Concept

Dinastía Jimena

La Dinastía real pamplonesa que gobernó en el reino desde el 905 hasta el 1234. La Dinastía Jimena se compone de los siguiente monarcas:

  1. Sancho Garcés I (905-925)
  2. García Sánchez I (925-970)
  3. Sancho Garcés II (970-994)
  4. García Sánchez II (994-1004)
  5. Sancho Garcés III (1004-1035)
  6. García Sánchez III (1035-1054)
  7. Sancho Garcés IV (1054-1076)
  8. García V Ramírez (1134-1150)
  9. Sancho VI (1150-1194)
  10. Sancho VII (1194-1234)

A partir del año 905 la situación política del reino de Pamplona cambia radicalmente como consecuencia de una crisis dinástica no bien aclarada y ciertamente enigmática. El nuevo rey de Pamplona es Sancho Garcés I (905-925). Con él, la dinastía Íñigo o Arista quedó desplazada por la Jimena que se mantuvo hasta el año 1234, coincidiendo con la muerte de su último representante, Sancho VII el Fuerte.

Sus primeros éxitos militares acreditaron lo acertado de la elección. Finalizaba la política de sujeción y alianza al islam de sus predecesores, pasando a la acción. Toma la tierra de Deio (Deierri), las riberas del Ega, Arga y Aragón y de la Rioja Alta (Nájera, Viguera, Arnedo, Calahorra). En veinte años de reinado de Sancho extenderá su dominio desde las tierras aragonesas de Sobrarbe hasta Nájera. La línea fronteriza por él establecida y fortificada va a sufrir escasas variaciones en más de un siglo; pérdida y recuperación de Calahorra y Arnedo y poco más.

Para consolidar la hegemonía del reino, los Jimeno se apoyaron tanto en la comunidades aldeanas como en la aristocracia local. Crearon, así, un reino compacto en el que todos sus componentes se necesitaban, al quedar estructurado en una pirámide de poder y autoridad en cuya base estaban las aldeas, de la que muchas carecían de otra autoridad que no fuera el monarca, quien las defendía de la injerencia de señores extraños capaces de alterar su organización. Por su parte, estas aldeas garantizaban el éxito de la colonización de nuevos espacios hasta entonces públicos, recién conquistados a los musulmanes o pertenecientes al patrimonio real. Las donaciones piadosas que los monarcas efectuaron a los grandes monasterios como Leyre, Albelda o Iratxe, son buena prueba del extenso patrimonio diseminado por todo el reino.

Las nuevas tierras conquistadas permitían satisfacer las ambiciones de la aristocracia. A cambio de fidelidad, auxilium y consejo recibieron beneficios y el gobierno de diferentes distritos que le permitía incrementar sus bienes. A pesar de ello, las atribuciones del rey eran amplias, por un lado, a título personal era dueño de un extenso patrimonio (villas, heredades, iglesias, etc.) y por otro, era jefe de los ejércitos y el encargado de administrar justicia.

Entre las funciones de la corona estaba también la de gobernar y organizar el reino. Para ello los monarcas dividieron el territorio en distritos de reducidas dimensiones, en la mayor parte de nueva creación, aunque en otras respetando antiguas demarcaciones. Al mando de éstos colocaron a miembros de su propia familia o de otras con las que establecieron vínculos de dependencia.

El nuevo reino, dotado del suficiente soporte territorial y libre de los poderes franco y cordobés, tuvo que construir el ideario, el programa político que garantizara el mantenimiento de la monarquía, que justificara su expansión por tierras meridionales y que asegurara su preeminencia sobre otras familias notables. Se asumirá el ideal neogótico de la corte ovetense, resaltando la figura del soberano como defensor del pueblo, fuente de justicia, jefe militar y paladín de la cristiandad, al igual que el modelo de escritura, el sistema de cómputo del tiempo y los usos litúrgicos. Es decir, ahora daban sus frutos el trasvase de ideales político-religiosos iniciado a raíz de la colaboración entre García Iñiguez y Ordoño I. Finalizaba la política de alianzas con el poder musulmán local de los Banu Qasi iniciado por Iñigo Arista y se asumía un ambicioso proyecto político de expansión territorial y religiosa que terminaba con el simple enclaustramiento defensivo anterior. El avance sobre el espacio riojano no ha de entenderse como una mera expansión territorial, pues contribuyó a ensanchar las bases económicas, sociales y culturales del reino. Las nuevas tierras descongestionaron el exceso demográfico del área pamplonesa y alavesa; Nájera aportó modos de vida urbana casi desconocidos; y el floreciente monacato riojano impulsó la vida religiosa y cultural.

La nueva articulación socio-política del nuevo reino cambiaba de dirección centrada ahora de norte a sur, sobre el eje Pamplona-Nájera. La naciente monarquía pamplonesa adquirió pronto una estabilidad, un dinamismo y un prestigio sorprendentes. Resalta, primero, el vigor de un linaje que por línea paternofilial de primogenitura trasmitió durante seis generaciones los poderes y atributos de la realeza y con ellos, los nombres de Sancho y García, como símbolo de la gloria y los carismas atribuidos al epónimo fundador de la dinastía.

Después de la muerte de Sancho Garcés I (925) parece que su único hijo varón, García Sánchez I (925-970), menor todavía, quedó al cuidado de su tío Jimeno Garcés y cuñado de Toda, la reina viuda. No se conoce que hubiera ningún conato de usurpación por parte de Jimeno aunque se dejan entrever dificultades por parte del hermano mayor de Sancho, Enneco Garcés. Se sabe que uno de sus hijos murió violentamente en Liédena y otros tres huyeron a Córdoba. Alegando lazos familiares (Abd al-Rahman III era nieto de Onneca, madre de la reina Toda), ésta consiguió que el soberano cordobés reconociera el dominio pamplonés a favor de García Sánchez I. En el tratado concertado a tal efecto (934) se renovaban en cierta medida las cláusulas de fidelidad y subordinación del antiguo pacto, pero no se contemplaba el signo de permanente dependencia efectiva que era el pago anual. No obstante, la sumisión al califa andalusí fue pasajera y, como prueba de ello, en 939 García Sánchez I, junto a Ramiro II de León, lo derrotaron en Simancas.

Después de las conquistas de Sancho Garcés I, la creciente hegemonía y poder militar del califato instaurado en al-Andalus (929) por Abd al-Rhman III, iba a obligar a los monarcas pamploneses a frenar sus impulsos ofensivos y más bien a salvar su incipiente reino y sus nuevas fronteras bien con las armas bien con maniobras diplomáticas. Dentro de este tono defensivo se pueden diferenciar dos etapas; una primera fase en la que predominan las hostilidades e incluso los oportunos contraataques; y otra de agobiante presión califal, claudicaciones y ruinas. Ante los alardes cordobeses de fuerza militar a los que no podía responder el reino de Pamplona, los monarcas siguieron hábiles vías de negociación en los momentos precisos para salvaguardar sus dominios, reponerse de los estragos causados por el enemigo y obtener en ocasiones determinadas ventajas políticas. En esta labor destaca especialmente la figura de la reina viuda Toda tanto con los señores cristianos peninsulares y aquitanos como con su sobrino Abd al-Rhman III.

La reina regente Toda refuerza los nexos políticos y familiares con el reino de León mediante bodas entre los linajes reinantes y haciéndolos extensibles a los condes de Castilla, Álava, Bizkaia, Aragón y Gascuña. La reina había casado a su hija Onneca con el nuevo rey leonés Alfonso IV (925-931) y luego a su otra hija Urraca con Ramiro II (931-951), hermano y sucesor del anterior. A su vez, García Sánchez I había tomado hacia el 941 como segunda esposa a Teresa, hija de Ramiro II, tras repudiar a su primera mujer Andregoto, hija del conde Galindo Aznar II.

Las maniobras diplomáticas ante los diferentes califas cordobeses tienen como objeto salvaguardar los territorios pamploneses aunque algunos vuelven al poder califal como Calahorra.

Hasta el año 940 el dominio de Abd al-Rahman III es claro y envía varias expediciones de castigo contra el corazón del reino (920, 924, 937) aunque también se produce alguna victoria del bando cristiano como la de Simancas en el 939. Los siguientes tres lustros y debido al silencio de los textos invita a suponer que discurrió una fase de calma siquiera relativa en las fronteras, con el consiguiente alivio para sociedad pamplonesa.

Tras el fallecimiento del califa Al-Hakam II (976) se produjo el rápido ascenso de Abu Amir Muhammad, conocido en la historiografía como Almanzor. Durante un cuarto de siglo iba a acosar de manera implacable todos los dominios cristianos peninsulares. De sus 52 campañas se ha cifrado en nueve el número de las que lanzó contra el reino de Pamplona. El rey Sancho Garcés II conocido como "Abarca" (970-994), optó en varias ocasiones por la vía diplomática para salvaguardar su reino pactando con el enemigo y entregando a su propia hija con la que se casó Almanzor y era conocida como Vascona. Fue madre de Abd al-Rahman, al que en recuerdo de su abuelo ella le daba el nombre de "Sanchuelo". A pesar de todo Pamplona no se libró de varias expediciones que "asolaron el país de los vascones" según las fuentes cordobesas. Para calmar a Almanzor o para pedir la paz, Sancho Garcés realizó un viaje a Córdoba en 992 y un año después, Gonzalo hijo del rey, acudía a Córdoba sin duda para confirmar lo convenido por su padre y dar seguridades de que Pamplona seguiría un política amistosa.

Su sucesor, García Sánchez II "el Temblón" (994-1004) inicia una política opuesta a la de su padre, y no mucho después de acceder al trono se enfrenta con Almanzor. En el 998 Almanzor entró en la capital del reino y sometió al monarca. Se puede decir que durante los reinados de Sancho Garcés II y García Sánchez II Pamplona vivió sometida al yugo cordobés.

Entre las características de esta nueva monarquía se puede relacionar el criterio de no desintegrar el reino, es decir, transmitir al sucesor todos los territorios adquiridos por la forma que fuese al contrario que en el reino de Asturias y León donde asomaron ideas secesionistas y los hijos se reparten los dominios. Así la sucesión al trono se realizó sin incidentes y García Sánchez II pudo trasmitir a su hijo Sancho el Mayor, el patrimonio territorial sin menguas ni divisiones.

Con el fin de siglo, tiene lugar un cambio de coyuntura decisivo, el califato se hunde y los reinos del norte comienzan a tomar la iniciativa. En este nuevo panorama tiene lugar el ascenso al trono pamplonés de Sancho Garcés III "el Mayor" (1004-1035) inaugurándose una de las etapas más gloriosas de la monarquía pamplonesa al extender su hegemonía al resto de espacios políticos cristianos de la Península. En efecto, a la herencia paterna, compuesta por el reino de Pamplona y el condado de Aragón, añadió los condados de Castilla, Sobrarbe y Ribagorza, su protectorado sobre el reino de León y unas iniciales pretensiones sobre el ducado de Gascuña a la muerte de su titular, su tío Sancho Guillermo, fallecido en 1032. A pesar de controlar un territorio tan extenso, no tuvo un proyecto de reino unitario sino que, al contrario, mantuvo el estatus jurídico y político de cada condado y reino y a su muerte los dividió a través de la dotación de sus hijos.

De los cuatro hijos que sobrevivieron a Sancho, Ramiro, el primer nacido, no reunía la condición legal de primogénito pero era reconocido. Solo García Sánchez III (1035-1054), por su condición de primogénito le correspondió la herencia paterna, es decir los territorios del Reino de Pamplona, además del País Vasco peninsular y la Castilla vétula. Su segundo hijo, Gonzalo, recibió los condados de Sobrarbe y Ribagorza. Fernando, fue el depositario de la otra mitad del condado castellano, la Castilla burgalesa por la que debía vasallaje a su hermano mayor García, mientras que Ramiro se quedó con el de Aragón, más los dos anteriores a la muerte de su hermano Gonzalo. Esta división de los hijos de Sancho III desataría una relación cainita entre los hermanos y sucesores que finalizaría con la desintegración de la hegemonía pamplonesa consumada en dos actos: la batalla de Atapuerca (1052), donde es derrotado y muere García Sánchez III perdiendo el territorio de Castilla vétula a favor de su hermano Fernando, para entonces rey de León; y el regicidio de su sucesor, Sancho Garcés IV (1054-1076) en Peñalén como consecuencia de una conspiración de la nobleza en la que participaron los propios miembros de la familia real. El desconcierto creado y el vacío de poder fueron aprovechados por Alfonso VI de Castilla para tomar La Rioja, Bizkaia, Álava y Gipuzkoa y por Sancho Ramírez de Aragón para hacerse con el resto del reino de Pamplona.

La etapa de unión dinástica de los reinos de Pamplona y Aragón coincidió con los monarcas Sancho Ramírez (1076-1094), Pedro I (1094-1104) y Alfonso I el Batallador (1104-1134). Por el tratado de Támara (1127) que ponía fin a las disputas entre el reino de Castilla y el de Aragón, se fijaron las fronteras según estaban en tiempos de Sancho III el Mayor, esto es, el País Vasco peninsular, la Rioja y la Castilla vétula dentro del reino de Pamplona.

La muerte de Alfonso I sin sucesión directa abría una crisis profunda en el reino de Aragón como consecuencia de su testamento, que repartía su reino entre las órdenes militares, y a falta de un heredero directo, se celebró el pacto de Vadoluengo (enero 1135) entre Pamplona y Aragón para confirmar la separación y establecer las fronteras. En Pamplona se nombra rey a García Ramírez (1134-1150). Su hijo y sucesor, Sancho VI el Sabio (1150-1194) cambiaría la tradicional denominación de reino de Pamplona por el de reino de Navarra. Con este monarca se iniciaba el proceso urbanizador en Gipuzkoa con San Sebastián y se extendía por Álava con Vitoria, Laguardia y Bernedo. Además durante su reinado tuvo que enfrentarse al expansionismo castellano de Alfonso VII por el espacio navarro. Tras el pacto de Westminster (1177) y el posterior de Cazola (1179) Sancho VI pierde los territorios de La Rioja y Bizkaia, excepto el Duranguesado bajo dominio navarro.

A partir de ahora Navarra fue un reino a la defensiva ante el acoso y la expansión de Castilla y Aragón. Tras esa primera perdida territorial, Alfonso VIII, incorporó a Castilla en 1200 los territorios de Álava, Gipuzkoa y Duranguesado, quedando Navarra reducida a los actuales límites territoriales además de Ultrapuertos y un apéndice suroccidental en la Rioja Alavesa. Sancho VI mediante la boda de su hija Berenguela con el rey Ricardo Corazón de León de Inglaterra, amplió su territorio al enclave de la Baja Navarra.

Su sucesor, Sancho VII el Fuerte (1194-1234) poco pudo hacer por recuperar los territorios perdidos en manos castellanas. A su muerte y al no tener descendencia directa, el reino pasó a manos de su sobrino Teobaldo I de Champaña, hijo de su hermana Blanca, poniendo fin a la dinastía Jimena y dando comienzo a la sucesión de diferentes dinastías francesas en el trono pamplonés siendo la primera la de la casa de Champaña.