Monarquía y Nobleza

Eudon El Grande

Expedición de Abd-el-Rahman al-Gafeki. Batalla de Poitiers (732). Un juvenil y grandioso ejército, preparado desde hacía tiempo con toda minuciosidad, comenzó a moverse desde las márgenes del Ebro donde se había concentrado bajo la jefatura de Abd-el-Rahman. Se adentra en Vasconia llegando a Pamplona y pasando el Pirineo por el paso de Roncesvalles, donde la vertiente norte es rápida y conduce precipitadamente a la llanura indefendible. El ejército musulmán avanza seguro, resuelto a realizar una profunda penetración. La superioridad musulmana es manifiesta. La "Crónica mozárabe" dice que Abd-el-Rahman "vio desaparecer la tierra bajo la muchedumbre de sus guerreros". La avalancha militar musulmana atraviesa Vasconia y llega a las orillas del Garona, en las cercanías de Burdeos, límite entre vascos y aquitanos. Probablemente los vascos se desalientan al verse arrojados de su país y esperan con los aquitanos, al otro lado del río, esperanzados de poder detener la invasión.

Pero Abderramán, en jornadas rápidas, se adelanta y pasa violentamente el río no dando tiempo a rehacerse a los defensores. Así y todo se traba una gran batalla en la que, después de momentos indecisos y situaciones confusas, salen terriblemente derrotados los vasconaquitanos. Burdeos, tomada al asalto, es entregada al pillaje y al saqueo asociados al incendio. Al decir de los historiadores musulmanes, con fantástica imaginación, "el soldado más oscuro, tuvo por su parte gran número de topacios, jacintos y esmeraldas, sin mencionar el oro casi despreciable en semejante caso". De tal manera salieron cargados de botín hacia el interior de Aquitania que su marcha se hizo más lenta y reposada. Isidoro de Beja, contemporáneo de estos sucesos, exclama impresionado, que sólo Dios sabe el número de los que allí perecieron. El derrotado ejército vasco-aquitano se había internado en las llanuras aquitanas buscando refugio en el Loira, en las fronteras con los francos. Pero Carlos era el enemigo número uno, no sólo de Eudón, sino de la existencia misma de los ducados vasco y aquitano. Ahora, después de la primera satisfacción, al ver derrotado a Eudón, comienza a temer por supropia seguridad.

El desastre ha sido mayor de lo esperado. El duque vasco-aquitano pide ayuda desesperada a su enemigo haciéndole ver que también el reino franco, hasta entonces seguro, peligra gravemente. Carlos procede, no con la generosidad de un caballero, sino como era; su respuesta fue la del aventurero ávido de poder y ansioso de dominación. Exige a Eudón el reconocimiento de su soberanía como condición de su ayuda. Este, sin otra salida, acepta la exigencia del caudillo franco. Recibido el juramento de rigor, llama a sus guerreros y a los de los pueblos avasallados en años anteriores, borgoñeses y germanos de ultra-Rhin. Unidos ambos ejércitos, rehechos por su gran número y la confianza en sus fuerzas, se encaminaron al Loira. Lo que había sucedido entre tanto es inenarrable: pueblos y ciudades incendiados y sus moradores pasados a cuchillo, monasterios e iglesias destruidos y robados, campos talados y por toda partes las interminables caravanas de fugitivos llevando sobre sí o en animales de labor o en modestos carros los alimentos y enseres de sus casas.

Pero la ciudad de Tours con sus riquezas y tesoros era el imán poderoso que atraía a los musulmanes. Debían pasar por Poitiers pero se encontraron con que la ciudad había cerrado sus puertas y se defendía. Fracasado un primer asalto, dejáronla a un lado y se encaminaron hacia Tours, con objeto de saquear su célebre Abadía donde esperaban encontrar tesoros fabulosos. Una voz de alerta corre de pronto por las filas árabes. Los exploradores traen la noticia de que un inmenso ejército cristiano viene del otro lado del Loira dispuesto a la lucha. Abderramán, cauteloso y prudente, se repliega ligeramente hacia Poitiers, y concentra sus milicias entretenidas todavía con el botín recogido en días anteriores. Poitiers es todavía Aquitania. Según los cronistas árabes pensó el emir en mandar quemar el botín para desembarazarse de un estorbo y quedarse sólo con las armas. Para su desgracia nunca se decidió a ello. Casi en el mismo lugar donde Clodoveo venciera antaño a los visigodos, esperó al enemigo, entre Vienne y Clain, en las inmediaciones de Poitiers.

Era otoño del año 732 cuando ambos rivales se enfrentan, plantando sus campamentos, sin decidirse a iniciar la lucha ninguno de ellos. Cristianos y musulmanes despliegan sus fuerzas haciendo alarde de su poder para replegarse nuevamente a sus tiendas sin provocar la lucha. Una semana entera dura este estado de cosas. Juiciosamente anota Guizot, que la lucha que estaba a punto de empeñarse, era la lucha de oriente contra occidente, del mediodía contra el norte, de Asia contra la Europa, del Evangelio contra el Corán. De ella, aunque los caudillos rivales lo ignoraran, dependía el futuro de la civilización europea. "Sin embargo, tenían un grave presentimiento de la grandeza de su empresa, y se observaban mutuamente con esa grave curiosidad que precede siempre a un terrible encuentro entre guerreros esforzados".

Por fin, en la mañana del séptimo u octavo día, Abderramán, a la cabeza de su caballería, ordenó el asalto general. Los cristianos esperan a pie, alineados en apretadas filas. Protegen sus cuerpos con mallas y escudos y presentan sus lanzas, según noticias de la época, "inmóviles cual un muro de hierro, semejantes a un recinto de hielo". Se produce el choque; el muro humano no cede al asalto. Repítense los asaltos de la caballería contra el ejército cristiano. Se traba un combate feroz y desigual en el modo de combatir y por los elementos empleados. La lucha entra en su momento más crítico cuando Eudón y los vasco-aquitanos, después de un disimulado rodeo, logran entrar en el campamento árabe incendiándolo.

Eo tempore gens Saracinorum in loco qui septem dicitur ex Africa transfretantes, universam Hispaniam invaserunt. Deinde post decem annos cum uxoribus et parvulis venientes, Aquilaniam Galliae provinciam, quasi habitaturi ingressi sunt. Carolus siquidem cum Eudone Aquitaniae principe tunc discordiam habebat. Qut tamen in unum se conjungentes, contra eosdem Saracenos pari consilio dimicarunt. Nam irruentes Franci super eos trecenta septuaginta millia Saracenorum interemerunt. Ex Francorum vero parte milla et quingenti tantum ceciderunt. Eudo quoque cum suis super castra eorum irruens, pari modo multos interficiens. omnia devastavit

(Paul. Diacon., Historic. de gest. Langobard., I, VI, c. 46).

A la vista de este inesperado acontecimiento vuelven los árabes hacia atrás creyéndose atacados por la espalda o que les robaban el botín, allí acumulado. Entonces el desorden cunde en todo el inmenso ejército, trabado en combate, degenerando la lucha en una confusa batalla en la que aparecen revueltos los guerreros enemigos. Poco a poco va cayendo la noche sobre la llanada de Poitiers. Cristianos y musulmanes recogen sus hombres a sus campamentos respectivos. Nadie sabe el resultado de tan titánico esfuerzo. Por todas partes se oye el clamor de los moribundos. Junto a ellos agonizan también los caballos mortalmente heridos. Algunos guerreros, desafiando el peligro, retiran a tos heridos hacia sus campamentos respectivos.

Aquella terrible noche de 732, cargada de aromas otoñales y de aires todavía tibios, transcurre larga y en estado de alerta. A la madrugada vascos, aquitanos y francos espían el campamento árabe en el que reina el más absoluto silencio. Nadie entra ni sale de sus tiendas. Ante esta extraña actitud van acercándose los cristianos hasta cerciorarse de que estaban vacías y abandonadas. El gran ejército había huido aprovechando la oscuridad nocturna para ganar tiempo y alcanzar las fronteras de la Hispania musulmana. Ahí mismo está abandonado, en parte, lo más embarazoso del famoso botín de Burdeos y de otras ciudades. Parece ser que un grupo buscó refugio en la Septimania por el camino de Tolosa y otros por el mismo camino de venida y puertos cercanos. La línea del Ebro o su frontera, por la parte de Jaca, era la más cercana. El país lo encontraban, a su paso, desierto.