Concepto

Agote: etnología e historia

Los estudios económicos o políticos en torno a los limitados recursos de los valles pirenaicos, o la limpieza de sangre como fundamento ideológico, no bastan para explicar el mantenimiento de la exclusión, sobre todo tras el fin del Antiguo Régimen, cuando se refugia en las representaciones simbólicas que, por muy distorsionadas que parezcan, reflejan una comunidad.

La frecuente presentación del fenómeno como un "un misterio", incluso por parte de algunos estudiosos, en el fondo responde a una percepción contaminada por el mismo principio que mantuvo la discriminación durante siglos: la naturalidad con que se asume la exclusión de la diferencia, y la consiguiente extrañeza al no hallar en los excluidos rasgo distintivo, en vez de analizar el fenómeno desde quien lo provoca, que es el grupo excluyente. En los agotes se han acumulado multitud de supuestos rasgos físicos y psíquicos o se les han aplicado normas que ni se crearon ni han desaparecido con ellos. Amén de la negación de derechos políticos y económicos, la separación espacial, incluida la expulsión, o la significación de los atuendos, la han sufrido judíos, gitanos y otros grupos étnicos, sociales o religiosos a lo largo de los siglos en regiones muy diversas. Algunos de estos grupos sufren aún hoy día una serie de tópicos muy arraigados sobre sus características físicas (nariz, potencia sexual, olor...) o psíquicas (tendencia a la avaricia, la hipocresía, el robo, poderes adivinatorios...), como los sufrieron los agotes. La segregación del espacio festivo se ha plasmado en ciertas figuras coreográficas vascas, como el puente, una especie de filtro para impedir el acceso al baile de indeseables por diferentes motivos, no sólo la condición de agote.

Incluso en una sociedad mucho más laica como la actual, el rechazo a la participación femenina igualitaria en los Alardes del Bidasoa ha acarreado a los partidarios de ésta su exclusión del tiempo y/o espacio de celebración, su relegación en las misas de cumplimiento del voto centenario, sea en el fondo del coro, sea al otro lado del camino de la campa, o incluso impidiendo el acceso al monte donde se celebra la romería. Del mismo modo, se les ha impedido la realización de una ofrenda floral o el disparo de salvas honoríficas durante la misa. También a las mujeres igualitaristas -con la atribución de una especificidad física de fuerte carga ideológica, "bigotudas"- se les ha acusado de actitudes sexuales heterdodoxas, de ser de fuera y de romper la armonía y tranquilidad de los vecinos y se considera su sola presencia en pie de igualdad como una intrusión violenta. En suma: "sin diferencia. mezclados como van los demas vezinos. igualados. no puede ser" recoge la documentación contraria a la pretensión de los agotes de participar en los ritos festivos y religiosos, apelando para ello a la "tradición" y la voluntad de los antepasados. Se contrasta la actitud de estas mujeres con la "correcta" de la mayoría femenina que asume el orden natural, del mismo modo que la documentación compara la sumisión y docilidad de los agotes de generaciones anteriores con la altanería y soberbia de los que interponían denuncias.

Este fenómeno de los Alardes ha puesto de manifiesto -mejor que otros, pero no en exclusiva- los mecanismos de funcionamiento de defensa cuando se cuestionan los ritos de autoafirmación colectiva, basados en una jerarquización cultural que se presenta como "orden natural", expresión tan frecuente en los juicios de agotes (sepamos aceptarnos tal como somos en la fiesta y en la vida, resumía perfectamente un defensor de la "tradición"). Los ritos, sobre todo los periódicos, cumplen una función autoafirmativa y perpetuadora de una comunidad. Para ello, tienden a escenificar una representación de la comunidad, no en su realidad presente, sino en un pasado ideal. Si se cree en la permanencia inmutable de la identidad colectiva a lo largo de los siglos, difícilmente se admiten sus revisiones críticas. Por tanto, los cambios conscientes en los ritos que reflejan y refuerzan esta imagen ideal, en la medida en que suponen cuestionar de forma rupturista el orden presente, hallan grandes resistencias, sobre todo desde quienes se benefician de él, pero también desde quienes sienten inseguridad ante el cambio, al estar todos sus referentes vinculados a lo ya conocido: la memoria crea identidad, y transformar la percepción del pasado supone replantear el presente. Por lo mismo, porque lo que realmente se juega en estos ritos es la aceptación y jerarquía a través del objeto de identificación colectiva, quienes se sienten excluidos perseveran en la adecuación del rito hasta que refleje el orden que creen justo.

El evidente salto cronológico y cultural entre los dos fenómenos -el de los Alardes ha sido calificado por la antropóloga Díaz Mintegi como "emergencia etnográfica"- no hace sino poner de relieve que el "problema" no son las mujeres ni los agotes, y la consideración de "misterio" por parte de quienes lo viven de fuera -más misterio por la virulencia de las formas que por el fondo de la exclusión- parte del error de buscar las razones en el excluido, no en el excluyente.