Concepto

Historia editorial de Euskal Herria

Si contemplamos la producción editorial vasca a comienzos del siglo XX, percibiremos que las principales casas editoras se encontraban en Hego Euskal Herria: López Mendizabal, Martín y Mena, Casa Baroja, Grijelmo, Jaungoiko-Zale, Iñaki Deuna, Verdes Achirica, etcétera. Por lo que al contenido de dichas obras respecta, la mayoría estaban relacionadas con la religión (doctrinas, catecismos, reimpresiones de obras de clásicos y similares). Dicho de otra forma, la tendencia temática imperante desde el siglo XVI se mantuvo hasta comienzos del siglo XX, a pesar de que la creación literaria tomaba cada vez más fuerza tanto por lo que al género como por lo que a la calidad respecta.

No se puede decir que a finales del siglo XIX y comienzos del XX hubiera ningún impresor ni editorial perfectamente estable. Es más, no se puede hablar de tal estabilidad hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. Los trabajos de literatura vasca publicados entre finales del siglo XIX y la Guerra Civil Española no fueron publicados de la misma manera: por un lado, hallamos los impresos directamente en las imprentas, y por otro lado las publicaciones llevadas a cabo por o gracias a diversas personas y asociaciones relacionadas con la cultura.

El bilbaíno José Astuy, además de dueño de una librería católica, también fue impresor, y publico varias obras importantes entre el siglo XIX y el siglo XX. Entre ellas se encuentran la ópera Vizcaytik Bizkaira (1895) y el Método para aprender el euskera bizkaino y gipuzkoano (1896) de Azkue, las compilaciones de poemas de Felipe Arrese Beitia, la revista La abeja: revista mensual científico-literaria dirigida por Azkue o la gramática de Paulo Zamarripa. De la imprenta de Astuy salió, del mismo modo, la reimpresión de los Refranes y sentencias de 1596 en el año 1905.

De la mano de Martín y Mena, por otro lado, vieron la luz algunas de las más importantes revistas culturales del inicio del siglo: hablamos de la publicación oficial de Euskaltzaindia Euskera, de la revista Euskalerriaren alde o de los trabajos de la entidad Euskal Esnalea. Por lo que a obras literarias respecta, en 1911 publicó los textos de Bilintx preparados por Etxegarai y algunos trabajos de Julio Urkixo y Toribio Altzaga.

Las obras Josecho (1909), Jayoterri maittia (1910) y Au, ori ta bestia (1913) del mundaqués Jose Manuel Etxeita fueron publicadas por Florentino Elosu en Durango, y Federico Grijelmo publicó la recopilación de narraciones Abarrak (1918) de Ebaristo Bustinza "Kirikiño" y varias obras de Tene Mujika.

Como se ha señalado al inicio, junto a la labor de algunas imprentas cabe destacar el gran número de publicaciones aparecidas gracias al impulso de diferentes asociaciones culturales. En 1912 se creó Jaungoiko-Zale Bazkuna en Amorebieta, y durante las primeras décadas del siglo publicaron obras de corte religioso: un catecismo batua tomando como base las distintas hablas vizcaínas, traducciones de obras religiosas, los semanarios Jaungoiko-Zale y Ekin (el segundo en la década de los años 30) y algún que otro libro de poemas. A su vez, fueron publicadas por imprentas de carácter religioso algunas obras importantes de la época: podemos citar la novela Ardi galdua de Azkue (Jesusen Biotzaren Elaztegia, 1918), el poemario Biozkadak de Jautarkol (Ama-Birgiñaren Irakola, 1929) o la obra Txinpartak de Klaudio Sagarzazu (Loyola?tar Eneko Deuna, 1922).

Las asociaciones culturales tomaron gran relevancia a comienzos del siglo XX, y promovieron y ejecutaron numerosas publicaciones. El trabajo Euskal literaturaren atze edo edesti laburra se publicó, por ejemplo, en la revista Euskal Esnalea. Tras la muerte de Lizardi, los miembros de la asociación Euskaltzaleak prepararon y publicaron las colecciones póstumas Itz lauz (1934) y Umerzurtz olerkiak (1934) de prosa y poesía respectivamente.

Al hablar de las publicaciones en euskera de los años 20 y 30, es obligatorio mencionar dos editoriales: Editorial Vasca y Verdes Achirica. La primera publicó trabajos en torno a la historia, cultura y lengua vasca sin descanso: de sus planchas salieron, por ejemplo, la revista Euskal-Erria o el acta fundacional de Euskaltzaindia, así como las obras de algunos de los más respetables investigadores del momento: la colección Esaera-zarrak (1927-1928) de Damaso Intza, el profundo trabajo Morfología vasca (1925) de Azkue, La vida del euskera (1934) de Altube, etcétera. Además de ello, Editorial Vasca también publicó trabajos de literatura, entre los que cabe destacar la colección de poemas reunidos Olerkijak (1919) de Sabino Arana o la novela Donostia (1932) de Agustin Anabitarte.

Emeterio Verdes Achirica estableció su imprenta y librería en el Casco Viejo de Bilbao, y allí vieron la luz algunas de las obras de los más importantes poetas vascos del momento. Verdes Achirica publicó, por ejemplo, la traducción del Lazarillo de Tormes de Orixe (1929), el trabajo Gazigozoak de Tomás Agirre (1933), los poemarios Bide-barrijak (1931) y Arrats beran (1935) de Lauaxeta y el Biotz-begietan (1932) de Lizardi. Además de las obras literarias, cabe destacar la labor de Verdes Achirica en la publicación de obras sobre Euskal Herria y política: allí se publicaron textos como La Nación Vasca (1931) de Engrazio Aranzadi y allí se reimprimió el trabajo Bizkaya por su independencia (1932) de Sabino Arana.

En 1932 nació la editorial zarauztarr a Icharopena, pero como sucedió a la mayoría de las editoriales de la época, la Guerra Civil Española trajo la práctica desaparición de la misma. En 1934 había publicado el librito Barne muinetan de Orixe.

Un año después de la creación de Icharopena, los hermanos Estornés Lasa crearon la editorial Beñat-Idaztiak, donde se publicó la colección "Zabalkundea" a mediados de los años 30. Entre los ayudantes y consejeros de la editorial estaban varios de los más destacables escritores e investigadores de la época. Publicaron, entre otros, trabajos de Estornés Lasa, Barandiaran, Campion, Aitzol o Manuel Lecuona.

Aunque la mayor parte de los libros en euskera de comienzos del siglo XX se publicaron en Hego Euskal Herrian, los autores de Ipar Euskal Herria no tuvieron necesidad de recurrir a dichas imprentas para ver publicadas sus obras, si bien es cierto que algunos de ellos lo hicieron (la novela Atheka-Gaitzeko oihartzunak de Daskonagerre y los trabajos literarios de Pierre Lhande se publicaron en Donostia). Jean Etchepare publicó en la editorial Môme el trabajo Buruchkak (1910) y en Lasserre la novela Beribilez (1931). Los trabajos de Jean Barbier, por otro lado, vieron la luz de la mano de Folzer y de Sordas. La mencionada Lassierre fue la principal editorial de Ipar Euskal Herria, y además de libros, en ella vieron la luz almanaques, anuarios, revistas, cancioneros y folletos religiosos.