Sculptors

Beobide De Goiburu, Julio

Escultor natural de Zumaia (Gipuzkoa) Nacido en 1891 y fallecido en 1969.

Hermano del organista y compositor José María. Julio, cuya modestia era tan grande como su talento, siguió la carrera de escultor imaginero, fue miembro correspondiente de la Academia de San Fernando. Muy joven, al conocer a Asorey, dejó sus estudios y pasó a las escuelas tallistas de Vitoria, donde también trabajó en la nueva catedral. Para entonces era ya un extraordinario dibujante con rasgos a lo Durero. Entre los dibujos conservados por la familia, figuran fechados de cuando tenía 18 y 20 años. Aunque pasó por la Academia de San Fernando, su dibujo vigoroso tiene poco de académico y sí mucho de carácter propio, sin dejar de ser elegantemente de línea clásica, pues no en vano su formación fue principalmente autodidáctica. Las enseñanzas más fructuosas fueron las recibidas en Bilbao de Quintín de Torre. A primeros de siglo viajó por Italia y Francia; a su regreso, con conocimientos sobre las corrientes europeas en boga, tomó contactos personales con los pintores Zuloaga y Uranga, yendo a formar un trío que se ayudaría entre sí a lo largo de sus respectivas carreras artísticas. Para entonces ya contaba con la estrecha amistad de Pérez Comendador, que fue compañero de Academia en Madrid.

En 1936 expone en el primer salón de Invierno de San Sebastián algunos de sus bustos y una composición de la Virgen con el Niño. Y en 1939 en el Círculo de San Ignacio de la capital donostiarra junto con otros artistas. Julio Beobide se inclinó preferentemente al retrato y a las imágenes religiosas, revelándose su personalidad como un gran imaginero, inquieto por dar expresión y carácter a sus imágenes, que generalmente supo dotar de vida interior. Su entrega a la imaginería era tal que consideró su vocación a ella como la razón de ser de su vida, mostrándose un místico hasta la médula. De él, dijo acertadamente C. Ribera:

"Las creaciones religiosas de Julio Beobide están formadas, cuajadas, cristalizadas, dentro de una ideación formalmente clásica. Ese clasicismo quiere decir que el artista huye voluntariamente y pudorosamente de una exagerada subjetividad".

En su imaginería destacan las realizaciones de los Cristos, cuyas imágenes se extienden por el mundo, y son entre otras, la de Santiago de Zumaia, policromado por Pablo Uranga e Ignacio Zuloaga (propiedad de la familia Zuloaga), la de la parroquia de Añorga (donde además de un Crucificado se guardan otras cinco imágenes, entre las que descuella la madonna Ama), la de Santa Cruz del Valle de los Caídos, la de San Juan de Texas, la de Montevideo, la de Toledo, etc. A su fallecimiento (1969) dejó inacabada la que iba destinada a los PP. Capuchinos de Errenteria. El dominio en esculpir estos Crucificados alcanzó un grado tan elevado que el maestro no necesitó de muestras para lograr la perfección. Tan bien logrados que hizo afirmar a Kaperotxipi:

"Así quisiera yo que fuesen los Cristos de nuestras iglesias y así también las Dolorosas".

Realizó la mayor parte de su obra en madera y piedra. Aunque también efectuó barros para vaciados de fundición en bronce. Además, la obra escultórica la realizó siempre por entero, haciendo él mismo el desbaste. Y entre sus representaciones no debemos olvidar, como extraordinarios aciertos, los retratos de niños, que son verdaderamente dignos de encomio. Modernamente admiraba la escuela catalana representada por Casanovas y Viladomat, entre otros. Y de entre los clásicos, aparte de los antiguos grupos escultóricos egipcios, griegos y romanos, a Donatello, Luca della Robbia, Verrocchio y Miguel Ángel Buonarotti principalmente, así como a los maestros imagineros de la escuela española del renacimiento, sin olvidar a los vascos Juan de Anchieta y Araoz, cuyos gustos conjugó sin perder inspiración propia, que es lo que le dio a nuestro artista una personalidad recia de considerable talla.