Ingenieros

Larrañaga y Garate, Diego

Ingeniero de minas guipuzcoano.Azkoitia, 11-02-1760 - Madrid, 05-10-1814.

En la historia del País Vasco no es raro encontrarse con individuos que, comisionados por la Corona española, hayan conocido in situ métodos y técnicas innovadoras en los centros europeos más vanguardistas de la época. Personas a las que podamos conceder, con justicia, el mérito de importar tales técnicas e introducirlas de forma pionera. Diego Larrañaga fue, sin duda, uno de esos casos.

Aunque azkoitiarra de nacimiento, realizó sólo sus estudios elementales en su Gipuzkoa natal, trasladándose luego a Madrid, donde estudió matemáticas y ciencias naturales. En 1790 se incorporó a la Escuela de Minas de Almadén (Ciudad Real), que había sido creada en 1777 -la primera en su género en España y la cuarta en el mundo-, la institución por la que mostró un gran apego a lo largo de su vida, y en la que ocupó una de sus cuatro cátedras. Dos años más tarde asistió al curso de docimasia y metalurgia que dictó, también en Madrid, François Chavaneau.

En una época en la que el yacimiento de mercurio de Almadén ya mostraba signos de agotamiento, en la que la Corona aún usaba ese metal para extraer la plata de las minas americanas, contratando mineros extranjeros expertos -principalmente alemanes, líderes en la metalurgia del mercurio-, para las técnicas de explotación, el caso de Larrañaga es digno de mención. Apremiado el rey por contar con un conocedor -o, lo que era casi equivalente- un confidente, el joven Larrañaga fue comisionado al extranjero, junto con Francisco de la Garza, en 1796, para "perfeccionarse en su ciencia". Fue entonces, en el transcurso de un viaje a través de Alemania, Austria y Hungría, en donde Larrañaga conoció realmente las técnicas más avanzadas del momento. En su periplo, de cuatro años, se benefició de diversas experiencias e informaciones que terminarían contribuyendo al desarrollo de las minas y la Escuela de Almadén: asistió a los cursos de geometría subterránea de Moeling en la Academia de Minas de Videnhak (Austria) y a los de Abrahan T. Werner sobre orictognosia, geognosia y formación de filones en la prestigiosa Academia de Freiberg (por cierto, tanto las lecciones de Moeling como las de Werner fueron traducidas al español para su uso en Almadén); visitó numerosas minas y fábricas relacionadas con el acero, la plata y diversos metales; y examinó en persona las célebres minas de mercurio de Idria (Eslovenia), lugar en el que se empleaban unos hornos que podían tener éxito en España. De este viaje se trajo consigo planos e información valiosos, que encontrarían pronta aplicación.

Inmediatamente, a su vuelta, la Corona supo premiar la lealtad de aquel ingeniero de Azkoitia. En 1800 se reincorporó a su cátedra, en Almadén, con un programa docente moderno. Luego se haría cargo de la dirección de la Academia (1802-1814), el templo de la minería española, siendo sucedido por su hermano José Larrañaga (1773-1859). También dirigiría la fábrica de bermellón y lacre adjunta al centro. Respecto al lacre, cuya fabricación era monopolio de un secretista de Sevilla que surtía -a precios elevados- a la Península y América, Larrañaga consiguió idear un nuevo método de preparación, que puso al servicio de la Corona.

En Almadén, precisamente, llegó, en 1806, a la que sería su contribución técnica más conocida (aunque no significa que sea la más original): la introducción de un sistema de hornos más efectivos, los de Idria. Casi simultáneamente, Larrañaga modificaba el sistema de laboreo que había implantado Juan Martín Hoppensack, antiguo director de Almadén, imprimiéndole un carácter científico con lo que mejoró la metalurgia del mercurio, entendida como disciplina científica, frente a los más artesanales, menos adelantados, procesos metalúrgicos anteriores.

El efecto de la medida de Larrañaga fue inmediato. Los hornos de Idria, con forma de cuba y sección cuadrada (efectivos para los procesos de amalgamación del oro y de la plata con mercurio), que en realidad sólo eran una modificación -no una revolución- del sistema de hornos anterior (el de los hornos de Bustamante), incrementaron considerablemente la producción y redujeron el consumo de combustibles, no siendo reemplazados hasta 1905, cuando se establecieron los hornos Almadén, traídos de Italia.

Hasta el final de sus días, continuó Larrañaga tratando de introducir mejoras en los procesos de destilación de minerales de Almadén, e intentando impartir una cátedra en la que basándose en, sobre todo, tratados mineros utilizados en Freiberg se estudiasen las técnicas más modernas. Sus esfuerzos, sin embargo, no tuvieron final feliz. Acusado de afrancesado, tras la invasión -en 1810- de las tropas francesas en Almadén, fue depuesto de su cargo en 1813. La sentencia absolutoria, dictada un mes antes de su muerte, parecer haber demostrado que su tan poco común espíritu modernizador apuntó en la dirección correcta.