Biologists

David Halsouet, Jean Pierre Armand

Abad y naturalista lapurtarra. Ezpeleta, 7 de septiembre de 1826 - París, 10 de noviembre de 1900.

La historia de la ciencia está jalonada de magníficos investigadores que nos asombraron con ideas o teorías geniales, de carácter revolucionario, pero también existieron otros (aunque sus méritos sean quizá menos loados) que destacaron por lo que sobresalió Armand David: que amplió, mediante sus observaciones, los confines del reino animal en una región del planeta poco explorada, la China imperial, descubriendo muchas de las nuevas y más llamativas especies de su época.



Creencias como la de que vastas regiones del Imperio Celeste estaban casi inexploradas se leen aún con frecuencia en la literatura científica; y es que, tras esta idea, subyacen logros como los de David, que halló 65 de las 807 de especies de aves catalogadas en China, y 70 nuevas especies de mamíferos en Asia. Acaso para algunos estos méritos sean "secundarios", cuando los comparan, sobre todo, con revoluciones intelectuales como las de Charles Darwin; sin embargo, no hay que olvidar que una de las consecuencias de tales "deméritos" ha sido la de ensanchar el reino de los seres vivientes; gracias a ellos podemos comprender la naturaleza de manera más cabal -aunque no del todo como quisiéramos- y más sensible también.

Miembro de una familia instruida, David parecía destinado a aprender y, quizá, dedicarse a la historia natural, que le fue inculcada por su padre, un médico que luego sería alcalde de Ezpeleta. Se inclinó, sin embargo, por la religión, ingresando, en 1840, en el Seminario Menor de Larresoro y, en 1846, en el de Baiona, en los que obtuvo brillantes calificaciones. De estas estancias le quedaron conocimientos de botánica, ornitología y entomología, así como formación clásica.

La primera decisión de importancia que tomó fue ingresar en la Congregación de los Lazaristas. En 1848 se trasladó París, donde pronunciaría sus votos. Como no tenía formación en teología y su pasión eran las ciencias naturales, sus superiores le propusieron ser profesor; el destino, Savona (Italia). Allí fundó un gabinete de historia natural, en donde pudo formar a futuros exploradores, como el marqués Giacomo Doria (1840-1913) y Enrico Alberto d'Albertis (1846-1932). Aunque la docencia colmaba sus aficiones, no logró saciar su sed apostólica; en 1852 escribió a su Superior:

Pero no fue hasta 1861, cuando el gobierno francés promovió la idea de que los misioneros en Pekín abriesen escuelas francesas, que su Superior le llamó para formar parte de las misiones chinas. Mas, antes de partir, se le confió un encargo; así lo describió el propio David:

M. de Quatrefages, M. E. Blanchard, M. E. Milne-Edwards, todos miembros de la Academia de Ciencias, y les prometí hacer todo lo posible para satisfacer sus deseos" (Daranatz, 1930: 60).

En 1862, el joven lazarista abandonó París, iniciando la misión científica -en realidad, fueron tres- que le convertiría en uno de los más grandes naturalistas del siglo XIX. Concluyó su primera campaña en 1865, habiendo enviado entre tanto multitud de muestras a los responsables del Museo de Ciencias Naturales de París, en especial a Milne-Edwards, a quien le uniría una estrecha relación. En seguida éstos, creyendo que China estaba aún por explorar, iniciaron una serie de gestiones destinadas a averiguar si era posible una ayuda que permitiese a David dedicarse exclusivamente a tareas de exploración, no de evangelización. En 1866 el gobierno francés calificó su tarea como "Misión científica", por la cual le proporcionaban los fondos que necesitase para cubrir futuros gastos.

Fruto de esta ayuda, fueron las dos exitosas campañas (1866-70 y 1872-74) que realizó a lo largo y ancho del Imperio Celeste. Se podía hablar de predecesores occidentales, es cierto, pero se trataban de exploraciones esencialmente privadas, o, en el mejor de los casos, oficiosas. Tales eran los casos de, por citar los más insignes, Marco Polo (1254-1324) y el zoólogo Robert Swinhoe (1836-1877), aunque no hay que olvidar la monumental obra [Description géographique, historique, chronologique, politique et physique de l'Empire de la Chine et de la Tartarie chinoise (Paris, 1735), 4 vols.] del jesuita de Azkain, Jean-Baptiste Duhalde (1674-1743). Ahora bien, las diferentes expediciones que David emprendió en regiones de China, Mongolia y Tibet, cada campaña centrada en la flora, fauna y geología de la región que exploraba, le convirtieron en naturalista pionero.

Durante la década siguiente a la asignación de la "Misión científica", David recorrió a pié lugares recónditos, primero en la Mongolia occidental y en 1869 en el Tibet oriental, en un principado (el de Moupin) que no había sido aún explorado por científicos europeos, persiguiendo con asombro decenas de nuevas especies, recopilando incansablemente datos botánicos, zoológicos y geológicos.

En el Tibet mandó cazar un oso blanquinegro del que le informaron los lugareños, pensando que podría pertenecer a una variante albina del oso negro del Himalaya. Una vez cazado, sin embargo, David advirtió que se encontraba ante una nueva especie: el actual panda grande. Inmediatamente, empezó a describir científicamente su captura, bautizándola con el nombre científico de Ursus melanoleucus (hoy en día, Ailuropoda melanoleuca), que fue publicada en los años 1872-74 en las páginas de Nouvelles Archives de Muséum de Paris, una de las revistas de referencia mundial de las ciencias naturales. Entre sus otros escritos, que resumen sus exploraciones, se encuentran: Voyage de l'abbé David en Chine, lettre au secrétaire général (1872), Journal de mon troisième voyage dans l'empire chinois (1875) y Les oiseaux de la Chine (1877).

No fue ésta, sin embargo, su única joya. De hecho, David logró llegar a uno de los secretos mejor guardados de la China: el parque privado del emperador, en el que reconoció, tras muchas vicisitudes, una especie realmente rara: el Elaphurus davidianus (también llamado "ciervo de David"). Sus investigaciones fueron rápidamente conocidas, desde luego en el Museo de historia natural de Pekín (donde legó en 1866 una rica colección: 800 pájaros, un herbario, más de 3000 insectos,...), y cuando fueron reenviadas, casi instantáneamente, tras sus campañas (acompañadas de notas y diarios de viaje), a los editores de Nouvelles Archives de Muséum de Paris y a otras sociedades. No en vano, en abril de 1872 fue elegido miembro de la Academia de Ciencias de París, ocupando la vacante que había dejado otro vasco, Antoine d'Abbadie (1810-1897).

En cualquier caso, para apreciar la talla científica de David no es suficiente con describir sus hallazgos naturales. En su Journal de mon troisième voyage... (1875), David manejó la idea de que las 40 especies de faisanes encontradas en Tibet se originaron a partir de una especie fundamental, creada por Dios, mediante variaciones progresivas, que generaron especies y géneros nuevos. Desde este punto de vista, David se mostraba como un evolucionista, uno mitigado, si se quiere, con posos creacionistas. De hecho, la obra de Charles Darwin (1809-1882), On the Origin of Species (Sobre el origen de las especies, 1859), en la que se formula la teoría de la selección natural, había sido uno de sus libros de cabecera, cuando a su regreso de China, en 1870, se detuvo en casa del marqués Dori, en Italia, para restablecerse de su maltrecha salud. El siguiente párrafo extraído de su Journal desvela, patentemente, ese implícito evolucionismo expresado mediante preguntas:

"Gertaera hauetan eta beste askotan oinarrituta, pentsatu egin al daiteke, aldamenekoak baina desberdinak diren espezieen kopuru hain handiak leku berberetan eta gaitasun eta antolakuntza berberekin ab origine kreatuak eta kokatuak izan direla, munduko gainerako lekuak hutsik utzita? Ez litzateke arrazonagarriagoa izango, ba, onartzea ezen, behin-eta animalia eta landareen tipo nagusiak lurrazalean agertu eta gero, Kreatzaileak gogokoen izan zuen erara..., oinarrizko tipo horiek aldaketa astitsuak jasan dituztela, arrazak, barietateak, espezieak, generoak,...eratuz, zeintzuok jatorrizko guneetatik hurbil hedatzen segitu baitute?" (Altonaga, 2001).

Sería difícil, no obstante, formarse una idea cabal y precisa de los múltiples hallazgos y logros del naturalista de Ezpeleta. Los siguientes datos aportados por uno de los "davidistas" más acreditados del momento, Kepa Altonaga [en su libro, Armand David, pandaren aita (2001), y en otros artículos en la revista Elhuyar (1998, 2000)], me parece que jalonan, perfectamente, sus principales hitos: descubridor de unas 70 nuevas especies de mamíferos -a saber, antílopes (3), ardillas voladoras (2), ciervos (unos 15), jabalís (1), marmotas (2), monos (2), muflones (2), murciélagos (5), ratones (27), topillos (3), topos (10), jerbos, liebres enanas-; de anfibios -entre ellos, anuros (15), urodelos (4) y la salamandra gigante Sieboldia davidiana-; de reptiles (unos 50, tortugas, saurios y ofidios); de aves (65); y de cientos de moluscos, arácnidos, insectos y crustáceos.