Léxico

LEPRA

El Fuero General de Navarra (lib. 5, tít. 11, cap. 5), disponía, que si infanzón o villano se tornare gafo (esto es, se hiciese leproso), no fuese admitido con los otros vecinos en la iglesia, ni en otra parte, sino que viviese en las otras gaferías y que dichos vecinos le hiciesen casa fuera de las eras del pueblo, donde lo tuvieren por bien. Este gafo mezquino (prosigue el fuero), que non puede ayudarse con lo suyo vaya demandar almosna por la villa, é demande fuera de las puertas de los corrales con sus tablas é no haya solaz (que no jugase) con los niños, ni con los homes jóvenes, cuando anda por la villa pidiendo almosna; é los vecinos de la villa deviende (veden), á lures creaturas, non cayan á su casa por haber solaz con eill. Et eill non dando solaz, si daino viniere, el gafo non tiene tuerto (no será culpa suya). Con el tiempo, se destinó a los leprosos una zona del extrarradio de las poblaciones o lugares concretos que en Navarra se llamaron gaferías y en otros lugares lazaretos debido a las peculiaridades curativas atribuidas a San Lázaro. Una orden religiosa creada tras la cruzada a Jerusalén, la de hospitalarios de San Lázaro, dedicó sus actividades a paliar los sufrimientos de estos enfermos a los que en Navarra también se llamó mesieillos o mesillos. Aquellos de éstos que fueran hallados contraviniendo lo ordenado por el fuero fueron apresados en 1321 en las merindades de Sangüesa, Estella, Tudela y prebostazgo de Olite embargando la corona sus bienes y acusándoseles de enpozoñar las aguoas. También se les debió de acusar de más cosas, muchas de ellas injustificadas. En el año 1334 fue quemada una leprosa, la tal Arnalda de Isaba por orden real acusada de haber asesinado mediante envenenamiento a Sancho Abiraberatsa del mismo lugar. Por estos años se considera a los leprosos una categoría social equiparable a las minorías raciales tales como judíos y moros. En 1431, el rey consorte Juan II dio varias heredades a censo perpetuo con la condición, entre otras, de que no pudieran enajenarse a hombres de religión, lámpara, aniversario, caballero, infanzón, leproso, judío ni moro. Tal es la razón que ha dado pie a la asimilación de agote y leproso, atribuyéndose a los agotes baztaneses y norpirenaicos su origen en la discriminación y segregación ejercida sobre la población leprosa que habría sido constreñida a vivir en barrios separados, utilizar puerta diferente en la iglesia, una agua benditera distinta, cementerio aparte, etc. También se sabe de su estancia en ermitas, como en Elgeta (Gipuzkoa) o en Mués (Nav.). En Bayona existió un establecimiento denominado lazaret ubicado en las dunas de Blancpignon, punta del río Adur, que, situada frente a este establecimiento, servía para observar los navíos que estaban en cuarentena. Dice Duceré que el terror a las enfermedades epidémicas no tenía límites en Bayona. Ciertamente sufrió tanto a consecuencia de las pestes del s. XVI que la corporación de la ciudad se vio obligada a trasladar el lugar de sus sesiones a un cuarto de legua de la ciudad despoblada y en cuyas calles crecía la yerba. En 1603 quedó prohibida la entrada a la ciudad durante cuarenta días a las mujeres de marinos "por haber hablado de lejos a sus maridos" que, a la vuelta de Terranova, habían anclado en La Rochelle, lugar sospechoso de contagio. De 1709 a 1710, se visita cuidadosamente todos los navíos procedentes de Holanda, y en 1713, fue hecha una visita sanitaria al Boucau, para elegir un lugar adecuado para el anclaje de los navíos sospechosos de contagio. En 1754 el navío corsario Le Constant, armado en Bayona, regresó de un crucero con varios de los hombres de su tripulación, víctimas de una enfermedad contagiosa. El navío había naufragado en las rocas de San Sebastián. La casa de Guillot fue elegida para depositar a los enfermos que no se quería que entrasen en la ciudad. El señor Delissalde, médico delegado de la corporación de la ciudad, redactó una memoria, se levantaron barracas y gracias a los cuidados ofrecidos a estos desgraciados, se evitó que Bayona cayese víctima de la epidemia. Con ocasión de la gran epidemia de Barcelona de 1821 y como consecuencia de la ley del 3 de marzo de 1822, se estableció un lazareto en la orilla izquierda del río Adur, a poco más o menos de un cuarto de legua de su desembocadura. El suelo sobre el cual fue construido formaba un rectángulo de 40.500 m. cuadrados de superficie. El establecimiento fue rodeado con un doble cinturón de murallas. El espacio comprendido entre los dos muros, se llamó camino de ronda; tenía un poco menos de diez metros de ancho, y los muros tenían nueve metros de alto. Había un edificio en el exterior del Lazareto que servía para alojar a la tropa de línea, cuando su servicio era requerido, así como a los empleados del estacionario colocado en la desembocadura del río Adur. El interior del Lazareto puede dividirse en tres recintos, separados unos de otros por muros o edificios. "En el primer recinto patente neta-, edificio de entrada y salida. Casa del comandante y del administrador con la capilla. Casa de tratamiento, cuatro pabellones para los que estaban en cuarentena. Casa del médico y del capellán. Lavandería y accesorios de la lavandería. Depósitos, pozos y bombas. En el segundo recinto patente sospechosa-, hospital y enfermería. Cuatro pabellones para alojar a los que estaban en cuarentena. Tercer recinto purificación de mercancías-, lugar que comprendía todo lo ancho del establecimiento en su lado Oeste y destinado para recibir las mercancías. En el centro de esta parte había una casa que servía de alojamiento a los hombres encargados de la guardia y de la purificación de las mercancías. Había ocho pequeños edificios, cuatro de los cuales estaban en los dos primeros recintos y otros cuatro en los ángulos interiores del camino de ronda, destinados a alojar a los guardias. Había 18 letrinas repartidas por las diversas divisiones del Lazareto. Nueve fuentes distribuían agua por todas las partes del establecimiento. Un recinto llamado circular, cerrado por muros de la misma altura que los precedentes, servía de cementerio. Se extendía por el noroeste y fuera del camino de ronda con el cual se comunicaba por una gran puerta que contorneaba un cobertizo de doble vertiente. Un empleado, llamado capitán del Lazareto y cuatro guardias, constituían el personal de este establecimiento. El Lazareto cayó en desuso a finales del s. XIX, pero los edificios seguían existiendo, rodeados por un alto recinto de pinos. Está claro que no sólo se había utilizado para leprosos sino para toda clase de enfermos infecciosos difíciles de controlar.

Ainhoa AROZAMENA AYALA.