Topónimos

MILUZE

Lugar y puente de Pamplona cuyo nombre, según Martínez de Lezea e Ignacio Baleztena, proviene de los vocablos amil, mil, bil, «precipicio» o «derrumbadero», y luze, «largo», significado que parece referirse al cercano precipicio existente a la izquierda del río, por la parte de Barañáin. Baleztena traduce así el nombre, en su interesante trabajo sobre toponimia pamplonesa, galardonado con el Primer Premio en el Certamen Científico, Literario y Artístico de la Ciudad de Pamplona, celebrado en 1928. En este trabajo, sale al paso del pretendido significado del topónimo traducido por lengua larga que se ha querido derivar de una forzada contracción de mugaña, a fin de relacionarlo con los sediciosos ahorcados en este lugar por orden de Carlos II de Navarra.
Los sobrejunteros y consejeros de las comarcas de Arteaga, Miluze, Irache, la Ribera y Obanos, en nombre de los infanzones de sus respectivas comarcas y de todos los infanzones de la Junta de Obanos, aprueban y confirman lo hecho por sus procuradores y consejeros en la Corte general que se celebró en Estella el 10 de agosto de 1299.
Los ahorcados de Miluze. Un incidente, que pudo revestir mayor gravedad pero que fue cortado bruscamente y en embrión, serviría para afirmar en 1351 el carácter autoritario de la monarquía de Carlos II de Navarra, a la vez que aseguraba la tranquilidad en el interior del reino. Según recopila Lacarra en su Historia de Navarra, con ocasión de la coronación, las Cortes de Estella otorgaron a Carlos II la «ayuda» conocida con el nombre de «monedage». Se concedía para que, de acuerdo con el Fuero, el rey pudiera fabricar nueva moneda. Pero la forma en que se otorgó era excesivamente gravosa, y además recaía casi exclusivamente sobre los francos u hombres de las villas y los labradores o pecheros, ya que tenían que pagar 8 sueldos por fuego, y estaban exentos los nobles e hidalgos -a no ser que tuvieran heredades pecheras- y los eclesiásticos, si no se dedicaban al comercio. Por otra parte, la moneda acuñada era de tan baja ley, que hubo que hacerla de circulación forzosa. De la impopularidad del impuesto da idea el hecho de que el alcalde y preboste de la Navarrería de Pamplona, encargados de recaudarlo, rogaron al tesorero «que lo mandase coger a porteros o a quien quisiere, y no a ellos, porque del todo no sean mal quistos de la gente». Pronto los francos y labradores dieron muestras de resistencia. Uno de los familiares del rey, Arnaud de Han, cuando paseaba en compañía del mariscal del rey, francés también, por el Burgo de San Cernin y la Navarrería, fue herido por la gente, y tuvieron que llamar al amirat de la Población de San Nicolás para restablecer el orden. Empezaron a organizarse juntas o hermandades, que, a diferencia de las anteriores, no agrupaban a infanzones o hidalgos, sino a labradores. El movimiento se inició en la comarca de Pamplona, y se reunían en Miluze, tal vez por la resonancia del nombre, que evocaba el de una sección de las antiguas Juntas de Obanos y por la proximidad a Pamplona. De acuerdo con una tradición aún viva, celebraban asambleas cuyos acuerdos aseguraban mediante juramentos, dictaban ordenanzas, usaban sellos y nombraban sus sobrejunteros, consejeros y capitanes; los sozmerinos de la Cuenca y de Val de Araquil eran también de la Junta. Sin esperar a que el movimiento tomara mayor amplitud, Carlos detuvo de improviso a ocho capitanes de la Junta; cuatro de ellos fueron colgados de unas horcas preparadas con gran secreto en los prados de Miluze; otros cuatro fueron llevados a Pamplona y ahorcados en un tablado levantado en el mismo mercado de la ciudad, para que sirvieran de escarmiento a los vecinos; el sozmerino de la Cuenca fue condenado a ser despeñado y el de Val de Araquil fue ahorcado. Descabezada la Junta, Carlos pregonó por aldeas y mercados la noticia de las ejecuciones, renovando la prohibición de hacer nuevas juntas o cofradías que no estuvieran dedicadas al servicio de Dios o a fines benéficos. La tétrica historia sirvió de argumento a la leyenda «El Puente de Miluce» escrita por el ilustre Juan Iturralde y Suit a mediados del s. XIX que puede leerse en Mañé y Flaquer: «El Oasis», 1878, p. 136-143 y, luego en la «Revista Euskara» (1882) y E. E. (1887).-J. M. L.