Ingenieros

Larrañaga Arambarri, José de

Ingeniero de minas guipuzcoano. Azkoitia, 07-03-1773 - Madrid, 14-12-1859.

La trayectoria educativa de José de Larrañaga se asemeja mucho a la de su hermano Diego, quien le precedió. Aunque azkoitiarra de nacimiento, no por ello renunció a adquirir su educación científica superior en Madrid, como hacían muchos jóvenes vascos de su época con ambiciones científicas -¡y sociales! Allí estudió (de 1791 a 1794) ciencias físico-matemáticas, y, en la Real Academia de San Fernando, dibujo.

En 1794 ingresó como alumno en la Academia de Minas de Almadén -en donde su hermano ocupaba una de las cátedras, lo cual probablemente le benefició-, y, al igual que aquél, siguió un curso (esta vez de química) que impartió François Chavaneau, entre 1798 y 1799. Fue el primer catedrático de matemáticas en Almadén (1802) y ayudante de maquinaria de dichas minas.

Sus contribuciones más destacadas tuvieron lugar en el campo de la destilación del mercurio (lo que es casi tanto como decir de su metalurgia) y el lacre. En este último ramo, fue nombrado, en 1815, director de la fábrica de bermellón y lacre adjunta a la Academia, sucediendo en el cargo a su hermano; en el proceso de fabricación, introdujo importantes reformas, que no llegarían a verse realizadas del todo, por discrepancias con el Director de aquellas minas. Respecto a la destilación, logró -desde su nuevo cargo de director del cerco de destilación (1822)- presentar una reforma de los procesos de condensación y producción de azogue y buscar mayor rendimiento al sistema de hornos (tipo Idria) que había introducido su hermano, un sistema que, como puede verse en la biografía de Diego Larrañaga, no abandonó a la destilación de mercurio hasta comienzos del siglo XX. Las innovaciones de José de Larrañaga no sólo aumentaron la producción (atenuando las pérdidas de vapor mercurial), sino que, además, facilitaron las operaciones del manejo del metal, con lo que las condiciones laborales se vieron favorecidas. El beneficio fue, de esta manera, triple: ahorro de tiempo, de combustible y seguridad laboral.

No le faltaron a José de Larrañaga, como a su hermano, enemigos que obstaculizaron su carrera. Con motivo de la revuelta política de 1823 fue acusado de liberal y cesado, en 1825, de la dirección del centro de destilación (no así de la fábrica de bermellón y lacre), aunque finalmente fue absuelto, siendo destinado a Granada como director de minas. No volvería a Almadén hasta 1828, donde impulsaría las reformas pendientes (de hecho, la reforma de los hornos concluyó en 1834). En Almadén permaneció hasta su jubilación, en 1837. A pesar de sus numerosas tentativas nunca lograría ingresar en el Cuerpo de Ingenieros de minas.

La persecución a la que se vio sometido, o las causas en que se vio envuelto, no impidieron que José de Larrañaga continuase experimentando el resto de su vida; al fin de cuentas innovar era la actividad que más le apasionaba y por ello acometió siempre que pudo reformas con espíritu innovador. Una vez jubilado, el arte de la balística fue su campo preferido; en particular, el que se refería al dominio de los proyectiles. Un campo éste en el que desarrolló unos proyectiles novedosos, de forma cilindro-cónica y doble alcance, que eran aplicables, tanto a los fusiles, como a los cañones y obuses de grueso calibre. Fue éste un proyecto que propuso a la Dirección General de Artillería, para su dictamen, no siendo aceptado entonces, por mucho que poco después se generalizase el uso de este tipo de proyectiles. Otro campo predilecto fue el de la locomoción; inventó un dispositivo aplicado al movimiento de los buques, cuyo mecanismo jamás llegó a publicarse. Sus innovaciones se toparon siempre con la oposición de las altas instancias gubernativas y administrativas.