Actores

Montenegro, Conchita

Actriz guipuzcoana nacida en San Sebastián el 11 de septiembre de 1911. Su nombre real era Concepción Andrés Picado. Murió en Madrid el 26 de abril de 2007.

Su familia se traslado a vivir a Madrid cuando Conchita era todavía una niña. Sintió inclinaciones artísticas ya en plena adolescencia. Concretamente le atraía la danza. Tanto es así que estudió en la Escuela del Teatro de la Ópera de París. A su retorno se convirtió en bailarina profesional con el sobrenombre de Dresma de Montenegro, nombre que retomaría posteriormente para su carrera artística en el cine.

Debutó como actriz en 1927 en dos películas mudas, La muñeca rota de Reinhardt Blothner y Rosa de Madrid de Eusebio Fernández Ardavín. También en 1927 logró un papel protagonista en Sortilegio de Agustín Figueroa que confirmaron sus grandes posibilidades artísticas. Su talento para el arte dramático, su elegancia y su sugerente y extraña belleza le alejaban de la actriz española al uso.

Veraneando en Biarritz hizo amistad con una chica que resultó ser la hija de un productor. Éste buscaba en esos días una actriz para protagonizar el proyecto dirigido por Jacques de Baroncelli La femme et le pantin (La mujer y el pelele). Prendado de la belleza de la amiga de su hija decidió hacerle una prueba. Conchita encandiló a la cámara y logró hacerse con el papel principal de una película que tuvo un gran éxito entre el público. A partir de este estreno la Metro se interesó por Conchita Montenegro. Y es que con la llegada del sonoro se abrió una gran oportunidad para los actores europeos en las versiones en lenguas no inglesas y hacia allí partió Conchita a probar fortuna en rodajes de versiones castellanas de películas de éxito americanas o incluso en películas rodadas directamente en inglés.

De sus primeros días en Hollywood se conocen hoy jugosas anécdotas gracias a una entrevista realizada a la actriz vasca por Martin Abizanda en la revista "cámara", reproducida en el libro Una aventura americana; españoles en Hollywood de Álvaro Armero. En esa entrevista Conchita reconocía que llegó a la meca del cine sin saber nada de inglés y que estudiaba a las noches asesorada por Edgar Neville. Un día llamaron a su puerta y apareció un hombre de pelo cano y sonrisa picarona que se presentó como su nuevo profesor. Era Charles Chaplin, que acostumbraba a gastar bromas de ese tipo a los recién llegados. Su primera prueba fue con Clark Gable y pasó a la historia porque vestida al modo hawaiano, en el momento cumbre de la escena, se negó a besar al actor, tal y como requería el guión.



En 1930 rodó ¡De frente, marchen! de Edward Sedgwick, versión española de Doughboys. Compartía protagonismo con el genio Buster Keaton y con otro actor vasco de trayectoria cosmopolita, Juan de Landa. Después protagonizó junto a Ramón Novarro, otro mito del cine, Sevilla de mis amores, del propio Novarro. Llegaron otros títulos como Su última noche (1931) de Chester M. Franklin, donde volvió a coincidir con Juan de Landa, En cada puerto un amor (1931) de Marcel Silver, Hay que casar al príncipe (1931) de Lewis Seiler o ¡Asegure a su mujer! (1934) de Lewis Seiler.

Pero su elegante belleza y su talento dramático cautivaron en los estudios y no se limitó sólo a trabajar en versiones de éxito en castellano sino que también rodó directamente en inglés. Chaplin la persuadió de la importancia que tenía desenvolverse bien en esa lengua para triunfar en Hollywood y aprendió el idioma en dos meses. Rodó así Strangers May Kiss (1931) de George Fitzmaurice, junto a Norma Shearer y Robert Montgomery, Never the Twain Shall Meet (1931) de W.S. van Dyke con Leslie Howard -precisamente el rival de Gable, protagonista de la primera prueba de Conchita en Hollywood, en la mítica Lo que le viento se llevó- o en Handy Andy (1934) de David Butler, junto a Robert Taylor y Will Rogers.

En 1935 expiró su contrato y tuvo que volver a Europa. Howard Hawks en una entrevista publicada en "La Vanguardia", que recogía a su vez unas declaraciones suyas en "Film Ideal", se lamentaba de esta pérdida y llegó a decir de Conchita que era "infinitamente superior a muchas de nuestras famosas luminarias". Ya en Europa protagonizó La vie parisienne (1935) y Parisienne life (1935), ambas versiones con dirección de Robert Siodmak. En 1937 rodó O grito da mocidade y El grito de la juventud. Las dos versiones, portuguesa y española, fueron dirigidas por Raoul Roulien, un cantante con quien ya había coincidido en Hollywood. Se casó con él al regresar a Europa y se divorciaron al terminar estas películas. Era ya una estrella rutilante del cine español con una carrera internacional brillante. De hecho se incorporó a las coproducciones italo-españolas auspiciadas por la sintonía entre las dictaduras de Franco y Mussolini. Allí participó, por ejemplo, en Giuliano de Medici (Conjura en Florencia) (1941) de Ladislao Vajda, obra prohibida por Mussolini ya que vio en ella una llamada a la sedición popular contra su régimen.

Ya en 1942 Conchita Montenegro regresó a España y se instaló como estrella destacada del cine franquista. Protagonizó la sorprendente Rojo y negro (1942) de Carlos Arévalo, una película sumamente anticomunista que exaltaba a Falange. Ambientada en el Madrid sitiado por Franco y dominado por las checas, narraba la historia de amor de un anarquista libertario y una mujer falangista. La película sufrió la censura del franquismo (a las tres semanas su exhibición se interrumpió misteriosamente) debido probablemente a su atrevida y vanguardista conmemoración estética y política de Falange. Hay que tener en cuenta que en 1937 el Decreto de Unificación fundió en un partido (Falange Española Tradicionalista de las JONS) a carlistas y falangistas. A partir de ese momento cualquier apología de una u otra ideología por separado suponía una amenaza para la estabilidad del régimen. Luego llegó Boda en el infierno (1942) de Antonio Román, melodrama sobre las relaciones entre un militar español y una joven rusa salvada del "infierno rojo" ante la mirada, se supone, atónita, de la cándida novia del militar. Más ridícula en su exacerbada moral nacional-católica era Aventura (1942) de Jerónimo Mihura. En ella un hombre corriente quedaba fascinado por una actriz. Al final, por supuesto, las aguas volvían a su cauce y el protagonista volvía con su esposa. En Ídolos (1943) de Florián Rey, se narraba una historia de amor entre una actriz y un joven español. Y al finalizar el rodaje de Lola Montes (1944) de Antonio Román, una película que tuvo un gran éxito, se casó con el diplomático Ricardo Giménez-Arnau y sorprendentemente se retiró del cine.

En una postura que recuerda a la adoptada por Greta Garbo se apartó de manera radical de la vida pública y se negó a conceder entrevistas. Jesús Angulo contaba en el obituario que le dedicó en "El Diario Vasco" que mantuvo conversaciones con ella en los últimos años de su vida para intentar conseguir una larga entrevista, base para la redacción de un libro sobre su carrera. En estas conversaciones Conchita Montenegro recordaba su pasado en el cine como "un pecado de juventud". Entre enfermedades y evasivas la entrevista se postergó tanto que al final, desgraciadamente, no se realizó. Quizá acabó decepcionada del mundo del cine. O quizá su anhelo era que todos la recordaran en el esplendor de su belleza porque no podía soportar la idea, al igual que Greta Garbo, de que el mundo fuera testigo de su decadencia física.