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BIARRITZ

Luchas de bayoneses y biarrotas.

A partir de 1199, el derecho ducal fue objeto de numerosas transacciones y disputas. En ese año, Juan Sin Tierra, duque de Aquitania, donó 50 libras angevinas sobre dos ballenas del puerto de Biarritz a Vital de Bielle o Viele. Más tarde, este Vital compró el derecho de pesca al duque, y en 1261 concedió al obispo y al cabildo de la catedral el diezmo de las ballenas atrapadas. Para entonces, las autoridades bayonesas ejercían ya un severo control sobre la pesca biarrota, lo que provocó la reacción airada de nuestra villa y una guerra de tres cuartos de siglo de duración, desde que el gobernador de Bayona, Lupo Bergon de Bordeu, ordenó a los marinos biarrotas (1254) que llevaran a su ciudad todo el excedente de pescado. Eduardo, duque de Aquitania, reconoció a Biarritz, en 1284, el derecho a pescar ballenas y cachalotes mediante el pago de 10 libras por pieza. Entre 1335 y 1336, una transacción ocurrida durante la administración de Barthélemy de Viele, puso fin a la lucha de bayoneses y biarrotas, quienes probablemente se habían puesto de acuerdo con los de Capbreton sobre los derechos de pesca. Algunas ballenas fueron arponeadas en Biarritz; el abad y los jurados del lugar dispusieron de ellas sin prevenir, según costumbre, al alcalde de Bayona. Mientras duró la resistencia de Capbreton, los biarrotas se mantuvieron firmes; pero cuando supieron de la huida de Johan de Hautede, bajaron la bandera y solicitaron un trato. Riñeron algo, dieron largas al asunto, pero al fin los mensajeros de Biarritz, Barthélemy de Tendebaratz y Johanperitz de Lobiade, en una entrevista con el señor Barthélemy de Viele y una parte de sus jurados, convinieron en traer, para ejercer arbitrio, a cuatro hombres buenos de Bayona: Arnaud de Bordeu, Jehan de Lisses, Saubat deu Vielar y Bernard de Lagreu. Estos cuatro árbitros, después de haber oído a las partes y tomado consejo de personas instruidas y de edad, tanto clérigos como laicos, pronunciaron a una su sentencia para regular los derechos respectivos de los bayoneses y de los biarrotas. En lo sucesivo y a perpetuidad, en cuanto los pescadores de Biarritz cogiesen una ballena, ballenato o delfín, macho o hembra, advertirían de ello al alcalde de Bayona, con un mensajero seguro, y estarían obligados a guardarlo intacto en el puerto durante dos mareas ascendentes completas; cada postor ofrecería fianza, pero no se admitiría sino la fianza del postor definitivo. La última apuesta sería igualmente dada y recibida en público, y el comprador, tanto como el vendedor, juraría por los santos, en presencia de los delegados del alcalde de Bayona y del abad de Biarritz, que habían declarado, con plena verdad y sin fraude, el verdadero precio del mercado en el momento de la concesión. El adjudicatario, si no pagaba al contado, no podría sacar la ballena del puerto de Biarritz. Por último, aunque las personas de Biarritz habían injuriado al alcalde, jurados y a la ciudad, vendiendo dos ballenas sin prevenirles, y aunque estos últimos habían reclamado cinco marcos de plata por intereses perjudicados, los biarrotas quedaban libres de toda condena, y sobre esto un silencio perpetuo quedaba impuesto a una y otra parte. Esto no impidió la violación del tratado a lo largo de todo el s. XIV.