Léxico

LAS CADENAS DE NAVARRA

Armas adoptadas por los reyes de Navarra en sus escudos, a consecuencia de la batalla de las Navas de Tolosa ocurrida en el año 1212. El primer historiador que escribió sobre ellas fue don García de Eugui, obispo de Bayona y confesor del rey de Navarra, Don Carlos II, en una breve crónica de los monarcas de ese reino que anda manuscrita; en ella decía que el rey Don Sancho el Fuerte ganó en dicha batalla las cadenas e tiendas que hoy son en Navarra [Moret: Investigaciones..., p. 724]. Sigue después el Príncipe de Viana, que dice, hablando de dicho monarca: et conquistó las cadenas por armas, e asentólas sobre las ariestas [robles?] con un punto de sinople. El rey Don Carlos el Noble, abuelo del príncipe, había dicho ya en el privilegio de la unión de Pamplona que las armas del reino eran las cadenas; y el rey Don Juan padre del mismo príncipe, lo repitió en su tiempo [Moret: Investigaciones..., p. 731]. Fermín Megía, que escribió un nobiliario poco después de dicho príncipe, decía que las cadenas de Navarra representan aquéllas que el Miramamolín tenía en torno de sí cuando fue vencido en el puerto Muladar. Y posteriormente otros muchos escritores siguieron afirmando lo mismo. El doctor Villadiego, en el Fuero antiguo de los reyes godos y catálogo de ellos, trae una letra antigua del libro del Becerro, en que, celebrando a un caballero del apellido de Zúñiga originario de Navarra, dice: Vi en campo de limpieza Cerca del muy alto carro La banda de fortaleza con cadena de nobleza Y sangre del rey navarro Y que con la cruz preciosa En las Navas de Tolosa Se ganaron en un día Cuando Zúñiga vencía Con su lanza victoriosa. Suponía el poeta que este caballero se halló en la batalla de las Navas; lo que no tiene duda es que la casa de los Zúñiga usaba ya de las cadenas de Navarra en su escudo de armas en el año 1301 como veremos luego. De los Zúñiga de Navarra descienden los duques de Béjar, condes de Miranda, que deducen su origen del rey Don García Iñiguez de Pamplona [Anales..., t. III, p. 108]. El blasón de las cadenas se ha representado de varias formas según el capricho de los monarcas, el gusto de los tiempos y la inteligencia de los grabadores. Don Sancho el Fuerte hizo uso de cuatro barras cruzadas y laboreadas de manera que los ocho brazos que formaban las cuatro barras, saliendo de un centro común, parecían otros tantos cetros adornados en sus extremos con flores de lis según se estampan por Moret en sus Investigaciones. El mismo Don Sancho usó también de otro escudo con barras lisas y semejante en todo al juego de tres en raya, y al que hoy se usa, sin otra diferencia que la de los globos, anillos o esferillas, que después se añadieron a las barras, de trecho en trecho, para indicar el enlace de los eslabones de una cadena. Este escudo se describe también por Moret y existe hoy en las columnas de la catedral de Tudela. Del rey Don Enrique, hijo de Don Teobaldo I y hermano del II, tenemos un sello en el Archivo de Comptos colgado del contrato matrimonial de Doña Juana, su hija, con Enrique, hijo del rey Eduardo de Inglaterra [1273], donde se ven por un lado las armas de Navarra en forma de barras con globos o esterillas de trecho en trecho y cubiertas, en promedio, con tres bandas que parecen ser las del condado de Champaña. Por el otro lado se ve un caballero con el escudo de las armas de Navarra solas, el caballo enteramente encubertado con un arnés, cuyo adorno en toda su extensión consiste en las mismas armas, ya formando dicho juego de tres en raya, y ya con las barras y esterillas en varias direcciones, según lo permite la figura del caballo. El rey Don Felipe III varió la forma poniendo tres eslabones separados, cuya figura es idéntica a la de los que componen los dos trozos de cadenas que existen en la iglesia de Roncesvalles. Dichos tres eslabones significan, según Yanguas, el destrozo o rompimiento de las cadenas que cercaban la tienda de Miramamolín, y la misma tienda se ve representada en un triángulo que Moret no acertó a explicar. Una cruz que se ve sobre la cúspide del pabellón o tienda denota el triunfo de la religión cristiana sobre la media luna, que debía ocupar el mismo lugar, y se demuestra en la escampa que sigue. Don Carlos II, hijo de Felipe III, hizo uso de los mismos signos en sus monedas, aunque con la pequeña variación de sustituir dos flores de lis y los anillos de los dos eslabones de los costados de la tienda, según se ve en la moneda que dejó Yanguas estampada en el Diccionario de antigüedades bajo el núms. 4, t. 2, p. 194. Pero también hizo uso del blasón en figura de tres en raya como el rey Don Enrique, aunque sin mezclar otras divisas, como se ve en la siguiente estampa de una moneda de plata que existió en su poder. La infanta Doña Juana, hija de Don Juan II, hizo grabar un escudo que se acerca a la forma de cadenas, porque los globos o esferillas están abiertas a manera de anillos. Fernando el Católico hizo acuñar sus monedas navarras con escudo en idéntica forma que el referido de la infanta Doña Juana, y en nuestros días hasta las acuñaciones del año 1830, se ven en la misma manera, sin que por eso se haya abandonado del todo la de las esferillas que se ven todavía en los frontispicios de la Novísima recopilación de Navarra, impresa en el año 1735, y en los Anales de la edición de 1766. Sin embargo, desde el siglo XVI comenzó a hacerse uso también de eslabones o anillos ovalados formando con su enlace cadenas regulares. En las tres iglesias de Tudela, Irache y Roncesvalles existen todavía los trozos de las cadenas que la tradición constante dice haber sido regalados por el rey Don Sancho el Fuerte. En el altar mayor, donde se halla colocado el de Tudela, se lee la siguiente inscripción: Cadenas que dio á esta iglesia el rey D. Sancho el Fuerte y VII de Navarra, de las que rompió de la tienda del Miramamolín en la batalla de las Navas de Tolosa, año 1212. Y si bien este letrero manifiesta claramente ser de tiempos modernos, y se sabe que las mismas cadenas no existían en el que escribía Moret, este analista asegura que anteriormente habían existido, de lo cual se infiere que después se forjaron de nuevo para recordar una memoria que en otra época se había descuidado. Las cadenas de Roncesvalles están colocadas en dos trozos a los dos costados del sepulcro de los reyes Don Sancho el Fuerte y su mujer, que se hizo de nuevo en el año 1622 y adonde, por acuerdo de las Cortes de Navarra de 26 de junio de 1617, se trasladaron los cuerpos de dichos monarcas, según expresa una inscripción puesta al pie de dicho sepulcro que también habla de las cadenas como trofeo regalado por Don Sancho. Repito que la forma de estas cadenas de Roncesvalles es idéntica a los eslabones separados de la moneda de Felipe III, y a las armas adoptadas en los sellos y monedas desde la infanta Doña Juana; porque no son otra cosa que unas barras o piezas prolongadas con dos anillos redondos en sus extremos donde se enlazan las unas con las otras. Y esta misma forma es la del sello de Don Enrique, sino que el grabador dejó los anillos sin abrir por ser menos embarazoso. Las cadenas de las iglesias de Tudela e Irache se diferencian en su figura, pero esto no debe extrañarse, ya por la variación que pudieron recibir las de Tudela cuando se renovaron, y ya porque tampoco se sabe positivamente si procedían todas del palenque que rodeaba la tienda de Miramamolín, de las con que dice la historia estaban atados los soldados que la guardaban para que, con la seguridad de morir siendo vencidos, fuesen más tenaces en la defensa, o bien de las de los camellos encadenados de que habla el Príncipe de Viana: Después de esta batailla de negros, estaban tres mil camellos encadenados el uno con el otro; y más adelante se explica así: é el rey de Navarra tomó el dicho cadenado de los camellos é las tiendas, é conquistó las cadenas por armas [Crónica, lib. 2, cap. 16]. En la capilla del Cristo del claustro de la catedral de Pamplona existen las rejas de que habla Moret como procedentes, según tradición, de la tienda del Miramamolín, sobre las cuales se leen los bellos versos latinos que siguen:Cingere, quae cernis crucifixum ferrea vincla. Barbaricae gentis funere rupta manent.Sanctius exuvias discerptas vindicae ferro. Huc, illuc sparsit stemata frusta pius. Anno 1212. Estos versos son sin duda posteriores al tiempo de Moret, pues no parece verosímil que no hiciese mención de ellos si los hubiera visto, como lo hizo de otras particularidades menos interesantes; pero no por esto se debilita la fuerza que los mismos versos dan al origen de las cadenas, sino que, según la variedad de los tiempos, se miraban con más o menos entusiasmo las memorias de la antigüedad. Por los años 1648 era tan vehemente ese entusiasmo por las cadenas, que el tribunal de la Cámara de Comptos se negó a que el historiador Oihenart reconociese su Archivo por las sospechas de que trataba de escribir contra el escudo de las armas de Navarra Este autor escribió en efecto negando que las armas de Nav. significasen la victoria de las Navas de Tolosa, fundándose en que la forma en que se representaban en los sellos y medallas, no era la de cadenas; pero este argumento es muy debil si se consideran las diferentes figuras en que pueden fabricarse y se fabrican en el día, al paso que Oihenart no da una explicación convincente de que aquellos signos representaban otra cosa. Añádase a esto que Moret asegura haber tenido una conversación acerca de ello, con dicho autor y que le convenció de su error. Pero lo que más persuade respecto a las cadenas como verdaderos blasones de Navarra, es que a pesar de haberse representado desde la mayor antigüedad en forma de barras con esferillas, se ha considerado este signo en todos los tiempos como cadenas. Don Baltasar Lezaun, abogado de Estella, que escribió en el año 1710 unas memorias históricas de esa ciudad, decía que Ferrant Ibaines de Zúñiga, dueño del solar de Zúñiga, había sido enterrado en el convento de Santo Domingo de la misma ciudad, y que en el archivo de aquél existía original el testamento de dicho caballero del año 1301 con su sello pendiente y en él la banda y las cadenas, que son las armas de los Zúñiga, de quienes debe suponerse haber asistido a la batalla de Las Navas, según lo dejamos indicado. Las palabras de don García de Eugui que, como queda dicho, escribía en tiempo de Carlos II, no dejan nada que dudar acerca de que se ganaron las cadenas y tiendas en dicha batalla: el rey D. Sancho el Fuerte (dice) ganó en dicha batalla las cadenas é tiendas que hoy son en Navarra. Este texto no sólo da por sentado que entonces eran las cadenas el blasón de los reyes de Navarra, sino que da a entender que existían materialmente las cadenas y las tiendas ganadas. Este autor pudo recibir la noticia del acontecimiento de la batalla de personas que hablaron con las que la presenciaron, ya que sólo habían mediado 130 años. Y no pudiendo resistir a la fuerza de estos argumentos, es necesario creer que existian materialmente las cadenas y las tiendas en tiempo de don García de Eugui. Tampoco parece verosímil que la imaginación de este escritor inventase un hecho de tal naturaleza. Las cadenas eran las que llevamos referidas de las iglesias de Tudela, Irache y Roncesvalles; con las tiendas o sus férreos despojos se construyeron las rejas del claustro de la de Pamplona posteriormente a los años de 1350, en que el obispo Barbazano comenzó la obra del mismo claustro. La existencia de las tiendas debió dar ocasión a los reyes Don Felipe III, y su hijo Carlos II, para añadir a sus blasones la insignia del pabellón en sus monedas, según queda referido. Finalmente, otro argumento que han hecho algunos críticos contra las cadenas, es que el arzobispo de Toledo don Rodrigo, natural de Navarra, que acompañó al rey de Castilla en la batalla de Las Navas, sólo dice que el monarca mahometano estaba rodeado de aljavas de saetas, y nada habla de cadenas; pero esta objeción es puramente negativa. Las palabras estaba rodeado de aljavas de saetas son, en mi concepto, una idea figurada de los muchos guerreros que lo defendían, como si hoy dijéramos estaba rodeado de bayonetas; mas no excluye el cerco que por mayor ostentación tuviese Miramamolín, formado de cadenas de hierro en derredor de sí, aunque sólo fuese como símbolo del respeto debido al sitio que ocupaban las personas reales y a sus palacios, y para impedir su profanación, práctica conservada hasta nuestros días en que vemos colocadas las cadenas en las casas que han tenido el honor de hospedar a los monarcas y en derredor de sus estatuas como hoy se ve en la del rey Carlos III, en la plaza de Burgos. Ref. José Yanguas y Miranda