Pintores

Sacristán Arrieta, Ricardo

Pintor acuarelista, disciplina que le identifica plenamente, nace en Vitoria el 8 de diciembre de 1921. Fallece en la misma ciudad el 28 de julio de 1980.

Educado en el seno de una familia culta y numerosa, recibe los primeros consejos artísticos de manos del renombrado pintor Fernando de Amárica, pariente por vía materna. Confirma su orientación pictórica en la Escuela de Artes y Oficios, siendo alumno de Ignacio Díaz Olano, ya septuagenario. El viejo maestro, sin duda, dedicaría personal esfuerzo y tesón para que el muchacho adquiriese oficio y destreza con los rudimentos de la pintura, ya que Ricardo Sacristán era nieto de Felipe Arrieta, mecenas durante tantos años del propio Díaz Olano.

Además de la preparación escolástica dentro de un marco estrictamente vitoriano, por declaraciones años después a la prensa, el mismo Ricardo Sacristán apunta que continuó su formación en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, capital a la que se traslada en la década de los cuarenta y en la que fijará definitivamente la residencia. Empero nunca terminó por desligarse de la ciudad que le vio nacer: cumpliendo con la obligada visita a algunos miembros de la familia, o por razones profesionales, derivadas de sus compromisos artísticos. También sabemos que durante cinco años trabajó como delineante con Pedro Muguruza, obteniendo así los recursos económicos suficientes para proseguir con su afición pictórica.

Colabora en las primeras iniciativas artísticas vitorianas de posguerra: en la II Exposición de Pintura de Artistas Alaveses (recordamos que la primera muestra aconteció en agosto de 1936), en los Salones de Olaguíbel (agosto, 1944), y en la I Exposición de Pintura de Artistas Noveles Alaveses (octubre, 1944). En ambas ocasiones exhibió curiosamente una pareja de bodegones. En la III Exposición de Noveles (octubre, 1946) remitirá un conjunto de siete acuarelas; paisajes -Dehesa Penedillo (Zamora), Gallinero. Sol y sombras, Contraluz, Corraluza abandonada y El Omecillo (Espejo)- y bodegones -Objetos de escritorio y Objetos de tocador-.

A la séptima edición (1950) del certamen, ahora llamadas Exposiciones Alavesas de Pintura, enviará cuatro paisajes pintados a la acuarela: de Haro (Orillas del Ebro), Madrid (Plaza de Oriente), Valladolid (Mi molino) y Toledo (Cortij"). Variedad de escenarios que nos revela ya una de sus características más señeras: las ansias viajeras. Sin ataduras familiares, libre de otros compromisos que no tuvieran que ver con la propia creación plástica, fue un pintor trotamundos que recorrió prácticamente toda la geografía peninsular, incluida Portugal, con salidas frecuentes al extranjero: Norte de África, Francia, Italia, Centroeuropa y Estados Unidos de Norteamérica.

En abril de 1952 concurre con tres acuarelas a la colectiva "Los Pintores de Vitoria", celebrada en las Galerías Altamira de Madrid. Aquella muestra agrupó prácticamente a todos los representantes vivos de la pintura local. Se editó para la ocasión un primoroso y bello catálogo. Asimismo, por última vez, remitió otro trío de acuarelas a la XII Exposición de Pintura Alavesa (1955): El último carro, Costa vasca y Sosiego (Río Pisuerga).

Por estas fechas abandona ya la idea de promocionar su pintura, siquiera parcialmente, a través de certámenes y programas culturales dependientes de los organismos oficiales. Definitivamente sale al encuentro del espectador dando ahora sus mejores frutos en las muestras de carácter individual. En esta línea, se ha dicho que Ricardo Sacristán era bastante prolífico con la acuarela; que gozaba de una pasmosa facilidad para recoger con rápidos y ágiles apuntes las vistas de los lugares que visitaba, así como que vendía prácticamente todo lo que pintaba, ciertamente sin elevar nunca su caché. Consecuencia todo ello de una vida enteramente volcada a la pintura, sin más subordinaciones. Fue un profesional hecho en la práctica diaria y continuada del oficio.

Igualmente se han definido sus acuarelas como unas composiciones optimistas, alegres, sin complicaciones, y, por lo tanto, de estética placentera. Esta especialización en la disciplina de la pintura al agua, tras mucha experiencia acumulada, le facultó con los años a saber captar lo efímero del tiempo; los valores irrepetibles de un instante luminoso. Por eso son las suyas unas obras siempre inspiradas en paisajes naturales, en los que siente admiración por la luz y la atmósfera.

Fiel a un estilo clásico impresionista, que conserva a lo largo de la mayor parte de su trayectoria, rara vez violenta la realidad de las cosas que ve. Como buen dibujante, la eficacia de la línea servirá como esbozo y equilibrio a la hora de componer el armazón de la acuarela; también para extraer cualidades descriptivas. Establecido el diseño, o el esquema dibujístico, los pigmentos de color diluidos ya en agua darán sentido emocional a las representaciones ambientales: atmósferas líquidas, efectos etéreos, reflejos diáfanos, tratado todo con verosimilitud.

Viejos y pintorescos rincones urbanos, apacibles panorámicas rurales, cursos fluviales, escenas portuarias, entre otros horizontes y otros motivos, fundamentan la obra de Sacristán; el trabajo de un pintor sensible y delicado que se deleita, quizá con nostalgia y un punto de romanticismo, ante los conjuntos que retrata.

Estilo, concepto y recursos que mantiene de manera invariable en sus exposiciones particulares de Vitoria, San Sebastián, Madrid, Murcia o Lugo, por citar algunas de las plazas en las que exhibe estas lumínicas acuarelas durante los años sesenta y setenta.

El mismo año de su muerte, la Caja de Ahorros Municipal organiza una exposición antológica en la sala Luis de Ajuria con casi medio centenar de obras. Dos décadas más tarde, del 4 al 25 de enero de 2000, esta misma sala será el escenario de otra nueva exposición homenaje en recuerdo de uno de los mejores acuarelistas alaveses.