Concepto

Árboles sagrados en Euskal Herria

Antiguamente, en algunas zonas de Bizkaia se creía por ejemplo que los árboles iban a los caseríos por su propia voluntad para que los quemaran. Según dice Caro Baroja citando a Barandiarán, aquello se acabó el día en que una mujer se enredó con las ramas de ellos en el portal de su mansión. Dijo con rabia: "Etorriko ez bali obea leiko"("Sería mejor que no viniesen"). Desde entonces es el hombre el que debe ir al monte a cortarlos (Caro, 1989:343).

Arbol

El registro etnográfico del País Vasco ofrece también numerosas creencias mágicas, como las recogidas por Azkue en San Juan de Pie de Puertot. "Cuando se vende algún bosque, éste se encoleriza tanto que siempre suele caer algún árbol que aplaste a uno o a otro de los hombres que por él pasan. También está documentada, la costumbre - recogida en distintas partes de Europa- de pedir perdón al árbol que se va a cortar. (ib.: 343). Asimismo, en el valle de Aezkoa era habitual que el padre de familia cortase un roble cuando nacía un hijo. De este modo, al cumplir el vástago los veinte años, el árbol estaría lo suficientemente seco y podría emplearse el tronco y la madera en la construcción de una nueva casa" (Perales Díaz, 2006:51).

La dendolatría, o el culto a los árboles, ha dejado también un poso importante en la toponimia. En Euskal herria, hay zonas, donde la palabra "aritz" (roble) designa indistintamente al bosque en su conjunto, y en otras a la especie arbórea "roble", en particular (Caro Baroja, 1989:). En la montaña de Navarra encontramos entre otros Aritzelatz (majada del roble), Arizbakotx (roble solitario), Arizdigorri (robledal rojo), Arizgain (alto del roble), Arizgaña (alto del robledal), Arizmeaka (paso de los robles), Ariztia (el robledal) y Ariztokia (lugar de robles) (Belasco, 2000). Algunos de estos topónimos guardan relación con cuentos y leyendas populares, que a veces aparecen recogidas en obras literarias de corte romántico.

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Es el caso del tamborilero de Erraondo, de Arturo Campión. La historia, resumida, cuenta el caso de Pedro Fermín, el hijo del tchuntchunero Martín Izko, quien por no ir a la guerra carlista, abandona el solar paterno y se marcha a trabajar a Buenos Aires. Al volver al señorío, tras medio siglo en el nuevo mundo, el tamborilero encuentra todo muy cambiado y llora su nostalgia tocando el instrumento debajo de un viejo roble solitario.

Además de los ya citados, en Euskal herría aparecen también numerosos topónimos relacionados con el haya (fago) y con la encina (arte). En el primero de los casos encontramos por ejemplo Fagoaga, Paguaga, Fagodi, Pagogaña (Caro,1989:341). En Navarra, aparecen también Pagadi (hayedo), Pagadiandieta (lugar del hayedo grande), Pagalleta o Pagolleta (hayedo redondo, o grupo de hayas), Pagamendi (monte de hayas) y Paogeta (lugar de hayas) (Belasco, 2000:320-321).

Algunos de estos lugares tienen prendidas leyendas. Este sería el caso de Pagomari (el haya de Maria), en la sierra de Aralar. En varios pueblos de Sakana se cuenta que una chica de Iribas y un joven de Lakuntza, solían juntarse en el raso de Intzazelai, debajo de un haya gigantesco que destacaba sobre los demás. Un día ambos murieron a causa de una nevada, y aparecieron cogidos de la mano debajo del gigantesco haya" (Perales Díaz, 2007: 13). Además de ser un hito visual, este árbol gigantesco hoy desaparecido -en el momento del cuento, se decía que tenía 400 años- cumplía una función de testigo, o quizás también de "lugar de encuentro en las alturas".