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Encierro de Pamplona

Se llama así a la llevada de los toros a la Plaza desde la Rotxapea a través de las calles previamente cerradas de vallas pero precedidos de los mozos que corren delante de las fieras. Se trata de un impresionante recorrido de 767 m. en dos o tres minutos. Se recuerda una vez de minuto y medio de duración. El recorrido se inicia en los corrales de la Rotxapea donde están encerrados los toros bravos, sigue por la Cuesta de Santo Domingo, plaza del Ayuntamiento y calles de Mercaderes y Estafeta en cuyo final se encuentra la Plaza de Toros. Iribarren recoge comentarios sobre el encierro verdaderamente increíbles, desde uno del campeón francés de tenis Henry Cochet, que no veía ningún peligro en la fiesta, hasta otro de unos japoneses, en 1939, a quienes les daba la impresión de una farsa inocua donde los mozos corrían ante unos animales sagrados, al parecer inofensivos.

Pero tampoco Iribarren, a pesar de ser navarro, cala en el alma de la fiesta precisamente porque se halla sumergido en la afición y pasión de la "fiesta taurina". Y es bien chocante que sea un castellano, muy conocedor del alma vasca, Constantino de Esla, quien mejor cale hondo y bien. El mozo navarro que ha corrido delante de los toros con riesgo de su vida y a veces con tributo de la misma ha sido el pastor pirenaico y, en general, el ganadero navarro. El toro tiene tradición milenaria en Euskalerria, hecha testimonio en las representaciones prehistóricas de los antepasados de los vascos. Iribarren dice que

"no existe alarde de valor, de desprecio a la vida "a la española" que produzca en quien lo contempla una angustia tan escalofriante".

El mozo que corre en el encierro no desprecia su vida ni piensa en ello. Es el peligro y su riesgo que le llama y le arrastra. Constantino de Esla, en cambio, es sagaz en sus observaciones. Dice que

"no vaya nadie a la capital de Navarra a presenciar el paso lento, armonioso, la estética del capote del matador en la verónica". (...) "Cuando la tragedia enluta la plaza de Madrid, la de Sevilla o la de Granada, es la sangre en la arena, en el circo. El drama, con ser el mismo, no tiene tanta profundidad, emoción tan honda, como la muerte entre las piedras seculares. ¡La sangre en la calle! Y pregunta: ¿Quién guiará tu rebaño, pastor navarro, desgarrado en las astas de un Miura?".

Finalmente, Esla añade:

"La diferencia entre los toros que embisten cerca del Guadalquivir o del Manzanares y los que arrancan a orillas del Arga es la de que aquéllos parece que se movieran con resortes, sobre rieles, a merced de la magia del capote torero, y éstos corren con brusquedad, mueven la cabeza en todas direcciones, rabian al sentir cerca la presa en la Cuesta de Santo Domingo y más próxima aún en las estrechas calles de Estafeta y Mercaderes. Tiran cornadas a diestra y siniestra, contra cuerpos vibrantes, ágiles sobre las alpargatas de los aurreskularis lanzados a toreros. Ocho toros cada día de corrida persiguen a los hombres en el encierro mañanero, en la hora incierta en que el sol aún no ilumina bien los ventanales de la Catedral".

Refs. Iribarren, J. M.: Cajón de Sastre (Pamplona, 1955, pp.129-132); Esla, Constantino de: Estampas Yascas (Buenos Aires, 1945, pp. 131-138); Iribarren, J. M.: Navarrerías (Pamplona, 1956, pp. 168-174).

Documental de corto metraje, realizado durante las fiestas de San Fermín de la capital navarra en 1931.