Concepto

Historia del Arte. Escultura

A pesar de que la escultura religiosa tuvo continuidad durante la primera mitad del siglo XIX, la creación de estados centralistas fuertes y el poder que otorgaron a la Academia como encargada de los asuntos artísticos marcaron otros objetivos y funciones para la escultura. La Revolución Francesa otorgó al arte la función de crear modelos para la educación del ciudadano y por lo tanto la dimensión pública del arte en general y de la escultura en particular adquirió gran importancia en este momento. Además los nuevos mandatarios burgueses impulsaron la necesidad de reconocer ciertos personajes y acontecimientos por medio de la escultura, y por lo tanto, sobre todo las ciudades, comenzaron a poblarse de monumentos durante el siglo XIX. Para ello la escultura académica fue un instrumento apropiado, ya que aseguraba el control sobre las interpretaciones políticas y de la historia que promovían los gustos centralizados de los estados burgueses.

Entre los monumentos encargados a artistas de fuera del País Vasco, los más destacables son el monumento funerario a Gayarre en Roncal y el monumento a Diego Lopez de Haro en el centro de Bilbao, ambos de Mariano Benlliure. Entre los escultores vascos de este momento debemos mencionar a Marcial Agirre, cuyo trabajo más conocido es el monumento a Okendo en Donostia.

El comienzo de la modernidad se caracterizó por el deseo de romper con las normas académicas, por lo que algunas de las novedades que llegaban de París se proponían poner en cuestión la autoridad de la Academia y promover posturas más experimentales basadas en la subjetividad.

Comparada con la pintura, la escultura tuvo muchas dificultades para aplicar los cambios propuestos por la modernidad, por lo que las propuestas de escultores como Rodin tardaron en llegar al País Vasco. Uno de los primeros escultores en adoptar las novedades europeas fue el bilbaíno Nemesio Mogrobejo, que después de aceptar el clasicismo como vía para deshacerse de las normas académicas, consiguió aplicar algunas de las lecciones de Rodin y del modernismo centroeuropeo.

De todas maneras, fue Francisco Durrio quien asimiló claramente las novedades de la modernidad parisina. Pasó toda su vida en la capital francesa y su trabajo recibió gran influencia del simbolismo y de la renovación de la forma por parte del naturalismo modernista, sobre todo en joyas, en pequeñas esculturas decorativas y en los monumentos públicos en los que trabajó.

Esto abrió vías de renovación para la siguiente generación que trabajó durante los primeros años del siglo XX. Muchos de los artistas de esta época que pasaron temporadas de formación en París tuvieron como meta aplicar la modernidad postimpresionista al contexto del País Vasco. Aunque la pintura fue, aparentemente, la protagonista del momento, no hay grandes diferencias con la escultura en aspiraciones y realizaciones artísticas.

Quintín de Torre fue el escultor más interesante de esta generación. Al igual que sus compañeros pintores tuvo como reto conseguir un equilibrio entre la modernidad parisina de finales del siglo XIX y la tradición que hubo de rastrear en la escultura del barroco español.

Este proyecto de modernidad basado en la tradición no tuvo gran éxito en la escultura, o por lo menos no consiguió atraer a muchos profesionales si hacemos caso a la poca cantidad de escultores de interés que conocemos en el período anterior a la Guerra Civil. Valentín Dueñas, uno de los alumnos de Durrio, puede ser uno de los pocos escultores interesantes que trabajó durante los años 20 y, más tarde, en la década de los años 30, será Joaquín Lucarini quien acapare el interés de la escultura de los años de la República.

A pesar de lo dicho, debemos buscar en el San Sebastián de los años 30 al escultor que iba a protagonizar la renovación de la escultura después de la Guerra, nos referimos a Jorge Oteiza, que junto a Narkis Balenciaga viajará a América justo antes del conflicto. Sus ensayos con nuevos materiales como el cemento y la unión entre la figuración y la experimentación casi científica en sus obras anuncian las características de su obra posterior.

La Guerra Civil truncó la carrera de muchos artistas vascos; algunos murieron en la guerra, otros tuvieron que exiliarse y otros se condenaron o autocondenaron al silencio. Por lo tanto, el panorama artístico de los años de posguerra fue penoso, ya que el franquismo miraba con desconfianza todas las tendencias modernas e imponía un arte académico de corte muy conservador en las instancias oficiales.

La vuelta de Oteiza en 1948 supuso la posibilidad de continuar por el camino comenzado durante los años 30. Para entonces algunos artistas más jóvenes habían empezado ya unas trayectorias personales fuera del academicismo franquista, como por ejemplo Eduardo Chillida que, tras una estancia en París había comenzado a trabajar en una dirección más renovadora.

Como lugar de encuentro de todas estas vías actuó la construcción de la Basílica de Aranzazu, donde convivieron arquitectos, escultores y pintores jóvenes con otros que contaban ya una carrera más consolidada. El encuentro entre Oteiza, Basterretxea e Ibarrola en Aranzazu fue la semilla que dio lugar al Movimiento de Escuela Vasca que dominará el panorama artístico de mediados de los años 60 en adelante.

En el grupo guipuzcoano denominado Gaur, participaron el escultor Remigio Mendiburu, además de los mencionados Oteiza, Chillida y Basterretxea; en Bizkaia, el grupo Emen tuvo entre sus participantes a los escultores Vicente Larrea y José Ramón Carerra; en Álava, Orain contaba con Jesús Etxebarria y en Navarra, Denok debía agruparse en torno a José Ulibarrena.

Las trayectorias y obras de Oteiza y Chillida dejaron una enorme huella en los escultores vascos de los años 70, aunque algunos escultores siguieron tendencias más personales y propias del contexto internacional (Encuentros de Pamplona de 72). En este sentido Andrés Nagel puede ser el más representativo de la independencia hacia los dos escultores mencionados, con una obra más figurativa, materiales modernos como el plástico y la utilización del color.

Los años 80 supusieron, en cambio, la revisión de algunos de los presupuestos difundidos por Oteiza en un tipo de escultura que heredaba del maestro su rigurosidad formal como punto de partida de planteamientos conceptuales y éticos comprometidos. Es lo que en un momento se llamó "nueva escultura vasca" y que agrupó bajo este nombre a Ángel Bados, Txomin Badiola, Juan Luis Moraza y Mª Luisa Fernández.

Esta tendencia fue trasmitida a las siguientes generaciones en los años 90 por medio de los talleres que algunos de estos artistas impartieron en Arteleku, el centro de arte que creó la Diputación de Gipuzkoa a finales de los 80 en San Sebastián. Casi todos los artistas más jóvenes del panorama vasco actual se formaron en la Facultad de Bellas Artes de la UPV y pasaron por Arteleku en algún momento.

Como colofón podemos mencionar que casi ninguno de ellos se considera estrictamente escultor y que utilizan gran variedad de medios expresivos para sus fines, por lo tanto no podríamos hablar exclusivamente de escultura o escultores en el sentido tradicional de la palabra para analizar el arte a partir de los años 90, a pesar de que muchos de ellos continúan con los procesos de la escultura como punto de partida para su obra.