Engineers

Villarreal de Bérriz, Pedro Bernardo

Industrial e ingeniero mondragonés. Arrasate/Mondragón, ca. 26-05-1669- Lekeitio, 19-02-1740.

No podía faltar en una obra que tiene que ver con la ciencia y la técnica la obra magna que encumbra la ingeniería vasca: Máquinas hidráulicas de molinos y herrerías. Su autor, Pedro Bernardo Villarreal de Bérriz, encarna casi el prototipo del ingeniero.

Es el personaje que cabalgó entre dos grandes reinos intelectuales (Barroco e Ilustración); que destinó sus gastos constructivos a sus industrias; que gustó de la ciencia moderna y de su aplicación práctica a las cosas útiles; que tuvo, en fin, la lucidez de adelantarse al tiempo y la habilidad de participar en la génesis del movimiento intelectual que más se implicaría en la modernización del País Vasco: la Ilustración.



Aunque de familia noble, no fue educado en Francia (como era usual entre la aristocracia vasca), y hacia 1680 fue enviado a Bergara, en cuyo Colegio de los jesuitas se aficionó a las ciencias aplicadas, y en particular, a las matemáticas. Prosiguió sus estudios medios en Pamplona, donde cursó dos años de Filosofía. En 1684 se trasladó a Salamanca a estudiar leyes, siguiendo, probablemente, a un pariente suyo, Juan de Andicano, que era catedrático en dicha universidad. La encontró, sin embargo, demasiado burocrática, prefiriendo, en su lugar, el pragmatismo de la mecánica o la hidráulica, estudiadas con los jesuitas.

Una vez emancipado, a la edad de 18 años, comenzó a trabajar en algunas de las ferrerías familiares, a caballo entre Mondragón y Berriz. Aunque apenas tenía experiencia, logró administrar una notable hacienda. Más tarde confesó: 'desde que me emancipé...en cuarenta y ocho años continuos apenas me han faltado Obras en mi hacienda y la de mis hijos, siendo las más en Herrerías y Molinos' (Villarreal, 1736: prólogo). Sorprende, en efecto, la ingente actividad que desarrolló: reedificó la ferrería de Berriz, el palacio de Uriarte en Lekeitio, reconstruyó las casas quemadas de Lauritz, Beaskoa y Gizaburuaga Biazkoa, hizo el molino de agua pasada de Bengolea, plantó todos los montes despoblados de su hacienda, acometió proyectos arquitectónicos, y, por si todo esto fuera poco, fue alcalde de Lekeitio, en tres ocasiones.

A través de estas actividades, Villarreal encarnó cabalmente al hidalgo activo que poseía fábricas y se dedicaba al comercio, 'sin perder su nobleza', como rezaba la Real Cédula de 1783. Y es que la organización técnico-comercial que creó es modélica por su planteamiento sencillo aunque efectivo; puesto que no se limitó a trabajar el hierro en las ferrerías reformadas, sino que se valió, para las mismas, de la energía que le procuraban sus molinos y explotaciones forestales; y lo que es más, llegó a fabricarse una flota propia (¡de hasta ocho navíos!), sirviéndose del hierro y la madera de su hacienda, para comercializar sus productos.

Al igual que el Conde de Peñaflorida medio siglo después, Villarreal era sensible a las necesidades socioeconómicas de sus convecinos, impulsando iniciativas pragmáticas destinadas a mejorar el rendimiento económico local por las que se distinguió la aristocracia vasca, entendida como grupo emprendedor por antonomasia, en contraste con los generalmente apáticos, escasamente activos, hidalgos españoles.

Existe una carta, dirigida el 11 de febrero de 1717 a un corresponsal madrileño (¿quizá el Marqués de Feria?), con motivo de la vacante dejada por Antonio de Gaztañeta (1656-1728), para el puesto de superintendente de la costa de Cantabria, en la que Villarreal describió con una gran sinceridad, no exenta de una cierta ironía, su espíritu inquieto y utilitarista. Sirva de botón de muestra el siguiente pasaje:

"Con la ocasión de vivir en puerto de mar me dediqué a la náutica y fábrica de navíos habiendo recogido noticias y libros extranjeros de construcción y proporciones, y por mis diseños y a mi vista he fabricado y arbolado ocho navíos, que han salido muy buenos;...y aunque yo lo diga, he alcanzado a saber algo en este arte, en que muchos hablan como maestros y muy pocos entienden." (Larrañaga, 1974: 302).

No he tenido otro fin "que el de satisfacer a mi curiosidad y gusto", concluía.

Da idea del interés que despertó en él esa ciencia el que durante un largo tiempo enseñó náutica y construcción naval en Lekeitio (de aquí, por cierto, llegaron a salir unos setenta pilotos, con destino a las Armadas Reales); para tal fin, precisamente, compuso unos apuntes sobre "Geometría, Sphera, Trigonometría, y otras cosas precisas sobre la Náutica". Como también son pedagógicas unas notas suyas sobre problemas de navegación y construcción naval, titulados 'Del arquear y medir de los navíos' (5 páginas, n. d.).

No es posible apreciar la dimensión de la aportación de Villarreal sin tomar en consideración su magnum opus: Máquinas hidráulicas de molinos y herrerías y gobierno de los árboles y montes de Vizcaya (1736), su contribución más original a la ingeniería del XVIII. En el prólogo a la misma, justificaba su publicación por no existir, ni en España ni en Europa, 'nada científicamente escrito sobre el tema', y para remediarlo, añadía, nada mejor que ofrecer, a sus compaisanos, un pequeño manual de observaciones e instrucciones prácticas, que 'los ayudase para el mejor adelantamiento de sus haciendas'. Importantes en este sentido fueron las presas de contrafuertes, que, aunque ya habían sido utilizadas en época romana, fueron estudiadas -por primera vez en la época moderna- de manera innovadora y analítica. Esa originalidad residía en proporcionar relaciones empíricas y criterios de diseño, lo que permitía construir con seguridad ese tipo de presas; se hacía así patente que los cálculos de estabilidad y de hidráulica eran necesarios para construir las presas industriales. A ese diseño se ajustaron las cinco presas que construyó: las de Bedia, Ansotegi y Barroeta (Markina), y Asenzibia-Errota y Laisota (Gizaburuaga).

La siguiente anécdota, también recogida en el prólogo, refleja la manera en que Villarreal percibió la necesidad de modernizar el país. El concepto de racionalización de los procesos productivos es la respuesta a la praxis tradicional anclada en la rutina y el desconocimiento.

"Iba una tarde de verano a la villa de Marquina, y oí un grande ruido de palas y azadas en el cascajo de un arroyo: emparejé con los que trabajaban, que era una grande tropa de hombres; preguntéles que hacían. Me respondieron, abrir un camino al agua, porque toda se quedaba en aquel pozo y faltaba en los molinos. Sin parar el caballo, dixe: Una vez lleno el pozo, quedará más? Reparé que no había más ruido: volví la cara, y vi a todos suspensos: prosiguiendo el silencio, volví a mirar de alguna distancia, y vi que todos, dexada la obra, marchaban con las herramientas al hombro: lo que celebramos y reímos. A este modo hay muchos errores que sería largo referirlos." (Villarreal, 1736: 3).

Las presas de contrafuertes constituían un ejemplo de las posibilidades todavía sin desarrollar en el horizonte de la energía hidráulica destinada a las industrias ferrona y molinera. Pero, como nos lo recordó a lo largo de su vida, no era única, ni siquiera principalmente en el ámbito de la tecnología, donde se hallaban las soluciones que se necesitaban para la mejora socioeconómica. La ya aludida aplicación de conocimientos científicos, que, como es sabido, encontró manifestación en las industrias y universidades de las naciones más desarrolladas, figuró prominente en las tertulias que organizaron los hermanos Villarreal en el Palacio Uriarte de Lekeitio.

Los fines de estas tertulias eran variados. La utilidad del saber científico era, sin duda, el principal. Aplicar los conocimientos adquiridos a cosas útiles, en cuanto había ocasión, era fundamental, y no saber por saber, movidos por la curiosidad o por el prestigio que reportaba al noble. Ya vimos que para Villarreal era urgente desarrollar la industria y el comercio para poder subsistir. El avance tecnológico, entendido éste como la aplicación práctica de la ciencia, era fundamental para la competitividad de la industria. Y tales conocimientos científicos eran 'importados', por diversas vías y desde diferentes naciones, al círculo erudito de Lekeitio. Da idea de la inquietud científico-técnica que colmó a Villarreal el que hiciese traer cajones de libros desde Italia, Inglaterra y Holanda: en el umbral de su muerte, dijo tener 'mil cuerpos de Libros, de Mapas, Historia y Matemáticas'.