Concepto

Historia y desarrollo de la Museística

En el ámbito estatal, como en el resto de Europa, el tránsito del coleccionismo privado a la esfera pública se produjo, como ya se ha señalado anteriormente, en el siglo XIX. Es en esta centuria cuando surgen algunos de los museos estatales más emblemáticos como el Museo del Prado, en Madrid. No obstante, a principios del siglo XX, el mundo museístico vivió cambios determinantes derivados de una nueva y moderna legislación. En 1900 se creó la Dirección General de Bellas Artes perteneciente al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes; en 1911 se decretó la ley de Excavaciones Arqueológicas; en 1915 se declaró la ley de Conservación de Monumentos Histórico-Artísticos; en 1926 la ley sobre Tesoro Artístico Nacional; y por último, en 1933 la ley de Patrimonio Artístico Nacional.

Esta reglamentación trajo consigo el control y la protección del patrimonio, y facilitó el trabajo de inventariado y catalogación, pilares fundamentales en la constitución de un museo.

Dentro del ámbito vasco, las primeras referencias a colecciones institucionales y a colecciones privadas se encuentran a finales del siglo XIX y fundamentalmente, a principios del siglo XX, en estrecha relación con el panorama socioeconómico del momento. Desde un punto de vista económico, el territorio vasco, concretamente Bilbao, vivió un intenso desarrollo industrial que trajo consigo importantes relaciones comerciales con otros centros industriales europeos, principalmente con Francia y con Gran Bretaña. Asimismo, la importancia que adquirió la actividad turística en estos años, especialmente San Sebastián, como residencia estival de la monarquía, aristocracia y burguesía, impulsó el surgimiento de un coleccionismo privado, moderno y de gran calidad. Auspiciados por las élites políticas locales y por este panorama socioeconómico surgieron los dos primeros museos del País Vasco: el Museo Municipal de Donostia-San Sebastián, inaugurado en 1902 y el Museo de Bellas Artes de Bilbao, abierto en 1914. En ambos casos el coleccionismo privado constituyó la base de las dos iniciativas museísticas.

En el caso del museo donostiarra, la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País y las élites políticas y económicas locales impulsaron la creación de un museo histórico, artístico y arqueológico. Su primera sede fue el Instituto de la Escuela de Artes y Oficios, situada entre las calles Garibay y Andia; más tarde, en 1911, se inauguró un nuevo edificio situado en la calle Urdaneta que, además de sede del museo, era biblioteca y escuela; posteriormente, en 1932, se instaló de forma definitiva en el convento dominico de San Telmo. Las donaciones de particulares donostiarras de diferente rango social, así como algunas cesiones de instituciones locales y foráneas, como la Casa Real, contribuyeron al desarrollo de este museo municipal.

En cuanto al Museo de Bellas Artes de Bilbao, el legado de más de cien cuadros del empresario bilbaíno Laureano de Jado establece el arranque de dicha institución que se inauguró en 1914. También en esta ocasión la institución museística tuvo varias sedes; la primera, en 1914, en unas salas del Hospital Civil de Achuri; después de fusionarse en el año 1939 con el Museo de Arte Moderno de dicha ciudad, se estableció en 1945 en su sede actual.

Otros museos inaugurados en estos años fueron el Museo Artístico-Arqueológico de Navarra en Pamplona, en 1910, el Museo de Armas de Eibar, en 1914, la Casa-Museo de Ignacio Zuloaga en Zumaya, en 1916, el Museo Arqueológico de Vizcaya y el Museo Etnográfico de Bilbao, ambos en 1921, y el Aquarium o Palacio del Mar de San Sebastián, en 1928.

Durante este periodo inicial, pero especialmente en la década de los años 30, es decir, durante el periodo de la Segunda República, se advierte un auge de la etnografía que se plasma en diferentes ámbitos culturales y especialmente en el de la museística. Esta disciplina, favorecida por los nacientes regionalismos y por la clase política en el poder, esto es, la izquierda republicana, adquiere un compromiso político materializado en diferentes reivindicaciones: reconocimiento de las costumbres y tradiciones populares, revalorización de la conciencia histórica y democratización de la cultura, entre otras. No es de extrañar por eso que los museos arqueológicos y las secciones de etnografía en los museos ya existentes de nuestro territorio adquirieran gran relevancia. Frente a la modernización y homogeneización de los pueblos fruto de la industrialización, las características específicas y tradicionales de la cultura vasca, aun presentes en el mundo rural, se encontraban representadas y salvaguardadas en las secciones de etnografía de los museos.

La Guerra Civil y la posguerra frenaron el impulso que llevaban los museos dentro y fuera de nuestro territorio. La incomunicación, el inmovilismo y el aislamiento fueron aspectos que caracterizaron la cultura del momento.

Durante la Guerra Civil, el caos administrativo y la falta de presupuesto y medios materiales derivó en muchas ocasiones en la falta de control sobre el patrimonio artístico. El estancamiento en el desarrollo de los museos creados antes de la contienda civil fue la nota dominante.

Una vez implantado el régimen franquista, a pesar de no contar con una política planificada y de que el presupuesto destinado era mínimo, el franquismo utilizó como instrumentos de propaganda visual las diferentes manifestaciones artísticas y, por supuesto, los museos. Al mismo tiempo, la Iglesia, protegida por el régimen, inicia un acercamiento al público enseñando sus tesoros y colecciones. Bajo esta apertura subyace la intención de extender y difundir la labor religiosa de la institución eclesiástica. De hecho, el origen de algunos museos diocesanos se encuentra en estas exhibiciones del patrimonio eclesiástico, como el caso del Museo Catedralicio y Diocesano de Pamplona, que se inaugura en la década de los sesenta.

De acuerdo con los intereses intelectuales del nuevo régimen, entre los que destacan el culto al costumbrismo, a la cultura popular y a lo colectivo, el folclore y las artes y tradiciones populares viven un nuevo momento de esplendor. En este caso el objetivo no es democratizar la cultura, ni profundizar en la conciencia histórica, sino anular todo tipo de creatividad y, a su vez, promover el costumbrismo, el tipismo. Una vez más, la etnografía despierta gran interés, se utiliza como instrumento político y ello se refleja en los museos. El Museo del Pescador en Bermeo inaugurado en 1948 es un buen ejemplo. Este tipo de museos, lejos de desarrollar un labor pedagógica y divulgativa, recrean unos ambientes humildes, anclados en sus rituales y armónicos con el entorno natural.

En este mismo contexto, es necesario destacar la figura de Julio Caro Baroja. Formado con los grandes antropólogos del momento y estrechamente vinculado a los centros etnográficos internacionales más prestigiosos, ideó un "museo imaginario" conocido como Museo Etnológico del Pirineo en Pamplona que finalmente no se llegó a construir.

En términos generales, pocos fueron los museos que durante este largo periodo marcado por la atonía experimentaron algún cambio importante. Cabe destacar, por un lado, la ampliación del edificio y readaptación de los fondos del Museo Arqueológico, Etnográfico e Histórico Vasco de Bilbao; y, por otro lado, la ubicación del Museo de Bellas Artes de dicha ciudad en el actual edificio antiguo, en 1945, y la inauguración del edificio moderno, en 1970, para acoger la obra contemporánea. En Navarra, en 1956, se reabrió el Museo Artístico-Arqueológico en el antiguo Hospital de Nuestra Señora de la Misericordia.

Entre los museos de nueva creación en este periodo se encuentra el Museo de Bellas Artes, Armería y Arqueología de Álava, inaugurado en 1942. A medida que los fondos de este museo se enriquecieron y especializaron, surgieron el Museo de Heráldica Alavesa en 1963 y el Museo de Armería y el Museo de Arqueología, ambos en 1975.

Tras la aprobación en 1978 de la Constitución, se establece un nuevo régimen político del cual se deriva una creciente descentralización del poder. En general, los años ochenta estuvieron marcados por el proceso de trasferencias de servicios y de gestión a los gobiernos autonómicos.

En materia cultural, y concretamente patrimonial, esta descentralización se inició otorgando competencia a los gobiernos autonómicos en aquellos museos de interés específico para cada territorio autonómico. Este proceso de traspaso de poder se completó en 1985, con la aprobación de la ley 16/1985 del Patrimonio Histórico Español, y el Real Decreto 620/1987 por el que se aprueba el Reglamento de Museos de Titularidad Estatal y el Sistema Español de Museos. Al amparo de esta normativa, se constituyó el marco legal de referencia para las leyes de museos en los diferentes territorios autonómicos.

En la década de los noventa, en nuestro territorio, se da un paso más en el ámbito patrimonial al aprobarse la ley de Patrimonio Cultural Vasco en el año 1990 y la ley de Territorios Históricos tres años más tarde, en 1993. Según esta normativa, cada uno de los tres territorios vascos asume plena competencia en materia de patrimonio cultural a través de diputaciones y ayuntamientos.

De acuerdo con la nueva regulación, durante las décadas de los años ochenta y noventa, se acomete la creación de numerosos museos y se lleva a cabo la renovación de los ya existentes. Algunos de lo museos más significativos de este periodo son: el Museo de Arte e Historia de Durango, abierto en 1984; el Museo de Ciencias Naturales de Álava, el Museo "Fournier" de Naipes y el Museo de la Hoya, inaugurados en 1986; el Museo Julio Beobide de 1987; el Museo Ermita de Santa Elena, en Irún, y el Museo Zumalakarregi, en Ormaiztegi, inaugurados ambos en 1989; el Museo de Euskal Herria, en Gernika, en 1991; el Photomuseum, en Zarauz y el Museo de Alfarería Vasca, en Legutiano, ambos inaugurados en 1993; el Museo de las Encartaciones, en Sopuerta, en 1994; y el Museo de la Paz de Gernika, en 1998.

En estas mismas décadas, en el panorama internacional y también en nuestro entorno más cercano se advierten nuevas tendencias museísticas derivadas de nuevas valoraciones patrimoniales. Los vestigios industriales (ferrerías, molinos, viejas fábricas, maquinaria, etc.), e incluso la propia actividad económica (la minería, el sector ferroviario, los astilleros), y la cultura tecnocientífica se convierten en bienes museables. A estas nuevas inquietudes responden, entre otros muchos, el conjunto de la Ferrería y Molinos de Agorregi en el Parque de Pagoeta, en Aia; el Parque Cultural de Zerain, de 1992; el Museo-Territorio Lenbur, de 1999, en Legazpi, el Museo minero de Gallarta, de 1986, en Trapagaran, el Museo Vasco del Ferrocarril, de 1992, en Azpeitia, el Museum Cemento Rezola, en Añorga, y Eureka! Zientzia Museoa en San Sebastián, ambos del año 2000.

De todas formas, estas nuevas iniciativas museísticas conviven con otras que responden a principios museológicos más tradicionales, esto es, a la salvaguarda y exhibición de colecciones y exposiciones. En esta línea, en los últimos años se han inaugurado museos como el Guggenheim de Bilbao, en 1997, Txillida-Leku de Hernani, en 2000, Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo (Artium)de Vitoria, en 2002, Fundación Museo Jorge Oteiza de Alzuza en 2003 y Cristóbal Balenciaga Museoa, en Guetaria, en 2011.

Por último, es necesario señalar el proyecto del museo virtual Geroztik puesto en funcionamiento en 2011 e impulsado por la Diputación de Gipuzkoa. Se trata de una página web que ofrece al usuario un recorrido virtual a través de la historia y del patrimonio del territorio guipuzcoano. La propuesta combina formas de conocimiento y acercamiento a la historia y patrimonio más tradicionales (textos, fotografías, vídeos) con otras más lúdicas (juegos interactivos, infografías en 3D). Este proyecto constituye un buen ejemplo de la constante renovación conceptual y funcional a la que está sujeta la institución museística.

Desde sus inicios hasta la actualidad, el museo ha vivido en nuestro territorio una gran expansión, especialmente en las últimas décadas. La diversidad en la extensa producción artística actual, la democratización de la cultura, las nuevas costumbres de la sociedad de consumo y el desarrollo del turismo cultural son algunos de los motivos que justifican esta expansión y el interés en crear museos. Sin embargo, a pesar de este desarrollo, el futuro de estas instituciones se presenta incierto y expuesto a cambios. La financiación, la adaptación a las nuevas demandas de una sociedad cada vez más exigente y el impacto de las nuevas tecnologías son algunos de los retos a los que se debe de enfrentar.