España se entraba en una fase de persecución de las nacientes organizaciones obreras por parte de los primeros gobiernos de la Restauración (hasta 1881 no se decretó la libertad de asociación), que obligó a éstas a actuar en la clandestinidad, en Europa las discusiones entre Marx y Bakunin provocaron la ruptura de la I Internacional, escindiéndose definitivamente la línea anarquista, apolítica y autogestionaria del "marxismo científico" que promovió la formación de la II Internacional o Internacional socialista. Esta división se produjo también en España, donde pese a la mayoritaria adscripción de las organizaciones obreras catalanas (las más desarrolladas hasta entonces) a la línea anarquista, en 1879 se formó, bajo el impulso de Pablo Iglesias, el Partido Socialista Obrero Español y, unos años después, en 1888, el sindicato socialista, la UGT, que poco después se inscribió en la II Internacional.

FLT

El Socialismo. Y es precisamente esa tendencia socialista la que alcanzó una mayor difusión en Euskal Herria en los años siguientes. Aunque el proceso de industrialización se había iniciado ya en 1841, con la aparición de las primeras industrias modernas en Vizcaya y Guipúzcoa, no fue hasta los años finales de la década de los 70 cuando en Vizcaya -en torno a la cuenca minera del Nervión- se inició un rápido crecimiento industrial que, en poco tiempo, transformó toda la estructura social y urbana de la zona. La llegada de numerosa mano de obra inmigrante a trabajar en las minas de hierro, asentada en barrios obreros aislados y en pésimas condiciones higiénicas y laborales -que contrastaban, además, con la aparición de zonas de lujo, fruto de los grandes beneficios y el desarrollo económico generado por la propia industrialización-, facilitó el proceso de toma de conciencia por parte de esos obreros. Por eso, siguiendo las pautas ya señaladas en el nacimiento del movimiento obrero, pronto las incipientes organizaciones nacidas en los años anteriores, con carácter puramente mutualista o recreativo (salvo las ya mencionadas adscripciones a la I Internacional, de carácter aislado y testimonial) que son el origen del asociacionismo obrero, dieron paso a las primeras asociaciones de "resistencia", que tenían como fin la defensa de los intereses específicos de la clase obrera.

La llegada a Bilbao de un socialista toledano, Facundo Perezagua, en 1885, tuvo una gran importancia para la difusión del socialismo en la zona minera vizcaína. Perezagua, uno de los primeros afiliados al Partido Socialista, logró crear, en pocos meses, un pequeño grupo de adeptos que de forma incipiente consiguió -ayudado por las pésimas condiciones de vida y trabajo y el carácter caótico y desordenado del crecimiento demográfico de la zona, que provocó una fuerte fractura social- formar los primeros núcleos de obreros socialistas. La "cuestión social", término usado en la época para referirse a todo lo relacionado con el movimiento obrero, pronto se convirtió en protagonista de la vida histórica de la provincia, pese a las fuertes represalias de la patronal (despidos de cabecillas, listas negras, etc.) que desde el primer momento intentó impedir la difusión de las organizaciones socialistas entre los obreros, para lo que se asoció también en defensa de sus propios intereses, dando paso a las organizaciones patronales.

La fecha de 1890 va a resultar clave, al convocarse, en mayo de ese año, el primer gran conflicto laboral en Vizcaya. La chispa que hizo estallar la protesta fue la expulsión de la mina "Orconera" de cinco obreros que habían participado activamente en la manifestación convocada por los socialistas para conmemorar el 1.° de mayo (día internacional del trabajo, celebrado ese año por primera vez. El movimiento de protesta contra los despidos se extendió rápidamente por toda la cuenca minera y la zona industrial del Gran Bilbao, hasta paralizar a cerca de 30.000 obreros que reclamaron, además, una disminución de la jornada de trabajo (de más de 10 horas), y la supresión del sistema de barracones, en los que se veían obligados a vivir. La huelga, que provocó diversos enfrentamientos con la fuerza pública y una fuerte conmoción en la vida social de la capital vizcaína, se prolongó durante una semana y finalizó con la intervención conciliadora del ejército, al mando del general Loma, que, mediante un bando, concedió a los obreros algunas de sus peticiones. El éxito de la huelga dio gran fuerza y prestigio a los socialistas entre los obreros, lo que les permitió ampliar su número de sociedades y afiliados.

Las malas condiciones de vida y trabajo, la dura oposición de las agrupaciones patronales y el aislamiento de los barrios obreros, etc., facilitaron la toma de conciencia de la clase obrera vizcaína que, en los años siguientes, protagonizó una creciente conflictividad laboral, caracterizada por su extremismo y violencia. Vizcaya se convirtió, en esos años, en uno de los núcleos socialistas más importantes de la península. Sin embargo, la sindicación fue relativamente baja y la estructura orgánica de los sindicatos -formados en base a sociedades de oficios y federaciones locales- débil, con escasa conexión entre ellas y con la Central Sindical, la UGT (los primeros conflictos fueron promovidos por agrupaciones socialistas, de carácter político, no existiendo una sociedad minera hasta 1904 y que sólo llegó a contar con unos 1.500 afiliados). Eso no impidió una creciente conflictividad, con oscilaciones bruscas de acuerdo con las coyunturas económicas, y una constante pujanza de las organizaciones obreras socialistas, cuya influencia a la hora de las reivindicaciones iba mucho más allá de sus cifras de afiliación, como lo prueba la amplia participación en los conflictos que se sucedieron en esos años (especialmente las huelgas de 1903 y 1910). Entre 1890 y 1910 Vizcaya vivió más de 50 conflictos laborales.

Para entonces también Guipúzcoa había iniciado su proceso de industrialización y contaba con un relativo elevado número de obreros. Sin embargo, las características que adoptó su industrialización fueron muy diferentes a las de Vizcaya, al ser un proceso mucho más lento y disperso, que no produjo grandes concentraciones urbanas ni obreras, lo que evitó la existencia de una fractura social brusca. La inmigración fue menor y su asentamiento en la geografía guipuzcoana más disperso y, en general, sus condiciones de vida y de trabajo menos duras. En esas condiciones, el proceso de toma de conciencia fue más lento y la aparición de la conflictividad obrera más tardía, pudiéndose decir que hasta mediados de la década de 1910, apenas se produjeron huelgas en la provincia. Las organizaciones obreras creadas desde los años finales del siglo XIX (la fecha de inicio de la industrialización hay que situarla en 1841), mantuvieron el carácter mutualista, de recreo o de socorro característico de las primeras fases del movimiento obrero, y sólo en los núcleos más importantes -San Sebastián, Eibar, Tolosa e Irún- se constituyeron agrupaciones socialistas aisladas, que tuvieron una vida lánguida, sin apenas incidencia en la vida pública (las primeras en crearse, las de San Sebastián y Tolosa se abrieron en 1891, para desaparecer a los pocos meses y no reaparecer hasta los años finales del siglo. El primer centro obrero donostiarra se abrió en 1899).

Una importante excepción fue la de Eibar, donde a raíz de una huelga convocada y ganada por los socialistas en 1897, éstos lograron una rápida y masiva afiliación. Las especiales características de la industria eibarresa -pequeños talleres de armas, con escasa mano de obra, casi artesanal y trato muy directo entre patronos y asalariados- dieron un carácter muy específico a los socialistas eibarreses, vascoparlantes (como la mayoría de la población obrera de la villa) y mucho más moderados en sus planteamientos que sus vecinos bilbaínos. Esto, la pronta popularidad de sus líderes -alguno de ellos procedente de Vizcaya, como Tomás Meabe o José Madinabeitia- y el éxito de sus negociaciones con la patronal, sin necesidad de recurrir apenas a conflictos, dio gran prestigio a la agrupación socialista, convirtiéndose Eibar en uno de los principales núcleos del socialismo en España.

En Álava y Navarra, la industrialización fue mucho más tardía y, para estas fechas, sólo en las capitales provinciales y en algunos núcleos aislados puede hablarse de una población obrera de cierto relieve. El avance fue, por ello, más lento, y, hasta 1910 sólo encontramos pequeñas agrupaciones obreras, con escasa actividad y militancia. En Vitoria la primera sociedad obrera, de oficios varios, se formó en 1897, y la primera huelga de la que tenemos noticia data de 1900. Por las mismas fechas debió iniciarse la actividad de los socialistas de Pamplona donde, en 1904, inició su actividad una sociedad de resistencia (la primera agrupación socialista data de 1892, aunque desapareció a los pocos meses, reabriéndose en 1903). En ambos casos la presencia pública de estas agrupaciones fue mínima y la vida social apenas sufrió alteraciones.

Los católicos. En esos primeros años del siglo XX aparecieron también otras agrupaciones obreras de distinto carácter que intentaron, sin mucho éxito, rivalizar con las socialistas. Es el caso de las agrupaciones obreras promovidas por los republicanos, que lograron una cierta implantación en Bilbao y en Vitoria, pero que tuvieron una vida muy corta. Más importancia tuvo la aparición del sindicalismo católico, de carácter mixto y amarillo, es decir con participación de obreros y patronos y con el apoyo económico de estos últimos. Los círculos católicos mantuvieron un carácter principalmente mutualista y formativo con el objetivo reconocido de frenar el impulso del socialismo entre los obreros. Su implantación fue especialmente notable en las provincias de menor avance del movimiento obrero donde, además, la hegemonía de los partidos políticos confesionales y el control más directo de los párrocos (en zonas todavía semi-rurales) facilitó su funcionamiento. Así en Navarra, donde ya desde 1881 existía un Centro Escolar Dominical de Obreros, de carácter paternalista, o en Álava, donde desde 1888 funcionó una Asociación Católica de Obreros, de carácter mutualista y, desde 1905, un Centro de Obreros Católicos, impulsado por el obispo de la Diócesis Cadena y Eleta. En Guipúzcoa, por esas mismas fechas, se crearon también algunos centros mutualistas en San Sebastián, Rentería o Tolosa, con escasa implantación. En Vizcaya la hegemonía socialista apenas fue discutida, aunque llegaron a formarse algunos centros católicos de cierto peso, como el que se creó en la Arboleda en 1906.

FLT



El auge socialista. Una nueva fase se abrió a partir de 1911, cuando tras el fracaso de una huelga general en la zona minera, el socialismo vizcaíno adoptó una línea más moderada y pragmática, evitando los duros enfrentamientos que venía manteniendo con la patronal. En los años siguientes, y al compás del avance de la industrialización, las agrupaciones obreras socialistas fueron ampliando su número y filiación, sobre todo en Vizcaya, pero también, más lentamente, en el resto de las provincias vascas.

Momento decisivo fue el propiciado por las especiales condiciones económicas y sociales creadas por la I Guerra Mundial. La neutralidad española en la guerra supuso un auge sin precedentes para la economía vasca y particularmente para la industria que experimentó un fuerte crecimiento. Los grandes beneficios de las empresas contrastaron con una fuerte inflación de los precios de consumo y un empeoramiento de las condiciones de vida de los obreros (ausencia de viviendas por el crecimiento demográfico con la llegada de nuevas remesas de emigrantes, problemas de subsistencias, carestía...). Todo esto, unido a la crisis política, acentuada a partir de 1917, propició un crecimiento desconocido hasta entonces en las organizaciones obreras. El número de afiliados ugetistas se multiplicó pasando, en Vizcaya, de 2.064 en 1909 a 21.481 en 1921, con un crecimiento espectacular de la conflictividad laboral (entre las huelgas más significativas cabe destacar la general de agosto de 1917 o la de los metalúrgicos -el sindicato más poderoso- en 1920).

En Guipúzcoa, por las mismas fechas, se pasó de 150 a 4.053 asociados y, por primera vez, la conflictividad se hizo protagonista, viviendo la provincia sus primeras huelgas generales (diciembre de 1916, agosto de 1917 y mayo de 1920). El movimiento obrero se afianzó también en Guipúzcoa, aunque manteniendo unas características muy distintas al vizcaíno, por la dispersión de su industria y la menor fracturación social. En el resto de las provincias el avance fue menor, aunque también creció el número de militantes; en Álava pasó de 54 en 1909 a 325 en 1921 y en Navarra de 162 a 1.124. Fruto de ese aumento de la conflictividad laboral -paralelo en toda España- y del peso del movimiento obrero, fue la consecución de una serie de mejoras, tanto en salarios como en condiciones de trabajo (entre las que destaca la rebaja de la jornada laboral a ocho horas, decretada en 1919), así como mayores cuotas de libertad sindical y de protección estatal a la población laboral, con mejoras en los seguros, retiros, trabajo de las mujeres, etc. Ese crecimiento de la "cuestión social" propició también el fortalecimiento o la aparición de otros movimientos sindicales no socialistas.

El anarcosindicalismo. Es el caso del anarcosindicalismo, que hasta entonces había mantenido sus núcleos aislados y que cobró ya nuevos bríos en 1911 con la constitución de la central sindical anarquista, la Confederación Nacional del Trabajo, CNT . En 1919 se impuso, en ella, la línea más sindicalista, que promovió la creación de Sindicatos Únicos, partidarios de recurrir a la huelga no como arma reivindicativa (tal como contemplaban los socialistas) sino revolucionaria. La moderación de los líderes socialistas vascos (acentuada con la definitiva sustitución en la cúpula socialista vizcaína de Perezagua por el mucho más moderado Indalecio Prieto) propició que los obreros más radicalizados pasaran a engrosar la vía anarquista, sobre todo a partir de la crisis económica de postguerra, de 1921, que produjo un aumento del paro y un empeoramiento de la condición de vida obrera. Así la CNT consiguió crear Sindicatos Unicos en todas las provincias vascas, produciéndose incluso algunas acciones de sabotaje y terrorismo, sobre todo en Vizcaya, que preocuparon gravemente a la opinión pública.

El Partido Comunista. También a la izquierda de los socialistas se produjo una escisión, en 1921, con la aparición del Partido Comunista. Unos años antes, tras la revolución rusa de 1917, ya se había producido la división en toda Europa, al surgir una nueva Internacional, la tercera, contraria a la línea mantenida por los socialistas. En España, la escisión entre socialistas y terceristas (es decir, partidarios de la Internacional comunista), se produjo a raíz del congreso extraordinario celebrado por el Partido Socialista en abril de 1921 y, aunque en principio no supuso la ruptura sindical, la división quedó ya marcada y núcleos sindicales, dentro de la UGT, pasaron a engrosar las filas del naciente Partido Comunista. Su incidencia en el País Vasco fue notable, aunque el socialismo mantuvo la mayoría de sus afiliados (muy disminuidos desde 1921 debido a la crisis económica), lo que no impidió la aparición de los primeros núcleos comunistas en Vizcaya y Guipúzcoa, contrarios a la política reformista de los socialistas y partidarios de una vía revolucionaria que llevara a los obreros directamente al poder, sin participar en el juego político del sistema burgués liberal.

Los sindicatos católicos libres. Por otro lado hubo un reforzamiento del sindicalismo católico, decidido a frenar el creciente peso del socialismo en el movimiento obrero. La ineficacia mostrada para ello por los sindicatos mixtos existentes hasta entonces, hizo aparecer una nueva corriente, la de los Sindicatos Católicos Libres, formados exclusivamente por obreros y con un carácter mucho más reivindicativo en lo laboral, lo que les hizo protagonizar algunos conflictos laborales importantes, como las huelgas de alpargateros de Azcoitia de 1920 y 1922. Aunque minoritarios, los libres tuvieron un peso importante entre los obreros de zonas semi-industriales de Guipúzcoa y en Navarra y Álava, mientras que en Bilbao constituyeron su federación local en 1916. Por su parte, los católicos puros mantuvieron su presencia y características, logrando ampliar también su número de afiliados.

Solidaridad de Obreros Vascos. Pero mucho más importante, por el peso que va a alcanzar en el futuro, fue la aparición de una corriente sindical nacionalista, Solidaridad de Obreros Vascos (luego Solidaridad de Trabajadores Vascos/Eusko Langille Abertzaleak): SOV/ELA. El nacionalismo, en auge desde finales del siglo XIX, preocupado por el avance de la ideología socialista entre los obreros vascos, empezó a preocuparse, en las primeras décadas del siglo XX, por la cuestión social. Esa preocupación dio paso, en 1911, a la creación de un sindicato nacionalista, Solidaridad, impulsado por el sacerdote Policarpo de Larrañaga, uno de los propagandistas más activos del sindicalismo católico. Nacido como sindicato aconfesional (aunque seguidor de las doctrinas sociales de la Iglesia católica) y moderado (aunque sin rechazar el recurso a la huelga como último planteamiento para resolver conflictos laborales) Solidaridad defendió la política de equilibrio social y buscó armonizar las relaciones entre patrones y obreros vascos. En sus primeros años, con una estructura orgánica interna débil, en base a sociedades locales con escasa interconexión, sólo tuvo cierto peso en Vizcaya, donde mantuvo durísimos enfrentamientos con los socialistas, a los que acusaba de "españolismo" y "antivasquismo". En Guipúzcoa su aparición efectiva se produjo hacia 1917-1920, en torno al auge provocado por la coyuntura bélica mundialista. Para esas fechas era aún prácticamente inexistente en Álava y Navarra.

FLT

La Dictadura de Primo de Rivera, entre 1923 y 1930, supuso un paréntesis importante en el desarrollo del movimiento obrero. Hasta 1926, por lo menos, todos los sindicatos arrastraron la crisis de afiliación en la que habían entrado en 1921, reduciéndose su militancia en más del 50 %. La represión, la política social de la Dictadura, el mantenimiento de un alto poder adquisitivo de los salarios, gracias a la disminución de los precios, y la propia debilidad de los sindicatos hizo desaparecer prácticamente la conflictividad laboral. En 1926 se creó la Organización Corporativa Nacional y el sistema de Comités Paritarios de obreros y patronos para la resolución de problemas laborales, lo que sirvió de cierto estímulo para socialistas, solidarios y católicos que, en los años siguientes, se disputaron sus puestos en ellos, quedando comunistas y anarquistas en la clandestinidad. Eso permitió a la UGT y a los nacionalistas mantener e incluso ampliar, en el caso de estos últimos, sus bases orgánicas.

En 1930, desaparecido del poder Primo de Rivera y abandonada por los socialistas su política de colaboración con el régimen, la situación varió sustancialmente. La sindicación volvió a aumentar rápidamente y, como novedad más destacada, la UGT empezó a perder su hegemonía debido al avance de anarquistas, comunistas (que sin duda recogieron parte de la filiación socialistas contraria a su papel ambiguo frente a la Dictadura) y, sobre todo, de los nacionalistas de Solidaridad. En los últimos meses de ese año se vivieron ya conflictos importantes, como la huelga general de octubre en Bilbao y la convocada en toda España en diciembre, que produjo serios altercados en Guipúzcoa, prueba innegable de la radicalización de los obreros de aquella provincia.

FLT

La proclamación de la II República, en abril de 1931, supuso un nuevo auge para las organizaciones obreras, con un salto cuantitativo y cualitativo, al contemplarse una mayor politización de la vida sindical, fruto sin duda de la madurez alcanzada por el movimiento obrero. La efervescencia política que acompañó a la aparición del nuevo régimen hizo aumentar considerablemente el porcentaje de sindicación (que en 1933 alcanzó al 32,48 % de la población activa de Vizcaya, al 30,77 % de la de Guipúzcoa, 18,70 % de la de Navarra y 1 1,06 % de la de Álava).

Así, la UGT -favorecida por la presencia socialista en los primeros gobiernos de la República- llegó a tener unos 34.000 afiliados en Vizcaya en 1933, mientras que los solidarios alcanzaron, en las cuatro provincias, unos 37.000, cifras que por sí solas indican el peso de los sindicatos en la vida política de esos años. Estos dos sindicatos fueron los que experimentaron un mayor crecimiento, mejorando sustancialmente su organización y estructura interna (creación de Federaciones por industrias y de Federaciones provinciales, por ejemplo), sin olvidar a los comunistas, que crearon también, en esos años, su propia central sindical, la Confederación General del Trabajo Unitario, los llamados sindicatos rojos, que acabaron ingresando de nuevo en la UGT en 1935, y que tuvieron un peso notable en Vizcaya y Guipúzcoa, donde en mayo de 1931 protagonizaron una huelga que produjo graves altercados en Pasajes.

Sin embargo, la conflictividad durante el primer bienio de la República, aunque muy superior a la de los años de la Dictadura, no fue especialmente grave. La aguda crisis de trabajo y la moderación del socialismo vasco (dirigido siempre por Prieto), confiado en el carácter reformista del régimen y en el protagonismo de los Jurados Mixtos para la resolución de los problemas laborales, explican esa relativa ausencia de conflictos.

El cambio de gobierno republicano, en 1933, y la paralización de las reformas radicalizó las luchas sociales. La UGT abandonó su moderación y pasó a defender posturas revolucionarias, lo que le acercó a anarquistas y comunistas, con los que intentó llegar a un acuerdo de unidad obrera frente al peligro de la expansión fascista en España. La conflictividad laboral se disparó a partir de esa fecha, destacando el elevado número de huelgas generales de carácter político. En esa radicalización pesó también la postura de la organización patronal, reforzada también en esas fechas, y que opuso férrea resistencia a las reivindicaciones obreras. En estas condiciones, el movimiento obrero se radicalizó. Los sindicatos católicos, convertidos en Sindicatos Profesionales, perdieron prácticamente todo su peso (aunque conservaron su organización en Álava y en Navarra, donde también hubo un fuerte crecimiento ugetista, extendiéndose su organización por la zona de la Ribera y otros núcleos) en favor de los nacionalistas de Solidaridad, más reivindicativos.

La fecha cumbre de esa conflictividad creciente fue el intento revolucionario de octubre de 1934 -primer intento serio de toma de poder por parte de los obreros- ampliamente seguido en Vizcaya y en Guipúzcoa, con duros enfrentamientos con las fuerzas del orden y el ejército que produjeron numerosas víctimas. A la convocatoria revolucionaria conjunta de socialiastas, anarquistas y comunistas, respondió también Solidaridad -pese a la negativa del PNV- cuyos afiliados participaron en la huelga. El fracaso de ésta y la fuerte represión posterior debilitó a los sindicatos, disminuyendo su actividad en los meses siguientes. La unidad obrera también quedó seriamente quebrada, produciéndose, incluso, fuertes disensiones en el seno del movimiento socialista que, en el País Vasco, retomó, mayoritariamente, la línea moderada de Indalecio Prieto.

La victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 volvió a cambiar la tendencia, viviéndose en los meses siguientes uno de los períodos de mayor conflictividad, con durísimos enfrentamientos entre sindicatos -que multiplicaron sus acciones reivindicativas laborales y políticas- y la patronal, que opuso una postura intransigente. El estallido de la Guerra Civil, en julio de 1936, obligó a los sindicatos a abandonar su política reivindicativa y sus afiliados, tanto nacionalistas como socialistas, anarquistas y comunistas engrosaron las trincheras en defensa de la República. Su derrota les obligó a pasar a la clandestinidad o al exilio, desapareciendo de la vida pública.

FLT

La implantación del régimen franquista produjo un cambio sustancial en la historia del movimiento obrero en el País Vasco.

El Sindicato Vertical. En los primeros años, la férrea represión a las organizaciones en la clandestinidad, la prohibición legal a la existencia de las mismas y la puesta en marcha, desde 1940, de un nuevo sistema corporativo de relaciones laborales bajo control estatal, los llamados Sindicatos Verticales (bajo la inspiración del Fuero de Trabajo de 1938, que entre otras cosas negaba el derecho a la huelga), produjo la práctica desaparición de las organizaciones sindicales, que tan sólo lograron mantener algunas estructuras orgánicas en el exilio, sin apenas contactos y militantes en el interior. La conflictividad laboral desapareció por completo, pese al empeoramiento de las condiciones de vida de los obreros y el descenso salarial.

La primera huelga no se produjo hasta 1947, casi una década después del fin de la guerra. En ese año el Gobierno Vasco en el exilio, con el apoyo de los sindicatos, y aprovechando la buena coyuntura internacional para ello (derrota de los regímenes fascistas en la II Guerra Mundial), decidió convocar una huelga general para protestar contra el régimen franquista. La convocatoria -coincidente con un empeoramiento de las condiciones de vida obrera- encontró un fuerte eco en Vizcaya y Guipúzcoa, pese a los intentos de evitarlo por parte del gobierno. Sin embargo, el fracaso definitivo de la huelga -que no consiguió ninguna mejora laboral ni, por supuesto, política-, con el añadido de la dura represión que la siguió (expulsión de sus puestos de trabajo de los cabecillas, encarcelamientos, etc.) supuso un nuevo golpe para el movimiento obrero.

Lo mismo puede decirse de la segunda huelga, convocada en 1951 en apoyo de la celebrada en Barcelona, y que en esta ocasión se extendió también a Álava y Navarra, paralizando la actividad laboral de todo el País Vasco durante varios días, pero que acabó en un nuevo fracaso. Las cosas empezaron a cambiar a partir de la mitad de los años 50. El fin de la etapa autárquica dio paso a una época de fuerte crecimiento económico que tuvo su momento de máxima expansión en la década de los 60 y primeros años 70. Este desarrollo económico supuso, para el País Vasco, un impulso inusitado para su industria, que vivió su época dorada, extendiéndose ahora también por los territorios interiores, Álava y Navarra, que vivieron entonces su verdadero proceso de industrialización. Todo ello supuso una nueva llegada masiva de emigrantes a trabajar en la industria vasca, y además la formación de una nueva generación de obreros, posterior a la guerra, que carecía de memoria histórica sobre las organizaciones obreras tradicionales, lo que facilitó la aparición de un nuevo sindicalismo.

Comisiones Obreras. Los inicios hay que situarlos hacia 1958, cuando, dentro de la tímida apertura política del régimen, se puso en funcionamiento la nueva ley de convenios colectivos. Gracias a ello se empezaron a formar en cada fábrica, de forma espontánea y asamblearia, para la discusión de los convenios, comisiones de obreros que pronto, bajo el impulso de grupos de obreros católicos, como las JOC y la HOAC -que se alejaron de la Iglesia oficial-, consiguieron mejorar y afirmar sus estructuras, dando paso a un nuevo movimiento sindical que tomó el nombre de Comisiones Obreras (CCOO). Su asentamiento en Vizcaya puede datarse hacia 1962, a raíz de la convocatoria de una serie de huelgas que tuvieron un fuerte eco y respuesta. En los años siguientes se fue extendiendo al resto de las provincias, paralelamente al aumento de la conflictividad laboral. Las reivindicaciones salariales y la incapacidad del régimen de integrar los conflictos de una sociedad en continua evolución que exigía cada vez mayores cotas de libertad, explican ese fuerte aumento de la conflictividad y la polarización del movimiento obrero en esos años. Comisiones Obreras, gracias a su táctica de participación en las estructuras del sindicato vertical y a su acción clandestina y unitaria paralela, tuvo un fuerte crecimiento, convirtiéndose en el principal movimiento antifranquista, bajo la influencia del Partido Comunista.

USO, JOC y HOAC. Por su parte, a partir de los años 60, algunos sindicatos "históricos" como la CNT y la UGT, iniciaron su reorganización interna, apareciendo otros nuevos, como la Unión Sindical Obrera (USO), promovida también desde el campo católico de las JOC y la HOAC.

ELA-Movimiento Socialista de Euskadi. Solidaridad, por su parte, reapareció con algunos cambios importantes, definiéndose ahora como sindicato de clase y socialista, rompiendo con el confesionismo y desvinculándose del PNV (1963, aunque manteniendo su carácter nacionalista). Desde 1965 pasó a llamarse ELA Movimiento Socialista de Euskadi.

La conflictividad, tanto laboral como política, fue muy importante en esos años. A partir de 1971 Navarra se colocó entre las provincias españolas con mayores horas perdidas por huelgas (como ya lo estaban Vizcaya y Guipúzcoa), señal inequívoca del avance del movimiento de aquella provincia. También Álava vio incrementar sus conflictos, como lo prueban los graves sucesos de Vitoria de 1975. Algunas huelgas, como las de Bandas de Laminaciones de Echávarri en 1966-67, las generales de 1970 a raíz del Proceso de Burgos, o las de 1975 produjeron graves incidentes en todo el País Vasco.

FLT

La muerte de Franco en 1975 y la apertura del proceso democrático, dio paso a la definitiva legalización de los sindicatos en 1977. Sin embargo, la grave crisis económica -con fuerte aumento del paro-, la reconversión industrial y la fuerte polarización política, impidieron un descenso de la conflictividad social, que en los años finales de los 70 y en los 80, con algunos altibajos, siguió siendo principal protagonista de la vida histórica vasca. Todos los sindicatos, al pasar a la legalidad, mejoraron sus estructuras internas y se reorganizaron.

En Comisiones Obreras, que recogía diferentes opciones políticas, se crearon dos corrientes, una mayoritaria, la CONE (Comisión Obrera Nacional del País Vasco), de tendencia comunista, y otra "unitaria", más radical, que recogía las tendencias surgidas a la izquierda del PC, en partidos como la Liga Comunista Revolucionaria, Organización Revolucionaria Trabajadores y, sobre todo, el Movimiento Comunista. Ambas acabaron unificándose en 1978 en el I Congreso de CCOO de Euskadi.

También ELA sufrió una escisión, creándose un sindicato minoritario ELA-A (askatuta) de escasa presencia y manteniéndose la ELA oficial que, reunificada, celebró su II Congreso en Eibar en 1976, recuperando en los años siguientes su antigua pujanza y reforzando su militancia. También la UGT renació de sus cenizas y desde 1973 aumentó su presencia en las fábricas. Otros sindicatos, como la CNT, USO o algunas nuevas organizaciones como SU y CSUT, que nacieron en tomo a 1976, tuvieron menor desarrollo, llegando incluso a desaparecer algunos de ellos.

Pero quizás la mayor novedad en lo que se refiere a la historia del movimiento obrero de estos años, pese a su carácter minoritario, fue la aparición de un nuevo sindicato nacionalista, Langille Abertzale Batasuna (LAB) de carácter radical independentista. Su origen hay que buscarlo en el Frente Obrero de la organización ETA, que funcionó en los primeros años de la década de los 70 y que dio paso, en 1974, a la formación de esa organización sindical, legalizada en el 77 y que en el 78 celebró su primer congreso. Unos años después, en 1980, se produjo una escisión, separándose la línea de LAB-EE, defensora de la tendencia política de ETA-pm, que acabó ingresando posteriormente en ELA, pasando LAB-KAS, como sindicato independentista radical, a la órbita de Herri Batasuna y ETA.

La normalización de la vida democrática española permitió el asentamiento de la vida sindical y la celebración de elecciones sindicales en las empresas, que nos permiten precisar, con más detalle, la presencia de cada una de las organizaciones. Así, en las elecciones celebradas en 1982, en la Comunidad Autónoma Vasca ELA obtuvo un 30,24 % de los votos, UGT el 21 ,54 %, CCOO (que había perdido la hegemonía que mantuvo durante el franquismo) el 17,12 %, LAB un 5,56 %, los no sindicados un 14,78 % y otros sindicatos un 10,46 %; mientras que en Navarra UGT obtuvo un 25,99 %, ELA un 15,74 %, CCOO un 13,46 %, los no sindicados un 22,10 % y otros sindicatos un 3,15 %.

FLT

En las dos últimas décadas del siglo XX y primeros años del siglo XXI el sindicato nacionalista ELA se ha consolidado como la formación más representativa en las elecciones sindicales en la Comunidad Autónoma del País Vasco (CAPV), aumentando su diferencia con respecto a otras opciones. También LAB ha experimentado un continuo progreso en este período. Ha dejado de ser un sindicato minoritario, con una representación del 5,82% a inicios de los ochenta, y se ha convertido en una opción sindical consolidada con una representación que ha girado en torno al 15% en las diversas elecciones sindicales celebradas desde los años 90 en la CAPV. Desde 1994 ambos sindicatos abertzales han puesto en práctica una unidad de acción y han convertido la reclamación de un marco vasco autónomo de relaciones laborales en su principal reivindicación.

Porcentaje de representantes obtenidos por cada organización sindical en la CAPV
Fuente: Elecciones sindicales en la CAPV. Procesos y resultados. Bilbao: CRL-LHK, 2008, pp. 53-57.
1982199019982006
ELA30,2437,8440,3640,7
CC.OO.17,1217,5217,4219,89
UGT21,5419,5515,9213,01
LAB5,8613,1615,4716,75
No sindicados14,783,283,022,82
Otros10,468,657,826,83

Desde los años ochenta hasta inicios del siglo XXI CCOO ha aumentado sus niveles de representación y se ha convertido en el segundo sindicato de la CAPV, aunque a gran distancia del mayoritario ELA. Por su parte UGT ha reducido su representación del 21,54% en 1982 al 13,01% en el año 2006. En Navarra, por el contrario, UGT ha sido el sindicato mayoritario, con un nivel de representación en torno al 30% en el año 2006, mientras ELA y CCOO se situaban respectivamente en el 21,47% y el 24,42% y LAB obtuvo el 12,27 % de representación entre los trabajadores navarros.

Desde la época de la Transición tanto los delegados independientes como los sindicatos minoritarios han ido perdiendo peso paulatinamente, pasando de más del 35% de representatividad en las elecciones sindicales de 1980 al 10,86% obtenido en el año 2000, de forma que han perdido más de 20 puntos en esos 20 años en la CAPV y la Comunidad Foral Navarra.

En los años ochenta la crisis económica, el traumático proceso de reconversión industrial y la pérdida de miles de puestos de trabajo en los principales sectores industriales tradicionales (siderometalúrgico y naval especialmente) generaron una importante conflictividad laboral. Las movilizaciones tenían como objetivo principal el mantenimiento del empleo y adoptaron muy diversas manifestaciones, desde la lucha de los trabajadores del astillero Euskalduna por evitar su cierre en 1984, hasta la "marcha del Hierro" a Madrid de los obreros de Altos Hornos de Vizcaya (AHV) en 1992, por citar tan sólo dos ejemplos emblemáticos. Las respuestas de las organizaciones de los trabajadores variaron según los casos y oscilaron desde los intentos de concertación de sindicatos como UGT hasta el rechazo radical y a ultranza de formaciones como LAB. Sin embargo, desde los años noventa han sido cuestiones políticas, vinculadas con la denominada cuestión nacional, las que han influido decisivamente en las divergencias sindicales.

Desde la transición los sindicatos han ido consolidando su autonomía con respecto a los partidos políticos, rompiendo los lazos que históricamente habían vinculado a ELA con el PNV, a UGT con el PSOE, o a CCOO con el Partido Comunista, con la excepción de LAB que ha continuado siendo una de las organizaciones del denominado MLNV ("Movimiento de Liberación Nacional Vasco"). Sin embargo, una cuestión política, como es la postura ante el llamado Marco Vasco de Relaciones Laborales, ha sido el principal elemento de fractura y confrontación entre los sindicatos vascos, de forma que desde 1994 se han ido conformando dos grandes bloques sindicales. Por un lado, ELA y LAB, organizaciones de ámbito exclusivamente vasco, han propugnado un marco propio de relaciones laborales y han rechazado o cuestionado el ordenamiento jurídico vigente. Mientras LAB se opuso desde sus inicios al Estatuto de Gernika, ELA lo consideró agotado en su IX Congreso (1997), a pesar de que lo había apoyado en su IV Congreso (1979). Por otro lado, CCOO y UGT, formaciones de ámbito estatal que han practicado una unidad de acción desde los años noventa, no han apoyado marcos autónomos de relaciones laborales. Esta confrontación ideológica ha dificultado seriamente las relaciones institucionales entre los sindicatos vascos y ha impedido una respuesta unitaria de todas las organizaciones sindicales vascas contra las políticas de ajuste y reforma del mercado de trabajo aplicadas por el Gobierno español en el marco de la crisis económica y financiera internacional iniciada en el 2008.

FMR 2011

  • ELECCIONES sindicales en la CAPV. Procesos y resultados. Bilbao: CRL-LHK, 2008.
  • KAIERO URIA, Andoni. Organizaciones sindicales y empresariales, negociación colectiva y marco vasco de relaciones laborales. Bilbao: Manu Robles-Aranguiz Institutua, 2004.
  • LETAMENDIA BELZUNCE, F. ELA 1976-2003: Sindicalismo de contrapoder. Bilbao: Manu Robles-Aranguiz Institutua, 2004.
  • MAJUELO, E. Historia del sindicato LAB Langile Abertzaleen Batzordeak 1975-2000. Tafalla: Txalaparta, 2000.
  • UNANUE LETAMENDI, José Miguel. Las relaciones laborales en Euskal Herria. Apuntes históricos y análisis de su evolución desde la transición política. Bilbao: Manu Robles-Aranguiz Institutua, 2002.
  • 25 AÑOS UGT-Euskadi. Historia social y del movimiento obrero. Madrid: Fundación Largo Caballero, 2003.

FMR 2011