Matemáticos

Balzola, Policarpo de

Inventor y matemático irundarra. Irún, 26-01-1813 - Irún, 01-02-1879.

Policarpo de Balzola fue uno de los inventores vascos más brillantes del siglo XIX, pero a la vez, de los menos reconocidos por la élite científica de la época. De hecho, apenas es mencionado en tratados o estudios sobre historia de la ciencia.

Es, precisamente, la forma como desarrolló algunas de sus invenciones y las causas de ese olvido lo que nos interesa ahora; ya que ilustra de manera manifiesta una forma de entender las matemáticas que en cierta medida chocó con el estilo académico dominante -el encuentro entre la matemática práctica y la académica.

Aunque dotado para el estudio (en especial, para las matemáticas), su escolarización acabó con la escuela primaria, en su localidad natal, donde aprendió nociones de aritmética elemental y geometría. Huérfano y con escasos recursos, tuvo que trabajar y, con sus primeros ingresos, pudo pagar unas lecciones que le dio un ingeniero militar, probablemente alguno que vino a reparar las fortificaciones fronterizas de la villa. Al parecer, con él aprendió algo de geometría, dibujo y trigonometría (que tanto dominaban esos militares); y con esos conocimientos, consiguió obtener los títulos de Escribano (hacia 1837) y Perito Agrimensor (entre 1847 y 1850).

En una época en la que la agrimensura (o ciencia de medición de tierras) ya se había profesionalizado, en la que la carrera de agrimensor pasaba por adquirir una sólida formación matemática, marchando el joven interesado generalmente a los seminarios de Nobles de Madrid y Valencia, o, en su defecto, al de Bergara (a la Escuela Especial de Matemáticas, creada en 1849) -las Facultades de Ciencias no fueron creadas hasta 1857-, el caso de Balzola es bastante peculiar. Sin medios para continuar sus estudios -bien en Madrid o en el extranjero-, el joven Policarpo hubo de aceptar el cargo de secretario municipal del Ayuntamiento de Irún, que substituyó, gracias a su formación autodidacta, por el de perito agrónomo. Fue allí, mientras hacía mediciones para la compraventa de tierras, en donde Balzola desplegó su faceta inventiva. Hacia 1847, construyó el primero de sus cuatro ingenios: el teclado aritmético, una calculadora -del mismo tipo que la fabricada por Pascal en 1643- capaz de efectuar hasta cuatro operaciones aritméticas. Fue, posiblemente, la primera ideada en el Estado y, sin duda, la antecesora de las máquinas de calcular de Leonardo Torres Quevedo. Por cierto, el invento fue enseñado a los reyes y, a petición de éstos, fue objeto de dos informes realizados por la Academia de Ciencias y el Conservatorio de Artes; éstos alabaron su originalidad, pero desecharon la validez del prototipo, por razones subjetivas más que nada. Y es que Balzola vivía -visto desde Madrid- en una población periférica y sin tradición científica, y además no estaba bien relacionado con los matemáticos de la capital (eso no impidió, no obstante, que los reyes le concediesen la encomienda de Isabel la Católica).

Aunque no sin dificultades, aquel oficinista municipal de Irún consiguió atraer la atención de instancias superiores. En la localidad bidasotarra, precisamente, llegó, hacia 1847, a lo que sería su único invento comercializado (aunque no por ello el más destacado): la elaboración de unas tablas para conocer fechas de cualquier año, el Calendario perpetuo mecánico. Casi inmediatamente, Balzola enviaba un ejemplar -el aparato tenía la forma y el tamaño de un maletín- a la Diputación de Gipuzkoa, obteniendo un privilegio de venta de quince años, entendido como una muestra de la confianza ganada, que tendría consecuencias positivas para el inventor.

En 1849, la Diputación de Gipuzkoa decidió -siguiendo las leyes sobre la obligación de establecer el sistema métrico en España- que se impulsase el cambio de unidades, la que sustituía el, variado y complejo, antiguo sistema general de pesas y medidas por el nuevo sistema métrico (con el metro como base). Cuando la Diputación se comprometió a enseñar tal sistema en todas las escuelas y hacerlo obligatorio en la administración pública, en conformidad con la ley del 19 de julio de 1849, Balzola pasó a convertirse en una figura clave. Inventor vocacional, vio cómo la institución que más estimaba le encargaba elaborar unas tablas de equivalencia de medidas. Su ingenio y formación matemática, combinado con el considerable prestigio de que gozaba, le ayudaron ciertamente cuando, seguidamente, la Diputación le encargó publicar un libro para divulgar el uso de las unidades métricas (el libro, por cierto, se publicó en 1853 y contenía dos partes; significativo es que la Diputación lo repartiese a ayuntamientos y maestros, acompañado de un metro en madera, que se plegaba en dos: un metro con divisiones y una vara con pulgadas).

La parte denominada Aritmética que precedía a las Tablas contiene la esencia de la explicación del sistema métrico y del cálculo decimal. Desgraciadamente para su autor, el libro no fue incluido entre los textos aprobados en 1856 por el Gobierno para la enseñanza oficial (Juan Navarro ha comparado la obra de Balzola con las de otros dos matemáticos vascos, incluidos en tal lista: el Tratado de Aritmética de Juan Cortázar y la Aritmética decimal de Antonio Irivertegui, siendo ambos inferiores en calidad). Una vez más, parece ser que consideraciones de toda índole, salvo las científicas -falta de contactos en Madrid, formación autodidacta, empleo municipal, residencia- jugaron en su contra.

El efecto, en cambio, de las Tablas de correspondencia de Balzola fue más positivo. Además de señalar los siete sistemas diferentes de unidades empleados en Gipuzkoa, adjuntaba los municipios y las unidades usadas en cada uno, incluyendo las correspondencias de los antiguos sistemas con el métrico y con las principales extranjeras; todo esto hizo -e incluso hace hoy en día- de sus Tablas, "un magnífico punto de partida para entender la metrología antigua de Gipuzkoa".

Hasta el final de sus días, continuó Balzola con sus contribuciones a la introducción del sistema métrico en el País Vasco, publicando instrucciones para el uso de instrumentos con arreglo al nuevo sistema. El reconocimiento académico, desde luego, no le acompañó. Es cierto que prácticamente desconocía disciplinas básicas como el cálculo diferencial e integral o el desarrollo de las geometrías no euclídeas, pero su campo eran las matemáticas prácticas, el cálculo y su aplicación. El tiempo, de hecho, parece haber demostrado que a su tantas veces agudo ingenio -máquina de calcular, calendario, tablas y conversiones- unió sólidos conocimientos en aritmética y geometría.