Concepto

Literatura vasca en el siglo XX. 1975-2000

Fueron procesos paralelos. Mientras la narrativa iba ocupando un espacio cada vez mayor dentro del sistema literario, la poesía fue quedando en los márgenes. Las editoriales que miraban al mercado -y al mercado de la escuela- han disminuido la publicación de poesía, con la excepción de la editorial Susa que siempre ha guardado un espacio especial para la aparición de poesía en su catálogo. Si la década comenzó con la publicación del maravilloso libro Mimodramak eta ikonoak/ Mimodramas e iconos (1991) de Juan Mari Lekuona (dos años antes Koldo Izagirre había editado su Balizko erroten erresuman [En el territorio de los molinos imaginarios]), una mirada desde la actualidad constataría una debilidad en la edición de poesía. Llama menos la atención de la crítica, tiene una venta más escasa que las novelas, una edición menor (las editoriales más importantes publican un par de libros de poemas al año), también ha descendido el número de creadores en la década de los 90 con respecto a los que aparecieron en los 80, además ha sido el género donde se ha producido una diferencia mayor entre las características de las postmodernidad y la defensa de los rasgos identitarios.

Las instancias sociales que han mantenido el fuego de la poesía residen en una vía tradicional, la pervivencia de los premios literarios, que siempre mantienen un lugar para la poesía, y uno innovador: la presentación en perfomance de la poesía, la multiplicación de recitales y el hermanamiento, nada nuevo, entre poesía y música, y la difusión de la poesía mediante la colaboración entre músicos y poetas. Por eso hay que tomar con cuidado el tópico que habla de la debilidad de la poesía. Como ha disminuido el número de publicaciones, existe un filtro más espeso y por tanto mayor cuidado en los libros publicados. Y a pesar de que las condiciones sociológicas y la reducción de lectores fueron patentes, podemos citar a algunos poetas que han mantenido el emblema de la calidad en tiempos difíciles. Sobre todo son destacables los poetas que siguen las estéticas postmodernas.

Rikardo Arregi (1958), el poeta vitoriano, ha mantenido una relación con el clasicismo en sus dos libros: Hari hauskorrak [Débiles hilos] (1993) y Kartografia / Cartografía (1998). En su creación desea cartografiar la vida que le rodea y suyo es uno de los poemas que más se ha traducido desde su publicación, el excelente: "66 lerro hiri sitiatuan"/ "66 líneas desde la ciudad sitiada", uno de los poemas más emocionantes sobre el cerco a Sarajevo. Miren Agur Meabe (1962) une cotidianeidad y nuevo lenguaje poético en su Azalaren kodea/ El código de la piel (2000). Busca crear un nuevo lenguaje del cuerpo, y su poesía aúna el mundo onírico y la vida cotidiana. Juanjo Olasagarre (1963) ha tomado el tema del cambio social de una pequeña comunidad en sus libros de poemas Bizi puskak [Trozos de vida] (1996) y Puskak biziz [Vida a trozos] (2000). Su poesía trata de la introducción de la modernidad posterior al 68 y sus efectos en una comunidad, cómo ha cambiado a las personas, cómo las ha separado, y las ha llevado a lugares y condiciones distintas, cómo su identidad sólida se ha convertido en una identidad cambiante y líquida. Harkaitz Cano (1975) mantuvo la influencia del surrealismo en su primer libro Kea lainopean bezala [Como humo bajo la niebla] (1994).

Kirmen Uribe (1970) rompió el tópico de que la poesía no se leía y no se vendía con su libro Bitartean heldu eskutik/Mientras tanto dame la mano (2001). En muy poco tiempo vendió 5.000 ejemplares y pronto conoció ediciones en castellano, francés e inglés en Estados Unidos. Realiza una poesía clara, de fácil lectura, que parece fácil pero que está muy pensada y que cala en el lector. El es, por ahora, uno de los autores más reseñables en el límite de tiempo marcado.