Biografías

BARACE MAINZ, Cipriano

Explorador y civilizador de la hoya amazónica de Bolivia. Nació en Isaba (Roncal, Navarra) en 1641 y murió entre Bolivia y Brasil en 1702. Era hijo de Pedro Barace Sumarguillea y M.ª Mainz, también roncaleses. Sus inquietudes juveniles se encauzaron hacia la vocación religiosa, camino seguido ya por sus dos hermanos. Uno de ellos, Pascual, le costeó los estudios de Filosofía en Valencia. Pero llegó un momento en que su hermano ya no podía ayudarle más y tuvo que emplearse en casa de un médico como preceptor para poder terminar sus estudios de Teología. En 1673 recibió las órdenes sagradas en Lima. En 1674, después de haber pedido ir a las misiones de Chile, fue enviado a Mojos, en el Alto Perú, donde los jesuitas meditaban fundar misiones. El 28 de julio de 1675, acompañado del Padre Pedro Marbán y del hermano José del Castillo, con un indio mojo como intérprete, salió de Santa Cruz de la Sierra en una canoa, por el río Guapay abajo, a explorar los llanos de Mojos. Se encontraron con un país inmenso, donde la gente vivía dispersa, con familias separadas por odios profundos, que se negaban a convivir formando poblados. A su vez las diversas naciones se odiaban entre sí y no mantenían relaciones comerciales entre ellas. A todo este desorden social se agregaba el clima, las inundaciones casi permanentes, las diversas lenguas, las distancias y la pobreza. Barace empezó inmediatamente a explorar los ríos Mamoré, Itenes, Bení y otros afluentes del Madeira, que a su vez desemboca en el Amazonas. Por este tiempo su compañero y superior, el Padre Marbán, compuso la primera gramática de la lengua moja. Cuatro años estuvo enfermo de fiebres y al volver a Sta. Cruz le desaparecieron sin dejar rastro. En esta ciudad pasó el tiempo muy ocupado aprendiendo a tejer y a armar un telar que más tarde había de introducir en Mojos. Cuando volvió a los llanos de Mojos, después de haber estado cierto tiempo, aunque sin provecho alguno, entre los indios chiriguanes, llevaba ya en su mente fecundas ideas de organización. Organizó a las familias en pueblos de 500 a 600 habitantes y fundó su primera misión el día 25 de marzo de 1682 con el nombre de N. Sra. de Loreto. Llevaba ocho años de esfuerzos titánicos y surgía la primera ciudad en vías de civilizarse. En dos años y medio bautizó a todo el pueblo y a los cinco años tenía ya dos mil habitantes. Entonces surgió el grave problema del abastecimiento. Los indios alegaban que las tierras vecinas no podían alimentar a tanta gente reunida. El Padre Barace se percató del peligro que amenazaba a su ciudad y se aprestó para la lucha. En su sangre roncalesa estaba incrustado el modo de vida nativo: los ganados que veranean en el Pirineo e invernan en la Ribera, las almadías que navegan por el peligroso Ezka, le eran familiares. Expuso a su superior su idea de traer ganado, semillas, arados y otras cosas útiles para la misión y recibió como respuesta el más decisivo apoyo moral. Acompañado de un puñado de indios se fue río arriba luchando contra la corriente del Río Grande. En Sta. Cruz de la Sierra recorrió las casas de los hacendados pidiendo ayuda y reunió hasta 200 cabezas de ganado vacuno. El cómo llevar los animales hasta Loreto era un problema casi insoluble. Bajar más de 400 kms. río abajo era tarea arriesgadísima en aquel tiempo, sin otro medio que las frágiles piraguas de los indios en aguas plagadas de caimanes. Aquí surgió el «mayoral y vaquero» que llevaba adentro y emprendió la marcha terrestre hacia Loreto. Tuvo que desaguar ríos, atravesar pantanos, romper selva, repuntar el ganado que quería volverse y luchar con los indios que le abandonaban. La tenacidad de este vasco es admirable. El Obispo de La Paz, contemporáneo suyo, D. Nicolás Urbano de la Mata nos dice en su valioso libro: «Ibase quedando solo el ganado, el Padre, con increíble tesón lo rodeaba, metiéndose a veces hasta la rodilla en los pantanos y lodazales». En 54 días de marcha llegó a Loreto con 84 cabezas de ganado vacuno. Este se multiplicó de tal manera que hoy día el departamento de Bení cuenta con dos millones de cabezas, descendientes de las que llevó el Padre Barace. Y la ciudad de Trinidad, fundada más tarde por él, cabeza del departamento actual de Bení, le dedicó una plaza el año 1925, en atención a su memorable marcha de verdadero pionero internando en la comarca amazónica de Bolivia las primeras cabezas de ganado vacuno. Puesta en marcha la reducción de Loreto, la inquietud misionera y exploradora lo llevó a 14 leguas al norte del río Mamoré a un lugar solitario donde un indio vivía en una cabaña. Fue bien acogido y alojado en medio de la gran pobreza del lugar. Pronto empezó a recorrer los alrededores y a ponerse en contacto con los indios llevando su vida agreste, pescando y cazando con ellos para poder subsistir. Con su celo ardiente consiguió atraer a algunas familias para que hicieran un pueblo en aquel lugar que él había elegido. Pero como muchas familias estaban divididas por odios profundos empezó la ardua labor de conciliación al estilo vasco, haciendo de hombre bueno. Sus negociaciones tuvieron éxito y logró pacificar a las gentes que consintieron en vivir formando una ciudad que él mismo trazó. Los organizó en familias con su cabeza autoritaria, juez, alcalde, policías y otras autoridades. Creó agricultores con arado, ganaderos, herreros, carpinteros, tejedores. Hizo una iglesia de tres naves, con curiosas maderas talladas, de la que fue arquitecto y obrero. Sin embargo, no hizo casa para él y se contentaba con dormir en el hueco de un altar sin ninguna protección. A esta ciudad la llamó Santísima Trinidad, y hoy es la capital floreciente del Bení. Cuando tuvo dos mil habitantes empezó a catequizarla. En la fiesta de San Francisco Xabier del año 1896 se hizo una solemne fiesta, con altares en la plaza, adornados por los indios con palmeras y pájaros vistosos, cohetes y músicas. La ciudad llegó hasta cuatro mil habitantes y el Padre Barace, en su celo civilizador, les reformó los bailes «tocándoles una bigüela (en la que adquirió alguna destreza en el ocio de su mocedad), a cuyo concertado son los ensayaba en algunas mudanzas» (Obispo de La Paz ya citado). Les compuso canciones religiosas en lengua moja cuyos sones se oyeron muchos años por calles y plazas. Pero en lo que más insistía el Padre era el rosario y en la frecuencia de los Sacramentos. Esta práctica constante iluminaba la vida espiritual de los mojos que llegaron a ser los más fervorosos cristianos del oriente boliviano. Su espíritu inquieto de explorador le llevó a descubrir la antigua ruta de los incas llamada de Coroyco, que acortaba el camino de Lima de 40 jornadas en 15. Para ello tuvo que realizar, acompañado de indios, cuatro expediciones sucesivas, descubriendo a los indios caches y el paso para el Virreinato de Lima. Cuatro años de esfuerzos con tres derrotas y fama de haber perecido en la empresa. Pero volvió sano a Trinidad, donde se le recibió casi como a un resucitado. Para dar una pálida idea de los trabajos del P. Barace basta leer la obra citada del Illmo. D. Nicolás Urbano de la Mata, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Chile. Nuestro héroe hizo jornadas durísimas por terrenos tan húmedos que no se podía encender fuego alguno, por barrancadas tan fragosas que tuvo la feliz idea de fabricar almadías como las de su tierra. Tuvo que «valerse de la industria, buscar algunos palos, que entretejidos unos con otros sirviesen de mal segura barca». Sus continuas exploraciones en busca de nuevas naciones para Dios lo llevaron hasta los tapacuras, a 40 leguas al oriente de Mojos, a los confines del Chaco, donde aprendió la lengua guaraní, y a los lejanos baurés, en los confines del Brasil, donde el día 16 de septiembre, fiesta patronal de su pueblo, Isaba, sufrió martirio en el lodazal de un pantano, personificación de las tierras inundadas de la hoya amazónica boliviana. Cuando Bolivia proclamó su independencia separándose del Virreinato de La Plata, quedaba la ardua tarea de definir sus fronteras. Enojosos litigios con Perú y Brasil que hubieran sido fatales para Bolivia se resolvieron gracias a los «hechos posesores» realizados por los jesuitas. Como escritor aparece Cipriano Barace en la «Biblioteca de escritores de la Compañía de Jesús» con las siguientes obras y relaciones: Misión de los Mojos. Publicada en francés también como Mission de Moxes. Arte, vocabulario, confesionario, catecismo y cantos sagrados en lengua moja, en el n.° 879 de la Biblioteca de lenguas indígenas de América. Estado floreciente de las Misiones de Mojos y sus vecinos. Experiencias y correrías a varias naciones de infieles, vecinas a los Majos. Del gran fruto que se hace en el pueblo de San Javier de los Coseremonos. Costumbres y vida de los indios Chiriguanos, con algunas apuntaciones sobre su lengua. Fundación de la misión de Nuestra Señora de Loreto de los indios Majos. Del nuevo pueblo que acaba de fundarse en Mojos bajo la advocación de la Santísima Trinidad. Memorial de las esperanzas que hay de introducir nuestra Santa Fe en la nación de Chapacuras. Cánticos en honra de la Virgen Nuestra Señora en lengua castellana y moja, para uso de los indios. Existe también una Relación de la Provincia de Mojos conservada en el Archivo Romano de la Compañía de Jesús (Mss. C. V. 50). Está firmada por los misioneros Pedro Marbán, Cipriano Barace y José Castillo.