Concept

Carlismo y Guerras Carlistas

La noticia de la muerte de Fernando VII llegó al País Vasco el día 1 de octubre planteando agudamente en todas las conciencias la necesidad de una decisión rápida acorde con las circuntancias. Aquellas ciudades en las que existía una presencia militar respetable -San Sebastián, Pamplona-, permanecieron, como es natural, en poder gubernamental. No así aquellas en las que un golpe de audacia bastó para reducir a un poco numeroso núcleo de liberales sumergidos en plena población hostil. Tal es el caso de Vitoria y, sobre todo, de Bilbao. Esta última es la primera población vasca en enarbolar la bandera del hermano de Fernando VII. El día 3, un grupo de rebeldes se apodera del Corregidor y del diputado Uhagón proclamando al día siguiente a Carlos V. El autor del golpe es Orbe, marqués de Valdespina, secundado por el resto de la Diputación. A continuación se alzan Orduña y Balmaseda, huyen las autoridades liberales de Portugalete (día 4) quedando el municipio abandonado durante varios días. El día 6 se libra en Los Arcos, Navarra, el primer encuentro de la naciente guerra en el que Lorenzo hará prisionero a don Santos Ladrón, destacado líder carlista, junto con 30 de los suyos. Fracasado el levantamiento en Navarra, indecisa Guipúzcoa, será en Álava donde se producirá el siguiente estallido. "En esta provincia -nos dice Serdán- todo el mundo se fijó en D. Valentín de Verástegui, árbitro por su prestigio e influencia, y por su cargo de Jefe Superior de los naturales armados, de los destinos de Álava". El día 7, Verástegui, al frente de las partidas de Bernedo, Badayoz, Laguardia y Valdegobía, se presenta ante los muros de Vitoria. La guarnición se retira a Guipúzcoa y Verástegui entra en la ciudad donde proclama a Carlos V. La Diputación de Álava, reunida en secreto, decide distanciarse prudentemente de los rebeldes, negándoles representatividad. Su objetivo será mantener el orden y ofrecer una resistencia pasiva a los rebeldes hasta saber a qué atenerse. Muy distinta será la actitud que siga la Diputación navarra; simpatizante de la causa carlista así como la gran masa de la población navarra e incluso pamplonesa, pero, inmovilizada entre las murallas de una ciudad custodiada por tropas leales, se ve obligada a lanzar (10 octubre) una lánguida proclama exhortando a los navarros a mantener la paz y la obediencia.

Los liberales son una minoría ínfima en la capital del viejo reino dándose el caso de que de los 8 regidores del ayuntamiento sólo 3 confiesen su lealtad a la reina. En Guipúzcoa, San Sebastián, erigida en Capitanía General de las Vascongadas, es el único bastión firme del liberalismo. Tenderos, capitalistas y comerciantes ozganizan rápidamente la defensa de la plaza movidos no tanto por el entusiasmo hacia la reina niña sino por el rencor a la provincia a la que adivinan hostil y proclive al carlismo. La Diputación, reunida en Azpeitia, mantiene una actitud expectante mientras saltan los primeros chispazos de la rebelión -Alzaá en Oñate (8 octubre), Lardizabal en Segura (10 octubre), Urtizberea en Irún (12 octubre)-. Trasladada a Tolosa por requerimiento del capitán general Federico Castañón (10 octubre) -Azpeitia se suma al campo rebelde al frente de Carlos Bernardo de Iturriaga-, su actitud en Tolosa es ambigua, acorde con las contradicciones internas de sus componentes, liberales moderados desertados por varios compañeros pasados a la facción: Manuel de Ozaeta Barrueta, Ramón de Lardizabal, Hurtado de Mendoza, etc. Su tibia proclama a favor de la reina será violentamente criticada por el progresismo donostiarra. El 14 de octubre Sola, virrey de Navarra, declara el estado de guerra en el reino y hace fusilar a don Santos Ladrón creando así el primer mártir de la contienda. Aquella misma noche salen de Pamplona varios centenares de hombres a unirse a los sublevados. El nuevo cabecilla, Eraso, fracasa en su intento sin embargo y huye a Francia (20 octubre). Queda Iturralde a cuyas huestes dirige la Diputación una proclama recordando la inmemorial inexistencia en Navarra de la Ley Sálica (22 octubre). En Azpeitia se constituye la primera Junta carlista que nombra comandante en jefe de Guipúzcoa al coronel Ignacio Lardizabal (18 octubre). Circulan las primeras partidas; una de ellas compuesta por cerca de 3.600 hombres libra un primer encuentro con los gubernamentales en Tolosa (octubre 22). Isabel II es proclamada solemnemente en San Sebastián el día 30 de octubre. La Diputación se niega a asistir alegando que es costumbre en Guipúzcoa celebrar primero el funeral del rey saliente... San Sebastián es la primera ciudad del país en proclamar lealtad a la reina.

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Un coronel guipuzcoano residente en Pamplona, antiguo combatiente antinapoleónico a las órdenes de Jáuregui, comandante luego de uno de los batallones realistas en el levantamiento anticonstitucional de Navarra, don Tomás de Zumalacárregui e Imaz natural de Ormaiztegi, abandona subrepticiamente Pamplona la noche del 2 de noviembre de 1833. Licenciado en el ejército fernandino por sospechoso, su objetivo es asumir el poder de las diversas partidas que pululan en el país. El día 5 tiene lugar en la casa del coronel Iturralde en Aguilar la nominación de la primera Junta Carlista de Navarra que sustituye a la Diputación a la que se considera prisionera de las tropas en Pamplona. El día 14, víspera de la constitución de esta Junta, Zumalacárregui recibe el nombramiento de comandante general de Navarra. Se le exige en esta ocasión "adhesión a los fueros y leyes de este Reino..." El 7 de diciembre las Diputaciones carlistas de Bizkaia y de Gipuzkoa acatan también su mandato en Etxarri-Aranatz. El guipuzcoano se convierte así en el jefe indiscutido de todas las partidas y Navarra en el centro de la guerra. Al asumir el mando cuenta con tres batallones de infantería y un escuadrón de caballería, amén de las partidas guipuzcoanas, vizcaínas y alavesas, al mando estas últimas de Uranga. ¿A qué se debe este rápido reconocimiento? El movimiento, que surgió pujante, se ha visto amenazado por el avance fulminante de Sarsfield. Tras barrer la resistencia del cura Merino, Sarsfield toma Vitoria el día 21 de noviembre y Bilbao el día 25. Cunde el desaliento entre los carlistas, y como corolario, la necesidad de un mando único. Como consecuencia de la caída de Vitoria se acogen a indulto el tercio de Vitoria, el batallón de Burgos y los de Rivabellosa, Ayala y Villanueva... Envalentonado, el general Castañón emite un bando suspendiendo los fueros de Bizkaia y Álava "exceptuando Guipúzcoa en la parte que está encomendada a su Diputación legítima". Navarra, al dividirse el territorio del Estado español en 49 provincias, queda convertida en una provincia más, desconociéndose su calidad de reino. El país se ve abocado a la guerra como única solución: la cuestión foral pasa a primer plano.

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Durante diciembre Zumalacárregui adiestra a su tropa procurando no ofrecer una batalla a cara descubierta hasta hallarse mínimamente preparado. Las filas carlistas han engrosado, la hostilidad hacia las autoridades liberales aumenta: "Sr. escribe el general Castañón despechado- no hay más fidelidad en estas Provincias en clase de Pueblos que San Sebastián y Eibar... y en las personas fuera del pueblo de San Sebastián, el corregidor de Bilbao, Mota, el Diputado Uhagón y asesor de este ejército Arana..." Valdés, sucesor de Sarsfield, alarmado ante la magnitud de la rebelión, ordena formar (21 diciembre), en Vitoria un batallón de Milicia Urbana. La Diputación liberal de Vizcaya se queja (24 diciembre) de la falta de cooperación de los ayuntamientos: "La Vizcaya feliz con sus fueros, expone diariamente la suerte futura cuanto más difiera su sumisión a la Reina..." El primer encuentro de los liberales con un verdadero ejército carlista tiene lugar el 29 de diciembre en el valle de la Berruera. Zumalacárregui amenazó con fusilar a todo voluntario que volviese la espalda al enemigo. Apostados entre Nazar y Asarta, aquellos campesinos recién entrenados batieron a las tropas reunidas de Oraá y Lorenzo haciéndolas huir a la postre, dejando en el campo cerca de 350 cadáveres. Desde las Amescoas, donde se retira, Zumalacárregui prosigue la reorganización y los golpes de sorpresa que le llevarán en 1835 a hacerse con todo el país. A comienzos del nuevo año (17 enero) ocupa por un tiempo Aezkoa, Roncesvalles y luego penetra en Salazar y Roncal. La guerra se endurece: una R.O. del 22 ordena destinar a los facciosos aprehendidos a las colonias de Africa, Cuba o Filipinas, el virrey de Navarra amenaza con apresar (24 enero) a los alcaldes, regidores y curas que no den cuenta de movimientos enemigos, Castañón califica a los vascos de "canalla" (parte del 27 de enero), Zumalacárregui condena a muerte a la Diputación de Navarra (11 febrero), Quesada inicia (2 marzo) la política de represalias. Pero los carlistas no se arredran; el 27 de enero se apoderaban de la Fábrica Real de Armas de Orbaiceta, incomunican San Sebastián mediante partidas volantes que impiden la llegada del correo (parte de Castañón, 27 enero), hostilizan a Espartero en Oñate (marzo 2), sitian Portugalete (marzo 22) y atacan Vitoria (marzo 16). Zumalacárregui entra en la capital de Alava haciendo fusilar en represalia a 118 txapelgorris. Evacuada la plaza al anunciarse la inminente llegada de Espartero, el 29 de marzo presenta nueva batalla entre Abárzuza y Muro derrotando a los cristinos que tienen que retirarse a Estella. De aquí en adelante las escaramuzas son incesantes, las vías de comunicación comienzan a hacerse peligrosas para las tropas gubernamentales. La guerra acaba, pues, de prender definitivamente. Pero ¿puede esperarse que estos reveses influyan en la actitud del gobierno de Madrid?

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10 de abril de 1834. Si el gobierno Cea Bermúdez, contemporizador con apostólicos y liberales, no contentó a ninguno de los dos partidos, menos puede decirse que lo hiciera el del político y dramaturgo Martínez de la Rosa. Liberal doceañista al que los años y el exilio habían dulcificado en sus posturas, de la Rosa es el principal artífice de aquella gran componenda que fue el Estatuto Real, especie de carta otorgada que resucita viejos elementos de la arqueología política tales como los estamentos, los próceres, etc. El Estatuto Real o Constitución de 1834 pretende recopilar la tradición española y la novedad francesa. Ahora bien, desde el punto de vista de las "provincias exentas", es una constitución más, un código político-administrativo que desaloja automáticamente al propio, o, como es el caso del Estatuto Real, que lo ignora y procede como si no existiera. Por ello ninguna Diputación, junta o ayuntamiento -salvo San Sebastián- aprueba la nueva constitución que obliga a las tres provincias y al viejo reino a enviar procuradores a unas Cortes ajenas. El 20 de mayo el real decreto sobre elecciones es impugnado por las Diputaciones de Vizcaya y de Navarra. Las Juntas de Gipuzkoa, ante lo irremediable, aceptan siempre que sean las Juntas las que designen a los procuradores (primeros de julio). Tras innumerables protestas y conminadas por gruesas multas las autoridades vascas se ven obligadas a jurar el Estatuto y enviar representantes. La obligatoriedad de este juramento y el contrafuero que esta aceptación del Estatuto conlleva proporciona, como era de esperar, nuevas armas a la revuelta: "Entonces fue -dice Egaña (Ensayo...)- cuando la guerra civil adquirió tan impetuoso desarrollo, que al año preciso de las Juntas generales de Tolosa ya dominaban los carlistas exclusivamente en las tres provincias vascongadas y Navarra, sin que los defensores de la causa de Isabel II poseyesen más que las cuatro capitales, circunscritas al interior de sus muros, el fuerte de San Antón de Guetaria y el de Behobia".

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9 de julio. El mismo día que don Carlos atraviesa la frontera por Zugarramurdi, Quesada es sustituido en el mando por Rodil. El cubano Quesada ha sido batido tres veces por el mismo Zumalacárregui: el 21-22 de abril en la llamada acción de la venta de Altsasua, el 26 de mayo en la sorpresa nocturna de Muez y el 19 de junio en la emboscada de Dallo. Sus reveses y los de sus predecesores deciden al gobierno de Isabel II a firmar con Inglaterra, Francia y Portugal, el tratado de la Cuádruple Alianza. Don Carlos, por su parte entra en el campo de batalla asistido por la Europa "reaccionaria" del momento: Rusia, Prusia y el Imperio austrohúngaro. Mediante este tratado España recavará la ayuda de las monarquías liberales europeas cuando su situación en las provincias vascas y catalanas sea desesperada.

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9 de julio - 4 de noviembre. Otro militar curtido y endurecido en el arte de la guerra hubo de ser también sacrificado en el frente del norte. En contraposición a la estrategia clásica del gallego, Zumalacárregui optó por la guerrilla, el golpe de mano, la sorpresa insidiosa. La guerra se reaviva en Guipúzcoa y Vizcaya. Zabala ataca Eibar (26 julio), enclave liberal, donde a los hombres armados se suma un batallón de mujeres voluntarias. Bermeo es atacado en agosto, Bergara en septiembre (5), Andéchaga, Sopelana y Mazarrasa penetran en Burgos llegando hasta Villarcayo (18 septiembre). Pero los mayores éxitos son los de Zumalacárregui que logra rechazar (30 julio) a Rodil, Carrera, Espartero, Manzanedo y Lorenzo -la plana mayor cristina- en el puerto de Artaza. En las Peñas de San Fausto (19 agosto) el caudillo carlista sorprende a las tropas liberales apoderándose de 6.000 duros, pertrechos, y, sobre todo, de la clave en la que el gobierno envía sus partes al ejército. En Viana (14 septiembre) la caballería carlista se enfrenta por primera vez a la cristina desbaratándola. O'Doyle es derrotado por el guipuzcoano en la llanada alavesa (27-28 octubre). Es una guerra de usura, de represalias -quema de Aránzazu y del convento de Vera (agosto y septiembre)-, de dureza -fusilamientos ordenados por Zumalacárregui a aquellos voluntarios que no se atrevieron a entrar en Etxarri-Aranatz-, de crueldad -bando del general Lorenzo (14 octubre), por el que se prevee pena de muerte para los alcaldes que obedezcan órdenes de los rebeldes y destierro para los que tengan hijos en la facción-. Como si fuera poco, en agosto se enseñorea el cólera del país...

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Espoz y Mina general en jefe del Ejército del Norte. Un viejo guerrillero navarro liberal, el general Espoz y Mina será el encargado por Madrid de frenar el incontenible empuje carlista (4 noviembre). Pero la maniobra no surte efecto. Como reconoce Mencos: "el general Mina había dirigido la guerra en Navarra, pero sin fruto; su popularidad de los años 1809 a 1814 había desaparecido, porque ahora defendía una bandera identificada con principios impopulares". Secundan al navarro una serie de vascos: Jáuregui llamado Artzaia, Oraá el Lobo Cano, su lugarteniente Goyeneche, Iriarte, Gurrea, etc. A finales del año (15 diciembre), Zumalacárregui ya ha lanzado una advertencia al navarro de lo que valen sus fuerzas al detener a Córdoba, Oraá y otros a orillas del Ega en Arquijas. Pero donde verdaderamente han de medir su talla ambos maestros de la guerrilla es en el valle de Baztán cuyos destacamentos gubernamentales se ven en continuos aprietos a comienzos de 1835. Zumalacárregui ha formado ya un ejército considerable con cuartel general en las Amescoas, Desde Navarra sus golpes parten audaces al corazón de las provincias circundantes sumándose a la gran movilidad el hecho de tener a su servicio un gran número de espías y confidentes en el seno de un país adicto. De esta forma no sólo puede controlar el territorio sin ocuparlo sino constreñir a los alcaldes al pago de contribuciones de guerra. Dos son sus objetivos: poner fin a las correrías de Artzaia que con sus txapelgorris y carabineros recorre Gipúzcoa recalando después de cada acción en Bergara, Ordizia, Tolosa o San Sebastián, y, en segundo lugar, echar definitivamente a los cristinos de Baztán a fin de "limpiar" la línea fronteriza. Una de las primeras maniobras de Mina entonces fue cerrar el acceso al valle por la Burunda. Pero en enero de 1835 la audacia del carlista llega hasta ocupar Lekaroz, Irurita y Elbetea, acercándose a la guarnición de Elizondo; en Guipúzcoa toma, con cerca de 3.000 hombres, Zumarraga y Urretxu. Al día siguiente en Zelandieta (2-3 enero) consigue por fin Zumalacárregui neutralizar a Jáuregui que se verá impedido de efectuar sus habituales correrías: el control carlista de Guipúzcoa es cada vez mayor. Ahora puede dedicarse, sin dejar de hostigar en pequeña escala, a la conquista de Baztán. El asedio de Elizondo lo comienza Sagastibeltza el 4 de febrero mientras su jefe distrae al enemigo nuevamente en el puente de Arquijas (5 febrero). Ocaña, al que Mina enviaba a socorrer Elizondo es objeto a su vez de una emboscada viéndose obligado a hacerse fuerte en Ziga (6 febrero). En pleno temporal de nieve acude Zumalacárregui al cerco de Ziga que abandona el 12 de febrero ante la proximidad de Mina. No llegan a verse ambos rivales esta vez; no así en marzo (12) en que las tropas de uno y otro se enfrentan en el monte Larremiar con encarnizamiento. Mina escapa milagrosamente de caer prisionero y de sufrir una tremenda derrota pero logra al fin romper el cerco de Elizondo. Entonces es cuando exasperado ordena la quema de Lekaroz (14 marzo). Zumalacárregui retirándose prudentemente sorprende a la guarnición de Etxarri-Aranatz apoderándose (19 marzo) de esta plaza, punto estratégico en el camino real de Pamplona a Vitoria. El 8 de abril de 1835, Espoz y Mina, enfermo y achacoso, presenta su dimisión. El día anterior otro vasco célebre, Joseph Augustin Chaho, abandonaba el territorio carlista tras su "viaje a Navarra" de dos meses.

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Abril - junio de 1835. Valdés, Ministro de Guerra y nuevo General en Jefe del Ejército del Norte intenta, a fin de no seguir la suerte de sus predecesores, elaborar un nuevo plan por el cual se evacúa el país, se reagrupa el ejército abandonando los puntos fortificados que no puedan resistir, y se establece la línea defensiva gubernamental en el Ebro. A esta conclusión llega el nuevo general en jefe tras ser desbaratadas sus tropas en la batalla de las Amescoas (19-24 abril). Por estas fechas ambas partes estipulan un tratado, al que se llega por mediación del comisionado inglés lord Elliot, por el que se comprometen a adoptar diversas medidas para suavizar la crueldad inaudita de esta guerra. El país cae, poco a poco, en manos carlistas: Gernika y Treviño entre otras localidades. El 15 de mayo Zumalacárregui fija su Cuartel General en Estella y el 25 pone sitio a Ordizia cuya guarnición se resiste tenazmente. Marcha entonces Espartero con varias columnas liberales en socorro de la plaza. Habiendo acampado en el alto de Deskarga (2 de junio), los soldados liberales son sorprendidos por un destacamento de lanceros de Bizkaia enviado a reconocer el camino por Eraso. El descalabro cristino es total. Caen a continuación en cadena Ordizia, Tolosa, Bergara, Eibar, Otxandio, Durango en manos carlistas. Pronto la casi totalidad del territorio vasco, a excepción de las capitales, escapa al control gubernamental. Las milicias urbanas y las guarniciones se refugian en San Sebastián o Bilbao. Baztán es evacuado el 15 de junio. El cuartel general de Carlos María Isidro se traslada a Bergara.

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Muerte de Zumalacárregui. Lograda la ocupación del país, el próximo objetivo es la conquista de una ciudad a fin de dar prestigio internacional al levantamiento. En Durango, convertido en Corte, se debate la operación a ejecutar para proseguir la guerra. Don Carlos y su camarilla quieren emprender el asedio de Bilbao mediante cuya capitulación se podrá. obtener un fuerte empréstito francés. Prevalece esta opinión sobre la de Zumalacárregui que hubiera preferido apoderarse de Vitoria y del camino de Castilla, más viable militarmente. El día 10 de junio de 1835, sin pérdida de tiempo, Zumalacárregui se apodera de Lutxana, Banderas, Abando y Deusto además de los altos de Miravilla y el Morro. Se conmina a la villa el 12 y comienza el cerco al día siguiente. El 15, Zumalacárregui recibe un tiro en una pierna que resultará de consecuencias mortales días después. Prosigue al mando de las operaciones Eraso. El 17 intentan entrar en la ría varios buques conduciendo tropas pero se ven obligados a retroceder debido a las gabarras cargadas de piedras que les cierran el paso. Mientras sigue el asedio, Zumalacárregui se debate entre la vida y la muerte atendido por diversos médicos -Grediaga, Gelos, Boloqui, Burguess- y por el curandero "Petrikillo". El día 30 una reunión de altos mandos cristinos en Portugalete -Latre, Espartero, Clemente, Oraá, etcétera- decide, desobedeciendo órdenes superiores, acudir, por tierra, en auxilio de Bilbao. El día primero de julio, a la semana de la muerte de Zumalacárregui, los carlistas levantan el cerco. El nuevo jefe supremo del ejército, Fernández de Córdoba entra en Bilbao (4).

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1835. Un espíritu curioso, el teniente inglés Hardman, describe así al enemigo con el que le tocó enfrentarse: "Los cuerpos francos carlistas eran más numerosos y mucho menos escrupulosos que los de los cristinos; de hecho tendían más a comportarse como bandidos. Eran de muchas clases: cada partida constaba de varios cientos de hombres, de ordinario oscilaban entre 200 y 1.000, y eran mandadas en la mayoría de los casos por jefes que, además de ser de carácter valiente y hasta temerario, se creían expertos militares; estas partidas, engrosadas con voluntarios y desertores y expulsadas por los cristinos de los lugares donde llevaban a cabo sus depredaciones, eran a veces convertidas por los carlistas en batallones regulares e integradas en su ejército. Además de estos contingentes grandes, había otros menores, sobre todo de caballería, de 50 a 200 caballeros cada uno, que aparecían repentinamente en las aldeas donde no se les esperaba y ni siquiera se tenían noticias de su existencia, y, después de saquear a los infortunados habitantes, se las arreglaban, a marchas forzadas y gracias a su gran conocimiento del terreno, para eludir a las tropas enviadas contra ellos. A las patrullas volantes o guerrillas de gran movilidad no vale la pena mencionarlas, pues aunque merodeaban por casi todas las provincias españolas, se componían solamente de 10 a 20 hombres, generalmente campesinos armados; aunque se decían carlistas, eran desautorizados por éstos y fusilados como bandidos por las autoridades de la reina cuando caían en sus manos. El arriero, indiferente al peligro, conduciendo por el camino sus mulas bien cargadas; el dragón solitario, portador de despachos militares; el rezagado exhausto; el oficial que, acompañado por un solo asistente, va a reunirse con su regimiento después de un breve permiso, resultado de una grave herida; éstas eran generalmente las víctimas en que se cebaban los volantes. [Hardman, Frederick: La guerra carlista vista por un inglés, "Temas de España", Taurus, 1967, pp. 34-351]". Un político liberal inglés, probablemente el conde de Claredon, se refiere a las dificultades que entraña la guerra llevada a cabo en un país hostil: "Para aquellos que no han estado en las provincias insurrectas es casi imposible el concebir una idea clara de las dificultades conque un ejército regular tiene que enfrentarse, en un país lleno de montañas, donde cada roca es una inaccesible fortaleza, donde las provisiones hay que encontrarlas y donde la población se compone de enemigos activos e inteligentes". Ernest Bois-le-Compte en Essai historique sur les provinces basques... (Bordeaux, 1836), comenta: "La guerrilla es su situación predilecta. Un navarro en guerrillas, con un fusil en la mano y vino en abundancia, se encuentra, puede decirse, en estado normal". Navarra tuvo, en el apogeo de la guerra, hasta 13 batallones de infantería de a ocho compañías cada uno. Uranga dispuso en 1837 que cada batallón contara con 800 plazas. Las cuatro provincias contaban en 1835 con los siguientes hombres y caballos:

HombresCaballos
Álava 3.680 80
Guipúzcoa 3.885 ninguno
Navarra 10.790 567
Vizcaya4.579 72
Total 22.934 719

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Guías de Navarra: chaqueta gris, pantalón blanco, alpargatas, boina roja provista de borla amarilla, canana. Lanceros de Navarra: Boina roja con borla blanca, capote gris, lanza con gallardete amarillo y rojo. Batallones de infantería navarra: Boina blanca menos el 5.° que lleva azul.

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Voluntarios alemanes.

Príncipe Schwarzemberg, conde de Boos-Waldeck, von Rappard (capitán del regimiento de hulanos de la Guardia), barón Bernardo de Plessen, August von Goeben (teniente del 24 regimiento de infantería prusiana), coronel barón von Rhaden (jefe del Cuerpo de Ingenieros del Ejército prusiano), Príncipe Félix Lichnowsky, Príncipe Stolberg, diplomático von Vaerst.

Voluntarios portugueses.

Una compañía. Conde de Madeira (teniente general del ejército de don Miguel).

Voluntarios italianos.

Conde de Mortara (ex coronel de Estado Mayor).

Voluntarios ingleses.

Henningsen, capitán inglés, fue el delegado de los tories ingleses en la corte carlista y formó parte del escuadrón de la Legitimidad. El coronel Merry encabezó un cuerpo de ingleses compuesto por trasfugas de la British Legion de Lacy Evans. Inglés era también el cirujano Hurguess, uno de los que atendieron a Zumalacárregui.

Legitimistas franceses al servicio de Carlos V.

Conde de Rampeault, Vizconde de Labarthie, Marqués de La Roquette, coronel Adrien de la Houssaye, teniente coronel Bourmont, oficial Aubert, capitán Bezard, vizconde de Barres du Morland, barón Luis de Lamidor, José de Lespinasse.

La Legión Auxiliar Extranjera, compuesta en su mayoría por trasfugas de los extranjeros al servicio de María Cristina, estaba compuesta por 450 hombres mandados por Manuel María de Craywinkel. Su cuartel general estuvo en Salinas de Léniz.

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Desde los primeros días de octubre de 1833 San Sebastián constituyó su milicia nacional al mando de Joaquín Sagasti. Su ejemplo fue seguido por las poblaciones importantes. La Diputación de Gipuzkoa acordó la formación de una columna para ayudar a la tropa. Pamplona constituyó una milicia en noviembre y la Diputación de Bizkaia creó en diciembre un cuerpo de 200 a 300 paisanos que colocó bajo las órdenes de una Junta de Armamento en la que figuraban Antonio de Arana, Gabriel de Orbegozo y Miguel de Lizarra. En Vitoria se formó también en diciembre por orden de Valdés a fin de defender la plaza, mal fortificada, de las partidas de Uranga. En Eibar el propio ayuntamiento se vio forzado a crear una milicia después de la penetración carlista del 8 de enero de 1834. Esta población se vanagloriaba de tener 180 jóvenes en la columna de Jáuregui, dehaber armado a todos los hombres de 14 a 70 años y a "cien heroinas". Algunos urbanos pagaron cara su lealtad a la reina como fue el caso de los 36 milicianos de Villafranca de Navarra que fueron fusilados el 27 de noviembre de 1834 por los carlistas tras una larga resistencia en la torre de la iglesia. Pero aquéllos con los que el odio implacable de los carlistas se ensañaba era con los txapelgorris, cuerpo heterogéneo constituido principalmente por compatriotas a sueldo llamados por ello "peseteros". "Siendo esta tropa de gente opuesta al modo de pensar de lo general de sus compatriotas, era mirada por ellos con odio acerbo dice Alcalá Galiano (Historia de España, VII. p. 379)-, y pagaba a sus aborrecedores con afectos iguales a los que era objeto, resultando de ahí que en la guerra cometía actos de violencia altamente vituperables". 118 de ellos fueron pasados por las armas en marzo de 1834 según el Diario de Uranga. Tampoco tuvieron mejor suerte con el ejército español. Espartero, deseando castigar algunos actos de bandidaje y ciertos sacrilegios que se les imputaba, hizo fusilar, a suertes, a 12 de ellos (Gomecha, 13 diciembre 1835). Como consecuencia de esta brutal represión muchos txapelgorris dejaron el cuerpo y otros se pasaron al enemigo. En 1835 al capitular las principales localidades vascas a los carlistas, las milicias se refugiaron en las capitales. Todas estas fuerzas, junto con las legiones extranjeras enviadas en 1835, ayudaron muy eficazmente al ejército ocupante.

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El 17 de mayo de 1835 las Cortes españolas deciden solicitar la ayuda prevista en el tratado de la Cuádruple Alianza. El 19 de junio el gobierno inglés autoriza a Lacy Evans a que constituya una Legión británica. El 28 de este mes el rey de los franceses, Luis Felipe de Orleans, autoriza a la Legión Extranjera de servicio en Argelia a que pase a España. Se solicita en Francia la inscripción de voluntarios liberales. La más importante de las dos fue la británica.

La "British Legion". La formación de este cuerpo de mercenarios se debió a la labor del embajador de España en Londres, el alavés Miguel Ricardo de Alava. El 10 de junio de 1835 comenzó la leva de voluntarios con destino a la península con contrato para dos años. Rápidamente se formó un cuerpo compuesto de tres regimientos de lanceros, 3.000 soldados de artillería y 12 regimientos de infantería, reclutados principalmente en las ciudades más populosas del reino tales como Londres, Manchester, Glasgow, Edimburgo y Dublin. Al frente de este cuerpo marchaban Evans, Barnard, Shaw y Chichester. La tropa, compuesta en su mayoría por aventureros, empezó a trasladarse a su destino (Santander y San Sebastián) el 2 de julio del mismo año acabando el desplazamiento ya en agosto. En octubre fueron concentrados en Vitoria, donde permanecen hasta abril del año siguiente dejando tras de sí a los cadáveres de cerca de 1.500 compañeros víctimas del tifus, la disentería y, tal vez, del envenenamiento criminal obra de un panadero carlista. Fracasados los planes de Fernández de Córdoba, la legión es enviada a San Sebastián donde luchará hasta su licenciamiento en junio de 1837.

La Legión Francesa. Entró en Vitoria el 13 de enero de 1836. Ascendía a cerca de 4.000 mercenarios de parecidas características a las de los británicos.

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De Mendigorria a Arlabán. Al desaparecer Zumalacárregui comienza la división del partido carlista, división, que había de llevarle a la ruina: la corte prefiere a González Moreno -militar responsable de la muerte de Torrijos-, a Eraso o Maroto, preferidos por los combatientes. Pasa a predominar en el movimiento, el partido llamado de los ojalateros, responsable de un gran número de atropellos a la foralidad y de incontables intrigas. La desazón provocada por la muerte del prócer carlista fue aprovechada también por un misterioso personaje, el escribano Muñagorri que ya por aquellas tempranas fechas había madurado su plan de pacificación del país mediante la separación de los intereses forales de los del pretendiente. Aprobado el proyecto por el gobierno, no se le dio sin embargo curso hasta mucho más tarde. También en el campo liberal ha cambiado el mando de manos. Fernández de Córdoba inaugura su mandato bajo el feliz auspicio de su entrada en Bilbao tras el asedio. La suerte le sonríe nuevamente el 16 de Jul. de 1835 en una de las batallas -la de Mendigorria- más cruentas de la guerra. González Moreno con cerca de 18.000 hombres tuvo que retirarse de mala forma logrando a duras penas huir el pretendiente. Su rival, Maroto, consiguió sin embargo derrotar (11 agosto) a la columna de Espartero en la llamada acción de Arrigorriaga. En Guipúzcoa los carlistas rechazan el primer choque con la British Legion en las cercanías de Hernani. Pero, a pesar de los primeros éxitos de Fernández de Córdoba, el país sigue controlado por los rebeldes que gozan de la protección subrepticia de la población. "Me percato -escribe el oficial británico Richardson-, a pesar del escaso tiempo transcurrido desde nuestra llegada, que los habitantes de Vitoria son mucho más carlistas que partidarios de la Reina". El 10 de diciembre de 1835 comienzan en Ariñez (Álava) las labores de fortificación previstas en el nuevo plan de Córdoba. Este contaba con encerrar a los carlistas en un cinturón de 250 kms. unido entre sí, de trecho en trecho, por 60 fortificaciones. La base de operaciones sería Vitoria, cuya guarnición cuenta con más de 20.000 hombres. Fernández de Córdoba pretendía ir empujando poco a poco a los rebeldes hacia los Pirineos y la costa. El día 3 de enero consigue que los txapelgorris de Vitoria ocupen Elorriaga, Arkaute e Ilarraza, en las cercanías de la capital de Álava. Lleno de confianza en sí mismo trata entonces de romper la línea de Arlabán que se extiende desde Villarreal de Álava hasta Salvatierra. Del 16 al 19 de enero se desarrolla entonces una batalla en la que el general cristino tuvo que replegarse hacia Vitoria, de donde había salido dispuesto a entrar en Guipúzcoa y apoderarse de Oñate. El 25 intenta tomar el castillo de Guevara pero se retira amedrentado sin poder vengar el desastre de Arlaban. Todos los esfuerzos del "imaginativo" general quedaron reducidos a la hipotética línea de bloqueo que para mediados de febrero llegaba ya desde Pamplona hasta la frontera. Una vez establecidos los fortines ya no supo qué hacer. En mayo redobló su intento de apoderarse de Oñate vía Arlaban siendo, por segunda vez desbaratados sus planes por Eguía y Villarreal. En abril trasladó a la Legión Británica a San Sebastián para ayudar a la ciudad a aflojar la presión carlista (batalla de Ayete). Un intento frustrado de recuperar Hondarribia (11 de julio), acaba de desesperarlo. El 19 de julio Fernández de Córdoba presenta su dimisión, tras un año de inútiles esfuerzos.

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13 de agosto de 1836. La reina gobernadora, sorprendida en la Granja por el golpe de mano de varios sargentos progresistas, vuelve a promulgar la Constitución de 1812. Automáticamente la constitución única española ocupa el lugar de los fueros particulares. Se disuelven, pues, las Diputaciones forales y se nombran nuevas provinciales. El 15 de octubre un Real Decreto restablece la ley de Cortes de 1823 relativa al gobierno económico-político de las provincias.

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23 octubre - 25 diciembre de 1836. Nuevamente acomete a los jefes carlistas la necesidad imperiosa de apoderarse de Bilbao. Es Juan Bautista Erro, ministro universal de Carlos Maria Isidro, vascólogo con prurito de hombre de ciencia, el que logra convencer a la Junta carlista reunida en Durango de la necesidad inmediata de abordar la empresa. Así pues, el 23 de octubre se sitúan estratégicamente alrededor de la villa el II batallón de Guipúzcoa, él I y V, más parte del VI, de Vizcaya, el III de Navarra y algunas compañías alavesas y aragonesas. El 2 de noviembre penetra en la villa el último auxilio gubernamental procedente de Portugalete. El 7, Eguía se apodera de Desierto, Luchana, Arriaga, Capuchinos, Banderas, San Mamés y Burceña, cerrando la ría con un puente de barcas. Permanecerá Bilbao sin comunicaciones con el exterior durante cerca de dos meses. Sólo a comienzos de diciembre se anuncia la llegada a las proximidades de las tropas de Espartero que chocan con las de Eguía entre el 5 y el 16 y son rechazadas por las carlistas. La noche de navidades Espartero, tras áspera batalla, logra arrollar a los rebeldes, pasa el río Asúa y penetra en la villa a las 9 de la mañana. La caída del puente de Luchana proporcionó al militar manchego el título de conde de este nombre.

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1837. Tanto carlistas como liberales podían haber acabado con la guerra en 1837. Pero ninguno de los dos lo llegó a hacer. La monarquía liberal de Cristina atraviesa una crisis económica debida a su incapacidad administrativa y fiscal. La lucha entre moderados y progresistas, el intervencionismo del ejército y los clamores del pueblo alcanzado en lo más vivo por las calamidades de la guerra crean un "impasse" político en el gobierno central. Tanto en el aspecto político como en el militar las luchas y el desorden de los gubernamentales repercuten en el campo de la guerra donde a las sublevaciones de la tropa se agregan las órdenes contradictorias que sumen a las autoridades leales vascas en la confusión y la amargura. Por parte carlista, la falta de recursos económicos y el fracaso del asedio de Bilbao, serán los que introduzcan el desaliento que lleva a los ejércitos al derrotismo. Para salir de este callejón sin salida, los altos mandos carlistas deciden entonces emprender una expedición al corazón de la península con el ánimo dé conquistar Madrid. Los primeros meses de este año se emplean en diversas labores de fortificación -Estella, Guevara, Larraga-. En marzo tiene lugar una de las más famosas victorias carlistas, la batalla de Oriamendi, en el frente guipuzcoano. El día 10, la British Legion había logrado apoderarse del alto de Ametzegaña intentando tornar Txoritokieta, Antondegi y San Marcos. Tras muchas bajas, los carlistas logran quedarse en el terreno disputado. La línea que ocupan los liberales desde Astigarraga hasta Ayete forma un ángulo cuyo vértice es el Oriamendi. Los carlistas, temerosos de perder sus posiciones piden ayuda al infante don Sebastián que se hallaba a cerca de 100 kms. Aprovechando los últimos éxitos, el día 15 Evans insiste. Jáuregui dirige un violento ataque a la bayoneta contra el fuerte de Oriamendi logrando ocuparlo. Los auxilios enviados oportunamente por el infante don Sebastián proporcionan la victoria con la recuperación de Oriamendi. Reforzada la moral de los carlistas con este éxito se inicia el retiro de tropas con vistas a la Expedición Real. Espartero traslada las suyas a San Sebastián a fin de aliviar a esta ciudad del apremio carlista (fines de abril). Aprovechando el vacío provocado par la marcha de gran parte de los rebeldes, logra tomar Hernani el 24 de Mayo. El 16 de este mes sale de Estella la Expedición Real. Los altos mandos del ejército carlista en estos momentos son: Infante don Sebastián, general en jefe, González Moreno, jefe de Estado Mayor, Joaquín Elío, secretario militar, y, Villarreal, primer ayudante. Componen el cuerpo expedicionario 17 batallones, 1.000 caballos y 300 artilleros sin piezas. Esta expedición, que duró aproximadamente 6 meses, fue rumbo a Castilla pasando por Aragón y Valencia. Queda en el país Uranga con 5 batallones en Urnieta y Hernani como Capitán General de las Vascongadas y Nav. Por parte liberal, un gran contingente del ejército de la reina sale también en persecución de la expedición carlista. No obstante, en el frente guipuzcoano, los carlistas van a perder una serie de plazas que habían mantenido durante años. El 16 de Mayo cae Oiartzun, el 17 Irun, el 18 Hondarribia, el 29 Andoain, pero las dificultades económicas frenan el movimiento por ambas partes: el 4 de Jun. estalla la insurrección del regimiento escocés que ocupa Hernani extendiéndose a las tropas inglesas y españolas del frente guipuzcoano. Por su parte, las Diputaciones carlistas experimentan dificultades invencibles para suministrar pan y provisiones a sus gentes. A mediados de junio la Legión Británica abandona el país... Agosto y setiembre marcan la cúspide de la crisis de la monarquía liberal; a los acontecimientos españoles de índole general se suman las sublevaciones de Vitoria y Pamplona acaecidas en agosto.

El 17 de Ag. el batallón de Almansa y los guerrilleros liberales de Zurbano irrumpen en la capital alavesa asesinando al Comandante General interino, Liborio González, al capitán Blan Royo, al Jefe de la Plana Mayor Ramón López y a otros militares así como al Diputado General Diego López Cano, al miembro de la Diputación Manuel de Arandia y al abogado vitoriano José de Aldama, director del "Boletín Oficial". El 26 estalla otro motín, esta vez en Pamplona. Los "cuerpos francos" de la guarnición de la capital del viejo reino matan a los generales Sarsfield y Mendívil. Espartero hará fusilar en noviembre al coronel León Iriarte, al comandante Pablo Barricart y a 8 sargentos acusados de haber pretendido proclamar la independencia de Nav. Mientras, Uranga aprovecha para apoderarse de Peñacerrada (24 Ag.), clave de las comunicaciones con la Rioja. El 12 de Set., llega la Expedición Real a las puertas de Madrid. M.ª Cristina, que había intentado llegar a un arreglo con los expedicionarios, rechaza ahora sus ofertas. La situación política en la villa y corte ha cambiado y ya no necesita ayuda. A los dos días de inútil espera, el ejército carlista se retira sin haber conseguido nada. Tras un penoso viaje de vuelta, don Carlos cierra la catastrófica expedición con la proclama de Artziniega (25 Oct.) que causó gran desazón en todas las personas inteligentes de la causa. Se vio, con sorpresa, que los generales Zaratiegui y Elío eran detenidos y presos en Artziniega, que el ministro de guerra Cabañas perdía la cartera, que Villarreal era deportado y que González Moreno era destituido en su puesto de Jefe de Estado Mayor del Ejército. Incluso el infante don Sebastián cae en desgracia. En lugar de estos mandos ascienden a los primeros puestos el Conde de Negri, el Duque de Granada y el cura Juan Echeverria. Mueve los hilos, en el fondo, Arias Teijeiro. La expedición no aportaba otro fruto que "divisiones, rencillas, envidias y una siembra de bajas pasiones que iban a granar y madurar en los fusilamientos trágicos de Estella y el traidor abrazo de Bergara (Oyarzun: Historia del..., p. 118)." Comenzaba, pues, la descomposición final del carlismo. Abandonando el plano militar vemos que 1837 es también un año importante, por prefigurar, hasta cierto punto, cuál va a ser el final de esta contienda interminable. A comienzos de año Mencos facilita a Muñagorri una entrevista con el conde de Toreno. Se trata del viejo proyecto del escribano de Berastegi de lanzar la bandera Paz y Fueros. El 3 de Feb. una R. O. restablece las Diputaciones Forales de Bizkaia, Álava y Gipuzkoa; no hay duda que a las fuerzas ocupantes les resulta de mayor eficacia la autoridad legítima porque "por su prestigio y simpatías, hallará más fácilmente los recursos necesarios para proveer a los importantes objetos que en el día están cometidos con preferencia a su cargo... (R. O. del 23 de Feb. dirigida a las autoridades vizcaínas)". La medida, por lo demás, era puramente transitoria "hasta que las circunstancias den lugar a que se puedan hacer otras elecciones en debida forma". Espartero trata, a mediados de mayo, de contactar con Muñagorri, que declara a las autoridades de San Sebastián que aún no se han reunido condiciones propicias para desarrollar su plan. El 19 Espartero lanza en Hernani una proclama paradójica por la que promete perdonar y conservar los grados a los que depongan las armas así como conservar los fueros al país -paradójica puesto que los fueros estaban ya suprimidos desde la Sublevación de la Granja. Si esta proclama apenas tuvo la virtud de llamar la atención de las masas del país escarmentadas por los acontecimientos, no fue así en los medios del partido progresista donde causó viva alarma. El Eco del Comercio, periódico progresista de gran audiencia en San Sebastián, desautorizó la promesa del general y desencadenó una agria polémica, en la que liberales de ambas tendencias defendieron y combatieron alternativamente las instituciones milenarias del país. En cuanto al gobierno, su actitud fue ambigua, a merced de los embates políticos del momento. A primeros de junio vemos aparecer en la escena política a otro de los personajes claves del desenlace del drama carlista. Eugenio de Aviraneta, que el 4 recibe una comisión del ministro de gobernación. Desde Bayona este misterioso individuo inmortalizado por Baroja se ocupará de averiguar los planes del campo carlista... El 28 de Jun. se promulga la Constitución progresista de 1837. Se trata de la vieja carta de 1812 remozada. Los fueros, cuya existencia garantizara Espartero en su reciente proclama, eran nuevamente abolidos.

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Primer intento de Muñagorri. El año 1838 se inicia bajo el signo de la desmoralización carlista. Tras el fracaso de la Expedición Real, las potencias centrales dejan de apoyar a Carlos María Isidro. El pueblo, tanto en zona liberal como en territorio carlista, esquilmado por las exacciones y por las depredaciones normales en tiempo de guerra, desea ardientemente la paz. Los liberales vascos y las tropas cristinas también. Los generales que dirigen las fuerzas de ocupación extorsionan a los ayuntamientos de las plazas donde se hallan acantonadas para conseguir anticipos en espera de las cantidades que el gobierno les adeuda -la insolvencia gubernamental es crónica-. En de 1838, el general O'Donnell llegó a amenazar con fusilamientos a las autoridades ultraliberales de San Sebastián. En el terreno militar, los carlistas, siguen ocupando la semitotalidad del país exceptuando las capitales pero su falta de combatividad, y, sobre todo, la ineficacia de Guergué, nuevo jefe de Estado Mayor, llevan al ejército carlista a adoptar una actitud meramente defensiva. El ejército liberal, a su vez, deja también mucho que desear. A la incompetencia habitual del mismo, se suma la falta crónica de recursos, por lo que los avances apenas tienen aliciente [el 2 de febrero, por ejemplo, Espartero evacúa Balmaseda por no poder sostener el mantenimiento de su guarnición]. Las iniciativas carlistas acaban en fracasos como el del conde de Negri (14 de marzo). Es evidente, pues, que la causa del pretendiente no podrá nunca dirimirse en el campo de batalla. En estas circunstancias, Muñagorri, junto con 300 hombres armados, lanza en Berastegi su acariciado proyecto de Paz y Fueros (18 de abril). En su proclama exhorta a los vascos a separar la causa de los Fueros de la del pretendiente y a aceptar a las nuevas autoridades mediante la conservación de las instituciones forales. "La alocución -comenta el cristino Egaña- contenía ideas que podrían sin duda calificarse de subversivas del orden político establecido en la monarquía si su autor no se sirviera de ellas para combatir la causa de la rebelión...": El pronunciamiento de Muñagorri causa gran revuelo tanto en medios carlistas como gubernamentales. En mayo estallan las primeras insubordinaciones en el campo carlista. Refiriéndose al día 7 escribe Uranga en su Diario: "En Estella continúa el rumor de insubordinación en el 5.° y muchos mueras a la Junta y que se les pague. Todos los demás batallones están lo mismo y algunas compañías han pretendido venir a Estella con el mismo objeto". Los desórdenes duran desde el 6 y días sucesivos. El 10 -coincidiendo con el proceso iniciado a Zaratiegui y Elío- los insubordinados saquearon la casa donde se reunía la Junta.

El 21 se extiende la sublevación a Oñate precedida por alborotos en Andoain. Los soldados claman contra la Junta y la camarilla real u ojalateros. Alarmado don Carlos saca a Maroto de la reserva pidiéndole que acuda al Cuartel Real. Mientras, Muñagorri, al no concretizarse los alborotos en deserciones, se ve obligado a pasar la frontera. En Bayona se constituye una Junta presidida por Vicente González Arnao, compuesta por un representante por cada provincia éuskara: Marqués de Alameda por Álava, Pascual de Uhagón por Vizcaya, Conde de Villafuertes por Guipúzcoa y Vidarte por Navarra. Este sería el instrumento de Muñagorri para mover los hilos de la sedición... Pero la pretensión del gobierno de que entre a formar parte de la Junta el cónsul de España paraliza la gestión haciendo cundir la desconfianza entre aquellos a los que se trataba de atraer. Por otra parte, tampoco es diáfana ni unánime la opinión de los sectores liberales del país. Progresistas y moderados se endurecen en sus posiciones: Los primeros hostilizan la empresa de Muñagorri mostrando abiertamente su enemiga a los viejos Fueros, los segundos la apoyan incondicionalmente prefigurando, por primera vez, lo que ha de ser el partido liberal fuerista. Tanto la Diputación de Navarra como la de Guipúzcoa abanderan a cara descubierta el movimiento autóctono abolicionista. El gobierno liberal, juega, mientras tanto, a dos aguas, promete sin comprometerse, hace mantener en el país, extraoficialmente, unas propuestas que la Corte se encarga de desmentir en su momento. Juega el juego de la corrupción y del soborno, del engaño y del guante blanco, el único que por primera vez le ha de proporcionar el éxito.

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El 25 de junio de 1838, a los dos días de la derrota carlista de Peñacerrada, Maroto es nombrado Jefe de Estado Mayor del ejército carlista. Al optar por Maroto, don Carlos se decide por el partido llamado "transicionista" dejando de lado la camarilla de "obispos" u ojalateros -recibieron este nombre por esperar que todos los problemas los solucionara el Cielo; decían por ejemplo que para ganar la guerra no se necesitaba más que rigor contra los negros y los realistas tibios y de la protección de Dios, del amparo de la generalísima la Virgen de los Dolores, de las oraciones del clero y de las monjas milagrosas...-. Militaban en la camarilla enemiga de Maroto el obispo de León, Fray Domingo, el P. Larraga, Echeverría, Arias Teijeiro, Labandero y Montero apoyados por los generales García Moreno, Guergué, Sanz y Cabrera. En su favor contaba con Elío, Zaratiegui, Gómez, Urbiztondo, Villarreal, el P. Cirilo Ramírez de la Piscina, Erro y el infante don Sebastian. Los dos grupos se odian a muerte ofreciendo así un blanco perfecto a los dardos insidiosos que emplea ahora el enemigo. Uno de ellos, patrocinado hasta finales de este año, será la "empresa Muñagorri". Independientemente de los esfuerzos heroicos y sinceros de este caudillo, la "empresa Muñagorri" es el arma que emplea con cinismo el servicio de inteligencia liberal para minar desde el interior la causa carlista. Hay un momento (julio) en que la empresa del escribano de Berástegui se hace famosa en Europa. Desde los pueblos fronterizos del Bidasoa mantiene una actividad incesante: redacta proclamas que circulan con profusión en el país, mantiene relación con algunos jefes carlistas y con elementos influyentes de Guipúzcoa, contacta con Lord Hay y los generales del ejército francés Nogués y el baigorritarra Harispe, logra formar dos batallones dotados de oficiales vascos, administración y Estado Mayor, etc. Pero, siempre, en los momentos decisivos, le falta el apoyo prometido. Por una parte el exceso de "patrocinio" gubernamental, por otra la indiferencia de las autoridades locales cristinas y la celosa enemiga del ayuntamiento donostiarra, le impiden dar el paso decisivo. Así las cosas, la espera se prolonga corroyendo las mejores iniciativas; el 11 de noviembre recibe autorización gubernamental para traspasar la frontera pero el comandante general de Guipúzcoa se lo impide. Lo hace por fin el 1 de diciembre instalándose en el campo de Lastaola, al pie del monte San Marcial. Pero, casi inmediatamente, el gobierno lo abandona a su suerte. Una R. O. de principios de enero disuelve la Junta de Bayona encomendando la dirección de la empresa al cónsul de España en Bayona. Entonces, hasta los ingleses abandonan a Muñagorri. Y es que Madrid esta vez ha encontrado algo mejor, el hombre de la Paz sin Fueros, Maroto, y un instrumento eficaz, Aviraneta. Este último comenzó a trabajar en Bayona pasando luego a la línea de Hernani. Sus principales auxiliares en Guipúzcoa fueron el secretario del ayuntamiento de San Sebastián, Lorenzo de Alzate, el jefe político de la provincia Eustasio Amilibia, el alcalde de Hernani Ignacio Goicoechea, Mariano de Arizmendi, sujeto que residía en zona carlista, y otros personajes. Por su intermedio y mediante una red de espías logró comprar silencios y confidencias sembrando la desconfianza entre los jefes carlistas y ensanchando la barrera que separaba a los "dos partidos". Con inteligencia y audacia logró colocar un confidente a la sombra misma del pretendiente: José García Orejón. El 15 de enero de 1839 su labor da un primer fruto: Maroto conferencia con el ayudante del general Espartero, estableciéndose la clave en la que se intercambiarán los futuros mensajes. El 18 de febrero este fruto madura con esplendidez: Maroto hace fusilar en Estella, sin procedimiento previo, a los generales Guergué, García y Pablo Sanz, al brigadier Carmona y al intendente Uriz. Tres días después, el cónsul de España en Bayona ordena la disolución del cuerpo de Muñagorri.

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En el umbral de la traición. Pocas figuras han abandonado el campo de la historia tan envueltas en misterioso oprobio como lo hiciera el general murciano Maroto. Ni sus historiógrafos ni sus propias Vindicaciones logran disipar dudas, alejar sospechas, aclarar oscuros rincones de su conducta. ¿Caminó directamente a la traición de Bergara como lo afirma Oyarzun o se vio abocado a claudicar acosado por la falta de medios y por las calumnias enemigas como cree ver Pirala? Imposible saberlo. Cuando don Carlos le confió el mando en junio de 1838, consiguió reorganizar el ejército de tal manera -dice J. I. del Burgo "que a comienzos de 1839 las fuerzas carlistas habían recuperado su moral y su eficacia". "Nadie -comenta Del Burgo- podía sospechar que el final de la guerra se hallaba próximo". Meses después este ejército se desmorona sin haber llegado a ningún enfrentamiento serio con las fuerzas de Espartero. Sus principales generales son fusilados. Tampoco sabe uno qué pensar de Carlos María Isidro que el 21 de febrero declara traidor a Maroto y el 25 se retracta, nombra a nuevos ministros y destierra a los enemigos del general, poniendo en libertad a Zaratiegui y Elio. Aprovechando estos acontecimientos el enemigo pasa a la ofensiva: derrota carlista en Gamarra (14 mayo), Muñagorri atraviesa la frontera y se apodera durante un tiempo del fuerte de Urdax (19 mayo). Espartero toma Balmaseda (29 mayo) abriendo así la comunicación de Bilbao con Vitoria. Maroto gestiona entonces la intervención del gobierno francés (22 mayo) y al no satisfacerle los resultados busca la mediación inglesa (20 julio). Espartero, interesado por los manejos de su colega, rechaza con rudeza a Muñagorri, que ofrece nuevamente sus servicios, y se dedica a esperar las propuestas del campo enemigo que sabe no tardarán en llegar. Mientras, aunando a la ofensiva diplomática la militar, toma San Antonio de Urkiola haciendo retroceder otra vez a los carlistas (20 julio). El 29 de julio Lord Hay presenta las proposiciones de Maroto a la consideración de Espartero. Tales gestiones y negociaciones trascienden al ejército carlista que se subleva en varios puntos -Bera, Lesaka, Urdax-, contra Maroto. Surge un tercer partido dentro del carlismo: parte de los marotistas se separan de sus turbios manejos.

Los generales Zaratiegui y Elío al frente del ejército navarro rompen con Maroto tras haberlo hecho con los apostólicos. Hacia el 6 de agosto varios jefes de la división guipuzcoana recurren a Muñagorri dispuestos a separarse de la causa de don Carlos a cambio de la independencia (Egaña: Ensayo..., pp. 119-121). A pesar de proseguir el avance liberal don Carlos ratifica el 19 de agosto a Maroto en su cargo. El 22 entra Espartero en Durango; días después se efectúan varios contactos con el general en. jefe carlista tras los cuales, previa consulta con sus comandantes generales, éste decide dar cuenta al pretendiente de su intención de negociar con el enemigo. El 25 de agosto acude don Carlos a Elgueta a la reunión de altos cargos civiles y militares de la causa convocada a efectos de la decisión de Maroto. Al verse abandonado, dirige una arenga a varios batallones guipuzcoanos, vizcaínos y castellanos que se hallan en las proximidades "como por casualidad", siendo acogido con frialdad. Tras hacer repetir sus propósitos en euskera, la tropa prorrumpe en vivas a Maroto y contesta Pakea, Pakea. Don Carlos emprende entonces huida hacia Lecumberri. Al día siguiente tiene lugar la conferencia de Abadiano en la que ambos jefes militares se entrevistan para sentar las bases de un convenio. Pero los jefes de las divisiones carlistas vizcaínas, guipuzcoanas e incluso castellanas se niegan a firmar el artículo que Espartero propone y Maroto acepta: Se confirman los fueros en cuanto sean conciliables con las instituciones y leyes de la nación. Rotas las negociaciones, Maroto pide perdón a don Carlos (27 de Agosto) y ordena la movilización de sus tropas contra los cristinos. Simón de la Torre, comandante de la división carlista de Bizkaia, desobedece la orden decidiendo el final de la contienda. Al día siguiente, Maroto acepta el convenio a celebrar en Bergara, con la sola adhesión de Simón de la Torre.

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Navarra: 13 batallones

Guipúzcoa: 8 batallones

Vizcaya: 8 batallones

Álava: 6 batallones

Cantabria: 2 batallones

Castilla: 6 batallones

Zapadores: 1 batallón

Inválidos: 4 batallones

Artillería: 2 batallones

Voluntarios Realistas: 1 batallón.

Una Compañía de Guardia de Honor.

Escuadrones desmontados en servicio de infantería: 4.

Compañía de las Juntas: 4.

4 escuadrones de caballería (Navarra).

1 escuadrón (Gipúzcoa).

1 escuadrón de caballería (Álava).

4 escuadrones (Castilla).

Guardias de Honor. Una sección de Guardias de Corps.

Total: 28.792 infantes y 1.417 caballos.

Reservas: Tercios de Guipúzcoa y de Vizcaya al mando de oficiales del ejército.

Además: 4 fábricas de pólvora, a fundiciones de cañones, 3 fábricas de arman, 1 de sillas de montar, varios hospitales, 1 cuerpo de Sanidad Militar, 1 Escuela de Artillería en Oñate, 1 de ingeniería en Mondragón, un tren completo de batería de asedio y numerosas baterías de campaña. Ref. Bonilla: La guerre civile en Espagne, Bayona, 1875, pp 47-49

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El cese de las hostilidades es anunciado el 30 de agosto de 1839 por medio de un bando del General Maroto. Al día siguiente los principales jefes marotistas firman el convenio por el que se da fin a la guerra. La "concesión o modificación" de los Fueros queda pendiente de la buena voluntad de las Cortes españolas a las que Espartero se compromete a recomendarlos. El 3 de septiembre la Diputación provincial vizcaína se traslada a Durango a conferenciar con Arechavala, comandante general, sobre las medidas a tomar para proceder a la reintegración foral. Las medidas son urgentes ya que hay todavía en Elorrio 8 batallones vizcaínos que no quieren entregar las armas. El 4 se rinden en La población el cura de Dallo y sus hombres acogiéndose al Convenio de Vergara. El 10 la Diputación navarra emite una alocución exhortando a que se disuelvan las partidas ya que "el invicto general, Duque de la Victoria (Espartero), se ha hecho un mediador entre el gobierno y las provincias, para la concesión o modificación de sus antiguos fueros y libertades..." Don Carlos desiste entonces de proseguir la lucha; el 14 atraviesa la frontera por Dantxarinea junto con los batallones alaveses y navarros que le siguen siendo fieles. El 25 se rinde el castillo de Guevara, último reducto carlista en el país. Acogidos al convenio de Vergara miles de vascos vuelven a sus hogares, muchos embarcan con destino a Cuba o Filipinas, militan en los ejércitos papales o de Nápoles y Cerdeña. Algunos, aquellos a los que la guerra ha marcado definitivamente, rehusan la monotonía de una vida de simple civil y se enrolan en la Legión Extranjera francesa, luchan en las guerras civiles de Argentina, en la de los nueve años uruguaya, emigran a América del Norte... Fracasada la intentona de Balmaseda (junio de 1840), la guerra se extingue también en Cataluña, que soportó sola el peso de la causa de don Carlos desde agosto de 1839.

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A partir de septiembre de 1839 se inicia un período de continua zozobra en la vida política del país que, en estado de sitio y ocupado por numerosas tropas, vuelve sus ojos, unánime, hacia las Cortes españoles donde se ha de dirimir la importante cuestión de los Fueros vascos. El país se halla dividido; una minoría, el progresismo donostiarra y navarro, espera ver por fin implantadas las aduanas en la frontera interestatal y sustituido el viejo sistema de insaculación por el de elección directa (naturalmente, censitarial). La inmensa mayoría, constituida por carlistas y moderados de las cuatro provincias, entre los que destacan vizcaínos y alaveses, insiste en que sean respetadas las viejas instituciones sin menoscabo de que les sean aplicadas ciertas modificaciones a través de comisiones nombradas por las propias Juntas. La ley del 25 de octubre confirma, por fin, estos debatidos fueros e introduce la fórmula "sin perjuicio de la unidad constitucional de la Monarquía". En el segundo articulo de la misma se establece como indispensable una modificación de los mismos que los haga compatibles con la Constitución general del Reino. Pero lo que podía parecer una solución "a la moderada" resultó ser una primera fisura abierta en el cuerpo foral, fisura que comenzó a ensancharse peligrosamente a partir del momento en que un general sublevado, Espartero, obligó a María Cristina a soltar el timón de la política española (12 octubre 1840). La regencia militar se inaugura con roces entre el Corregidor -ahora Jefe Político- y las Diputaciones (noviembre). El 15 de diciembre un decreto provisional traslada las aduanas navarras al Pirineo. El 5 de enero de 1841 una R. O. suprime el "pase foral" a las leyes, órdenes y decretos del Gobierno. El 23 de abril se establecen otra vez las Diputaciones provinciales en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya -en Navarra no se había restablecido la Foral abolida en 1836. Todas estas modificaciones se efectúan sin tener en absoluto en cuenta la ley del 25 de octubre de 1839 que estipulaba que antes debía de escucharse a los representantes de las provincias afectadas. Ni se escuchó a las provincias ni se formaron Comisiones modificadoras salvo en Navarra cuya Diputación secundó dócilmente los deseos del Gobierno (ley paccionada del 16 de agosto de 1841)

En octubre de 1841, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya abrazaron el alzamiento moderado contra Espartero iniciado en Pamplona por O'Donnell. Vencido el levantamiento -en el que perdió la vida el propio Muñagorri-, Espartero aprovechó la oportunidad para abolir definitivamente los Fueros (29 octubre) cuya permanencia prometiera garantizar en Bergara. El ataque esta vez fue frontal: el nuevo jefe político de Vizcaya, Julián de Luna, formuló, con ocasión de un discurso pronunciado el 1 de julio de 1842, una serie de frases cuya longevidad ha convertido en tópicos. Los Fueros dijo- "sólo han servido para vincular el mando y la riqueza en unos cuantos oligarcas; para conservar a Vizcaya como Provincia francesa y foco de enemistad y de injustas guerras con las hermanas las Provincias de España; para agobiar a los pueblos con deudas inmensas y perennes..." En junio de 1843 un nuevo Levantamiento contra el Regente, fructífero esta vez, devuelve la esperanza a la mayoría foralista del país que espera del nuevo régimen el revocamiento de lo decretado por Espartero. Inútilmente. Entonces la Diputación de Vizcaya, secundando el recurso presentado por Álava y Guipúzcoa al Gobierno para que se reponga el sistema originario del país, acuerda elevar a Isabel II una exposición en la que advierte"que tales y teaes desaires han producido la desconfianza, la división, el despecho. Ha reaparecido -agrega- el bando antiguo carlista y se ha presentado con su estandarte reaccionario y feroz" (1 de diciembre 1843). Lo cual, a pesar de ser esgrimido como una velada amenaza, no deja de ser cierto: de un tiempo a esta parte, se sabe de ciertas maquinaciones de don Carlos y de sus partidarios que, dado el descontento creciente del país, pueden hallar terreno abonado... El 4 de julio de 1844, un R. D. restablece en parte el sistema foral.

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