Dance

Aurresku

Si la soka-dantza, especialmente en los momentos solemnes, era una ceremonia de cohesión social, el papel del aurresku era demostrar, ejerciéndola, la jerarquía interna de la misma. Es evidente, por ejemplo, que son el primer y último dantzari los que llevan todo el peso del baile, y el último siempre en un plano subordinado al primero. En las palabras de Iztueta, por ejemplo (1824:78): sobre todo los delanteros, lo que quieren es mostrarse en la plaza pública, para que los espectadores puedan conocer quién, de dónde, de quién y de qué manera son. O (ibid:114) .Este azkendari puede bailar tantos zortzikos, así como soñu zarrak como quiera, siempre y cuando el aurrendari los haya bailado en esa danza, pero no en caso contrario, porque es feo aparecer como más sabio que el aurrendari.

Ocupar ese puesto suponía evidentemente un honor, y surgían graves disputas por recibirlo, tal y como Carlos Rilova Jericó (1998), por ejemplo, ha demostrado con abundante documentación especialmente de los siglos XVI y XVII. Por ello, a partir del siglo XVIII no es para nada raro encontrar soka-dantzak de autoridades, y está claro que ocupar la cabeza de la misma era en ocasiones un privilegio de los notables. Iñaki Irigoien (1991, 1987:21) ha demostrado sobre todo para Vizcaya cómo el nombramiento de alcalde se celebraba con una soka-dantza, ocupando el puesto de honor el nuevo alcalde. Garmendia Larrañaga (1973:246), René Cuzacq (1942), y el padre Donostia (1932:19) han dado otras referencias de Guipúzcoa, Laburdi y Navarra, que muestran la relación entre la soka-dantza y la autoridad. Y ésta explica, por ejemplo, por qué la variante de Lacunza lleva el nombre de Alkate-dantza, "danza del alcalde".

Si reparamos en el repertorio de los txistularis es de creer, por ejemplo, que tanto los nuevos bailes por parejas (valses, habaneras...) como las contradanzas, basadas en el continuo movimiento de los bailarines, se impusieron a la soka-dantza. A finales del siglo XIX y principios del XX puede decirse que la soka-dantza había desaparecido de las ciudades vascas, y que cada vez se bailaba menos en las localidades más pequeñas. En este contexto, sin embargo, surge a finales del siglo XIX el movimiento que conocemos como Renacimiento cultural vasco. Su objetivo era impulsar las costumbres vascas, y especialmente las que se consideraba que estaban en riesgo de desaparecer. Para ello se utilizaron determinadas revistas -como Euskal Erria o Euskalerriaren Alde- y sobre todo los concursos que se realizaron en los Juegos Florales. Por supuesto, en estos últimos fueron inexcusables tanto los de aurreskus -ya que este nombre, no sabemos bien si gracias precisamente a estos concursos o no, se había convertido ya en este momento en el más usual- como en muchas ocasiones los aurreskus de honor de autoridades. Visto todo lo anterior, en efecto, se entiende fácilmente que el término aurresku, por sinécdoque, adoptara y sustituyera al de la soka-dantza entera.

En estos Juegos Florales, claro está, no tenían lugar todas las manifestaciones culturales vascas: algunas de ellas se eligieron y de alguna manera se estereotiparon. En el caso de la soka-dantza, por ejemplo, los concursos fueron sólo para hombres, a pesar de que las soka-dantzak de mujeres eran también en aquel momento muy abundantes (Larrinaga 2004). En el caso de los aurreskus de honor, el significado no era muy distinto del que Iztueta le había concedido: la unidad nacional interclasista, aunque sólo fuera bailada por personalidades relevantes de clase alta. Y por otro lado, el papel del recién creado PNV fue muy importante en la recuperación, difusión o creación directa de nuevos bailes. Sin duda, en este proceso la danza preferida fue la ezpata dantza (es decir, la Dantzari-dantza de la Merindad de Durango) hasta el punto de que puede afirmarse que en los actos de los peneuvistas el aurresku perdió su primacía.