Concepto

Las Guerras de Bandos

Una de las características más relevantes del conflicto es su evolución, la transformación de su alcance y de las expectativas de sus protagonistas. Hasta bien entrado el siglo XV, el conflicto se caracteriza por el predominio de la rivalidad internobiliaria y por los movimientos que los aspirantes a ser señores realizaron a nivel local o comarcal, incluidos los intentos por enseñorearse de villas y valles o por fomentar bandos y parcialidades afines en el interior de estas comunidades. Un buen ejemplo es lo ocurrido en el Valle de Léniz, con las disputas entre el señor de Oñati y la villa de Mondragón en los decenios finales del XIV (Achón, 1994, pp. 75 ss.) Es también éste un ejemplo de cómo las aspiraciones de los Parientes Mayores chocaron con las de las villas y de cómo éstas también actuaron como señoríos colectivos en sus respectivos entornos.

Precisamente el caso guipuzcoano es asimismo un ejemplo paradigmático del sentido en que evolucionó el conflicto, con una tendencia clara al agrupamiento territorial de los protagonistas. En el caso de los linajes banderizos, la unión de sus fuerzas pone de manifiesto una autopercepción como colectivo, como estamento señorial. Igualmente, la organización de las villas en Hermandad demuestra que su patriciado comenzaba a superar una visión o comarcal de su realidad y a hacer visible su capacidad de autoprotegerse sin la tutela de los Mayores. Quizá todo ello venía a poner de manifiesto la radical incompatibilidad entre el código moral banderizo y el orden corporativo de las villas, fundado sobre la noción de vecindad y el mantenimiento de una paz social que permitiese el desarrollo de sus funciones económicas básicas, particularmente la comercial.

Así, el leitmotiv fundamental del conflicto fue derivando hacia la lucha entre dos concepciones diferentes para articular social e institucionalmente el territorio. Los Parientes Mayores construían esa articulación sobre su red de vinculaciones personales, que llevaban hasta el interior de las villas gracias a la formación de bandos y parcialidades urbanas, y a la superioridad ejercida sobre los hombres del territorio. Se vieron a sí mismos como el origen, como el tronco del que procedían el resto de los habitantes de la comunidad, y por ello reclamaban la condición de señores y la mediación ante el rey, negando en consecuencia cualquier reconocimiento de autoridad a villas o hermandades, y cualquier atisbo de equiparación social con los patricios urbanos (Achón 2006, p. 234).

Frente a dicho modelo, las villas imaginaron -y, de hecho, concretaron- otro esquema en el que los concejos se erigieron como auténticas cabezas en los espacios locales y comarcales. Como extensión de este esquema, la unión de las villas en hermandad se constituyó en cabeza del espacio provincial, institucionalizándose gracias principalmente a la consolidación de sus Juntas Generales, y materializando sus competencias en unos cada vez más extensos y precisos Cuadernos de Ordenanzas.