Concepto

Literatura vasca en el siglo XX. 1975-2000

Desde 1975 se percibían aires de cambio en la literatura vasca. Gabriel Aresti muere ese año. Pero además se perciben cambios en las estructuras literarias que venían funcionando desde 1969 en torno a la editorial Lur, que se convierte en editorial Kriseilu, momento en que algunos de los escritores de referencia de la editorial (Ramon Saizarbitoria, Ibon Sarasola, Arantxa Urretabizkaia) prefieren tomar otros rumbos literarios. Y se observa una nueva inquietud en el mundo creativo vasco.

Esa inquietud se demuestra en el cambio de imagen de las nuevas editoriales (Elkar, 1975;Erein, 1976) y en el nacimiento de diversas iniciativas y colecciones literarias (Ustela saila, 1977; Susa, 1983). Las revistas literarias nacen con fuerza: Ustela [Podrido] (1975-1976); Pott [Fracaso] (1978-1980); Oh Euzkadi (1979-1983); Susa (1980-1994) y Maiatz [Mayo] (1982-...). Si se comparan los libros que las editoriales eligieron para dar comienzo a sus colecciones las conclusiones saltan a la vista, puesto que certificaron aventuras de estéticas nuevas en el panorama literario vasco, a la vez que confirmaban a las nuevas voces de cambio en la creación. La colección Ustela Saila, bajo la protección de la editorial Lur, eligió en 1977 la obra Oinaze zaharrera [Hacia el viejo sufrimiento] de Koldo Izagirre (1953), y reeditó la novela Egunero hasten delako [Porque amanece cada día] de Ramon Saizarbitoria en 1979. En ese mismo año la editorial Erein comenzaba su colección literaria con la obra Ilargiaren eskolan/En la escuela de la luna de Juan Mari Lekuona (1927-2005). La editorial Hordago publicó en 1979 la obra Zergatik panpox/Por qué mi niño de Arantxa Urretabizkaia (1947). También apareció ese año la novela Abuztuko 15eko bazkalondoa [La sobremesa del 15 de Agosto] de Joxe Austin Arrieta (1949), obra que fue muy leída y analizada en la época.

La editorial Elkar eligió a Narrazioak [Narraciones] (1983) de Joseba Sarrionandia (1958) para dar comienzo a una colección literaria que aún perdura. Susa inició su andadura en 1983 con la obra Anfetamiña [Anfetamina] de Xabier Montoia (1955).

Esa enumeración basta para constatar las novedades estéticas que renovaban la literatura vasca, los distintos signos estéticos que venían a confluir en el espacio literario y la primera configuración de un canon. Entre 1977 y 1983 sucedieron muchas cosas en el sistema literario. Era una literatura que miraba hacia el futuro. Confluyeron estéticas que iban desde el simbolismo esteticista de Juan Mari Lekuona, el senior de la edición del momento, a la narración fantástica y simbólica de Joseba Sarrionandia, el junior. Se hacían guiños a la vanguardia histórica (Koldo Izagirre), se recuperaban las figuras señeras que trabajaban desde 1969 (Ramon Saizarbitoria), y comenzaba la introducción de un feminismo en la pluma de Arantxa Urretabizkaia, bajo la influencia de Simone de Beauvoir (1908-1986).

Sin embargo, la obra Etiopia (1978) de Bernardo Atxaga (1951) hace surgir en el sistema literario la confirmación de un cambio de rumbo en la literatura vasca y en sus estéticas. Etiopia significó una explosión de creatividad. Renovadora y rupturista, la obra confirmó que se estaba a las puertas de una nueva época. Su estética vanguardista expresaba las condiciones de un mundo caótico, pero que resultaba claramente legible en el momento histórico en el que se vivía. En el viaje que el lector realizaba en torno a los círculos que configuraban Etiopía se veía acompañado por una estética surrealista, que además apelaba a los círculos dantescos para invitar a un viaje por el infierno.

Se ha repetido con asiduidad que la obra propone una lectura anti-utópica, y que Etiopia no sería sino un juego de palabras con Utopía. Quizás la guerra que asoló Etiopía en 1974 que terminó con la huida de Haile Selassie (1892-1975) y las hambrunas consiguientes tuvieron que ver con el proceso creativo de la obra. El mundo estaba cambiando y Etiopia expresaba el sufrimiento del cambio.

La obra se basaba en la expresión del irracionalismo poético y su toque surrealista ha tenido muchísima importancia en la configuración de la estética de nuevos poetas. Como poesía que se encuentra en la fractura entre dos épocas muestra elementos de dos épocas. Por un lado mira hacia las vanguardias históricas, hacia una estética de lectura difícil que, poco a poco, iría perdiendo fuerza, incluso en la estética de Bernardo Atxaga; por otro muestra ya algunas formas expresivas de la postmodernidad en la crítica a la utopía y, por tanto, a las grandes narrativas, y en su afirmación de las identidades fragmentarias como en la metáfora de la "ánfora rota". En los años posteriores a su publicación Etiopia fue tomada como una obra fundacional de una nueva estética y de un movimiento de renovación de la poesía vasca y por ello fue comparada a otra obras que renovaron la poesía gallega, como Con pólvora e magnolias (1976) de Xose Luis Méndez Ferrín (1938) y catalana, como Estimada Marta (1978) de Miquel Martí i Pol (1929-2003). Pero contemplada desde la actualidad, la obra parece más un texto que viene a cerrar una manera de crear, y que en su expresión difícil, hermética, surrealista, manifiesta una estética que va a terminar su desarrollo. Bernardo Atxaga la volvió a publicar en 1983 y desde entonces no se ha conocido una edición completa del libro.

Las nuevas inquietudes a las que nos hemos referido más arriba aparecen en las nuevas intuiciones y en la multiplicidad de iniciativas que aparecen en el campo literario. Las personas que se acercaban a la literatura, a las editoriales y a las revistas lo hacía por un afán militante, no por razones económicas, aunque muy pronto iban a aparecer las leyes del mercado para ir digiriendo las iniciativas.

Como sucede en toda literatura pequeña, fueron muchos los que se acercaron a la literatura en aquel momento. Y muchos se decantaron por dirigirse a la creación y edición de poesía, probablemente por dos razones: por razones económicas, es más barata de editar; por razones socioliterarias, para hacer poesía basta con la lengua personal, para hacer novela se necesita un idiolecto social, que en aquel momento aparecía sin configuración precisa, y que se iba haciendo poco a poco. Pero como a menudo sucede en las literaturas pequeñas, muchos fueron autores de un solo libro, autores sin trayectoria y que pronto pasaron a otros quehaceres. El universo del euskara debía ocupar muchos espacios (la escuela, la ikastola, la universidad, el mundo musical, el periodismo, la creación de guiones, la televisión, el cine, las editoriales...) y resulta normal que el primer espacio que se ocupe, por su simbolismo identitario, sea el literario. El perfil del escritor del momento era un profesor de euskara que escribía y editaba una obra literaria. Pronto cambió el perfil y los periodistas comenzaron a proliferar como escritores literarios e impulsaron de manera general, la narrativa.

El problema del lenguaje literario no era menor en ese ambiente de creación enfervorecido e impulsivo. La normalización del euskara daba pasos con gran rapidez, pero la llamada filologización del lenguaje literario era una característica fácilmente perceptible. Podía observarse un estilo que prefería una tendencia hacia la abundancia y riqueza del lenguaje que aparecía en la tendencia a la sinonimia, y una tendencia hacia la preferencia por el arcaísmo. Pero había problemas con el ritmo de la prosa y se discutía sobre la repetición de los verbos auxiliares en euskara.

Pero el sistema literario, a su vez, facilitó la trayectoria de los escritores y posibilitó la creación de un estable canon literario.