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Hernani

La iglesia parroquial de San Juan Bautista es una construcción del siglo XVI. Una vez otorgada en 1540 la cédula real para el traslado desde su anterior ubicación -el actual convento de Agustinas -declarado en 2001 conjunto monumental- que mantiene su portada románica- a la actual, en 1545 Domingo de Olózaga, Andrés de Izaguirre y Miguel de Beramendi se comprometieron a ejecutar el nuevo edificio, siguiendo para ello la traza otorgada por ellos mismos, elegida entre las trece propuestas presentadas. El propio Izaguirre y Joan de Ayerdi erigieron la capilla de Joan López de Elduayen, situada en el lado de la epístola, labor examinada por Antonio de Beñarán, Martín de Gorostiola y, como tercero en discordia, Domingo de Estala. En 1564, ocurrido ya el fallecimiento de Olózaga, Miguel de Aguirre y Joan de Ibarrola examinaron lo realizado por él, los soportes esencialmente, valorando su participación en 6.590 ducados. Tras la paralización de las obras, en 1568 Miguel de Iriarte se comprometió a acabar la cabecera, erigir los muros y confeccionar las ventanas y las bóvedas. Sin embargo, el mencionado maestro se ausentaría sin finalizar lo encomendado, desplomándose en 1581 el arco del presbiterio. Le sustituirían Domingo de Legarbaruna Marrunica y Francisco de Marrunica, examinándose en 1595 la labor desarrollada. De esta manera, fray Miguel de Aramburu y Martín de Lizarraga señalaron la corrección de lo obrado. Como resultado de lo señalado, la iglesia de esta localidad posee planta de cruz latina y ábside poligonal, disponiéndose en los brazos del crucero sendas capillas. En la cubrición se hizo uso de las características bóvedas de crucería estrelladas, mientras que exteriormente sobresalen sus contrafuertes prismáticos. La portada de la iglesia, por su parte, es una destacada realización barroca. Dado el deterioro de la anterior, a fines de 1702 Pedro Ignacio de Beroiz Zabala y Juan Bautista de Abalibide se comprometían a realizarla según uno de los diseños propuestos por Pedro de Larramendi, Juan Bautista de Abalibide y Juan Martínez de Artola. Sin embargo, en 1704 el concejo acuerda otorgar mayor prestancia al acceso, ajustándose la obra con Pedro de Beroiz Zabala y Martín de Zaldúa, responsable este último del diseño en realidad, razón por la cual se le ha otorgado la paternidad de la portada. Con posterioridad, Sebastián de Lecuona diseñaría algún elemento ornamental, si bien no es posible precisar con exactitud el carácter real de su participación. La fachada reproduce uno de los esquemas más repetidos del periodo. Se trata de un rectángulo dispuesto verticalmente, con sendas pilastras gigantes a los lados soportando el frontón triangular que corona el conjunto. Un gran arco, dispuesto a modo de guardapolvo, alberga la portada propiamente dicha, que posee una estructura arquitectónica claramente emparentada con los retablos del periodo. En el ático se sitúa el titular, escoltado por las imágenes de San Pedro y San Pablo en los intercolumnios del cuerpo. La torre es una reconstrucción de principios del siglo XIX. Si bien su diseño correspondió en un principio a Martín de Carrera, quien presentó su traza en 1763, finalmente se decidió realizar uno de menor cuantía, encomendándose esa tarea a Francisco de Ibero, quien además asumiría la ejecución de la obra. Finalizada para 1765, en 1802 el arquitecto José Manuel de Irulegui procedió a su reconstrucción, conservándose de la anterior algunos motivos decorativos y quizá parte de la propia media naranja.

En el interior destaca el retablo mayor, realizado entre 1651 y 1656 por Bernabé Cordero, autor de la traza y de la arquitectura del mismo, mientras que la escultura se atribuye a Domingo y Martín de Zatarain. El responsable de la policromía fue Agustín de Conde, desarrollando su labor entre 1743 y 1745. Se trata de un excelente retablo-fachada de dos cuerpos y remate con tres calles y cuatro entrecalles. En cuanto a los soportes, se hace uso de columnas entorchadas con capiteles jónicos y compuestos, siendo el temario decorativo el propio del periodo de ejecución, con motivos vegetales de escaso resalto aún, toda vez que se trata de una realización propia del periodo clasicista. En la calle central se superponen las efigies de la Inmaculada, San Juan Bautista y la Transfiguración. Además, en el primer cuerpo se sitúan los relieves de la Anunciación y la Visitación, situándose sobre ellos el Bautismo de Cristo y la Degollación de San Juan, mientras que en el remate se disponen las imágenes pareadas de San Esteban y San Lorenzo por un lado y Santo Domingo y San Francisco por otro, con los apóstoles en los intercolumnios y diferentes temas en el banco y la predela del segundo cuerpo. Realización apreciable en su conjunto, sobresale la concepción arquitectónica, que se amolda a la cabecera del templo, provocando sus grandes dimensiones. De gran interés es también el sagrario de Ambrosio de Bengoechea que alberga este templo. El contrato se realizó en 1609, encargándose de la parte arquitectónica del sagrario el ensamblador Domingo de Ureta. En 1611 Jerónimo de Larrea, Juan de Basayaz y Domingo de Goroa examinaron lo realizado. Fiel a su estilo, la labor desarrollada por Bengoechea es de enorme calidad. Por otro lado, en la sacristía hay una Piedad de la primera mitad del siglo XVI, obra igualmente destacable.

La casa consistorial es una construcción ecléctica de fines del siglo XIX, puesto que el anterior edificio fue volado durante la segunda guerra carlista. Corresponde su diseño al arquitecto local Joaquín Fernández de Ayarragaray, catedrático de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla. Es una realización de carácter palaciego, con dos torres laterales ochavadas, provista del característico soportal en su planta baja. Al igual que ocurre en otras localidades, también aquí uno de los arcos comunica la plaza con la calle posterior. Por otro lado, y como nueva prueba del carácter ecléctico de su frente, se halla rematado por medio de una crestería. Con todo, es el balcón principal el elemento más señalado, con una serliana que enfatiza su carácter. En la misma plaza se sitúa la casa de Zuaznabar, edificio del siglo XVIII al que se le añadieron los dos pisos superiores, hallándose provisto el último de solana. Conserva sus dos escudos.

En la calle mayor se mantienen también algunas construcciones destacables. Así, la casa de Madina se erigiría en el siglo XVIII, conservando el balcón y escudo en esquina. El palacio de Eguino corresponde al siglo XVII, destacando su fachada principal. Las dos plantas superiores poseen balcones volados, sobresaliendo los dos escudos situados en la planta noble. Además, la casa que presenta el número trece es una realización de principios del siglo XVI muy posiblemente, manteniendo el acceso mediante un arco apuntado. Aunque de menor relevancia, existen igualmente en esta calle otras viviendas de interés, pertenecientes al siglo XVIII. En la calle Kardaberaz sobresale la denominada Casa Portalondo -también conocida como Torre de los Gentiles-, erigida en el siglo XV, torre de carácter defensivo con planta cuadrada aglomerada que mantiene algunos de sus vanos originales. El número cuatro de esa calle es una realización racionalista. En el cantón de Zapa pervive un acceso apuntado, puerta de la fortificación originaria de la localidad. No es el único vestigio del periodo, ya que en la parte trasera de las casas de la calle mayor se mantienen partes del muro de la cerca. Relativamente cerca hallamos el humilladero de Elizatxo, perteneciente al siglo XVIII, periodo al cual pertenece también el viaducto de Lieceaga, mientras que el lavadero de Leoka es una realización neoclásica. Al otro lado, junto a la plaza de Zinkoenea, se sitúa el convento de Agustinas anteriormente citado.

El casco histórico de la villa fue declarado Bien Cultural con la categoría de Conjunto Monumental (BOPV de 16 de enero de 1996).

Por lo que a la escultura pública se refiere, Txema Calero es el autor de dos realizaciones carentes de título. Efectuada la primera en 1984, se sitúa en la calle Elkano, con varios elementos cuadrangulares que sostienen tres elementos prismáticos verticales, mientras que la de 1987 es una figura vertical situada en el parque. A Ion Iturrarte se debe una columna prismática acabada en elementos verticales situada en el barrio de Sorgintxulo, mientras que Iñaki Salaregi es responsable de "Bizkiak", bloque de formas irregulares.

Fuera ya del núcleo urbano, en Ereñozu sobresale el caserío de idéntico nombre, edificio que en origen sería una casa-torre, manteniendo aún algunos elementos de ese periodo. La ermita de San Antonio de Padua se erigió en 1866. En Fagollaga hallamos una realización de carácter tradicional y un puente de piedra en sus proximidades. El conjunto de Atxola Erreka mantiene todavía varios testimonios de su condición metalúrgica. En Jauregi sobresalen algunos caseríos, caso de Pitikar y Zabalaga, casa solar en origen este último, razón por la cual mantiene su escudo.

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  • Ignacio CENDOYA ECHÁNIZ
    Profesor de la U.P.V.-Euskal Herriko Unibertsitatea