Concepto

Historia del Arte. Vanguardias

Tal y como ocurrió con la arquitectura, durante las dos primeras décadas del franquismo, las artes plásticas también se refugiaron en un estilo tradicional y conservador en el que las corrientes y las tendencias modernas desaparecieron del panorama artístico vasco. En el caso de la pintura, la mayoría de los artistas se refugiaron en el paisaje y realizaron una pintura figurativa -que no realista- donde se intuían algunos ecos de la influencia ejercida por el impresionismo y el postimpresionismo. En este estilo trabajaron, entre otros, pintores como Menchu Gal, Mari Paz Jiménez y Gonzalo Chillida.

Las novedades, los cambios e, incluso, las rupturas llegaron, por tanto, a partir de los años sesenta. En esta década surge en Euskal Herria una nueva generación de pintores que apuestan no sólo por recuperar las vanguardias históricas del primer período, sino por dejarse influir por los nuevos movimientos artísticos que entonces surgían -informalismo, expresionismo abstracto- y, además, intentar aproximarse a la sociedad que comenzaba a transformarse y a tener nuevas necesidades.

En este panorama, al igual que en el primer período, en este segundo el asociacionismo ocupó un lugar muy importante. De hecho, desde finales de los años cuarenta las asociaciones de artistas vascos comenzaron a resurgir y tuvieron una indudable importancia a la hora de revitalizar el panorama artístico. En la década de los sesenta, por lo tanto, fueron numerosos los grupos que surgieron, aunque la mayoría tuvieron una corta existencia y la influencia que ejercieron fue limitada y circunstancial.

Entre los grupos que nacieron en la década de los sesenta, los que más relevancia alcanzaron fueron aquellos que se crearon en 1965 en torno al pensamiento y las propuestas de Jorge Oteiza. Gaur en Gipuzkoa, Emen en Bizkaia, Orain en Araba y Danok en Navarra, de hecho, aspiraron a fomentar los primeros movimientos de vanguardia en Euskal Herria -existió incluso el proyecto de crear un quinto grupo en Iparralde, con el nombre de Baita- en los cuales además de apostar por la interdisciplinaridad, se propugnase la iniciativa de crear un arte que aunase tradición y modernidad sin perder el contacto con la realidad social.

Aunque los grupos citados no prosperaron, esta iniciativa fue muy importante ya que una nueva generación de pintores vascos apostaron por abandonar la figuración y traer nuevos lenguajes al panorama artístico vasco. Sin embargo, entre éstos encontramos opciones estilísticas muy diversas, que fueron desde la abstracción a un nuevo tipo de realismo interpretado desde una perspectiva social. En el primer estilo destacaremos, entre otros, a José Antonio Sistiaga, Rafael Ruiz Balerdi, Amable Arias, Bonifacio Alonso y Ramón Vargas, mientras que en el segundo estilo cabe citar a Agustín Ibarrola, Dionisio Blanco e Isabel Baquedano.

Respecto a la escultura, en este segundo período del siglo XX, debido a la prematura relación con las tendencias más renovadoras, la disciplina artística que más éxito y desarrollo tuvo fue la escultura. De hecho, al grupo de escultores que entre las décadas de los cincuenta y los sesenta desarrollaron en Euskal Herria su labor se le ha denominado como la Escuela Vasca de Escultura.

Este término no hay que entenderlo como el de una organización sistemática dotada de un ideario común, sino más bien como una sensibilidad común de un grupo de escultores que, pese a sus diferencias, tuvieron características similares: predominio del lenguaje abstracto sobre el figurativo, gusto por la monumentalidad, estrecha relación con la naturaleza y el ser humano, y la utilización de materiales como la madera, la piedra o el hierro. Sin embargo, este grupo no sólo creó un movimiento de arte contemporáneo acorde con las últimas tendencias del panorama internacional, sino que, además, quiso realizar un arte de vanguardia; el objetivo era desarrollar un nuevo lenguaje artístico que combinase lo autóctono con las aportaciones de los principales movimientos de las vanguardias para luego ofrecerlas a la sociedad.

La actividad de este grupo de escultores que comenzó en los años cincuenta coincidió con el regreso de Jorge Oteiza de Sudamérica -lugar al que se marchó antes de la guerra- y con el inicio de las obras de la basílica de Arantzazu. La construcción del edificio y de las esculturas y de las pinturas que completaban el conjunto, implicó a una generación de artistas con sensibilidades muy afines, a que se reuniesen en torno al proyecto y a la poderosa personalidad de Oteiza, partícipe junto a Nestor Basterrechea, Agustín Ibarrola, Lucio Muñoz y Eduardo Chillida, de los trabajos.

En la década de los sesenta, algunos de los miembros del grupo de Arantzazu volvieron a coincidir en la formación de un nuevo movimiento artístico que en este caso agrupase artistas de diferentes disciplinas y territorios de Euskal Herria. De este modo se formaron Gaur, Emen y Orain, intentando apostar por utilizar lenguajes modernos, aunar lo tradicional y lo contemporáneo, y realizar un arte que se aproximase a la sociedad. El proyecto fracasó por desavenencias tanto formales como ideológicas, pero contribuyó a que la escultura vasca y, en general, el arte contemporáneo tuviesen una enorme presencia en la sociedad vasca. De hecho, son numerosos los escultores que posteriormente han seguido la estela de Oteiza y Chillida -los dos escultores más importantes de este período-, destacando Remigio Mendiburu, Vicente Larrea, Ricardo Ugarte, José Ramón Anda y Ángel Bados.